viernes, marzo 27, 2015

'Cenicienta', Walt Disney estaría satisfecho

Cuando un clásico Disney de dibujos animados cobra vida en forma de imagen real, sobre todo uno de los que se hizo cuando el propio Walt Disney regía los destinos de su estudio, la mejor manera de evaluarlo es preguntarse si el genial creador estaría satisfecho con el resultado. Con Cenicienta, la aproximación de Kenneth Branagh al cuento infantil, la respuesta es claramente afirmativa. Si no hubiera un bagaje de décadas de dibujos animados y Disney hubiera producido desde el principio películas de imagen real, es bastante plausible pensar que habría hecho la película tal y como la ha realizado Branagh. Lujosa en su aspecto, fiel al relato tal y como lo conocemos en la tradición Disney y con las dosis adecuadas de azúcar y fantasía, se le puede discutir algún exceso de colorido o extravagancia que remite más a la caricatura que al dibujo animado, o incluso que no tome riesgo alguno, pero al fin y al cabo eso no está entre sus objetivos, que se ciñen a dar una nueva versión realizada con un respeto reverencial de lo que siempre ha hecho grande a Disney.

Como no hay más pretensión que esa, la de ofrecer un entretenimiento de factura impecable para toda la familia, buscarle más intenciones supone perder el tiempo e infravalorar lo que consigue dentro del terreno en el que se mueve. ¿Que esta versión no va a desbancar nunca a la de dibujos animados con la que han crecido varias generaciones? Por supuesto, y parece que hasta el propio Branagh es consciente de ello y no trata de marcar grandes diferencias. Incluso puede que eso haga que este filme caiga en un relativo olvido dentro de unos años, pero aquí y ahora cuenta con suficientes aciertos y esquiva con mucha habilidad bastantes de los problemas en los que se podría caer al rehacer el cuento como para no aceptar el sincero entretenimiento que proporciona. Y eso que Branagh puede parecer una elección inusual para esta historia, pero su filmografía ya le ha probado como un todoterreno alejado de sus casi exclusivas adaptaciones de Shakespeare que marcaron sus primeros años en el cine. Ahora es un director capaz de dar vida a los mundos más fantásticos, sean los de Asgard en Thor o los del cuento infantil más clásico en Cenicienta.

Pues a buscarle alguna pega, es posible que la pareja formada por Lily James como Cenicienta y Richard Madden como el Príncipe no convenza a todo el mundo por igual, aunque están bastante correctos y encajan mejor de lo que podría parecer en los papeles. No tienen un carisma arrollador, pero tampoco desentonan. En todo caso, nunca es fácil poner cara a personajes que han permanecido inmutables en la memoria colectiva gracias al trazo de un dibujo animado, y eso también hay que tenerlo en cuenta. Más si entre los secundarios se cuelan actores como la estupenda Cate Blanchet, que es quien se lleva buena parte de las extensiones del cuento clásico que propone esta versión, o Derek Jacobi, un habitual del cine de Branagh. Si a eso se le suma un fantástico diseño de producción, unos escenarios maravillosos o un trabajo de vestuario excepcional (aunque quizá sea ahí donde un exceso de color favorece más la caricatura que el homenaje a lo más clásico), la inmersión en el cuento es total si se ve la película con la mentalidad clásica y abierta que requiere.

Quizá esa sea la clave, entender la película como lo que es. Si se busca una actualización más moderna del cuento, que no lo es ni quiere serlo, puede haber decepciones, porque el respeto al relato más popular y reconocible es total. Sí hay que ampliar la historia con lo que Disney no había contado en su clásico filme de dibujos animados, hasta una nada exagerada duración de 112 minutos, y eso Branagh lo hace con un prólogo que explica la razón por la que Cenicienta tiene que convivir con tan horribles hermanastras, y dando algo más de sustancia al papel de la madrastra, porque si no es complicado atraer a una actriz de la categoría de Blanchett para darle vida. Pero por lo demás es justo lo que cabe esperar. Por eso, si uno quiere ver un cuento de hadas, con dosis de magia y fantasía (no sólo por la sorprendentemente contenida hada madrina de Helena Bonham-Carter y sus trucos, sino también por la presencia de animales de una cierta inteligencia), una factura irreprochable y el amor y la ilusión inherentes al género, sí que estamos ante una película más que recomendable.

'Focus', marear por marear

A fuerza de enrevesarse, Focus acaba por marear. E incluso mareados con tanto giro de guión sin que en realidad haga falta, en esta espiral moderna de buscar el más difícil todavía de forma reiterativa, es imposible no ver que Glenn Ficarra y John Requa, directores y guionista del filme, hacen trampa. Y lo que es más grave, es marear por marear. Haciéndole ya unas cuantas concesiones a la historia, la primera mitad del filme engancha. En realidad, buena parte de ese mérito está en el encanto que lucen Will Smith y Margot Robbie, guapos, carismáticos y muy metidos en sus papeles, hasta el punto de que llevan al disfrute de las escenas más imposibles. Y además en el guión de Ficarra y Requa hay alguna escena de gran intensidad, bien llevada y mejor interpretada. Pero cuando la película pega un salto temporal se acabó lo que se daba. Ahí la cosa va perdiendo interés de una forma progresiva porque ya todo depende de la sorpresa, hasta el punto de asfixiar las posibilidades del relato y dejarlas reducida a dos: lo más previsible o lo más tramposo.

Focus acaba optando ahí por lo más tramposo, haciendo que resulte inverosímil todo lo que ha venido sosteniendo durante la película, incluso admitiendo esas concesiones a su propia credibilidad por no arruinar el filme antes de completarlo. Es una moda bastante habitual en el thriller norteamericano esta de liar todo lo liable hasta puntos más allá de lo creíble y Focus cae de lleno en todos los errores que se pueden cometer en ese camino. Hay personajes menospreciados, como el millonario propietario de un equipo de automovilismo interpretado por Rodrigo Santoro, ninguneado en el final del filme, y hay opciones desperdiciadas, como ese mismo escenario automovilístico, poco útil en la película y a la que apenas se presta atención. ¿Por qué? Porque el foco está puesto en las dos estrellas. Es lo único que interesa, y por eso se trata de marear al espectador, para que el brillo les invite a mirar a la luz y no a los agujeros.

Will Smith es un cómico que ha ido creciendo, si no en calidad sí en profesionalidad, y Margot Robbie es un deslumbrante maniquí de enormes recursos. ¿Y qué tienen en común estos dos actores de tan diversa definición? Carisma. Gracias a ellos, lo inverosímil puede pasar desapercibida para algunos espectadores y las mejores escenas de la película cobran aún más fuerza. Y gracias a ellos hay siempre algo que ver y estudiar, por mucho que el guión les dé menos armas de lo que su exagerada y artificial complicación puede hacer pensar. Viéndoles en pantalla, da incluso más pena que la película deje un poso de decepción tan marcado, porque el envoltorio es tan lujoso, el glamour se extiende con tanta facilidad desde la imagen hasta el patio de butacas y se disfruta tanto del entorno que casi parece un pecado que Focus no encandile de principio a fin. Tendría que haberlo hecho y no lo hace. Quizá el hecho de que sus directores estén más habituados a la comedia implique que esta prueba les ha venido grande por el momento.

Y esto no quiere decir que Focus no entretenga, porque en realidad lo hace. Con trampas, pero lo hace. En sus 105 minutos hay bastantes momentos que uno está deseando ver cómo van a resultar, y destaca sobre todo la escena durante el partido de fútbol americano. Pero cuando la película ha encontrado por fin un tono, un escenario y hasta secundarios interesantes (ese Liyuan, apostador conpulsivo, es un personaje que casi merece una película propia), hace borrón y cuenta nueva y se encamina a esa trágica y ya mencionada elección entre lo previsible y lo tramposo. Ahí salen perdiendo Ficarra y Requa mucho más de lo que lo hacen Smith y Robbie, que sí se sostienen admirablemente incluso cuando parece que ya no pueden hacerlo (y el mismo final de la película es perfecto para explicar esa sensación), mientras que sus guionistas y directores demuestran que no han sabido llevar hasta el final una idea simpática, aunque trillada, y que no han conseguido que el brutal carisma de su pareja protagonista les ayude a hacer una película mejor.

'El nuevo exótico Hotel Marigold', una agradable reunión de viejos amigos

Pocos medios como el cine han sabido explotar las reuniones de viejos amigos. Hace tres años, El exótico Hotel Marigold fue un perfecto ejemplo de esta forma de montar una película. En un Hollywood rendido a la juventud, encontrar una película de reparto veterano tan agradable como esta fue un soplo de aire fresco, y también lo fue en taquilla, machacando los prejuicios de la industria. Y si un filme así, que costó diez millones de dólares, recauda casi 150, puede verse como algo evidente que haya una secuela. El nuevo exótico Hotel Marigold viene a cumplir objetivos parecidos a los del primer filme. Dirigida como aquel por John Madden, esta continuación es tan agradable como su predecesora. No tan original, desde luego, pero tampoco tenía un gran gigante que batir. El exótico Hotel Marigold era correcta y su continuación también lo es. Sin dramas sobre las secuelas (que, sí, también pueden hacerse en un cine más independiente y no pasa nada) y sin buscar tres pies al gato. Entretiene, divierte y emociona. Sin más. Pero tampoco menos.

Este tipo de cine crece, obviamente, por la presencia de sus actores, y son ellos los verdaderos culpables de que la historia funcione. Y aunque se echa mucho de menos a Tom WIlkinson, una de las principales excusas para gozar de la primera película, repite buena parte del reparto original, encabezados por Maggie Smith, Judy Dench y Bill Nighy, en quienes está claramente puesto el foco de esta cinta coral, junto con la agradable y carismática presencia de la joven pareja que forman Dev Patel (actor que da la impresión de interpretar a todo personaje hindú que se cuela en un filme americano... y siempre convenciendo) y Tena Desae, con lo que hay razones de sobra como para disfrutar esta secuela de la firma forma que el filme que dio origen a esta serie. Smith es, de hecho, la auténtica conductora de la película, su motor emocional y el nexo real entre todos los personajes, así que es inevitable sentir un aprecio especial por su trabajo. Y los añadidos, principalmente Richard Gere y David Strairhairn, encajan a la perfección

Con tantos nombres repitiendo y con los nuevos personajes entrando con fluidez, el guión es algo sencillo de hacer. Pero también ahí hay que hacer alguna precisión. Como en la primera película, el libreto es obra de Ol Parker. Pero si bien la primera estaba basada en una novela, aquí recorremos territorio virgen. Y eso es algo que sí se puede aplaudir con fuerza. Tantas veces Hollywood se ha empeñado en adaptar libros de forma literal que encontrar una continuación natural a una historia que no tuvo novela se entiende como un maravilloso soplo de aire fresco. Parker, además, consigue que los personajes sigan siendo los mismos y a la vez evolucionen. Sin grandes florituras, sin enormes sorpresas, porque no es este el tipo de cine que requiere movimientos tales estridencias, incluso sabiendo de antemano que muchos de sus giros se van a producir exactamente como acaban aconteciendo. Pero da igual. El caso es disfrutar del viaje. Esa es una de las moralejas de la película y es perfectamente aplicable a la forma en la que hay que entender el filme.

Por eso, El nuevo exótico Hotel Marigold es una de esas películas tan fáciles de hacer como simpáticas de ver, una de esas que apuestan por el buen rollo, por los sentimientos amables, por la felicidad y el colorido, todo ello superando las barreras que se plantean durante el filme para acabar llegando a un final bonito, aunque matizable en algún aspecto (eso también es un acierto, porque limita su ya asumida previsibilidad). Sigue siendo una delicia ver a un reparto tan veterano captando toda la atención del espectador, porque eso supone una violación en toda regla de los dictados de la dictadura de la imagen que nos impone la cultura popular, y por mucho que todo lo demás siga el manual de la perfecta secuela y gracias a eso se pueda adelantar cada suceso de la película, son dos horas sumamente agradables. No cambiará la vida de nadie ni hará historia en el cine, ¿pero acaso no es una de las funciones del séptimo arte la de entretener y hacer que olvidemos nuestros problemas? Pues bienvenidos a El nuevo exótico Hotel Marigold.

jueves, marzo 19, 2015

'El año más violento', gran thriller de corte setentero

Con sólo tres películas en su filmografía, J. C. Chador se ha convertido en un director muy a tener en cuenta. A su afiladísimo retrato de la crisis financiera, Margin Call, siguió una técnica y cinematográficamente atrevida aventura marítima, Cuando todo está perdido. Y ahora evidencia que lo mejor de su cine está en los entornos urbanos y de negocios que ya había mostrado en su primer filme. El año más violento, consagración de un cineasta que en realidad tampoco la necesitaba, es un poderoso thriller de corte setentero, por mucho que su historia se desarrolle a comienzos de los años 80. La película se mueve siempre entre esos dos elementos, la excepcional forma en la que Chador analizar la realidad económica y social, como ya había hecho de forma más contenida en cuanto a espacio y tiempo en Margin Call, y el sabor clásico que desprende el relato, desde su ritmo pausado, acelerado sólo cuando su atractiva historia lo exige, hasta el fantástico trabajo del reparto encabezado con brillantez por Oscar Isaac y Jessica Chastain.

Chador toma como referentes a cinestas como Sidney Pollack o Sidney Lumet, aunque marcando unas distancias que se agradecen para ser diferente y personal. Así, no es El año más violento una copia, ni siquiera un homenaje, al menos no en su corazón. Pero sí comparte el mismo sabor clásico y elegante que tenían las mejores películas de aquellos, lo que provoca que algo se mueva en el espectador más acostumbrado a este tipo de cine. Son películas, en realidad, que ya no se prodigan demasiado, pero que cada vez que asoman la cabeza merecen que se les preste una atención que, por desgracia, rara vez consiguen. Y es una pena, porque en un mundo contemporáneo en el que parece cada vez más necesario llamar la atención, lanzar propuestas radicalmente diferentes o apostar por una agresividad visual propia con límites más difusos, lo clásico siempre se demuestra eficaz. Chador es una mezcla de ambos cines, el del pasado, el que seguramente le forjó como espectador, y el que él mismo es capaz de hacer.

Y no es fácil llegar a tanto con un ritmo tan controlado, incluso lento, como el que exhibe El año más violento. Ojo, no hay que confundir calma con aburrimiento, porque si hay algo que no es este filme es aburrido. No hay ni una sola escena que suena a prescindible dentro de la historia de este emergente magnate neoyorquino de la gasolina que tiene que lidiar con las prácticas mafiosas de sus competidores y con sus arriesgadas apuestas económicas. Lo fascinante es la sensación de que estamos viendo un viaje decisivo, una prueba definitiva de ideales, y fascina cómo va proponiendo Chador en ese camino una serie de dilemas éticas y morales que dan una cobertura sensacional a la historia y al trabajo de Isaac. Destaca algo más Chastain, aunque precisamente es su ausencia durante un tramo largo de metraje lo que se puede considerar como el punto más débil de la película. El personaje, la historia, la misma película, merecían algo más de tiempo en pantalla, algo que podría haberse hecho porque sus 125 minutos no son nada exagerados.

Puede que sea un cine que ya no sea capaz de cautivar a las masas, y eso acaba resultando fatal en un negocio pensado para ganar dinero, pero tiene tanta categoría que siempre va a merece la pena reivindicarlo. Chador domina con firmeza todo lo que hay en la pantalla, con unos diálogos espléndidos y una caracterización formidable, con una puesta en escena tan cuidada para las conversaciones como las escenas más intensas (formidable la realista persecución que abre el último tramo del filme). Viendo los muchísimos méritos de El año más violento, y la exagerada evaluación de las algunas de las nominadas al Oscar de este año, da algo de lástima que no se empiece ya a reconocer que Chador es un cineasta inteligente e interesante que, además, no da la impresión de haber rodado todavía su obra maestra. El año más violento no llega a serlo, pero no está tan lejos como puede indicar el olvido en que ha caído en los premios o incluso su tardío estreno en España.

'Pride', el lado divertido del cine más comprometido

Es fascinante que el cine británico sea, si no el único, sí el más capaz de encontrar con acierto todas las vertientes del cine social. Pride forma parte del mismo, porque en ella se exponen varias causas de las que merece la pena hablar. Ambientada en los años 80, en pleno gobierno de Margareth Thatcher, no por nada apodada la Dama de Hierro, tiene dos grupos de protagonistas: un colectivo de mineros en huelga de Gales del Sur y un grupo de gays y lesbianas menospreciados en público, luchando por sus derechos y en pleno nacimiento del miedo al sida. Pero Matthew Warchus, director del filme, no apuesta por el camino más histórico, documental y sobrio, uno que podría haber encontrado porque la película está basada en hechos reales, encuentra uno divertido, vitalista e inspirador. No es el cine comprometido, por ejemplo, de Ken Loach, aunque por el lado más implicado encuentra sensaciones no tan divergentes. Pero, incluso usando algunos tópicos, es un cine tremendamente entretenido, de los que hace salir del cine sonriendo.

Pocas cosas no funcionan en Pride. Para empezar, los personajes son adorables, y eso es algo muy complejo de conseguir cuando hay más de una docena de protagonistas a diferentes niveles. Pero Warchus se maneja muy bien con todos ellos, sabiendo no sólo dosificarles para que ni se eclipsen ni están desaparecidos durante largos tramos de la película, sino también haciendo que salten de tono con una enorme facilidad. Pride es cómica cuando debe serlo, es comprometida cuando el mensaje tiene más posibilidades de calar, es dramática cuando corresponde (y este es el aspecto más sutil del filme, y por tanto uno de los más elogiables) y es siempre inspiradora. Es cierto que tiene algunos clichés, casi imposibles de superar cuando una película da el protagonismo con tanta rotundidad a una comunidad mayoritariamente heterosexual enfrentándose a la aparición de un grupo de gays y lesbianas, y mucho más teniendo en cuenta la época en la que se desarrolla la historia, pero eso es fácilmente perdonable.

Las razones, múltiples. Para empezar, que el guión es exquisito, y sorprende que Stephen Beresford, su autor, no tenga ningún otro libreto producido. El mismo manejo excepcional de los personajes, además de con un excepcional reparto en el que los más conocidos son Dominic West, Bill Nighy o Imelda Staunton pero en el que casi todos brillan, está ya presente en la hoja escrita, y se nota en unos diálogos medidos y siempre adecuados. Sí se le puede reprochar que deje pasar alguna que otra oportunidad de seguir profundizando en algún aspecto concreto de la trama, pero hasta en eso sabe salir de forma elegante (como con el personaje que más recelo tiene hacia la irrupción de este grupo homosexual en el pueblo en el que transcurre buena parte de la historia, con el que no se ceba a pesar de que ocasiones tiene para ello), o que en ocasiones apuesta por la salida más fácil y políticamente correcta. ¿Pero tanto importa eso cuando Pride ha proporcionado dos horas de tan sincera diversión?

No es una tarea fácil que el cine inspire de una forma tan sincera, y más cuando las causas pueden ser ajenas al espectador. Pero Pride es tan sincera y aboga por una universalidad tan evidente (hasta se dice en uno de los diálogos que no importa la causa por la que se lucha, sino encontrar un amigo que te respalde, en una reivindicación preciosa de la parte más honorable del sindicalismo) que su contenido social engancha desde el principio, incluso aunque la película no quiera entrar en el oportunismo que pueda haber en la lucha por los mineros de este colectivo homosexual. La comedia, después, viene rodada. El choque entre diferentes no es que la ponga en bandeja, sino que deja un escenario formidable que la película aprovecha de todas las maneras posibles, en el entorno rural y en el urbano de Londres, con personajes de diferentes edades y condición social, en el núcleo familiar y en el social. Pride es una de esas pequeñas joyas que de vez en cuando ofrece el cine británico y que cautiva de principio a fin, mucho más sabiendo que es una de esas historias reales que acaban siendo más grandes que la ficción.

'Pasolini', más aburrimiento que escándalo

Hablar de Pier Paolo Pasolini y no mencionar el término "escándalo" parece algo imposible, y Abel Ferrara es plenamente consciente de ello en esta recreación que hace de un periodo de su vida muy concreto. Pero la sorpresa es que no hay tanto escándalo en la película, al menos no del que impregnaba el cine del autor italiano, sino que es un escándalo mucho más tibio, más sencillo, menos complejo. Es, de alguna manera, continuación del que Ferrara ya mostró en la lamentable Welcome yo New York. Y aunque Pasolini no desciende a los ínfimos niveles cinematográficos de la recreación del caso de Dominique Strauss-Kahn, es verdad que llega a producir aburrimiento en algunos de sus pasajes. Sin el carisma de Willem Dafoe, aunque su interpretación casi parezca surgir sin demasiado esfuerzo, la película habría sido mucho peor de lo que es. Por su protagonista y su temática podría haber sido un resurgir en la carrera de Ferrara, pero no es más que un paso más hacia la confirmación de que su cine ha perdido la garra que debiera tener.

El principal problema de Pasolini es que no se ve conflicto ni historia, sino una colección de retazos que tienen que servir al mismo tiempo como retrato y como legado del cineasta italiano, y la verdad es que esa sensación no se llega a tener en toda la película. Sí hay cierto magnetismo en la figura que recrea con cierta facilidad Dafoe, pero surge de escenas, planos y momentos a veces tan intrascendentes (se ve a Pasolini cogiendo ropa de su armario como si fuera un momento trascendente, o jugando al fútbol, en una secuencia que no tiene más propósito que el documental y que no suma nada al relato). Puede que lo más interesante sea ver la recreación que Ferrara hace del filme que Pasolini no llegó a realizar, pero son escenas que de alguna manera rompen ese retrato y tienen un tono totalmente ajeno al documento que la película podría haber sido, con lo que el choque es inevitable.

Ferrara no consigue trazar un retrato claro del personaje, ni siquiera se queda cerca. Puede fascinar en momentos concretos, como en la escena de la entrevista, puede acercarse a ese terreno del escándalo del que tanto gustaba en las escenas que reflejan su homosexualidad, menos de las que pudiera imaginarse, pero en el fondo queda la sensación de que no siempre estamos viendo al mismo personaje. O, al menos, que no le mueven las mismas emociones, los mismos sentimientos, ni como autor ni como hombre. Y encontrando flaquezas en la figura que la película ha de exaltar, es difícil que el conjunto emocione, por mucho que sea un sentido homenaje hacia su genio creador. Eso lo es, no hay duda, porque la presentación es casi reverencial. Pasolini se muestra como un creador exigente e imaginativo, e incluso sus ansias de provocación encuentran explicaciones de lo más coherentes. Siendo un retrato de una figura escandalosa, es una recreación políticamente correcta en todo momento. Quizás demasiado.

Y de esa forma, aún aplicando el freno que Ferrara no se impuso en Welcome to New York y forjando límites claros a la transgresión (incluso a pesar de una primera escena de felación que tampoco consigue demasiados efectos), el director tampoco llega a nada concreto y positivo. Quizá desde la adoración a Pasolini, seguramente difícil de encontrar entre un público contemporáneo que no gasta su tiempo en bucear tanto en la historia del cine, la película gane algo más de lo que ofrece al espectador común, pero incluso así es difícil adentrarse con lo que se ve en el pensamiento de 1975 del creador italiano más que en algunos momentos aislados. Puede ser un buen complemento histórico a la misma filmografía de Pasolini, aunque apenas parcialmente, y como la muestra de que Ferrara rinde tributo a su cine, pero no es exactamente una película que satisfaga las ansias de conocimiento sobre aquel cine de los años 60 y 70 del pasado siglo.

'Home. Hogar, dulce hogar', correcta diversión para los más pequeños

Viendo la arriesgadísima trayectoria reciente de Dreamworks, en la que sus películas de dibujos animados abrazan historias bastante poco habituales en este campo (Turbo) o con elementos que apuestan por cambiar las reglas del juego con osadía (Cómo entrenar a tu dragón), Home, que adquiere en España el subtítulo de Hogar, dulce hogar, puede ser un ligero paso atrás. Pero en realidad lo que supone es la búsqueda de un público distinto, uno más infantil de lo habitual. No es que en Home haya cosas que chirríen demasiado, pero sí es verdad que la película apuesta por un humor más sencillo, por unas moralejas sobre la familia y la amistad mucho más claras y por un modelo visual mucho más llamativo. En resumen, se busca el deleite de una franja de edad muy baja. El adulto más satisfecho será probablemente Rihanna, que puede sumar a su imperio multimedia el doblaje de la chica protagonista y las cinco canciones que coloca en la banda sonora del filme.

Y eso que en realidad la propuesta abre cuantiosas posibilidades para dar rienda suelta a la imaginación de los adultos, pero a ellos se les da satisfacción sólo muy de vez en cuando. La historia es sencilla, como no podía ser de otra manera. Los Boov son una raza alienígena de pequeños bichos de color cambiante con sus emociones que huye por toda la galaxia de unos seres de aspecto siniestro. En los nuevos mundos que colonizan, recolocan a toda la población y ocupan sus asentamientos. Por supuesto, este periplo les lleva a la Tierra, y por supuesto el protagonista será un Boov que no es como los demás que, por supuesto, trabará una amistad de circunstancias con una niña que tampoco se adapta al mundo en el que vive antes de la invasión de esta raza. Con eso ya está desplegado el habitual contraste entre diferentes con esas similitudes que al principio ninguno de los dos ve pero que les acabará acercando. Sí, es lo de siempre, por muy simpático que resulte por momentos.

En esa parte inicial se condensan los chistes que pueden hacer gracias al público más adulto, que también disfrutará con la simpática manera a modo de flashbacks en la que se resuelven algunos de los gags, pero el interés de la película está en proporcionar un trepidante entretenimiento a los niños, una vez que el simpático aspecto del protagonista les haya capturado por completo. En ese sentido, siempre da la impresión de que hay un intento de sumar el merchandising a los réditos económicos de Home, aunque no con tanto descaro como para que no haya un trabajo a la hora de construir los personajes, al torpón pero entrañable Oh o al líder de los Boov, el Capitán Smeek. En realidad, se apuesta por lo mínimo, porque no hay demasiados personajes con un papel lo suficientemente extenso como para requerir un doblador de importancia. En la versión original, Rihanna, Jim Parsons, Jennifer López, Steve Martin y Matt L. Jones son los únicos que pueden presumir de tener un personaje algo desarrollado. Es decir, la película busca lo más básico, lejos de complicaciones.

Por ello, no sería justo ignorar que cumple con sus objetivos, es honesta y directa, sabe cuándo acelerar el ritmo y no está mal llevada por Tim Johnson, director que había explorado terrenos mucho más adultos y complejos en Antz o Simbad. La leyenda de los siete mares. Incluso son moralinas, que se ven venir a la legua, están correctamente insertadas en la película, sin más ánimo de romper tópicos que encontrar una protagonista que cumpla con las cuotas que el cine de animación también quiere dar ya a las minorías raciales. Se quedan por el camino ideas que podrían haber hecho de Home una película mucho más arriesgada, pero probablemente por el camino se hubiera perdido a los más pequeños, niños que ya hayan dejado de ser bebés que puedan vivir su primera aventura en el cine con este mundo lleno de colores, formas divertidas, chistes y acción alocada. Y en ese sentido es una diversión correcta, sin más pretensiones pero con toda la sinceridad del mundo.

'Young Ones', grandes ideas que demandan una historia más compleja

No se puede decir que Young Ones, el primer filme de Jake Paltrow, llegue a decepcionar, pero tampoco llega a enamorar. No le faltan las grandes ideas narrativas y visuales para montar un western de ciencia ficción llamativo e interesante, pero sí adolece de una historia más compleja y ambiciosa que le hiciera más justicia. Y no hay que infravalorar el espléndido reparto que ha sabido conformar, pero no termina de colmar sus aspiraciones sobre todo en el caso de un personaje femenino, el de Elle Fanning, que sabe muy a poco. Quizá una mejora de ese personaje habría bastado para que esta historia fuera una muestra de género mucho más completa, e incluso rompiera por completo las sensaciones de intrascendencia que sí puede dejar en algunos momentos. Young Ones no termina de ser la película que podría haber sido, aunque sí es suficiente para que el nombre de su director se anote por encima de ser el hermano de Gwyneth Paltrow.

Como guionista y director del filme, Paltrow peca de poco ambicioso cuando todo parecía jugar a su favor para lanzarse sin reparos a contar su historia desde el punto de vista más valiente posible. Traza con bastante acierto un mundo cuasiapocalíptico en el que el agua se ha convertido en el bien más preciado por su escasez y donde el entorno recuerda al del viejo oeste, no sólo por esas áridas llanuras y rocosas colinas en las que acontece la historia sino también por la violencia que hay en ese mundo. La tecnología, que es lo que indica que estamos ante un escenario propio de la ciencia ficción, no se manifiesta en las armas sino en la especie de droides que se utilizan. El planteamiento es, como poco, interesante. Y que Paltrow quiera desarrollar en él una historia sobre la familia y sobre la paternidad es hasta audaz. Pero no termina de evolucionar tanto como la historia necesitaba y eso minimiza el efecto que provoca la película.

Es el personaje de Fanning el que mejor ejemplifica que Young Ones no llega hasta debería. La última escena que comparte con un fantástico Nicholas Hoult, que sigue construyendo una filmografía de lo más interesante, es la prueba de que su personaje daba para mucho más. Pero se convierte en un eslabón muy débil, en el lado quebrado de un cuadrado emocional que sobre el papel se antojaba fascinante. Y no por la labor de la actriz, que por momentos encuentra los picos de intensidad que requiere el personaje, sino porque este está completamente desdibujado en el guión. Ahí es donde falta ambición. Quizá también en la primera de las tres partes en las que Paltrow divide la película, muy expositiva de un mundo con indudable atractivo y un personaje, el de un siempre imponente Michael Shannon, pero poco incisiva en realidad, a pesar de que es ahí donde se gesta todo lo bueno de la película.

Eso parece llegar en el tramo medio y en el final, pero para entonces ya ha quedado claro que la historia no va a ir demasiado lejos, al menos no tanto como podía haber ambicionado. Dicho esto, quizá esté quedando la impresión de que Young Ones es peor película de lo que realmente es, cuando se trata de una atractiva incursión en la ciencia ficción, muy superior a otras muchas que sí consiguen llegar a los cines (se estrena en el mercado de vídeo y bajo demanda), que además cuenta con un sensacional reparto, elemento que por sí solo ya justifica la cinta. No, no es mala película en absoluto, está bien planteada y bien rodada, con un atractivo uso del montaje y con una arriesgada elección de puntos de vista, incluso con unos efectos especiales bastante resultones para ser una cinta de bajo presupuesto. Pero da cierta rabia que su calidad quede por debajo de lo que merecía llegar y de lo que cabía esperar. Interesante, pero algo escasa.

(Young Ones se estrena en vídeo y plataformas de alquiler)

viernes, marzo 13, 2015

'Chappie', Blomkamp amplía su fascinante universo

La trayectoria de Neil Blomkamp, aunque todavía breve, le ha generado admiradores y detractores, desde la extraordinaria District 9 a su espléndida pero mucho más discutible y sobre todo discutida Elysium. Y probablemente su tercer filme, Chappie, haga esa brecha aún más profunda. Algo de injusto hay en estos juicios si son demasiado severos porque Blomkamp, en apenas tres películas, ha sido capaz de convertirse en uno de los más grandes autores de ciencia ficción del momento. Su capacidad para desarrollar conceptos de enorme interés y profundidad dentro del género y su maestría para llevarlos a la pantalla de una forma creíble son sus grandes armas. Es verdad que Chappie se le escapa ligeramente en el tramo final, cuando se centra en las disquisiciones sobre el alma y la conciencia, y le sucede porque se mueve en terrenos demasiado simplistas para la trascendencia que tiene el tema, pero es fácil perdonar sus flaquezas porque para entonces ya ha creado un mundo cuasifuturista tan fascinante y lo ha mostrado con un ritmo tan salvaje.

District 9 evidenció que Blomkamp se mueve muy a gusto en terrenos conocidos. Sudáfrica, para empezar. Y un futuro cercano, para continuar. En este caso lleva su historia sólo hasta el año 2016, aunque el uso de la robótica obviamente sitúa el filme en un claro escenario de ciencia ficción. Con ambas cuestiones, y aunque Elysium también trataba temas actuales en un envoltorio mucho más dependiente del avanzado futuro que mostraba, es lógico pensar que hay más cercanía con su primera película que con la segunda. No debe de ser casualidad que tanto en District 9 como en Chappie Blomkamp contó con la colaboración en el guión de su esposa, Terri Tatchell, mientras que Elysium la escribió en solitario. Chappie, en realidad, arranca como una derivación más realista de Robocop, con la que comparte no pocos elementos, aunque actualizados y adaptados a la particular mirada de Blomkamp. Y aspira a ser una de las grandes películas sobre inteligencia artificial, aunque ese camino no lo llega a recorrer del todo.

Quizá el planteamiento era demasiado ambicioso para lo que en realidad quería contar Blomkamp o para el tiempo del que dispone, y queda demasiado poco para explorar los terrenos más filosóficos después de presentar el mundo en el que se desarrolla la historia. Y en eso Blomkamp es un maestro. Rueda con un vigor brutal y sus escenas de acción son formidables, gracias también a que los efectos visuales de la cinta son portentosos. Lejos de la artificialidad que suele verse en algunas superproducciones hollywoodienses, Chappie muestra un manejo sensacional de la imaginería de ciencia ficción, realista y con un movimiento fluido. Dicen que el mejor efecto visual es el que no se nota, y si Chappie no fuera un robot sería casi imposible decir que estamos ante un trucaje visual o incluso de qué naturaleza. Su integración como personaje es total, y escuchando en la versión original a Sharlto Copley se comprende su importancia como actor, al nivel de Dev Patel, Hugh Jackman o la escasa pero agradecida presencia de Sigourney Weaver.

Blomkamp es un cineasta agresivo, la película de hecho es algo más violenta de lo que puede parecer en un primer vistazo (a ello ayudan los desmadrados personajes que interpretan Ninja y Yo-Landi, raperos que aparecen con sus propios nombres en la pantalla, cuyo acento y lenguaje corporal resulta impagable para situar la historia), pero también tiene momentos de extraordinaria ternura con los que Chappie se coloca ya entre los grandes robots del cine contemporáneo. District 9 sigue antojándose como la película más completa de Blomkamp, pero es indiscutible que Chappie aporta muchísimo a su particular universo, uno en el que la puesta en escena (impresionante la ayuda que da la música de Hans Zimmer en este aspecto) es tan importante como el desarrollo emocional de sus personajes. ¿Que no es una película perfecta? No, no lo es. Pero está muy por encima de la media de un género que arriesga poco cuando hay mucho dinero de por medio. Blomkamp es un jugador nato. Y por eso sus aciertos se celebran más.

'Puro vicio', complicaciones innecesarias

Cuando acaba Puro vicio, queda la impresión de que la historia que cuenta Paul Thomas Anderson es algo completamente olvidable. No lo es su forma de componer planos, su puesta en escena o lo que consigue sacar de sus actores (aunque eso, por cierto, es debatible en cuanto a su protagonista pero también al resto de sus actores), pero para su séptima película se ha metido un jardín difícil de entender, ha buscado unas complicaciones innecesarias para llegar a una más que nunca alargada película en la que importa mucho más la diversión puntual que el conjunto. Es mucho más divertido quedarse con alguna escena, con algún momento de la rocambolesca interpretación de Joaquin Phoenix o con la aparición de alguno de los actores que casi parece servirse de un cameo más que de hacer un trabajo más elaborado, que con una historia de la que se desconecta con absoluta facilidad a la media hora de película. Y lo que empieza como un cruce entre Chinatown y El gran Lebowski acaba siendo una película que se queda a medias de casi todo y en la que lo que más destaca es el ya mencionado Phoenix.

Y no es que eso parezca difícil, porque en muchas ocasiones se tiene la clara sensación de que Anderson ha escrito cada escena del filme pensando si no exclusivamente sí sobre todo en la reacción que podría sacar de Joaquin Phoenix al rodarla. Tanto da que sea exagerada, pausada, alocada, irreverente, trascendental o completamente inverosímil, que de todo hay, la película gira en torno a lo que hace y dice su protagonista. Por eso, la mejor forma de disfrutar Puro vicio (mala traducción española, por cierto, quizá para llamar la atención) es centrarse en el detective privado adicto a la maría que interpreta en un innecesariamente enrevesado caso que hace que se pierda la concentración bastante pronto y que decepciona enormemente al final, cuando la conclusión del gran misterio que parece plantear la película es el punto más bajo de la historia. Puede que Anderson pensara una película como una metáfora del consumo de este personaje y su extraña vida, plenamente manifestada en su aspecto, en su viaje dándole a esa palabra el amplio sentido que ya sugiere el título, pero no consigue dar esa impresión de forma general.

En realidad, no es que Anderson se haya desviado demasiado de lo que ha venido ofreciendo como director desde que llamó la atención por primera vez con Boogie Nights, allá por 1997, y que ha prolongado en películas como Magnolia, Pozos de ambición o The Master, pero es difícil encontrar satisfacción en su resultado. Se le puede alabar por la forma en que se plantea las películas, por sus méritos como director de actores y por una enorme sensibilidad, casi pictórica, a la hora de componer sus planos, pero todo eso acaba siendo un envoltorio vacío, especialmente para quienes no sean capaces de conectar con la un Phoenix a cada nuevo filme más estrambótico y alucinógeno. Eso, por extraño que pueda parecer, es un elogio, por mucho que cada vez sea más plausible considerar el trabajo del extraordinario actor como una extensión natural de su extravagante personalidad. En el reparto hay más satisfacciones, como la insospechada de Katherine Waterston y la más habitual de James Brolin, aunque su personaje tenga una salida final que puede provocar algo de perplejidad.

Puro vicio es una película llamativa, provocadora y a ratos muy divertida, pero que está francamente lejos de suponer una experiencia positiva en conjunto. Pensando demasiado en lo que le podría aportar Phoenix, con el que ya trabajado antes, a Anderson se le escapa entre las manos una historia que pierde interés de forma progresiva. Si al comienzo de la película se presta atención por el detalle, por los personajes, por los nombres, por las relaciones que pueda haber entre uno y otro, al final todo da bastante igual, y eso resulta inadmisible en un thriller noir (incluso mantiene la voz en off propia del género, aunque viciada, nunca mejor dicho, por una a ratos hasta insoportable pretensión de trascendencia filosófica) que desperdicia así las posibilidades del relato y las del escenario escogido (un pueblo de Los Ángeles en los años 70). Y el caso es que da la impresión de que a los seguidores habituales de Anderson puede bastarles, pero sin ese respaldo previo ahora mismo parece complicado saltar a este tren en marcha que es su filmografía.

'La conspiración de noviembre', espías de saldo

La presencia de Pierce Brosnan en La conspiración de noviembre es, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor de la última película de un Roger Donaldson cada vez más venido a menos. Es lo mejor porque su planta, después de habérsela prestado a James Bond durante tanto tiempo y sin que en realidad se haya hecho demasiado justicia con su gran aportación al personaje, sigue siendo extraordinaria para un espía. Pero precisamente por eso lo peor es verle metido en esta película, un absoluto galimatías que parte de una situación política sumamente interesante para perder todo aliciente en un desarrollo que roza con demasiada facilidad la torpeza y en la que el único propósito al final sea el de pegar tiros, sin importar quién muere, por qué y a qué bando pertenece. Eso acaba haciendo de este filme uno de espías de saldo en el que tanto da lo que suceda, porque lo único que convence es su actor protagonista.

El problema es que este tipo de cine cada vez presta menos atención al detalle, y eso acaba arruinando el resultado final casi siempre. Sólo hay interés en lograr que un rostro famoso preste su nombre para que el cartel atraiga al público, colocar a una actriz guapa que pierda buena parte de su vestuario en alguna escena para cumplir con la cuota de pensamientos sexuales en el guionista, el director y probablemente en buena parte de los espectadores, y rodar con eficacia alguna escena de acción que luzca bien en el trailer. Se trata de embaucar previamente, pero por algún motivo el interés en el producto final es cada vez menor. Y eso se nota. En La conspiración de noviembre hay un uso lamentable del espacio y del tiempo, se descuidan los detalles, no importa demasiado que los personajes sean coherentes consigo mismos con tal de que las cosas se adaptan al plan y, lo que es triste en una película de acción, los bandos son totalmente inconsistentes.

Lástima que Donaldson haya caído en todos los clichés posibles del género, incluso encontrando nuevas formas de justificarse en las trampas que se hacen (atención a la niña de las fotos, un supuesto secreto que al principio parece como que no está y luego pasa tranquilamente al primer plano), porque la idea que sirve de base a la película es muy interesante, por el escenario político y de espías que plantea. Incluso el personaje de Pierce Brosnan, el agente Peter Deveraux, es bastante interesante (hasta una escena en la que destroza por completo su base emocional y psicológica con un comportamiento terriblemente difícil de explicar). Y hasta el prólogo, aún siendo fácilmente previsible, funciona como base del conflicto que se desata entre el protagonista y otro de los personajes. Los cimientos de la película no son malos, y la perspectiva de volver a ver a Brosnan como un espía que haga aflorar todos los buenos recuerdos de sus filmes de 007, ayudan a que se entre con placer a la historia. Pero la película arruina todas sus buenas posibilidades.

Los 100 minutos que siguen a ese prólogo van empeorando el resultado poco a poco, con giros argumentales descontrolados y a veces inverosímiles, casualidades excesivas, personajes que no responden a las expectativas generadas y a las posibilidades que tenían y, sobre todo, situaciones que son totalmente imposibles de creer, desde lo más mundano a lo más trascendental para la trama. Y lo peor de todo es que casi es mejor no detallar nada de todo esto para no arruinar las sorpresas que sólo interesarán a espectadores poco exigentes, porque quien sí guste del detalle en el cine de espías al que representa La conspiración de noviembre, se llevará tantas veces las manos a la cabeza que dejará de interesarle la presidencia rusa, el conflicto de Chechenia, por qué todo el mundo quiere localizar al personaje de Olga Kurylenko, el funcionamiento de la CIA o el manual del buen espía que parece desgranar Brosnan en sus conversaciones con el agente que interpreta Luke Bracey. En resumen, una pena.

viernes, marzo 06, 2015

'Calvary', cuestión de fe

Cuando un cineasta, en este caso John Michael McDonagh, se presenta con una película tan interesante como El irlandés, tiene más que ganada la atención a su siguiente trabajo. Es ley de vida. Si convences, te siguen. Calvary es su segundo largometraje y consigue que el interés inicial pase a ser ya una cuestión de fe. McDonagh es un director en el que se puede creer, que sabe rodar, que sabe escribir, que sabe interpretar la realidad, y hacerlo desde diferentes géneros, la comedia de El irlandés, el drama de Calvary. Lo que hace en esta segunda es admirable. Parte de una base de thriller, con una primera escena formidable, un plano fijo que saca todo el provecho a la extraordinaria interpretación de Brendan Gleeson y una voz en off que plantea el misterio de la película, para dar paso a una magnífica recreación de un microcosmos, un pueblecito irlandés, que con facilidad puede extrapolarse a la sociedad en su conjunto. De esa forma, el abanico de temas que trata la película es tan grande que casi parece un milagro, perdón por el fácil juego de palabras ante el protagonismo de un sacerdote, que todo tenga cabida en poco más de 100 minutos.

La genialidad de Cavalry pivota alrededor de los dos nombres que destacan en la película, McDonagh y Gleeson. El primero, director y guionista del filme, demuestra un dominio extraordinario de todo lo que acontece en la pantalla, pero también de las sensaciones que puede provocar al otro lado de la pantalla, entre los espectadores. Quizá haya algo de efectismo en el clímax de Calvary, pero eso es lo único que se le puede llegar a reprochar, porque tratar a su público con tanta inteligencia como lo hace basta para perdonar los defectos menores que pueda tener la película. Gleeson, por su parte, es uno de esos actores sensacionales a los que todo el mundo recuerda haber visto pero rara vez dónde. No es sólo que sea muy bueno o que haga un papel formidable en el filme. Es que resulta maravilloso su salto de género conjunto con McDonagh, desde el policía de El irlandés a este sacerdote de profunda carga psicológica y emocional.

Con la base de esos dos trabajos geniales, la película fluye con tanta facilidad que se puede permitir el lujo de abordar una enorme cantidad de temas. Parte el filme de lo más polémico y turbio, los abusos a menores dentro de la iglesia, y acaba pasando por un enorme espectro de cuestiones, desde el maltrato doméstico al fracaso personal, pasando por el alcoholismo o la fe católica. Cada personaje que aparece en la película tiene algo que aportar y de hecho lo hace dentro de ese mencionado microcosmos de McDonagh. Por eso la película es tan interesante, porque habla sobre las fachadas que construyen las personas para esconder sus secretos y las diferentes maneras en las que se pueden derribar, y lo hace desde una multiplicidad de puntos de vista pero también a través de la mirada del sacerdote protagonista, que atiende a todos los problemas por igual sin importarle su grado de simpatía o comprensión.

Como ya se vio en El irlandés, a McDonagh le encanta el cinismo como parte ineludible de las relaciones personales. Por eso puebla Calvary de diálogos muy certeros, realistas, adecuados a cada uno de sus personajes y a la acción que muestra la película. La pesada losa del paso de los días (la película transcurre en una semana, y tiene una explicación que se cuenta ya en esa primera escena) es un elemento más que ayuda a crear una atmósfera sensacional, cruda y realista, como un reflejo de la misma sociedad a la que de alguna manera quiere representar este pueblo irlandés. Y es que no deja de ser algo a aplaudir que desde una mirada tan circunscrita a un entorno tan concreto, no hay que olvidar que McDonagh centró en el mismo punto geográfico tanto El irlandés como Calvary, acaba creando una todavía corta filmografía pero extraordinariamente compleja en cuanto a temas y situaciones. Si la primera interesó y la segunda confirmó, sin duda ahora hay muchas más ganas de ver qué hará McDonagh en su tercera película.

'Selma', la emoción es histórica

Cuando una película tiene un aspecto tan irreprochable como el de Selma y su tema es tan trascendente, los elogios suelen caer en cascada. Las nominaciones, también. Pero cuando la emoción llega de los sucesos históricos que interpreta y no de la propia película es que algo falla. No hay mucho que lamentar en Selma, la película de Ava DuVernay, pero tampoco hay gran cosa que perdure por sus méritos cinematográficos. Sí, la caracterización de Martin Luther King que hace David Oyelowo es intensa y a ratos espléndida, el reparto parece magnífico en casi todos los casos, y la reconstrucción histórica es tan lujosa como se puede esperar, por mucho que siempre haya cierta controversia en torno a algunos detalles de la adaptación. Pero la historia manda sobre la película con demasiada facilidad. Lo que emociona es porque sucedió, no por cómo nos lo está contando el filme, por muy imprescindible que sea la realización de películas como esta para no olvidar que esto aconteció hace no tantos años.

Eso, no obstante, esconde un mensaje inquietante. Y es que a veces da la impresión de que una película de negros, valga esa simplista y un tanto insufrible etiqueta, tiene que estar entre las grandes del año. Parece que si se aborda un gran tema racial la crítica ha de ser más complaciente e incluso reverencial. Y teniendo tan fresco el recuerdo de 12 años de esclavitud, Criadas y señoras o la misma Lincoln, es difícil valorar Selma mucho más allá de lo que sí es. Es una buena película, pero no está entre las que marcan una época, entre las que perduran en la memoria o entre las que puedan recibir el calificativo de definitiva. Interesante, sin duda. Con buenas escenas, sobre todo las que rodean a las marchas que se iniciaron en el puente Edmund Pettus, incluso la recreación de los discursos de King (aunque, en el fondo, se echa en falta la presencia del "I have a dream") gracias al muy buen trabajo de Oyelowo. Pero es poco lo que surge de los méritos cinematográficos, de la dirección de DuVernay o de otros apartados que no sean técnicos.

La sensación es que había que contar la historia, y que esta, por sí sola, ha de ser capaz de conmover a públicos norteamericanos y de cualquier parte del planeta. Y en parte es cierto. Es una historia emocionante, importante, aleccionadora, pero todo es tan tópico que Selma acaba camuflada en un cine amplio y poco arriesgado. La música es la que cabe esperar en las escenas en las que parece lógico incluirlas, las cámaras lentas aparecen cuando corresponde, los primeros planos y los generales se colocan exactamente donde lo diría cualquier manual. Irreprochable todo, sin duda. ¿Pero y el alma de la película? Esa se queda en el influjo de este Martin Luther King. Y eso que la fotografía, tremendamente oscura en demasiados momentos y de forma innecesaria, impide apreciar algunos momentos de las interpretaciones de otros actores de la película, entre los que destacan el siempre sensacional Tom Wilkinson o un Tim Roth mucho más interesante cuando se aleja del cine más comercial.

Selma, que toma el título del nombre del pueblo en el que acontece la protesta concreta que refleja la película, es correcta pero acaba resultando mucho más interesante para historiadores o sociólogos que para amantes del cine. Al filme se le escapan entre los dedos las posibilidades contar una historia desde un punto de vista original, a través del periodista o de la propia mujer de King, y sus momentos cumbre quedan confinados a la previsible glorificación de un protagonista sin tacha, mesiánico y trascendente en grado sumo, cuyo cansancio, mostrado en el tramo final del filme, no deja de ser más que una concesión a que su efigie no sea granítica y perfecta. La figura de Martin Luther King es, no obstante, razón suficiente para disfrutar con Selma. Su pelea, su ideario, su forma de enfrentarse a los problemas raciales en Estados Unidos justifican la película. Es más, la hacen necesaria. Pero esta no deja de ser una forma de conmemorar un aniversario de un hecho histórico mucho más que un filme verdaderamente inolvidable.

'Los Caballeros del Zodiaco. La leyenda del Santuario', correcta actualización

Los conocedores del manga o del anime televisivo de Los Caballeros del Zodiaco saben que el objetivo que se ha propuesto esta sexta película basada en la franquicia, la primera que se estrena en cines en España, es casi un imposible. La idea de Los Caballeros del Zodiaco. La leyenda del Santuario es reinterpretar la primera y más conocida saga de estos guerreros mitológicos, la que culmina en las doce casas, y condensar todo eso en los 93 que dura el filme es, efectivamente, harto complicado. De esa forma, la película supone una excesiva reducción de todos los elementos que pone en la pantalla. Quizá quien no conozca el referente original no lo note tanto, y disfrute más de este sencillo divertimento, de esta correcta actualización de la serie en su primera revisión en animación por ordenador, que apabulla por la inmensa cantidad de detalles que quiere incluir y que por el camino, eso sí, se olvida de lo importante que son los personajes y los detalles que los hacen únicos.

Dicho de otra forma, la película es una escena de acción prácticamente continua que no da mucho margen al reposo ni a las explicaciones, que prácticamente le sobran a la película desde ese punto de vista. Hay que contar el origen de Saori como reencarnación de Atenea, la llegada de los caballeros de bronce y su asalto a las doce casas del zodiaco en el Santuario para salvar la vida de la diosa a la que protegen de los intentos del Patriarca de acabar con ella. Eso deja casi una veintena de personajes con un papel mínimamente extenso y no menos de una decena de combates, que en la memoria de los aficionados a Saint Seiya, título original de la serie, se extienden por separado durante varios episodios de la serie de televisión con muchos momentos emblemáticos. Faltan cosas, pero la labor de compresión es notable y hay que elogiar que el conjunto mantenga cierta coherencia quitándole tantas piezas necesarias para entender el rompecabezas, y que la épica del relato se mantenga intacta, algo que debe mucho a la animación por ordenador empleada.

Y es que, aunque haya algunas modificaciones polémicas, sobre todo en lo que se refiere a la luminosidad de las armaduras de los caballeros, lo cierto es que el aspecto visual de la película es fantástico. Los Caballeros del Zodiaco luce espléndidamente en CGI y la animación, ya desde la primera y fascinante secuencia del filme, encaja a la perfección en este mundo. Incluso permite un nivel de acabado y de detalle que hasta ahora no se había visto en la saga, y que brilla especialmente en la mastodóntica reinvención del Santuario, un prodigio de arquitectura fantástica. La animación por ordenador también hace que las batallas sean muy disfrutables, sobre todo la que cierra el filme, por mucho que, en realidad, a todo le falte el espíritu que desbordaba tanto el manga como el anime originales. El intento de compensar esa frialdad con el humor es claramente fallido, y como ejemplo destaca el insoportable número musical con el que se destroza al Caballero de Cáncer, otrora un personaje temible y muy atractivo.

Los Caballeros del Zodiaco. La leyenda del Santuario dista muchísimo de ser la encarnación perfecta de los personajes. En primer lugar, porque trata de abarcar demasiado. Su ambición acaba siendo su peor enemigo, porque hace que el guión sea demasiado escaso, incluso trufándolo de detalles que harán las delicias de los seguidores clásicos de la serie. Desde un punto de vista muy severo, la adaptación se la juega en algunos momentos, pero en realidad sale bastante bien parada en términos generales. Lo actualizado funciona casi siempre (los cascos cerrados de las armaduras, la sustitución de las inmensas cajas que las contenían por colgantes, que el Santuario no sea un lugar accesible en la Tierra), y se acepta sin demasiadas reservas el carrusel de acción que propone porque visualmente es un producto muy logrado. Quizá una apuesta menos humorística hubiera ayudado a que la épica fuera mucho más pronunciada, pero como primer acercamiento por esta vía a la saga llega con facilidad al aprobado.

'Maps to the Stars', el doble retroceso de Cronenberg

Siendo esta una simplificación perfectamente debatible, David Cronenberg ha tenido dos grandes picos en su carrera. El primero fue en la primera mitad de los años 80, cuando se convirtió en un maestro de lo inquietante, lo macabro y lo repulsivo, un gran director de género con una enorme capacidad de sorprender. El segundo fue a mediados de la pasada década, cuando dio un descomunal salto de madurez con dos películas espléndidas, Una historia de violencia y Promesas del este. Pero de la misma forma que se difuminó el primero antes de llegar el segundo, ahora Cronenberg está en una etapa que bien podría calificarse de retroceso desde dos puntos de vista. Por un lado, el de calidad. Un método peligroso, Cosmópolis y ahora Maps to the Stars están muy lejos de los resultados de esas dos películas anteriores. Por otro, en lo temático, porque en este último filme Cronenberg vuelve a temas y personajes que entroncan con los de sus comienzos, lo que a estas alturas contribuye a generar cierta perplejidad.

Cronenberg consigue que la evaluación simplista de su película sea francamente compleja. ¿Es un producto fallido? En realidad, no. ¿Pero es una de sus grandes películas? Tampoco lo parece, ni siquiera desde el prisma más benévolo. Lo que ofrece Maps to the Stars es una historia extraña, retorcida, con personajes torturados y al límite, con un alto componente de crítica al sistema de Hollywood, aunque en realidad tampoco suene a nuevo ni a especialmente rompedor, quizá con las pretensiones de que la película se pueda leer como una crítica social más amplia aunque en el fondo cueste encontrarle ese propósito. Y con múltiples referentes, que van desde el propio cine de Cronenberg en sus inicios, con personajes que luchan contra sus demonios internos y el pasado, a algunos títulos de David Lynch (Mulholland Drive o Inland Empire vienen con facilidad a la cabeza), pasando incluso por el ejercicio de estilo visual y actoral de Stoker, por influencia directa de Mia Wasikowska, protagonista en ambas.

Esos personajes extremos son, en realidad, los que suscitan buena parte de la atención de Cronenberg y los mejores momentos de su película, por mucho que sea difícil encontrarle un sentido más allá de lo extravagante. Y en este sentido no se puede negar que es un espléndido director de actores. Todos, incluso a Robert Pattison (algo que no se podía decir en Cosmópolis) encajan perfectamente en su papel. Julianne Moore aporta la excelencia, encabezando una excelencia femenina que pasa por el drama interno que sufre Olivia Williams, por la esotérica presencia de Sarah Gordon o la siempre compleja personalidad que borda la mencionada Mia Wasikowska. John Cusack, el propio Pattison y el actor juvenil Evan Bird son la réplica masculina. Aunque este último es el que destaca porque su papel se lleva algunas de las escenas más agradecidas (y cargadas de cinismo), es obvio que hay un desequilibrio en el que ellas se llevan las partes más significativas del filme.

Dentro de ese retorno a los orígenes que parece ser Maps to the Stars, lo que más se puede agradecer es el regreso a ese Cronenberg atmosférico e inquietante, que también se ve en algunas escenas. Tampoco se puede negar que es una película que genera un efecto en el espectador, no deja indiferente, y eso es propio de creadores que merecen la pena. Puede que no sea el Cronenberg más accesible, ni tampoco el más certero (incluso en la elección de escenas y escenarios; se antoja difícil descubrir qué aporta una escena de Julianne Moore sentada en el inodoro con estreñimiento hablando con el personaje de Mia Wasikowska sobre su novio y otros menesteres, más allá de la rareza y por muy extravagante que quiera ser la película), pero sí es uno que genera emociones. Y ahí siempre destaca el Cronenberg más cínico (ojo a la escena en la que el personaje de Moore descubre que va a conseguir un papel por el que suspiraba), por encima del que bordea lo surrealista.