viernes, enero 31, 2014

'La gran estafa americana', embaucadores maravillosos, actuaciones memorables

De una forma inconsciente y quizá limitando su alcance a la promoción de la temporada de premios, La gran estafa americana remite a El lobo de Wall Street. Pero es una referencia equivocada. No tienen nada que ver, aunque el subconsciente empuja a compararlas. Quizá porque son las dos grandes películas de los Oscars que se entregarán en unas semanas que se centran en granujas, en ambientes delictivos de cierto guante blanco. Pero no, olvidemos esa comparación porque no procede y asimilemos la última película de David O. Russell como la sobresaliente obra que es. Lo que ofrece La gran estafa americana es una historia de embaucadores maravillosos que poco a poco se confirma como una película sensacional en casi todos los campos en los que puede sobresalir el cine. En uno de ellos alcanza lo memorable: la interpretación. Russell es un espectacular director de actores que aquí ha conseguido ensamblar un reparto descomunal. Se les podría ir dando uno a uno la estatuilla y nadie podría rechistar. Si fuera lo único sensacional de la película, ya sería un título enorme, pero es que hay más. Mucho más.

Lo verdaderamente atractivo de La gran estafa americana es la extraordinaria definición que hay en sus personajes y en la forma en que la película nos va contando cómo es cada uno de ellos. Eso tiene culpables delante y detrás de la cámara. En el primero de esos terrenos, la película explica la imposibilidad de medir con tablar humanas el talento que derrochan Christan Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence y Jeremy Renner, encabezando un reparto sensacional (del que también cabría destacar un mínimo papel de un grande del que es mejor no desvelar su nombre; consideraos afortunados los que veáis la película sin saber de quién se trata). Por tiempo en pantalla, es inevitable asombrarse un poco más con Bale, al que el adjetivo camaleónico se le queda corto y que adquiere maneras cercanas a las de Robert DeNiro en su impresionante trabajo, y Adams, cuyo nivel de registros es tan inmenso que el espectador deja de ser consciente de la herramienta que está usando para transmitir, su es cuerpo, su boca, sus ojos, su voz o todo a la vez.

Pero esa maestría cuenta además con el apoyo de David O. Russell, cuya brillantez con el reparto es una marca que estalló a lo grande en El lado bueno de las cosas. No sólo brinda su apoyo como el extraordinario director de actores que es, sino con su aportación a que la película sea valiente y atrevida, a que cada escena esté pensada y meditada para hacer crecer a uno o más personajes al mismo tiempo, para que no sobre ni uno solo de sus espléndidos 138 minutos y no cesen los momentos memorables por distintos motivos. Tiene un montaje magnífico, que juega a su gusto con el tiempo y con la narración en off, que se mueve con la misma brillantez en la comedia y en el drama, en el thriller e incluso en la parodia (a eso ayuda que la película esté ambientada en 1978, con lo que eso supone en el vestuario y en los peinados, no sólo como elementos visuales sino como parte de esa mencionada construcción de los personajes) y que emplea la música con un gusto exquisito. Es verdaderamente complicado encontrarle un pero a la película, que también destaca en su mordaz guión, quizá un pelín complaciente en su tramo final, forzando la crítica y por encontrarlo algo que no sobresalga.

Y es que La gran estafa americana es una delicia que merece ser vista una y otra vez, que con su moderna forma de hacer cine vuelve al mismo tiempo a lo más básico, a los personajes, a su construcción y a su desarrollo, a los diálogos y a la transmisión de emociones más primaria y conseguida. No es sólo la historia de un timador, interpretado por Bale, que encuentra a la pareja perfecta para llevar a cabo sus planes, el personaje de Amy Adams, y se ven envueltos en una empresa mayor de lo que pueden digerir. Es, por encima de todo, un memorable estudio de personajes contado en un entorno que no hace más que engrandecer su historia, que no habría sido tan divertida ambientada en otro momento, que no habría sido tan memorable con otro reparto y que, probablemente, en manos de algún otro director, habría sido un quiero y no puedo aspirante a película del año. Y así, de la forma en que ha acabado siendo es, indudablemente, uno de los más serios contendientes para lograr ese título. Es, a todos los niveles, una absoluta gozada.

lunes, enero 27, 2014

'Mindscape', un thriller con oficio pero demasiado evidente

El primer largometraje de Jorge Dorado llega con un cartel impecable: producida por Jaume Collet-Serra, rodado en inglés con un reparto encabezado por Mark Strong y Taissa Farmiga y con unas hechuras que buscan asemejar el producto al mejor thriller hollywoodiense. En ese sentido, la factura de Mindscape es impecable, está rodada con oficio y entretiene. Pero al mismo tiempo obliga a desconectar el cerebro para no anticipar todas y cada una de las sorpresas que tendría que esconder el guión de Guy Holmes, escritor debutante en el mundo del cine. No es que sea previsible, que también, es que es demasiado evidente. No hay que estar demasiado despierto para ir viendo las pistas diseminadas a lo largo de toda la película para saber lo que está sucediendo, y eso, en un thriller, acaba por ahogar la atmósfera que plantea. Y es una pena porque, insisto, hay buenos elementos en la propuesta. Quizá haya que achacarlo a que estamos ante un director novel, quizá a presiones de la productora, quizá un poco a todo.

Hay más de un referente para Mindscape, y hay uno que destaca por encima de los demás, pero escribir aquí ese título podría tener dos efectos. Por un lado, hacer que el espectador busque lo que realmente no es este filme y, por otro, reventar por completo la película. Así que toca prescindir de esa referencia porque los spoilers vienen a ser uno de los grandes enemigos del cine moderno y, en realidad, el más fácilmente evitable. En realidad, bastante se puede anticipar ya sabiendo que es un thriller psicológico en el que existen unos peculiares detectives que son capaces de indagar en los recuerdos de las personas para así resolver crímenes. John (Mark Strong) es uno de esos detectives, que supera un drama personal para volver al trabajo, concretamente a un caso en apariencia sencillo, el de una joven, Anna (Taissa Farmiga), que se niega a comer. Pero tanto ella como su familia esconden secretos que hacen que la investigación se vaya complicando progresivamente.

¿Funciona la trama? Sí, eso sí. Pero hay que insistir en que funciona obviando las pistas y los descuidos que hay en el filme. Funciona por el interés que despierta la relación entre John y Anna, porque en el fondo siempre es atractivo el descenso a la mente humana que plantea la película y porque los actores creen en sus personajes. A Mark Strong se le ve cómodo en el suyo, a pesar de que está muy acostumbrado a dar vida a villanos, y hay química con Taissa Farmiga. Pero para disfrutar de sus interpretaciones lo mejor es vivir cada escena y prescindir del conjunto, porque a eso obliga la ingenuidad que hay en muchas situaciones y sobre todo los muchos indicios que apuntan claramente al final de la historia, prácticamente desvelado en el primer cuarto de hora de sus 100 minutos. En todo caso, Dorado rueda con acierto, sabe colocar la cámara, y salvo los excesos habituales en el uso de la música para recalcar lo evidente (aunque las melodías de Lucas Vidal también ayudan a crear la lograda atmósfera del filme), nada parece fuera de lugar visualmente.

Mindscape acaba siendo una de esas películas que resultan atractivas si son juzgadas con benevolencia, pero que al mismo tiempo dan pie a críticas más feroces por la ausencia de sutileza o por los clamorosos fallos en el guión. Siendo una ópera prima y viendo los prometedores elementos que hay en ella, casi se merece optar por lo primero y simplemente disfrutar de un planteamiento atractivo y de un buen reparto, aunque por desgracia la sorpresa que busca esté diluida casi desde el inicio. Forma parte, en todo caso, de una agradable corriente en el cine español, que abre caminos explorando vías que Hollywood domina desde hace años, una que abanderan autores como el propio Collet-Serra o Rodrigo Cortés, que probablemente Alejandro Amenábar llevo a pensar que podía tener éxito, una que probablemente no guste a quienes quieran una cinematografía española con signos únicos e inconfundibles pero que ayuda en la siempre despiadada lucha por la taquilla buscando públicos diferentes y acostumbrados al cine norteamericano.

viernes, enero 24, 2014

'¿Qué hacemos con Maisie?', conmovedor retrato infantil

Por Lucía Alegrete

Dirigida por Scott McGehee y David Siegel y basada en la novela de Henry James, nos llega esta conmovedora historia protagonizada por Maisie, una dulce y carismática niña de apenas seis años interpretada magistralmente por Onata Aprile, quien se corona como la verdadera protagonista y esencia real del filme. Con una infancia truncada, su inocencia será puesta a prueba debiendo lidiar día a día con las constantes disputas de sus padres. Los reconocidos y afamados actores Julianne Moore y Steve Coogan pondrán cara a los terribles padres de la pequeña, sin sobresalir especialmente en la interpretación de sus personajes, quizá porque ambos son simples caricaturas de lo que se quiere representar y de la dura crítica a realizar. El inminente y sabido divorcio no tarda en llegar, y la feroz lucha por la custodia que lo acompaña tampoco. Esto dejará a la pobre Maisei en medio de un incomprensible torbellino de emociones, dolor y tristeza.

El complicado y profundo tema de la separación fue ya abordado por Robert Benton en la reconocida Kramer contra Kramer, cinta que se alzó con cinco Oscars y que plasmaba de forma fidedigna las devastadoras consecuencias que conlleva un divorcio para un niño. Mientras que allí el soporte de la película recaía en los reconocidos actores Dustin Hoffman y Meryl Streep y su lucha legal por la custodia, aquí el protagonismo se cede a la pequeña de nueve años y su soledad e incomprensión ante su nueva situación. A pesar de que los padres fueran dos personas discordantes, tenían la madurez y sensatez suficiente para saber cómo tratar un tema tan complejo y consecuente para la infancia de su hijo, aquí los padres de Maisei se tornan incomprensivos y egoístas y no merecedores del cariño de la dulce niña. Unos padres que no están preparados, juntos ni separados, para las responsabilidades y el cuidado que supone criar un hijo.

La gran novedad del filme es abordar un tema tan complejo y devastador desde la óptica de una niña de tan sólo seis años. Ella es la que sufre y padece y a la que tales acontecimientos marcarán irremediablemente su futuro. Onata Aprile conquista y enamora a la cámara dejando al resto de personajes en un plano secundario. Su naturalidad y espontaneidad hacen que nos identifiquemos y conmovamos con su tragedia personal. El resto de célebres actores se difuminan y no consiguen transmitirnos ninguna emoción realmente destacable. Sin embargo si es digno de mención el papel de Alexander Skarsgård interpretando a un atractivo joven al que comienza a salir con la madre de Maisei, saliéndose de su tópico habitual. Se aleja del rol de hombre sexual y atractivo que vuelve loco a las adolescentes para interpretar a un sumiso y bondadoso joven que arrebatará el corazón a la pequeña niña. También Joanna Vanderham, con tan sólo 21 años, realiza una labor más que convincente en el papel de la bella y bondadosa niñera de Maisie, conquistando a cámara y público.

No podemos decir lo mismo de nuestra querida Julianne Moore. Es sabido por todos su gran talento y capacidad para adaptarse a cualquier papel, pero el rol que le han asignado de madurita estrella del rock con un comportamiento de adolescente insensata e histérica roza lo absurdo. En general los personajes están demasiado estereotipados y encasillados en una función determinada. Se traza a los padres como entes malévolos y egoístas que únicamente miran por su beneficio personal y, en el lado opuesto, encontramos a sus respectivas parejas, que asemejan ángeles recién caídos de la estratosfera. El mensaje y la idea que se quiere transmitir es entendible, muchas veces la familia no es la gente que te trae a la vida sino quienes te cuidan y se ocupan de ti. Mas es un poco irreal imaginar unos padres tan irresponsables y despreocupados ante su hija de tan corta edad. A pesar de ello la cinta sigue siendo altamente recomendable ya que nos presenta una real y triste historia: niños que crecen prácticamente solos porque sus familias no tienen tiempo suficiente para dedicarles, cruel pero cierta realidad.

lunes, enero 20, 2014

'El lobo de Wall Street', un Scorsese desatado pero no redondo

Martin Scorsese desatado. Eso es El lobo de Wall Street por encima de cualquier otra cosa. Y siendo por ese mismo motivo una película gozosa en su exageración, en sus escenas de sexo y desenfreno de todo tipo, también es obligado decir que está lejos de ser un filme redondo o uno de los verdaderamente grandes de su mítico director. Lo es en algunos aspectos, pero no como obra completa. Juegan en su contra el inmenso parecido narrativo con Uno de los nuestros y una duración de 180 minutos que se antoja excesiva. Y aunque Scorsese es un maestro manejando el tiempo y las elipsis, también aquí, lo cierto es que la película se le escapa en su segunda mitad. Claro que eso también es resultado de que la primera mitad es sencillamente magistral, en su narrativa, en sus diálogos, en sus personajes... En todo, en realidad, incluso en su descarado exceso, uno que disfrutarán mucho quienes no asimilaron La invención de Hugo como un filme propio de su director. Pero no da la impresión de ser tan completo como le habría gustado.

El principal lastre son esos 180 minutos, una duración que supera en un par de minutos la de Casino y en algo más de media hora la de su claro referente, Uno de los nuestros. ¿Hacían falta? La tentación de decir "sí" proceden del ritmo infernal y apabullante de su arranque, que hace que el espectador se sienta partícipe de la orgía de sexo y drogas que vive su protagonista, Jordan Belfort, un broker de Wall Street con una única meta en la vida, meterse en sus bolsillos el dinero de los inversores en un juego malévolo que camina a ambos lados de la Ley. Pero en realidad, al final, no acaba compensando. Ahí, ese ritmo baja, no todo parece tan trascendente como lo que acontece hasta la hora y media y acentúa que algunos personajes han quedado algo desdibujados (como por ejemple el padre de Jordan, interpretado por Rob Reiner), algunos infravalorados (el de Naomi, principal papel femenino, en manos de Margot Robbie) y otros por desgracia reducidos a apariciones que rozan el cameo (el del un descomunal Matthew McConaughey).

Lo que es difícil considerar como un lastre, por mucha polémica que se quiera organizar a su alrededor, es el exceso. Es la razón de ser de la película y no hay duda alguna, porque así se plantea desde su secuencia inicial. Por eso engancha tan fácilmente el personaje de un Leonardo DiCaprio que, siendo un actor al que gusta la exageración, vive un extraordinario desmadre dando vida a este personaje. Con su scorsesiana narración, omnipresente en la voz en off, en ocasiones hablando directamente al espectador y apareciendo en prácticamente todos los planos de la película, consigue un trabajo fascinante, asombroso y, sí, desatado. Y es que todo lo que destaca en El lobo de Wall Street es lo que sobrepasa los límites, incluyendo a un Jonah Hill excepcional, la descarnada realidad económica que plantea la película, la devastadora exposición que hay en la película sobre el consumo de drogas (que en algún momento roza la glorificación... pero lo hace de una forma cinematográficamente tan extraordinaria que no hay polémica alguna a poco que se medite), y, en general, el retrato que muestra del ser humano y sus instintos más primarios.

Si a eso unimos el como siempre sensacional uso que Scorsese hace de la música (y el chiste privado del segundo tema que suena en los créditos, la última broma de una película que es muy divertida), su portentoso dominio de la cámara y un reparto excepcional, es evidente que ver El lobo de Wall Street está lejos de ser una pérdida de tiempo. Y por momentos se convierte en algo imprescindible, divertido, salvaje y sin límites. Pero queda la sensación de que falta algo, de que la grandeza que hay no tiene el cierre adecuado, que su final se prolonga demasiado o que el magistral uso de la elipsis y los saltos en el tiempo que por momentos muestra Scorsese no es una constante en toda la película. Es evidente que quería contar el ascenso, la gloria y la caída del personaje protagonista, pero todo eso junto acaba siendo demasiado y dejando una cierta sensación de irregularidad que, hay que insistir en ello, procede de la segunda mitad de la película. Ahí hay momentos increíblemente brillantes (y a veces lejos del exceso, como el cierre en el metro de una de las subtramas) pero otros que no terminan de convencer. Aún así, Scorsese es un imprescindible.

viernes, enero 17, 2014

'Mandela: del mito al hombre', un buen biopic que va de menos a más

Fue una de esas curiosidades de cine que Nelson Mandela perdiera la vida prácticamente al tiempo que se producía la premiere de Mandela: del mito al hombre, basada en el libro escrito por el propio ex presidente sudafricano. Y es una afortunada coincidencia que se pueda repasar en el cine la vida de un hombre trascendental para el siglo XXI justo cuando la noticia de su muerte hará que muchos se den cuenta de lo poco que sabían sobre él, más allá de lo que el mismo cine, especialmente a través de Invictus, ya había enseñado. Por hablar en términos cinematográficos, y si se permite la licencia, Mandela es casi la precuela de Invictus, es el recorrido por toda su vida adulta hasta que se convierte en presidente de su país. Como biopic, Justin Chadwick logra una película buena, correcta, pero que claramente va de menos a más y que cuenta como su mejor baza con el fantástico trabajo de un Idris Elba que, como la película, va haciéndose con el personaje poco a poco hasta llegar a un final espléndido.

Esto, los altibajos y un actor protagonista en estado de gracia, suele ser una constante en las películas biográficas. El ansia de contarlo absolutamente todo, algo que se multiplica cuando el relato procede además de un original literario como es este caso, hace que el ritmo se resienta. Es prácticamente inevitable y la única diferencia en ese sentido que ofrecen los distintos biopics está en cuándo decae la narración. Afortunadamente, en Mandela eso sucede en su primer tramo, lo que hace que se termine la película con un gran sabor de boca. Sin embargo, esa concepción lastra bastante y es la principal causa de que la película se extienda hasta los 141 minutos. De haberse recortado con más habilidad artística o, quizá, menos presiones desde los despachos (de quien sea: los editores del libro, los personajes implicados, los productores de la película...) habrían deparado una película mucho más trascendente.

A esa sensación, la de que hay un buen material y la de que el final sea aún mejor, contribuye decisivamente el gran trabajo de Elba dando vida a Mandela. Es verdad que hay un claro salto entre la primera y la segunda mitad de la película también en este sentido, incluso con un maquillaje a veces discutible por artificial, pero es que todo parece cobrar sentido cuando Mandela es encarcelado. Lo mejor de la película en todos los sentidos está a partir de ahí. Lo mejor de Idris Elba, lo mejor de su conflicto con Winnie Mandela (muy interesante en el papel Naomie Harris, la última chica Bond en Skyfall), lo mejor del auténtico retrato de una Sudáfrica angustiada, las mejores escenas de masas y lo más humano del relato. A Chadwick, autor de Las hermanas Bolena, se le nota la pretensión de buscar planos bonitos para enriquecer la historia, cuando es la propia historia lo que le da la posibilidad de lucirse con mucha más naturalidad, filmando a Idris Elba al recibir en prisión un telegrama o o en su salida al balcón para ser aclamado como presidente.

Es curioso que sea con esa sencillez cuando Mandela cobra la trascendencia que exige el personaje. Es más evidente que al abordar las escenas de alta política es cuando la película llega a sus cotas más altas. Le sobra metraje y los historiadores podrán discutir la veracidad de los detalles de lo que se cuenta, puesto que la única fuente es el libro escrito por el propio Mandela. En ese sentido, se nota que en algunos momentos se quiere deslizar algún aspecto que rompa una imagen inmaculada de Mandela, que le coloque como el ser humano que en realidad fue, más allá del mito, pero es un héroe casi intachable, el que requiere la historia. Y aunque suena más adecuado el título original de la película (Long Way to Freedom, El largo camino a la libertad, la de Mandela y la de Sudáfrica) que el que tendremos aquí en España, lo cierto es que el filme deja un sabor de boca agradable. Quizá más que por los méritos cinematográficos por sí solos sea por la propia historia, una que tendría que servir de referente para la política actual pero que a día de hoy parece una hermosa ficción.

jueves, enero 16, 2014

'La gran revancha', indescriptiblemente lejos de un 'Rocky' vs 'Toro salvaje'

El cine sobre boxeo es casi un subgénero en sí mismo, y rara vez falla. Rara vez, sí. Pero aquí lo hace. Y a lo grande. La gran revancha tiene un objetivo clarísimo, y es apelar a la memoria del espectador. La protagonizan Sylvester Stallone y Robert de Niro, dos de los actores que más han triunfado dando vida a boxeadores, con Rocky y Toro salvaje respectivamente. Aquí son dos púgiles que retoman un enfrentamiento que quedó treinta años atrás porque uno de ellos decidió retirarse del deporte antes de que tuviera lugar un tercer combate que aclarara quién era el mejor de los dos. Tanto da que los actores firmaran para hacer la película con un guión ya escrito o que se escribiera para que ellos pudieran tomar parte en este revival pero esto no es un Rocky vs Toro salvaje. Se queda indescriptiblemente lejos de lo que conseguían aquellas películas por separado y se queda en una comedieta con la que en ocasiones se puede uno reír pero que, en conjunto, es un paso más en la deriva de sus dos protagonistas, especialmente sangrante en la de un De Niro que, salvo alguna esporádica genialidad, ya no tiene medida.

Lo que está claro es que la película está montada en torno a la nostalgia y a las imágenes de aquellas dos películas que pueda evocar la memoria del espectador, y eso hace que el resultado duela más, aún sabiendo que los objetivos de ésta nada tenían que ver con los de sus referentes. La gran revancha sólo es aceptable como parodia, y en ese terreno sí tiene algunos momentos divertidos. Pero cuando quiere convertirse en una reflexión sobre el paso del tiempo o la madurez hace aguas por todas partes. No es que sea una sorpresa teniendo en cuenta que su director es Peter Segal, autor entre otras de Ejecutivo agresivo, Superagente 86, El clan de los rompehuesos o El profesor chiflado II. Pero siempre es descorazonador ver sobre todo a De Niro de esta guisa. Ni siquiera le ha importado ponerse en forma para el filme porque, en realidad, no hacía falta, y eso hace aún más delirante el clímax. Durante toda la película hay un evidente esfuerzo de ocultar sus cuerpos y no sería de extrañar que los retoques visuales que hay en su arranque, para ilustrar las peleas de hace treinta años, también se hayan usado en el final.

Entre una y otra escena, La gran revancha colecciona tópicos y clichés de todos los colores que hacen que todo lo que sucede, incluso el final, sea absolutamente predecible. La idea de agarrarse al carisma de los actores podría haber funcionado hace tiempo, antes de que Stallone se volcara en la nostalgia como única forma de hacer cine (y que ya le ha hecho naufragar con Los mercenarios o Plan de escape, aunque no en taquilla) y de que De Niro acumulara tantas y tantas experiencias negativas que han ido ensombreciendo sin remedio la carrera de uno de los más grandes actores del último cuarto del siglo XX. A ellos se une un Alan Arkin al que ya parece darle todo igual (lo llega a decir hasta su personaje sobre el ring en la última escena, y casi parece que quien habla es el actor), una Kim Basinger bellísima a sus 60 años (podrían tomar nota quienes jubilan maniquíes a los 40), un Jon Bernthal que acumula más tópicos en la cinta y las gracias no siempre divertidas de Kevin Hart.

La nostalgia actúa como un arma de doble filo. Por un lado, es lo que hace que La gran revancha se vea como una película deficiente y fallida, tópica y larguísima (113 minutos) para lo que ofrece, porque en nada se aproxima a las dos películas que descaradamente quiere referenciar, la obra maestra que es Toro salvaje y el notable e icónico drama pugilístico que es Rocky. Pero también es lo que, en el fondo, impide a quien adore esas dos películas masacrar esta especie de revival en forma de comedia. De su parte dramática casi es mejor ni hablar, porque sencillamente no funciona. Eso sí, las dos escenas que hay en los créditos (sí, dos, aunque afortunadamente no hay que esperar demasiado para verlas) son la mejor descripción de la película. La primera evidencia el punto en el que se encuentra la carrera de De Niro. La segunda, sin que ni él ni Stallone estén presentes, es lo más divertido, con dos cameos delirantes y que, probablemente, habrían servido de base a una película mucho más divertida que La gran revancha.

martes, enero 14, 2014

'La ladrona de libros', a medio camino

Una película como La ladrona de libros lo tiene todo para convencer. Una historia bonita, un escenario siempre atractivo e inagotable (la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial), una niña como protagonista y muchas dosis de emoción y drama sobre el papel. Pero Brian Percival, que hasta ahora ha desarrollado la práctica totalidad de su carrera en televisión, se queda a medio camino en casi todo lo que toca. La atmósfera, lograda por momentos, parece demasiado blanda en otras. El ritmo, marcado y bien llevado en algunas escenas, decae en otras sin remedio. La épica y la emoción están ahí, pero nunca parecen llegar al grado que promete la historia. Incluso ese sorprendente narrador con el que arranca la película (el del exitoso libro en que está basado), quizá uno de los detalles más originales de esta historia, acaba sabiendo a poco. Se ve con agrado por la empatía que despierta la joven Sophie Nélisse y por el oficio de Geoffrey Rush y Emily Watson, pero le falta magia.

La presencia de Watson, junto con la sencilla pero siempre preciosa música de John Williams, lleva a pensar en Las cenizas de Ángela como referente, pero el tono de ambas películas está muy alejado. Aún teniendo en cuenta que la historia se desarrolla dentro del nazismo y no busca el enfoque en las penurias judías o en la guerra (ambos aspectos se tocan, sin profundizar demasiado en ellos aunque dándoles partes cruciales de la película), La ladrona de libros es una película que marca en exceso los aspectos más ligeros de la historia. Lo que pedía era verla sobrecogido, con el corazón en un puño, y eso no lo termina de conseguir. Ni con el aprendizaje lector de la pequeña Liessel, ni con el riesgo que entraña que la familia oculte en su casa a Max, que son los dos focos centrales de la historia una vez que pasa lo que realmente destaca en el filme, la relación entre Liessel y sus padres adoptivos, en especial con él, con Hans, porque es ahí donde sí se ven las emociones que tanto busca el filme.

Especialmente durante la primera hora, lo que agradece la película son las apariciones de Geoffrey Rush. Por momentos parece que es él quien se va a llevar el filme a su terreno, olvidando por un momento a la ladrona de libros del título, que no es otra que Liessel. Sophie Nélisse, que ya generó atención en la preciosa aunque algo demasiado olvidada Profesor Lazhar, encandila, pero no termina de ser suficiente, aunque crece dentro de la película quizá al mismo ritmo que va adquiriendo protagonismo Emily Watson o, incluso, el pequeño Nico Liersch, que da vida a Rudy, el mejor amigo de Liessel y quizá el mejor exponente de la emoción que podría haber contenido el filme y que no termina de desatarse. No ayuda, de hecho, que el final sea lo más flojo de la película, donde más se notan las carencias, donde se convierte en evidente que la película tiene una escala bastante menor de lo que promete en todos sus aspectos y que los mejores planos parecen pensados para crear un gran trailer pero no del todo una gran película.

A pesar de todo, incluyendo sus 131 minutos que se podrían haber recortado en algo, La ladrona de libros sí consigue enganchar con relativa facilidad desde su brillante y sorprendente escena inicial. Puede que eso no sea tanto mérito de la película como del escenario, de momentos puntuales como el brillante montaje de las escenas en la noche de los cristales rotos, el sobrecogedor efecto que tiene el himno alemán cantado por niños vestidos con símbolos nazis, la puesta en escena de la hoguera de libros, la peligrosa adoración que siente Rudy por el atleta Jesse Owens o el arresto de un judío por parte de oficiales nazis, pero está ahí. Pero acaba sufriendo por los altibajos que tiene en su ritmo, por la indefinición de algunos personajes (el burgomaestre y su esposa podrían haber dado mucho más juego, por ejemplo) y porque se nota demasiado la limitación presupuestaria. Aún así, el emotivo epílogo y los mejores momentos de la película dejan un buen sabor de boca.

domingo, enero 12, 2014

'The Grandmaster', preciosismo confuso

La apuesta por la estética por encima de la historia empieza a ser un fenómeno que se repite con frecuencia en el cine contemporáneo, independientemente de su procedencia o género. Sucede en las grandes producciones de efectos especiales de Hollywood, pero también en otras cinematografías y en títulos más ambiciosos. The Grandmaster, la película con la que Wong Kar Wai rompe un silencio de seis años, cae en ese mismo saco. Será difícil que surjan voces que no sepan apreciar el preciosismo visual de su película de artes marciales (aunque, como todo, hay elementos discutibles en sus decisiones), fruto de años de trabajo para dar con las coreografías y el aspecto adecuados. Pero al mismo tiempo es difícil conectar con la historia que plantea el filme, erróneamente vendido como "la leyenda del maestro de Bruce Lee" debido a que eso es algo absolutamente intrascendente en su desarrollo, porque al final no queda claro qué quería contar exactamente Wong Kar Wai o el papel de algunos de los personajes que desfilan por la pantalla.

The Grandmaster es, por tanto y por encima de todo, un canto de amor a las artes marciales orientales, mostradas en detalle y componiendo hermosas y formidablemente elaboradas coreografías. Wong Kar Wai mezcla planos a velocidad real, a cámara lenta y también ralentizada. Mezcla planos generales y detalles. Personajes y el entorno. Y le suma una formidable música de Shigeru Umebayashi y Nathaniel Méchaly para que el deleite audiovisual sea lo más completo posible. Ahí, pese al riesgo de repetición, está lo mejor de la película. Eso sí, hay un pero que se le puede poner en este aspecto, por menor que pueda parecer dentro del gozo visual. Como las películas orientales más conocidas en occidente que han explotado las artes marciales (Tigre y dragón, La casa de las dagas voladoras), no escoge un tratamiento realista de los movimientos, sutil y deliberadamente exagerados hasta lo imposible. Eso, teniendo en cuenta que pretende narrar una historia real, puede suponer un desliz para algunos espectadores.

Pero el problema de The Grandmaster está en un guión que queda lejos de estar bien perfilado. Quizá su principal defecto esté en que no termina de apostar con claridad por una historia que quiera contar. ¿Es la del maestro de Bruce Lee, Ip Man? Si lo es, tiene demasiados tiempos muertos en los que él está lejos de ser el centro de atención. ¿Es la historia del conflicto entre Japón y Hong Kong? Lo mismo, está presente en el centro del filme, pero no en el resto. ¿Es la de los clanes del norte y del sur? Su relato se apaga tras el primer tercio de la película y, en realidad, no tiene consecuencias en lo que viene a continuación. Todo es así. Y no se puede decir que los actores no crean en sus personajes, más bien al contrario porque hay un gran esfuerzo en el reparto encabezado por un Tony Leung sobrio y una Ziyi Zhang intensa, ambos enormes en las acrobacias que les exige el guión. Pero precisamente esa indefinición de la película hace que muchos personajes se queden en menos de lo que prometían e incluso aparezcan y desaparezcan sin mayor motivo.

Es fácil sucumbir a la fascinación de las imágenes de la película, pero también a la confusión que va generando la historia con sus continuos y no muy claros cambios de rumbo, que van dejando personajes descolgados y tramas descolgadas. Según pese más una cuestión o la otra, gustará más o menos la película, pero parece justo atribuirle a The Grandmaster un cierto olor a decepción. Los buenos mimbres que hay, históricos y temáticos, además del largo tiempo que ha dedicado Wong Kar Wai a la preparación de la película no bastan para fascinar, porque la historia ofrece una descompensación que provoca largos tiempos muertos en cada uno de los focos de la historia. Quedan las artes marciales y la plástica plasmación de los combates en la pantalla. Preciosa desde ese punto de vista, pero insuficiente porque no deja de tener un toque de déjà vu en la mezcla de la mencionada Tigre y Dragón con Matrix (no es en absoluto casual que compartan coreógrafo) y porque la historia no acompaña.

viernes, enero 10, 2014

'Agosto', el poder de los actores

El poder de los actores es innegable en el cine. Una cara popular vende más entradas por sí misma que una buena película. Y un buen reparto puede convertirse en la mejor razón para ver un filme. Sucede en Agosto, una cinta que parte de una obra ganadora del premio Pullitzer y que, aún así, tiene su mejor razón de ser en un espléndido reparto. Eso es, obviamente, porque los nombres que lo conforman son muy buenos pero también porque John Wells (que debutó en el mundo del largometraje con la desinflada The Company Men) no está a la altura y se limita a dejar que sus actores campen a sus anchas por la pantalla con un guión que deja algunas lagunas pero con unos diálogos a ratos sensacionales. Aún viéndose a la legua el origen teatral de la historia, el resultado es satisfactorio. No tan grande como podría haber sido en manos de otro autor, porque Wells se limita en muchas ocasiones a colocar sin más su cámara y no domina el montaje tanto como lo necesitaba la película, pero sus actores hacen que la cinta valga la pena con creces.

Viene a ser una vergüenza que quienes se dedican a dar premios en el arranque del año hayan decidido considerar a Julia Robert como secundaria de Meryl Streep, en un nuevo triunfo del márketing por encima del cine como arte, pero que eso al menos no engañe a nadie. Ambas son las protagonistas absolutas. Y ambas están sensacionales. Cada vez que Meryl Streep aparece en un filme me siento pensando lo mismo. Es sólo una actriz. Es sólo una mujer. No puede haber siempre gestos, miradas o diálogos que me parezcan descomunales. Y casi siempre salgo pensando que su leyenda se queda incluso corta. Hasta dejándose llevar en la sobreactuación como aquí, porque hay pocas actrices que sepan transmitir tanto con cada palabra que pronuncian. Julia Roberts ha sido la novia de América durante un par de décadas, el tiempo hábil que le da Hollywood a una actriz antes de cumplir una máxima de la que, curiosamente, hace uso la película, la de que siempre habrá una más joven. En Agosto ya no es la novia de América y encuentra como base de su personaje una amargura que nunca antes había mostrado.

La película es, en realidad, una historia sencilla sobre una familia que se va destruyendo poco a poco y en un intervalo de tiempo muy escaso, tras un dramático suceso que les obliga a todos a convivir (una mujer, sus tres hijas y las parejas de dos de ellas, la única nieta, su hermana y su marido, y el hijo de éstos; a veces da la impresión de que Wells y la guionista Tracy Letts no saben qué hacer con tantos) hace que salga lo peor de cada uno de sus integrantes, a veces por voluntad propia, a veces por hartazgo y a veces por las circunstancias de la vida. Porque Agosto, en realidad, va sobre miserias humanas. Buscar un atisbo de felicidad en la película es complejo, porque además el final, tan demoledor como probablemente innecesario en la trama, es el golpe definitivo a esa felicidad. El único atisbo de esperanza que había en esta familia queda aniquilado. Y perdura la sensación de haber asistido a un dramático escenario familiar durante dos horas de las que dejan un nudo en el estómago pero a las que les falta algo para ser grandes de verdad.

Lo que queda, no obstante, no es menor, porque está basado en dos pilares esenciales, el ya mencionado reparto (donde no hay que menospreciar a los nombres menos populares, como Julianne Nicholson o Margo Martindale) y unos diálogos cortantes y brutales. Entre ambos elementos hacen que la tensión se pueda cortar en un cuchillo en numerosas escenas, casi en toda la película. Y además del disfrute que proporcionan Streep y Roberts, queda la sutil interpretación de un gran Chris Cooper (que desemboca en una furia sensacional; lástima que la película no siga progresando en su personaje, aunque también es verdad que él no era el centro de atención inicial), una muestra de la camaleónica capacidad de Benedict Cumberbatch, una de las mejores broncas de pareja que se recuerdan protagonizada por Roberts y Ewan McGregor y, sobre todo, la sensacional secuencia en la que se juntan todos los personajes en torno a una mesa, bendición incluida de la comida y con devastadores consecuencias para todos.

miércoles, enero 08, 2014

'Superman. Sin límites', y casi logrando una adaptación extraordinaria

Cada película de dibujos animados basada en los personajes del universo DC obliga a recordar que en este terreno, y a diferencia de la acción real, la supremacía con respecto a Marvel es absoluta. Mientras Spiderman, Vengadores y X-Men triunfan en los cines pero no consiguen encontrar su camino en series o películas de dibujos animados dirigidas al mercado de vídeo, Superman, Batman, Green Lantern, Wonder Woman o la Liga de la Justicia siguen asombrando en este formato. Superman. Sin límites es la última muestra, una especialmente gozosa porque es la adaptación de una espléndida historia del cómic escrita por Geoff Johns y dibujada por Gary Frank en 2008, porque supone un muy buen complemento a El Hombre de Acero (con la que comparte algún que otro punto argumental... al igual que con algunos de los proyectos abandonados años atrás para llevar al personaje a la gran pantalla) y porque ofrece impresionantes versiones no sólo de Superman y el villano al que se enfrenta, Brianiac, sino también de Supergirl.

Analizada en detalle, lo cierto es que Sin límites tiene todo lo que se puede pedir a una película de Superman. Aparece el protector de Metrópolis desatando al máximo sus poderes (espléndida coreografía de la batalla contra el primero de los robots de Brainiac), hay un villano de altura en una encarnación casi perfecta, se ofrecen cuantiosos detalles sobre la herencia kryptoniana del héroe (y la diferente manera en que la reverencian Kal-El y su prima Kara), está por supuesto Supergirl, la relación entre Clark y Lois Lane tiene un papel crucial en la historia, hay bastantes escenas de acción y por supuesto Superman pelea por salvar el mundo, que es lo que se espera del primer y más reconocible superhéroe de la historia. Teniendo todo eso, cabe suponer que el juicio al filme dirigido por James Tucker (a pesar de su muy escasa experiencia como director y afrontando su primer largometraje) ha de ser sobresaliente. Y a ratos lo es, pero no siempre.

Juegan en contra de la película que su clímax no sea lo más espectacular de la historia. Quizá en el cómic tenía mejor encaje esta resolución, pero en pantalla, y después de lo visto en la primera hora, sabe a poco. También falta, aunque está muy bien resuelto este problema con buenas dosis de imaginación, cierta espectacularidad en algunos momentos. Es evidente que estamos ante una película destinada al mercado de vídeo, lo que supone un menor presupuesto que las películas que sí llegan a los cines, y eso se tiene que acabar notando. Estos detalles limitan levemente el alcance de la película, pero no impiden que se la pueda considerar como una de las mejores versiones animadas de Superman, atrevida además en muchos momentos (increíblemente impactante es el momento en el que se ve al héroe sangrando; sin ser específicamente para adultos, no es una película pensada para los más pequeños por mucho que sea de dibujos animados).

Además de la habitual lectura superheroica, que aprueba con nota, Superman. Sin límites ofrece un segundo punto de vista sumamente interesante, el femenino, el que aportan a diferentes niveles Lois y Supergirl. Son parte de la acción, pero también del corazón emocional de la película (¿suena muy descabellado decir que incluso más que Superman?), y esa parte no queda sepultada en ningún momento por las escenas de acción (como sí podía llegar a sucederle en cierta manera a El Hombre de Acero). Respetando pero marcando alguna distancia con respecto al original de las viñetas (donde Gary Frank optó por un héroe que se pareciera mucho a Christopher Reeve), es una adaptación notable y una película muy conseguida, que bucea en una interpretación del mundo de Superman más oscura de lo que suele ser habitual. Pero con Brainiac como villano de la función, y más en esta encarnación siniestra y lúgubre, es sin duda el mejor acercamiento posible. Muy entretenida.

viernes, enero 03, 2014

'Paranormal Activity. Los señalados', terror decente en una fórmula con los mismos problemas

Paranormal Activity. Los señalados insiste en una fórmula que tiene problemas muy marcados y que nadie parece querer solucionar mientras la taquilla siga dando beneficios a una forma tan económica de hacer cine. Toda película grabada con una cámara de vídeo digital integrada en la historia sigue siendo absolutamente inverosímil y, además, se recrea en sus propias trampas. Dicho eso, y advirtiendo que el final de esta especie de spin-off de una saga que acumulaba ya cuatro entregas previas dejará muy frío a quien no conozca al menos la primera, lo cierto es que hay momentos interesantes en esta película, instantes de buen terror. Es cierto que no es así durante toda la película, y eso que apenas dura 88 minutos, y que en realidad sigue teniendo los mismos agujeros que cualquier otro título de similares pretensiones y factura, pero al menos se pueden sacar algunos detalles interesantes. No es poco, teniendo en cuenta que la originalidad no es algo que se pueda pedir a la quinta parte de una franquicia.

Ese es quizá el punto clave para disfrutar de Paranormal Activity. Los señalados. ¿Originalidad? Ninguna. Pero si se aceptan las reglas del juego que propone hay momentos bastantes inquietantes. ¿Suficientes? Eso ya dependerá de cada espectador, pero es obvio que hay muchas trampas en el camino. La más evidente es la propia cámara que no deja de estar en el centro de todo. Toda película rodada así es consciente de que irremediablemente llega una escena en la que es absurdo que se siga grabando. Aquí llega relativamente pronto después de que se desate la trama principal, después de un extenso prólogo que no hace más que colocar la película en los estándares de la duración comercial pero que, en realidad, no termina de aportar demasiado al conjunto, a la historia de un chaval que se acaba de graduar y que acaba implicado en asuntos de magia negra a través de una inquietante vecina. Lo bueno que consigue Christopher B. Landon, director de esta cinta, es que cuando es flagrante la poca verosimilitud de la grabación es cuando la película crece en ritmo hacia el final.

A lo inherente a esta forma de entender el terror hay que sumar dos problemas más. El primero es la habitual trampa del sonido. Si es una película que quiere recoger fielmente la realidad, ¿por qué ese sonido ambiente machacón que pretende generar un aura de misterio? Lo curioso es que a veces funciona, pero la opción de Landon, que había escrito las tres entregas anteriores y dirigido sólo Burning Palms en 2010, tendría que prescindir de estos elementos si fuera coherente con su planteamiento. El otro problema es que, aún pareciendo durante buena parte de su metraje una historia completamente independiente de la saga central (más allá del uso de la videocámara), hay una conexión esencial. Sin desvelar nada, quien escoja ésta como la primera película de la saga para ver probablemente entenderá su final como un enorme chasco. Es difícil que la primera aproximación a Paranormal Activity sea a través de su quinta película, pero el hecho de prescindir de la numeración en su título puede inducir a cometer ese error.

Pasando los primeros veinte minutos y con la suficiente capacidad de abstracción con los problemas que proceden más del género que de la propia película, Paranormal Activity. Los señalados es una película que no parece mal construida, que escoge bien los momentos que muestra y los que insinúa, que no adelante con facilidad sus mejores sustos y que, por momentos, entiende bastante bien los códigos del género de terror. Con un correcto grupo de actores y un argumento atractivo, la verdad es que se acaba pasando en un suspiro e intriga lo suficiente como para llegar al final con cierto agrado, aún asumiendo que no es precisamente una pica en la historia del género. Pero todo lo bueno (que se condensa especialmente a partir de cuando Jesse, interpretado por Andrew Jacobs, es consciente del problema en el que se ha metido) depende de que se entienda el final. Y sin ver Paranormal Activity o alguna de sus secuelas, en especial la tercera, se antoja algo complejo que así sea.

miércoles, enero 01, 2014

'El único superviviente', Peter Berg no es Ridley Scott

Hay dos problemas que El único superviviente no consigue resolver. El primero, que quiere ser de forma descarada una especie de actualización de Black Hawk derribado. Y emular lo que ofreció la mejor película de guerra moderna (indudablemente por su aspecto bélico, porque ninguna otra cinta ha sido capaz de introducir al espectador en un conflicto contemporáneo con semejante fuerza) es prácticamente imposible. Más si es Peter Berg el que tiene que alcanzar lo que hace un autor tan discutible como se quiera pero con semejante dominio del arte de la dirección. El segundo, que ésta es claramente una película de homenaje, a los Navy Seals como cuerpo y a los protagonistas de esta historia, precedida del tan temido cartel de "basada en hechos reales". Y eso comporta peajes importantes. Dos problemas que no supera, pero, aún así, una buena muestra de cine bélico actual con dos partes claramente diferenciadas, la que busca la empatía por los personajes y la que se centra en la guerra como concepto.

El caso es que en ambas hay momentos muy conseguidos, aún con sus defectos. La primera mitad tiene el grave problema de comenzar con un prólogo hecho con imágenes de archivo que más parece un anuncio de reclutamiento para los Seals creado por el Gobierno norteamericano. Y el patriotismo probablemente venda, pero también es cierto que puedo retrotraer al público fuera de los Estados Unidos. Lo que sigue, aún con música fanfárrica y triunfalista que provoca un efecto parecido, merece la pena, porque humaniza al soldado, hace que el espectador pueda conectar con personajes que, en teoría, están emocionalmente muy lejos. Quizá nada nuevo sobre el horizonte, pero sí muy efectivo. Para quien piense que esta es sólo una película bélica, sí se puede indicar que el primer disparo no suena hasta la hora de película. Después la guerra se apodera de la película, pero hasta entonces lo que se busca es la construcción de los personajes.

Con acierto, además, aunque sin tanta profundidad como seguramente hubiera querido Berg. Al director de películas como La sombra del reino (claro referente en su filmografía para El único superviviente), Hancock o la infumable Battleship se le escapa algo el filme por todo lo que comporta que quiera ser un homenaje. En la segunda mitad, y aunque mejora el algo escaso resultado de la mencionada La sombra del reino, Black Hawk derribado se antoja un referente demasiado elevado para lo que ésta consigue. En cualquier caso, es apreciable el esfuerzo de Berg, de su reparto (correcto Mark Wahlberg, inquietante Ben Foster, escaso Eric Bana) y de su equipo. El único superviviente ofrece un buen espectáculo bélico, muy bien rodado a pesar de algún que otro exceso, crudo y directo, quizá demasiado evidente en algunos momentos pero muy efectivo casi siempre.

Casi da la impresión con estas líneas de que hay más aspectos negativos que positivos en El único superviviente y en realidad no es así. La conexión con los personajes es buena y la acción bélica está bien rodada, lo que, además, supone para Berg una redención de la confusa Battleship, porque los efectos visuales están muy conseguidos y la presencia de helicópteros en dichas escenas forma parte de lo mejor que ofrece el filme. Alargar la primera hora viene a ser un intento de mejorar el único defecto que tenía Black Hawk derribado, la difícil individualización de los personajes. Aquí es obvio que se quiere conseguir esa sensación, y a pesar de que se trata de un hecho real y de que eso sea lo que en definitiva marca la historia, por eso el número de protagonistas es menor y por eso se incide tanto en aspectos personales de cada uno de ellos. Funciona razonablemente bien durante las dos horas que dura, aunque es verdad que podría haber sido mucho mejor película. Pero, como decía más arriba, Peter Berg no es Ridley Scott.