lunes, mayo 26, 2014

'Viva la libertà', de genios y tramposos

Muchas veces el cartel de una película no hace justicia al contenido. Sucede con Viva la libertà, el nuevo filme de Roberto Andò protagonizado por Toni Servillo, al que la publicidad ya ubica como el protagonista de la alabada La gran belleza. El cartel de esta cinta italiana hace pensar en una especie de versión europea de Dave, presidente por un día, aquel filme en el que un tipo corriente tenía que sustituir al inquilino de la Casa Blanca para que nadie se diera cuenta de la ausencia por enfermedad de aquel, ambos interpretados por Kevin Kline. Y aunque Viva la libertà juega con esa idea, es mucho más que eso. No es una comedia tan pura y clara, aunque es muy divertida, sino que en realidad juega con muchos más elementos. Y quizá esa ambición no del todo satisfecha es lo que hace que la película no termine de ser redonda, pero contiene tantas escenas magníficas, que retratan el alma de los personajes con tanto acierto como el mundo de la política, que no cabe más que alabar sus muchos aciertos como sátira política sin duda pero también como historia humana.

El punto de partida de la película es divertido y valiente. ¿Qué sucede cuando un dirigente político decide desaparecer para aclarar sus ideas y olvidar la presión a la que está siendo sometido? Ese planteamiento todavía crece un poco más con una segunda pregunta que se plantea: ¿qué sucede cuando ese político comedido y cercado por las encuestas y los muchos problemas de su mundo es sustituido por un hermano gemelo con el que no ha hablado en 25 años y que es un filósofo bipolar? No han pasado más que diez minutos de Viva la libertà y esas dos preguntas ya están planteadas y ya han embaucado al espectador. Hasta ese punto, la película no es una comedia. Ni mucho menos. Es más bien un retrato de la sociedad actual, de la desafección hacia la política y, en un punto de vista original, del sufrimiento del político ante el rechazo que generan su persona y sus ideas. La comedia empieza a partir de ahí, pero es una comedia amable y realista, nunca una parodia.

Y, en realidad, también un relato doble, por cada uno de los caminos que han escogido los hermanos gemelos, que acaba por fascinar. Por un lado, es un canto de amor al cine y a la vida, a aquello que nos haga felices. Pero también es una reivindicación de una política diferente. La película se retrata, y lo hace para bien, cuando uno de los personajes dicen que ambos mundos, el cine y la política, están repletos de genios y de tramposos. Sin más trampas que las de entretener al espectador con los trucos del cine, la genialidad está en el planteamiento y en las actuaciones. Toni Sevillo introduce fascinantes matices en su doble papel que se extienden a lo largo de toda la película y sirven para proporcionar un espléndido final, y Valerio Mastandrea, que da vida al asesor del dirigente político, añade un magnífico contrapunto. Ambos, como también Valeria Bruni Tedeschi, llevan al espectador a reflexionar. Sus actitudes cambian, su mirada sobre la vida va evolucionando. Y eso es mérito de un muy buen guión pero también de los intérpretes.

Es verdad que quizá al final a la película le falta algo de ambición, sobre todo en la faceta más política del argumento (no hay continuidad en las escenas de los mítines, no se da intencionadamente un final a esa historia y más allá de la sonrisa que sacan esas escenas no se profundiza en las reuniones del hermano bipolar con otros dirigentes), que no llega tan lejos como parecía que podía hacerlo, pero el retrato humano de todos los personajes, que en realidad no dejan de hablar en ningún momento de la felicidad (o de la infelicidad) se basta para dejar un espléndido sabor de boca al finalizar la proyección. Y más con esa última secuencia, que habla muy a las claras de las máscaras que se usan en la vida, en la política y en el cine, esos mundos llenos de genios y de tramposos. En Viva la libertà hay más genios que tramposos y por eso la película es un divertido pedazo de realidad, algo retorcido para que encaje en el tono de fábula que le da Roberto Andò, pero igualmente creíble y sobre todo disfrutable.

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