viernes, noviembre 07, 2014

'El amor es extraño', y este retrato también

Hay un problema con El amor es extraño. ¿Cuál es el tema central de la película? ¿Qué es lo que intenta contar exactamente? Si lo que busca es hablar del compromiso ante la adversidad, hay momentos en la cinta de Ira Sachs que rozan lo extraordinario. Pero si quiere hablar del amor en sí mismo, hay algo que no termina de encajar, más después de ver un epílogo que, en realidad, habla de algo completamente diferente. Por eso, la película deja una sensación de cierta frialdad que no casa demasiado con la emotividad que quiere presidir su historia, la de dos hombres que después de 39 años de relación deciden casarse y eso tiene consecuencias sociales graves en su vida privada. Es tierna y emotiva gracias a las magníficas interpretaciones de John Lithgow y Alfred Molina, pero al mismo tiempo el envoltorio despista bastante, precisamente por la falta de un objetivo claro.

En realidad, lo que es un problema forma parte de la riqueza del filme, y es que, a falta de uno claro y predominante, hay muchos temas posibles en El amor es extraño. La relación entre Ben (Lithgow) y George (Molina) tendría que haber sido el principal, pero en realidad lo es sólo en parte. Los dos protagonistas aparecen en tantas escenas el uno sin el otro que el atractivo de ver la química entre ambos se diluye ligeramente, y es una pena porque ambos realizan una total inmersión en sus papeles, en especial un Lithgow que muestra de forma brillante una fragilidad emocional y física que no acostumbra a mostrar. Su separación física, que no emocional, es de hecho uno de los puntos más desconcertantes de la película. Asumible en el argumento pero no del todo un acierto si, insistiendo en el mismo punto, ese pretendía ser el corazón de la película.

Y es que, a partir de los problemas de esta pareja, surgen otros temas que por momentos eclipsan al central. El matrimonio que forman Kate (Marisa Tomei) y Elliot (Darren Burrows), sobrino éste de Ben, se lleva bastante protagonismo. Su situación como pareja, su experiencia como padres, incluso el incordio de tener en su casa a un familiar, son cuestiones que habrían servido para que estos dos personajes protagonizaran su propia película. Y dado que muchas de sus escenas sólo cuentan con la presencia de Lithgow y no la de Molina, devoran parcialmente esa historia que debía ser la central, y que tras el arranque sólo recupera ese papel en dos o tres ocasiones durante la película, hasta llegar al desenlace, una escena muy emotiva que, probablemente, debía haber cerrado la historia. Ira Sachs, director del filme, apuesta en cambio por un epílogo que desvía aún más el tema de la película, invita a pensar de nuevo en su título pero no en el camino que habían marcado Lithgow y Molina.

El amor es extraño es precisamente eso, una película por momentos extraña. un drama inteligente por momentos y siempre tan bien llevado que da la impresión, probablemente, de ser mejor película de lo que en realidad es, porque una vez concluye es cuando el espectador puede darse cuenta del dilema temático que encierra. Con todo, es una cinta con sus momentos divertidos (la conversación entre Lithgow y Tomei mientras ella intenta escribir es divertidísima), emotivos (la visita de George a Ben en una noche lluviosa) e incluso poéticos (el cuadro que pinta Ben y el significado que acaba adquiriendo). Lo extraño no es tanto el amor, que en la película eso sí se muestra en las manifestaciones más diversas, sino que haya tantos cambios de rumbo en una historia que sólo llega a los 100 minutos. Un camino entretenido, simpático y dramático a partes iguales, pero que seguramente podría haber dado mucho más de sí.

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