lunes, junio 30, 2014

'Mi otro yo', haciéndose trampas al solitario

Cuando un director, de la procedencia o el prestigio que sea, decide adentrarse en el cine de género, tiene dos opciones. Puede fijar unas normas y seguirlas, o puede saltárselas. La siempre personalísima Isabel Coixet ha decidido seguir el segundo camino en su última película, Mi otro yo. De esa forma, Coixet acaba haciéndose trampas al solitario porque ni siquiera establece esas normas básicas. Una vez que se muestra la resolución de su propuesta, es inevitable sentir la sensación de que no hay demasiada coherencia en el planteamiento y en su desarrollo. Quiere montar un thriller psicológico y lo único que consigue es una estética razonable y una ambientación interesante, porque el conjunto acaba siendo un castillo de naipes que ni siquiera llega a construirse del todo antes de caer. Mi otro yo no era una papeleta fácil porque el tipo de historia que desea contarse aquí ya se ha mostrado incontables veces. Por eso, y por la etiqueta ineludible de Coixet, cabía esperar algo diferente, pero la película viene a ser otra más.

En realidad, el primer gran problema de la película de Coixet es que es demasiado obvia, en primer lugar en el propio planteamiento, pero es que tampoco hay sutileza en las pistas que va dejando, y por eso los medios que utiliza para configurar su planteamiento acaban siendo demasiado engañosos. Lo malo de un thriller de este estilo es que hablar abiertamente de los elementos con los que se juega supone destripar por completo la película. En estas líneas no hay spoilers, pero sí hay que decir que la trampa es una constante. Sirve para generar sensaciones, un terreno que a Coixet no le es nada ajeno, pero en primer lugar es algo bastante puntual y después es absolutamente incongruente.Las pintadas, los cristales rotos, el sonido, el columpio, las luces... Todo muy manido. Pero sin una razón de ser clara, quedando además mucho más difusa la que hubiera una vez que la película cierra sus conclusiones de una forma rotunda y nada ambigua.

La película cuenta la historia de una joven (Sophie Turner, sobradamente conocida por su papel de Juego de tronos y que se enfrenta aquí con relativa solvencia a su primer papel protagonista en el cine), con una vida idílica que de repente empieza a hacerse pedazos por un problema que afecta a sus padres (Rhys Ifans y Claire Forlani). Lo sorprendente es que, a pesar del pretendido aire de misterio, de que se adorna la historia con una representación de Macbeth que la joven enseña junto a su profesor de literatura (Jonathan Ryhs Meyers) y con su vida de instituto, y de que la película no llega siquiera a los 90 minutos de duración, hay enormes tiempos muertos, escenas que no terminan de decir nada y muchos minutos en los que apenas están sucediendo cosas que permitan entender con más claridad la trama o a los personajes. Quizá la indefinición como thriller afecte también al resto de la película.

A pesar de la mencionada etiqueta elitista que acompaña a Coixet, el problema de Mi otro yo no está ahí. No es que sea una película de difícil acceso. Está en que no se sostiene como thriller, y apenas lo hace como retrato de personajes interesantes por culpa de la falta de coherencia. Hay momentos en los que sí parece que la película puede despegar, pero las constantes trampas que hay en su desarrollo acaban por arruinar esa posibilidad. Hay, de hecho, más intensidad en el trabajo de los actores que en cualquier otro elemento de la película, incluyendo su guión. El interés que pueda generar la primera escena, muy intrigante, se diluye rápidamente, en cuanto queda claro que en la cinta sólo hay retazos de lo que podría haber sido y una estructura sin cohesión en la que cualquier escena se podría haber eliminado sin que el conjunto se resintiera más todavía.

viernes, junio 27, 2014

'El sueño de Ellis', tan irreprochable como poco emocionante

Visual, técnica, narrativa y actoralmente es muy difícil encontrarle algún pero a El sueño de Ellis, una de esas películas pensadas para encandilar desde el primer hasta el último minuto. Pero le falta alma, le falta emoción, le falta lo que resulta imprescindible en una película de estas características para que la conexión con el espectador sea fuerte. Sin sentimiento, a pesar de que el drama que cuenta James Gray es tan duro como realista, la película se queda por debajo de lo que podría haber conseguido, incluso con esa perfección casi absoluta que consigue en algunos terrenos. Y eso deviene incluso en algunos momentos de aburrimiento dentro de los largos 120 minutos que dura el filme. Incluso admirando muchos elementos en todo momento, pero desconectando con mucha facilidad de lo que se nos está contando. El sueño de Ellis (que reconduce el título original, La immigrante) es una historia que convence pero no emociona.

La película sigue las dramáticas peripecias de Ewa, una inmigrante polaca que llega a Estados Unidos a través de Ellis Island (de ahí el título en España) y que debe cambiar su mentalidad para poder sobrevivir en un entorno hostil, sin ayuda de nadie y por conseguir ayudar a su hermana. Gray, que también es coguionista del filme, es un director hábil a la hora de crear ambientes, y aunque hasta ahora había realizado más thrillers contemporáneos que otra cosa (Two Lovers, La noche es nuestra), logra hacer más que creíble el ambiente neoyorquino de los años 20 del pasado siglo, sin dejar de lado el entorno cabaretero decadente en el que ha de desenvolverse la protagonista. El escenario, el vestuario y todo el diseño se convierte prácticamente en un personaje más, en uno fundamental para entender el notable efecto que causa la película desde ese punto de vista.

Tan irreprochable como el aspecto es el reparto. El sueño de Ellis es una de esas películas que no se pueden entender sin una actuación principal sobresaliente. Marion Cotillard tiene una asombrosa capacidad de metamorfosis. Como la película narra una odisea emocional considerable, es una delicia ir viendo los matices en los que Ewa se va transformando. Joaquin Phoenix y Jeremy Renner son dos espléndidos acompañamientos para Cotillard, pero hay que insistir en que lo esencial es el papel protagonista. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, que son muchos y se ven en prácticamente todas las escenas, ellos tampoco consiguen que la película trascienda y dejan al espectador en una cierta insensibilidad ante lo que está sucediendo. La forma en la que acaba el filme, a pesar de ser un hermosísimo plano, viene a confirmar este aspecto.

No es tan extraño que se dé en una película esa aparente contradicción entre unos cuantos elementos de gran brillantez y un ligero aburrimiento en el patio de butacas. Quizá el gran problema de El sueño de Ellis esté justamente ahí, en que el brillo que da a algunos de sus elementos se lleva por delante el alma que tendría que tener el filme. Y es que, aún siendo un drama de aparente peso, no hay demasiada conexión emocional con los personajes y tampoco elementos de gran resonancia en nuestro días. Ni siquiera con el delicado tema de la inmigración se puede establecer conexión con el espectador contemporáneo, porque apenas se le da importancia tras la primera escena y la hermana de Ewa desaparece por completo de la trama hasta la resolución final. Disfrutar de Marion Cotillard puede ser una razón más que suficiente para ver la película, pero siempre queda la sensación de que El sueño de Ellis podría haber dado mucho más de lo que finalmente ofrece.

miércoles, junio 25, 2014

'Yo, Frankenstein', una de esas malas entretenidas

Sería absurdo esconder que Yo, Frankenstein es una película mala en muchos sentidos. Pero igualmente absurdo sería no reconocer cierta diversión culpable al verla. Es mala, de acuerdo. A ratos, bastante mala. Hay giros, explicaciones y diálogos que no se sostienen de ninguna de las maneras, y los personajes son cuadriculados. Pero tiene ritmo. O, por lo menos, mucha acción sin parada, lo que hace que sus 92 minutos se pasen bastante rápido, incluso admitiendo, de nuevo hay que volver a la premisa inicial, que estamos ante una película mala. En realidad, no deja de ser una vuelta de tuerca a las premisas de la saga Underworld (¡si hasta hereda a Bill Nighy como uno de los actores principales!), pero cambiando los hombres lobo y los vampiros por demonios y gárgolas, añadiendo una iconografía cristiana que tampoco es tan importante y colocando entre ambos bandos al monstruo de Frankenstein, rebautizado aquí como Adam. A pesar de sus 65 millones de dólares de presupuesto, su aspecto de serie B le da un ligero encanto.

Y es ahí por donde la película se va salvando de un gran ridículo, porque hay momentos en que lo bordea, destacando especialmente el momento en el que Adam (Aaron Eckhart) explica a una realmente asombrada reina de las gárgolas (Miranda Otto) cuál es el asombroso plan de los demonios liderados por Naberius. La guerra entre ambas facciones es, efectivamente, herencia absoluta de Underworld, también la estética de la película (trasladada de nuevo al presente, la única forma en la que parece que se quieren mover todos estos productos). No hay sorpresa alguna en este sentido, puesto que Kevin Grevioux, autor del cómic en que se basa Yo, Frankenstein, es a su vez cocreador de la saga protagonizada por Kate Beckinsale. Sí es más sorprendente que ésta sea la segunda película como realizador de Stuart Beattie, después del sorprendente éxito que supuso en Australia, su país de origen, la primera que dirigió, Mañana, cuando la guerra empiece, una cinta de aspecto, tono y preocupaciones diametralmente opuestos a esta.

En realidad, la película no está basada directamente en el cómic de Grevioux (que es también coautor del argumento junto a Beattie y se reserva el papel de productor y hasta un personaje en la cinta), sino que expande una misma idea que en las viñetas ha explorado de una forma diferente. La historia, de esta forma, no difiere mucho de otras propuestas similares, como la ya mencionada Underworld o la de Cazadores de sombras, por citar un par de ejemplos. Ni siquiera la presencia del monstruo de Frankenstein le da un cariz diferente a la película. Por mucho empeño que le ponga Aaron Eckhart, y por muchos intentos que haya en la historia de dar importancia a la ausencia de alma, a su turbio pasado o a la forma en la que fue creado, lo cierto es que no hay demasiado trabajo de composición del personaje. Ni de este ni del de nadie. Lo que importa es la acción y de eso hay muchísimo y variado en Yo, Frankenstein.

De hecho, eso acaba siendo la única razón de ser de la película y lo que salva el resultado final de la quema, siempre visto desde una perspectiva benévola. Y es que la acción no está mal resuelta. Incluso los efectos visuales, aunque están lejos de la perfección, le dan un toque simpático y relativamente atractivo al filme, aunque al final todo esté construido con bastantes agujeros (el principal, el más palpable, la idea de que demonios y gárgolas libran una batalla al margen de los humanos y constatar que al morir un integrante de cualquiera de los dos bandos se monta tal espectáculo de luz y sonido que parece imposible que no haya espectadores de las peleas dentro del plano). Mala, sin duda, pero probablemente una de esas malas que encontrará un público benevolente que llegará a disfrutarlas. Pese a todo y aún con el final abierto, parece difícil que Yo, Frankenstein corra la misma suerte que Underworld y sea el inicio de una saga.

lunes, junio 23, 2014

'Amanece en Edimbrugo', felicidad enlatada

Siendo el musical uno de esos géneros que despierta aversión en quienes no llegan a disfrutarlo, la conclusión es evidente: si no te gusta el musical, Amanece en Edimbrugo no es tu película. Musical, efectivamente, con música de The Proclaimers, basada en un musical teatral de gran éxito en tierras británicas y con un inquebrantable buen rollo, una felicidad constante que supera todos los problemas que se van planteando en la película. Sin embargo, todo parece enlatado. Desde la postal de Edimburgo a la que parece limitarse el filme hasta la letra de las canciones, que siendo terriblemente pegadizas abusan del recurso de repetir estribillos hasta el punto de dejar la sensación de que se están alargando artificialmente, pasando por ese limitado entorno teatral que sólo se rompe en la última escena de la cinta y que en realidad acaba limitando el efecto grandioso del que suele hacer gala el gran musical. Buen rollo, sí, pero la película se queda ahí.

El principal problema es que nada parece enganchar al mismo nivel que lo hace la música. Y si hay un elemento que adolece del gancho necesario es precisamente la historia. La película arranca con dos muchachos de Edimburgo que regresan a casa después de una misión en Afganistán, dos buenos amigos, y uno de ellos además novio de la hermana del otro. Llegan justo a tiempo para la celebración del 25º aniversario de bodas de los padres de éstos, y para que el soltero encuentre el amor en una compañera de trabajo de su hermana. A partir de esa feliz estampa, la vida comienza a colocar problemas, pero el drama no termina de hacerse tan patente como esa irrefrenable felicidad de la que hace gaña la película. ¿Conclusión? Que no hay conflicto. Lo que tendría que ser emocionante no lo es tanto. Lo que tendría que preocupar no lo hace tanto. Y así todo, con lo que el avance no es tan sentido como debería.

Salvo en lo que se refiere a la música, por supuesto. Pero aún así la dirección de Dexter Fletcher en esta su segunda película se antoja muy escasa. No hay grandes números musicales, salvo el que sirve para cerrar la película con la mayor de las sonrisas. Es más, da la impresión en todo momento de que hay una cierta limitación en lo que se permite que los actores hagan ante la cámara, un par de pasos de baile y poco más. Y eso que el reparto, adecuado y suficientemente carismático, está entre lo mejor de la película. Pero sigue faltando algo de emoción, también en los mejores números musicales (el del pub o el del museo, por ejemplo). Es verdad que el optimismo absoluto que transmite la película basta para que algunas canciones y unos pocos diálogos saquen sonrisas (las puñaladas entre Escocia e Inglaterra se cuentan entre las mejores), pero es inevitable pensar en algunos personajes completamente infrautilizados (sobre todo el sobrino de uno de los dos protagonistas; cuando se tiene a un niño con semejante carisma hay que darle cancha).

Lo bueno de Amanece en Edimburgo es que su propuesta es tan clara que cumplirá fácilmente con su objetivo. Quien necesite una dosis de buen rollo, algo de buena música, una historia de personajes con los pies en la tierra, atractivos y cercanos, con ese toque especial del cine británico, seguro que disfrutará de la cinta. Pero, reconociendo sus méritos, es difícil que la película vaya más lejos, porque la sencillez, a veces incluso la simpleza, preside algunas de sus tramas, que se resuelven como lo hacen de la misma forma que podrían haberse resuelto en sentido contrario sin que hubiera pasado nada. Que la optimista propuesta de Amanece en Edimburgo sea suficiente dependerá de cada espectador, pero lo que sí es cierto es que de vez en cuando sienta fenomenal sentarse delante de la pantalla y disfrutar de una historia de corte realista que destile ese buen rollo. Incluso aunque sea algo que se sienta tan inofensivo como este filme.

jueves, junio 19, 2014

'Transcendence', se queda a medias

Siempre deja cierta desazón ver una película con muchas ganas de que guste y que ésta se quede a medias. Eso le sucede a Transcendence. El primer filme como director de Wally Pfister, habitual director de fotografía de Christopher Nolan, contiene ideas brillantes, provocadoras y sugerentes, pero la forma en que las desarrolla, lo que entra en el cuadro que supone la película, no termina de ser tan interesante. Le sobra metraje, le falta emoción y sobre todo, aunque casi todo el mundo vaya a emplear el juego de palabras, trascendencia. Porque la película parecía ambiciosa y la temática obligaba a ello. Con gran reparto y un estilo visual que sí consigue enganchar casi siempre (salvo en la inclusión de unos planos pretendidamente hipnóticos que finalmente se revelan más vacíos de lo necesario), Transcendence lo tenía todo para triunfar. Pero falta alma y un ritmo correcto en un guión que sufre demasiados altibajos, que no termina de encontrar justificación a sus elipsis y que con un par de vueltas más podría haber sido mucho más redondo.

Como casi siempre, es recomendable olvidarse de todo lo que se cuenta por ahí de la película (¿cuándo hemos olvidado hablar sobre una película en lugar de reventar el contenido?) y quedarse con que Transcendence habla de los límites de la inteligencia artificial, de la humana y de la mezcla de ambos. Lejos de ser una película de ciencia ficción pura, como lo era 2001: Una odisea en el espacio, o una derivación de acción como Terminator y todo su mundo (de hecho, el clímax de Transcendence decepciona mucho visto desde esa óptica del blockbuster), lo que propone Pfister es una historia humana en todos sus términos. La sorpresa positiva que esconde es que sí consigue esa empatía personal necesaria para que la película funcione, aunque con dos problemas que terminan por lastrar la historia. El primero, que no lo hace con todos los personajes y hay algunos que se quedan en simples rellenos (los de Morgan Freeman y Cillian Murphy). El segundo, que la introducción a lo que realmente interesa se hace demasiado larga.

Quizá se note ahí demasiado que Jack Paglen, guionista del filme, está debutando como tal, porque el resultado final está muy lejos del equilibrio que necesitaba el relato. Es más, puede que para algunos espectadores lo realmente interesante llegue ya tarde. Y es una pena que sea así, porque hay que insistir en que hay ideas muy atractivas, tanto el plano más emotivo del filme como en sus toques distintivos de ciencia ficción. En el primer aspecto procede dar parte del mérito a los actores, y en especial a una siempre interesantísima Rebecca Hall, protagonista real del filme a pesar de que siga siendo una actriz bastante desconocida para el gran público. Pero quien vende es Johnny Depp, al que se hace raro ver interpretando a un personaje normal después de tantos en los que el maquillaje forma parte esencial de su trabajo. Kate Mara completa lo esencial del reparto con un personaje que también acaba sabiendo a poco.

En el segundo aspecto, en la ciencia ficción, es donde más y mejor se nota la experiencia como director de fotografía de Pfister. Compone planos preciosos y se aprovecha de un espléndido diseño de producción, que hace creíble el entorno en el que se desarrolla la segunda mitad de la película. Como Transcendence mezcla aciertos y errores, será difícil que la película alcance el estatus por el que claramente suspiraba. No hay más que atender al final (¿era entonces necesario el prólogo?) para ver que la película tiene aspiraciones superiores a lo que finalmente ha conseguido, y acaban siendo pesados lastres los altibajos de ritmo, los tiempos muertos y la sensación de que hay demasiados personajes mecánicos en una historia que debía ser emocional y (de nuevo) trascendente en todos sus aspectos. Casi resulta obvio decir que un montaje más ajustado, recortando unos quince minutos a los 119 que dura el filme, habría hecho maravillas. Pero a un director de fotografía es normal que le guste recrearse en la imagen.

lunes, junio 16, 2014

'Tarzán', un incomprensible fiasco

Cuando se manejan personajes ampliamente conocidos, perfectamente reconocibles y con un bagaje de décadas entreteniendo a diferentes generaciones, no parece difícil hacer un producto digno con ellos. Lo verdaderamente meritorio es lograr la excelencia, pero cumplir, lograr un aprobado, es algo relativamente sencillo y como tal hay que admitirlo. Por eso, es complicado entender por qué este nuevo Tarzán está tan lejos de llegar a los mínimos exigibles. Da la impresión de que Reinhard Klooss, director de este filme de dibujos animados que teóricamente utiliza la técnica de motion captura (la misma que usó Robert Zemeckis en películas como Beowulf o Steven Spielberg en Las aventuras de Tintín) se conforma con un par de guiños al Tarzán más clásico para completar un guión lleno de inconsistencias, en el que los personajes rozan lo ridículo y con un acabado visual que está muy, muy lejos no ya de la excelencia sino de cualquier otro producto animado que se haya visto en cines recientemente.

Y lo triste es justo eso, que no parecía complicado crear un buen Tarzán para una nueva generación, que sirviera sobre todo para enganchar a los más pequeños a toda una cultura de personajes nacidos en la era del pulp (desde Dick Tracy a la Sombra, pasando por el Llanero Solitario o Flash Gordon) que hoy en día ha quedado sepultada con fenómenos literarios o cinematográficos con un poderoso márketing. Pero no. La película asombra ya desde su comienzo, ambientado nada menos que en el espacio, para explicar la caída de un meteorito que complicará la vida del protagonista. A partir de ahí, y con un 3D que como de costumbre no impresiona demasiado, se teje una trama que aleja esta versión del original de Edgar Rice Borroughs (principalmente por la edad a la que el pequeño es acogido por la familia de gorilas). Si ese fuera todo el problema, tampoco sería demasiado grave. Pero este Tarzán se empeña, con el paso de los minutos, en dejar un recuerdo todavía más escaso.

El caso es que los dos principales problemas de Tarzán pasan por su guión y por su animación. Lo primero es indudablemente lo que más lastra la película. Si bien la historia es aceptable y podría haber servido para crear una película al menos simpática, aunque sólo fuera como entretenimiento infantil, tiene tantas incongruencias, tantas situaciones inexplicadas e inexplicables, tantos diálogos inanes acaban por provocar asombro en el peor de los sentidos, y acaba por alcanzar las cotas más elevadas en el clímax de la película. Si al menos la animación fuera atractiva, se podría haber disfrutado de la experiencia visual, pero tampoco es el caso. Ni se aprecia demasiado la motion capture, ni los acabados son demasiado brillantes. No es cuestión de que Pixar haya malacostumbrado al público y se espere la excelencia en cada película, es obvio que esta coproducción no cuenta con los mismos medios. Pero hay que exigir un mínimo, sobre todo cuando hay animación televisiva o dirigida al mercado de vídeo con resultados mucho mejores.

Tarzán no pasa en sus objetivos de entretener por un rato a los más pequeños, pero ni siquiera para ellos es una propuesta tan interesante como podría haber sido. Y es que uno de los aspectos más agradecidos del cine infantil sea precisamente que no confunda esa calificación con hacer las cosas mal. Tarzan hace mal muchas cosas, y por eso, sus 94 minutos se acaban haciendo largos, porque poco importan Tarzán, Jane, su padre, el meteorito o los gorilas. No porque el espectador no sienta empatía por ellos, sino porque la propia película no les toma tan en serio como debiera. Se limita a colocarles en la pantalla, a hacerles deambular por escenarios exóticos y a afrontar situaciones de peligro que muchas veces ni siquiera tienen sentido, cayendo en constantes contradicciones y en situaciones francamente mal resueltas (como, por ejemplo, la situación del padre de Jane tras el clímax final). Este Tarzan es un incomprensible fiasco y una oportunidad perdida para revitarlizar al personaje. Siempre nos quedará la excepcional versión de Disney.

viernes, junio 13, 2014

'Sólo los amantes sobreviven', extravagantes vampiros de diseño y lentitud

Sólo los amantes sobreviven no es ninguna sorpresa en la filmografía de Jim Jarmusch. Una vez vista, casi parece increíble que no la haya dirigido hasta ahora, que nunca hasta esta película se haya decidido a mostrar unos vampiros de diseño, mezclados con un universo de estilo retro en sus detalles y de diseño moderno en su aspecto, una apabullante y envolvente música rock y una historia superficial que se queda ahogada en el cuidado envoltorio con el rodea a los personajes protagonistas, cuatro vampiros a los que sólo se reconoce como tales precisamente por los detalles. Paradójicamente, es un curioso título de vampiros casi sin vampiros, supeditado a su aspecto visual, en el que los dos actores protagonistas encajan con mucha naturalidad. Pero es lenta, muy lenta, más incluso de lo que ya suele ser el pausado cine de Jarmusch, y eso hace que ésta sea una cinta difícil de ver, que se aleja de las convenciones del género y que busca una identidad propia que, en realidad, tampoco consigue por completo.

Eso es así porque la figura del vampiro lleva tiempo instalada en mundos parecidos a los que muestra Jarmusch. Es lo que sucede cuando se escoge a una de las figuras más sobreutilizadas de la ficción, que la pretendida originalidad no es nada fácil de conseguir. Jarmusch, eso sí, introduce con fuerza su estilo visual y musical, crea un entorno que a ratos es fascinante pero que en otros momentos genera cierta indiferencia. Es, en ese sentido, un Jarmusch puro, previsible (en más de un sentido) y reconocible. Pero muy lento para según qué audiencias, sobre todo porque, en realidad, la figura del vampiro sólo le sirve para justificar el desarrollo nocturno y reclusivo de la película. Las anécdotas con las que quiere reforzar la sensación de que hay vampiros en la pantalla (las demasiado poco casuales alusiones temporales o escenas bastante superfluas como la de los helados) no hacen más que alargar una película que probablemente habría mejorado con algún que otro corte en sus 123 minutos finales.

La cinta, en realidad, no necesita centrarse en la figura del vampiro más que en su resolución, una que llega sin demasiada firmeza, descansando demasiado en la casualidad y reforzando la menor importancia de la historia. La parte vampírica no deja de ser una exposición, porque no se atisba conflicto por esa condición, no determina la relación entre los personajes, no marca los problemas familiares que Jarmusch quiere desarrollar con la pareja que forman los personajes de unos más que adecuados Tom Hiddleston y Tilda Swinton y la hermana de ésta, una Mia Wasikowska que no deja pasar ninguna oportunidad para alejar la imagen fría y sosa que dejó en su primer gran papel en la Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton. John Hurt completa el cuarteto vampírico, y es probablemente el personaje que más sufre la indefinición del tramo final. Los humanos (Anton Yelchin y Jeffrey Wright) dan algo más de interés a la historia, pero no son personajes especialmente aprovechados.

Casi todo lo anterior evidencia que en Sólo los amantes sobreviven hay algo de quiero y no puedo. Hay una pretensión de hacer un filme de vampiros diferente, y en realidad no lo es, de ubicar a esa figura del panteón de monstruos de la literatura clásica en un entorno musical a medio camino del rock de mediados del siglo XX y la noche del siglo XXI, sin que en realidad se perciba como un avance en el retrato del vampiro. ¿Mala película? En absoluto, porque Jarmusch tiene una innata capacidad para encontrar fascinación visual, sonora y atmosférica. Pero de alguna manera la película está muy lejos de ser el estímulo sensorial o la revisión del vampiro que persigue ser. Y aunque por momentos da la impresión de que puede despegar y marcar esa diferencia que ansía, lo cierto es que se queda en una rareza que sólo es imprescindible para quienes admiren a sus dos magníficos actores protagonistas.

lunes, junio 09, 2014

'The Invisible Woman', tan difícil como en ocasiones brillante

Si sigue por ese camino, Ralph Fiennes va a acabar convirtiéndose en el más brillante de los directores desconocidos, triste paradoja de un mundo en el que las modas y las visiones generales amenazan a todo lo que sea diferente. Fiennes ya hizo algo sumamente diferente en Coriolanus. Y aunque The Invisible Woman es una película diametralmente opuesta a la de su debut como director, comparte con aquella muchos aspectos que hacen que sea un filme difícil de ver. O al menos difícil de asimilar para audiencias demasiado grandes. Eso circunscribe su cine a sectores minoritarios, pero en absoluto excluye la calidad de sus resultados finales. The Invisible Woman tiene momentos de espléndida brillantez para narrar la historia de amor secreta entre Charles Dickens (el propio Fiennes) y Nelly Ternan (Felicity Jones), pero escoge un ritmo tan lento, descriptivo y sosegado que por el camino perderá probablemente a muchos espectadores. Los que lleguen con ánimo constructivo al final, no obstante, encontrarán sobrados elementos para disfrutar.

Y es que ese mismo ritmo tranquilo es lo que permite a Fiennes una serie de sutilezas que no son muy habituales en el cine moderno, tan dado a admirar con la imagen y la emoción instantánea y no apelar a la inteligencia más reflexiva. La relación entre Dickens y Nelly se construye a través de miradas, gestos y detalles más que con escenas concretas o diálogos memorables. Es, en ese sentido, una película terriblemente realista, en la que se percibe la asfixia personal que de muchas maneras afecta a quien toma decisiones como las del escritor británico y a las personas que le rodean. Y no sólo se ve su magnetismo personal, sino también su genio como escritor, en unas hermosamente planificadas escenas en las que Dickens realiza lecturas públicas de sus textos. Como todo eso se percibe, es mucho más fácil asimilar la fascinación que produce en Nelly y las emociones que se desbordan en la segunda mitad de la película.

Para llegar a ese punto, hay un personaje clave, el de la esposa de Dickens, interpretada por Joanna Scanlan. Aunque al principio da la impresión de ser el aspecto menos sutil del entramado emocional que va a construyendo Fiennes (siempre visiblemente fuera de lugar entre la jovialidad alegre de su marido), acaba siendo esencial y protagonista de dos de las mejores escenas de la película (su encuentro con Nelly y cuando su hijo le lee una carta publicada en la prensa). Todo va encajando, además, en una también muy sutil doble narración. En la primera, la que hace que la historia principal se vaya narrando a modo de flashback, Nelly es la protagonista absoluta. Nelly y su melancolía, una que acaba impregnando también a la otra parte de la narración. Y es ahí donde la dirección de Fiennes alcanza los momentos más personales, en los que deja sonar la desasosegante música de Ilan Eshkeri, alejándose en la historia central de toda clase de artificios visuales.

The Invisible Woman no es una película que enamore sin esfuerzo, y sí una que pide el esfuerzo del espectador. Necesita una maduración tan lenta y sosegada como el ritmo que escoge Fiennes para su segunda película. Es, en casi todos los sentidos, una modélica historia romántica de época, a la que además el realizador y protagonista sabe dotar de diferentes estados de ánimo que no hacen más que acrecentar su verosimilitud. No se puede hablar de que haya personajes fuera de lugar, que haya escenas que sobren o que los diálogos no sean acertados. Pero sí, es una película muy lenta. Algunos, los menos satisfechos con las elecciones de Fiennes, podrían decir que incluso aburrida. Pero en realidad y como poco tiene mucho talento en su forma de ver el cine y dos retratos de personajes magníficos como para merecerse ese adjetivo tan cruel.

viernes, junio 06, 2014

'X-Men. Días del futuro pasado', excelencia mutante

Aún a riesgo de que confirmar las altas expectativas que ya había puestas en X-Men. Días del futuro pasado implique después una ligera decepción en algún aficionado, procede arrancar estas líneas con una firme aseveración: la película es espléndida. Bryan Singer no podía regresar de una mejor manera a la franquicia que él inició y que, también es importante recordarlo, dio inicio con su primera película al reinado de madurez de las adaptaciones de cómic en el cine contemporáneo (aunque se suele dar ese papel equivocadamente al Spider-Man de Sam Raimi). ¿El secreto? Cuidar con mimo tanto la parte visual como la que atañe al relato, al escenario y a los personajes, haber encontrado una forma adecuada de trasladar a la gran pantalla una de las historias más emblemáticas del cómic (con muchísimos cambios) y hacerlo dando valor a toda la franquicia cinematográfica de los mutantes de Marvel, tanto al inmediato precedente de Primera Generación como a la trilogía anterior (sí, la trilogía, incluyendo la denostada tercer parte).

Singer, con más acierto que Matthew Vaughan en Primera Generación, sabe encontrar el papel perfecto para casi todos los personajes que aparecen en pantalla en los dos escenarios temporales que abarca, como muestran el Hombre de Hielo, Tormenta o Kitty Pride en el futuro y Mercurio (espléndida la forma en la que Singer muestra su poder) en el presente. Quizá lo más decepcionante sea el Bishop de Omar Sy. Y se podría decir que el enorme carisma de los personajes principales hace el resto, pero la película no se detiene ahí. El guión es meticuloso. Es, por un lado, una espléndida adaptación (subráyese lo de adaptación) de la historia del mismo título que se publicó en los años 70. Es, al mismo tiempo, una historia original en muchos aspectos, que enriquece lo visto en las películas previas y el propio referente de viñetas con estilo, dándole una épica mayor a todo. Y además, teniendo en cuenta todo lo anterior, es un filme que encaja perfectamente en el fascinante contexto histórico que había planteado Primera generación, reconstruyendo la historia norteamericana de la segunda mitad del siglo XX como sólo la ficción popular puede hacerlo.

Conviene haber visto al menos esa Primera generación para entender mejor algunos de los detalles explicados en la película, pero todo fluye con tanta naturalidad no es imprescindible, síntoma de lo bien construida que está la película. La parte más fantástica y de ciencia ficción del relato, entretenidísima, es nueva y cerrada, pero el triángulo que se forma entre Xavier (James McAvoy en el presente, Patrick Stewart en el futuro), Magneto (un siempre fascinante Michael Fassbender e Ian McKellen respectivamente) y Mística (Jennifer Lawerence, más convincente que en la primera película) es heredado y es bueno saber qué sucedió en la anterior película. ¿Imprescindible? Se traza tan bien su relación que no hace falta. Y el mencionado trabajo del reparto, en el que es imposible no destacar al Lobezno de Hugh Jaman, completa la tarea con facilidad. Singer lleva la película al terreno de los personajes (impresionante la discusión en el avión) y del trasfondo político y social, esencia imperecedera de los X-Men en el cómic, sabiendo que todo ha de concluir en un gran clímax final, construido con mucho acierto y con espléndidos efectos visuales.

Ese final termina de confirmar que estamos ante una película modélica en muchos aspectos, que espanta cualquier fantasma de agotamiento por el hecho de ser la quinta de una serie que recibió nueva vida en la anterior y que ahora, fusionando ambos universos abre incontables posibilidades. Singer abrió la saga con inteligencia y ahora ha sabido añadirle épica. Quizá con menos emoción de la que sí conseguía el clímax de Primera generación, pero con un gran sentido del cine espectáculo. X-Men. Días del futuro pasado evidencia además dos verdades del cine moderno. La primera es que se publican como si fueran noticias demasiadas tonterías, rumores que nadie contrasta pero que Internet expande de forma imparable, y que una vez vista la película se demuestran absolutamente falsos. Y la segunda, que una escena postcréditos tiene que hacerse como la hace Singer aquí,. No hay mejor forma de coronar un espléndido filme de superhéroes... y de mucho más que de superhéroes. Altamente recomendable para fans y como puerta de entrada a una forma de entender el cine como espectáculo.

lunes, junio 02, 2014

'Maléfica', un entretenido cuento que cambia para mayor gloria de Angelina

Puestos a ver debacles por todas partes cuando Hollywood reinterpreta, reescribe o rebootea (valga el término inventado) historias clásicas, Maléfica se sostiene bastante bien, probablemente mejor de lo que muchos esperaban. No es el cuento clásico de Disney de La Bella Durmiente ni tampoco la fábula original, sino que el filme cambia elementos a su antojo para mayor gloria de Angelina Jolie, motor, alma y aspecto de la película de principio a fin. Como en el Hollywood clásico, eso viene a implicar que el personaje, pese a la posición que ocupa en la cultura popular y a su tenebroso nombre, no puede ser malvado del todo. O, cuando lo sea, que tenga una motivación. Así, Angelina sí puede hacerlo. Eso y algunos aspectos bastante inverosímiles del guión, con personajes que desaparecen a conveniencia o a los que no se explica suficientemente bien, y algunos aspectos casi azucarados de puro edulcorados que están, forma lo más negativo. ¿Lo positivo? Un aspecto intachable, el carisma de sus dos protagonistas y un magnífico ritmo.

Y es que uno de los retos más complejos a la hora de hacer una película de este estilo es que lo que se ve en pantalla funcione. Así, una de las lecciones que deja Maléfica es que la sencillez más clásica triunfa sobre lo digital. Las imágenes generadas por ordenador, cuando se emplean para entornos tan grandilocuentes como los que aparecen aquí, no funcionan con demasiado brillantez. Cumplen y lucen, pero parecen artificiales, a veces casi de dibujos animados. Pero poned a Maléfica en pantalla, especialmente con su look más siniestro, con su simple presencia o unos modestos efectos vaporosos de color verde, y nada parece imposible. Por eso funcionan los aspectos más siniestros de la película y los planos con los que el debutante Robert Stromberg (experto creador de efectos visuales) busca con más claridad esa impresión visual instantánea. La propia Angelina Jolie, también productora de la película, colabora eficazmente para la construcción de esa espectacular imagen de la película.

Claro que también es obligado decir que su presencia condiciona el filme en todos los sentidos imaginables. Eso quiere decir que la historia tiene que ser a su medida. Y por eso la villana no puede ser tan mala. Otro reto para la película, dulcificar a una clásica villana de Disney. El guión de Linda Woolverton, con experiencia en el mundo Disney, lidia francamente bien con esa transición, mucho mejor de lo que cabía esperar, y es ahí donde consigue algunas de las escenas más emocionantes de la película, sobre todo aquellas en las que aparece Aurora, la Bella Durmiente del cuento, interpretada por una ilimitadamente encantadora Elle Fanning, cuya simple presencia basta para asumir que, efectivamente, estamos en un cuento de hadas. Sin embargo, Woolverton no sale triunfadora de todos los problemas a los que tiene que hacer frente y algunas motivaciones, algunos personajes y algunas situaciones se le escapan de las manos con bastante facilidad. Y el ejemplo perfecto está en casi todo lo que aparece relacionado con las alas de Maléfica.

La compensación a estos problemas está en el formidable ritmo que Stromberg da a la película, con unos ajustados 97 minutos, bien ayudado por elementos técnicos y artísticos (merece la pena destacar la notable banda sonora la de James Newton Howard) y sobre todo por un reparto en el que Sharlto Copley parece el menos cómodo de todos sus integrantes (en parte porque el suyo es el personaje peor perfilado en el guión). Maléfica sale relativamente airosa, incluso triunfante en algunos momentos, porque es un buen entretenimiento, con sus errores y concesiones que no son nada ajenos a las modas que imperan en Hollywood, pero con suficientes elementos de interés como para que esas cuestiones no pesen demasiado. Al fin y al cabo, los cuentos hay que disfrutarlos y esta revisión de un personaje sobradamente conocido es sincero en su homenaje. Eso sí, no creo ser el único dispuesto a entregar mi reino por haber visto a una Maléfica de carne y hueso realmente malvada. Con todo, merece la pena. Siempre merece la pena ir a mundos de fábula como éste.