miércoles, mayo 28, 2014

'Welcome to New York', un despropósito desde el porno a la indiferencia

Es evidente que Abel Ferrara buscaba la polémica con Welcome to New York, que se hablara de la película aunque sólo fuera para destrozarla. No hay, en realidad, muchas más razones para hacer una cinta de un escándalo sexual-político-económico como el de Dominique Strauss-Kahn, acusado de un intento de violación cuando era presidente del Fondo Monetario Internacional y más que probable candidato a la presidencia francesa. La película es morbo, puro morbo. Porque arte, a pesar de que así la reivindica Abel Ferrara, no tiene mucho. Comienza como una película porno sin primeros planos genitales que se extiende durante media hora y después acaba cayendo en la más absoluta indiferencia, sin que el personaje protagonista (cuyo nombre se modifica para evitar sin éxito la anunciada demanda del personaje retratado) suscite el menor interés, sin que la dirección de Ferrera lleve a algo y sin que los detalles con los que la película quiere traspasar la pantalla y apelar directamente al espectador signifiquen absolutamente nada.

Que el morbo y la provocación son los motores de la película es algo que está claro desde el principio. Tanto, que el filme arranca con una palabras de Gerard Depardieu en una ¿pretendida? entrevista en la que habla, sin mencionarle, de la experiencia que supone interpretar a Strauss-Kahan. Poco recato en ocultar en que está basada la cinta, la verdad. Después, se ahonda en esa sensación con el consabido rótulo de "basado en hechos reales", aquí más largo y precavido. Y a partir de ahí, treinta minutos de orgía sin sentido, rodada de una forma algo confusa y muy poco personal, sin que entre medias se pueda inferir construcción alguna de personajes o de historia. No hay nada. Sexo sin más. Es decir, morbo que no conduce nada más que a eso, a la satisfacción que pueda sentir alguien por ver a un economista y político conocido en pleno acto sexual con otras personas a las que nunca se identifica y que no importan nada en el devenir de los acontecimientos y varias mujeres ligeras de ropa. ¿Arte, como dice Ferrara? ¿O simple provocación?

Si detrás de esa media hora de contenido sexual, sin más argumentos que los jadeos y gruñidos de Depardieu, hubiera habido una historia, la valoración habría sido diferente. Pero es que no la hay. Lo que filma Ferrara es una colección de escenas que, en realidad, no dicen nada, no enseñan nada, no retan al espectador de ninguna manera. Sin sello, sin personalidad, sin ritmo y sin alma, rozando el aburrimiento en muchos momentos, lo único que aparece en la pantalla es el devenir de Depardieu del hotel donde se produce el intento de violación al aeropuerto donde es detenido, de la cárcel al juzgado y de ahí a su casa, donde permanece hasta el final del caso. No se cuestiona su culpabilidad o su inocencia, no hay interés alguno es desarrollar la defensa que Devereaux, que así se llama el personaje en esta pseudoficción, quiere hacer de sí mismo como enfermo, ni siquiera se explota el papel de la esposa del protagonista (Jacquelinne Bisset), con la que mantiene confusas pero al menos atractivas peleas verbales, o su hija, un personaje que tampoco alcanza peso alguno.

Ferrara siempre ha sido un director que ha gustado de provocar a través del sexo, del desnudo o del escándalo, pero puede que nunca lo haya hecho de una forma tan insustancial como la que propone en Welcome to New York, que no se estrena en cines sino en plataformas de vídeo bajo demanda. Lo que ha filmado es una película que sólo pasará a la historia por el doble desnudo integral de un Depardieu muy poco interesante en el trabajo que hace en el filme y por la demanda de Strauss-Kahn. Lo demás no supera la calificación de despropósito. Al final de la película, de hecho, hay un diálogo bastante clarificador. La esposa de Devereaux intenta explicarle que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Y justo ahí, cuando pasa el asombro inicial  y se entiende que lo que se está viendo ni siquiera es una caricatura, es adonde llega el espectador, a la indiferencia más absoluta. Es que ni siquiera las escenas de intentos de violación (la segunda es otro despropósito que ni siquiera pega con el momento de la historia en el que se produce) conmueven o indignan. Nada de nada. Sólo morbo.

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