lunes, septiembre 30, 2013

'Kon-Tiki', una buena aventura noruega hollywoodizada

El cine de aventuras, digamos, serio vive una cierta crisis. Tardan mucho en aparecer películas que hagan honor a lo más clásico de este género y no caigan en la vis más cómica del cine actual, víctimas de esos estudios de mercado que tanto cine rompen por la mitad. Pero entonces aparecen películas como Kon-Tiki y hay que congratularse y poner el contador a cero. Kon-Tiki es, efectivamente, puro cine de aventuras. Con cierto toque clásico, es cine noruego (la película más cara rodada en ese país) pero pasado por el tamiz hollywoodiense (quizá por eso gustó tanto a los americanos como para darle una nominación al Oscar en la categoría de película de habla no inglesa... aunque buena parte de sus diálogos son en inglés), algo que también pasa por el hecho de tratarse de la recreación de un hecho real. Está francamente bien rodada, con un buen ritmo y que gracias a dos secuencias culminantes consigue sortear los puntos bajos que hay en su segunda hora de metraje. No cabe más que calificarla como una espléndida película para recuperar la fe en su género.

Kon-Tiki narra la expedición con la que Thor Heyerdahl quiso demostrar, con la opinión contraria de toda la comunidad científica, que fueron indígenas peruanos los que colonizaron la Polinesia, recorriendo 8.000 kilómetros por mar en pequeñas embarcaciones de madera, un viaje para seis tripulantes que debía recrear las condiciones de aquellas arriesgadas travesías, sin importar el peligro de que se resquebrajara en plena travesía, que las corrientes no colocaran la embarcación en el rumbo deseado o el los tiburones que infestan esas aguas. Una hermosa aventura para recrear y disfrutar en una pantalla grande, que ya lo tiene prácticamente todo hecho con los maravillosos planos que permite un océano abierto e inabarcable, pero que Joachim Rønning y Espen Sandberg, directores de la película, coronan con hermosos e imaginativos momentos, incluso un muy original desplazamiento desde la barca hasta las estrellas y de nuevo hasta la superficie del mar, una introducción bien medida y algún flashback francamente hermoso.

Es evidente que hay en Rønning y Sandberg un gusto cinematográfico muy hollywoodiense. No es de extrañar que, en la inagotable búsqueda de talentos europeos que hacen los grandes estudios ya hayan sido fichados para continuar la saga de Piratas del Caribe tras conseguir la nominación al Oscar por este filme , por mucho que el tono de aquella franquicia y de Kon-Tiki no tengan absolutamente nada que ver. De hecho, son opuestos. Porque ellos apuestan aquí por un agradecido clasicismo, con leves toques aprovechando la tecnología actual que permiten situar esta película en la presente década. Pero más aún que el gran aspecto visual de la película, lo que funciona es su casi perfecto retrato de una obsesión. Thor Heyerdahl vive, trabaja, sueña y se esfuerza con el único fin de demostrar su teoría, eso está por encima de todo. Y aunque las obsesiones se pueden compartir, nunca alcanzan la misma medida, tiempo o intensidad en dos personas diferentes. Eso está notablemente contado en Kon-Tiki a través de todos los personajes.

Es verdad que una vez que la expedición está en marcha (aproximadamente tras el primer tercio de la película) hay momentos en los que el ritmo decae, pero eso se solventan con dos picos de intensidad brillantes, la aparición de los tiburones y el arrecife. Son dos escenas más espectaculares que culminan un viaje cinematográfico más que agradecido. El problema que puede tener es que consiga llegar al público adecuado. Porque quien normalmente puede ver cine europeo quizá no espere un filme de corte narrativo tan norteamericano y quien gusta de las películas de Hollywood probablemente no se verá demasiado tentado de ver Kon-Tiki. Su exquisito trato tanto de la aventura como del cine hacen que sea aconsejable para ambos grupos, porque no hay en el cine moderno tantos títulos de este género tan bien realizados como éste como para dejarlo pasar.

viernes, septiembre 27, 2013

'2 Guns', divertidísima buddy movie

Viendo a Denzel Washington y Mark Walhberg en 2 Guns da la impresión de que eso de la química entre actores es fácil. Ellos solitos se bastan y se sobran para hacer de esta película una de las buddy movies más divertidas, entretenidas y logradas de los últimos años, pero afortunadamente la cosa no acaba en ellos. Son de largo lo mejor que ofrece, pero Baltasar Kormákur, director islandés responsable de la olvidable Contraband, también protagonizada por Wahlberg, rueda con un entusiasmo difícil de prever viendo su anterior filme, sin estorbar lo que consiguen sus dos actores protagonistas y dándoles un espléndido marco en el que convertir esta adaptación de un cómic editado en 2007 por Boom! Studios en 109 minutos de película terriblemente gozosos que es mejor descubrir sin avances previos, sin trailers ni fotografías que dejen entrever alguna de las sorpresas que esconde un guión ágil, frenético y con chispa. Sí, es una comedia de acción, pero menuda comedia de acción, que derrocha carisma y grandes momentos.

Y es que todo pasa por la química entre Denzel Washington y Mark Wahlberg. Cuando aparecen en la primera escena, subidos en su coche setentero, con su aire chulesco y su conversación desenfadada, el espectador se ve empujado y obligado a creer que entre ellos hay una complicidad, una amistad, una relación especial, la que tienen que mostrar los protagonistas de una buddy movie. Diálogos rápidos y ácidos, gestos cómplices, una complicidad sencillamente perfecto. Ahí, ya desde la primera escena, es donde se construye el éxito de 2 Guns, porque si eso funciona da igual cómo se desenvuelva todo lo demás. Ellos hacen creíble lo inverosímil y divertido todo lo que sucede en las algo menos de dos horas que dura la película. Sin contar absolutamente nada del argumento, lo único que hay que saber antes de verla es que estos dos forman equipo. ¿Para qué? La primera escena lo aclara.

A Kormákur le queda la misión de no estropear lo que consiguen sus actores. Y lo hace, lleva la película bastante bien, filma con mucho acierto las escenas de acción, las peleas y las persecuciones sin que nada apabulle el auténtico punto fuerte del filme, la envidiable química entre Washington y Wahlberg. Incluso le proporciona un buen escenario, a medio camino entre la película fronteriza, el spaghetti western y el policíaco más contemporáneo, al que contribuyen asombrosamente bien un desatado Bill Paxton y un casi autoparódico Edward James Olmos. Entre todos ellos, sus secuaces, aliados y enemigos, son constantes las peleas y enfrentamientos, los tiroteos y los insultos, todo ello vestido con un disfraz de divertimento sincero y muy entretenido en el que no falta de nada, ni siquiera la casi obligatoria escena de desnudo (femenino, por supuesto), a cargo de una Paula Patton menos carismática que en Misión imposible. Protocolo fantasma. Gracias a todo eso, da igual lo hilarante y rocambolesco que pueda ser a ratos el guión.

2 Guns encierra multitud de detalles gozosos: diálogos, gestos, caracterizaciones, peleas... Dentro de esta alocada mezcla, un guiño divierte tanto como un retrovisor o un toro, y una propina da tanto juego como un disparo o unas tostadas. Es verdad que en torno a los dos tercios, cuando se acumulan las sorpresas y los giros de guión, la película tiene un ligero bajón, pero su enorme ritmo y la desenfadada diversión que propone solventan cualquier duda antes del alocado clímax y casi perfecto final. También es verdad que ni Denzel Washington ni Mark Wahlberg inventan nada en sus respectivas carreras, pero su química y el hecho de que su diversión rodando la película sea directamente proporcional al del espectador viéndoles compensa por completo cualquier leve síntoma de repetición. Y para rematar la faena, hay en la película un elemento que desatará las carcajadas del público español. Sobre todo del futbolero. Y seguro que Denzel Washington, Mark Walhberg o Baltasar Kormákur no entenderían una risa en ese momento concreto. Pero es una de muchas en una comedia de acción altamente recomendable.

lunes, septiembre 23, 2013

'Justin y la espada del valor', la animación española aguanta el tirón

Si cabía la posibilidad de empezar a considerar la existencia, solvencia y futuro de una industria de la animación española después del éxito de Las aventuras de Tadeo Jones, la clave tenía que ser Justin y la espada del valor. Y si aquella era un producto muy entretenido y pensado para los más pequeños, éste, apadrinado por Antonio Banderas, no se queda atrás en absoluto. Justin es una atractiva aventura medieval, quizá demasiado modernizada en cuanto actitudes y lenguaje de algunos personajes, pero muy bien animada, correcta en su desarrollo y con las clásicas lecciones de comportamiento que inevitablemente se cuelan en los productos de dibujos animados. Y como sigue una línea con muchos antecedentes, puede que le falte algo del atrevimiento que le hubiera gustado al espectador más adulto, incluso para dar algo más de protagonismo al punto de partida inicial, pero el conjunto es suficientemente satisfactorio para los niños y para los no tan niños.

¿Y cuál es ese punto de partida? Muy sencillo: los caballeros han desaparecido, han sido prohibidos por la reina y han sido sustituidos por los abogados. Sus normas agobian a la población (espectacular el gag triple de la niña en esa primera escena) y hacen de las peleas con armas algo del pasado. Quizá lo más negativo de la película, y no es en realidad un problema demasiado grande, está en que ese planteamiento no dura más allá de la escena inicial. Sí, luego queda el derivado enfrentamiento generacional entre Justin, que quiere seguir los pasos de su abuelo como caballero, y su padre, que desea que siga los suyos como abogado, pero el toque social que emana del arranque del filme no vuelve a tocarse y la película pasa a ser, sin duda de forma consciente, un divertimento infantil con los habituales toques de humor para un público más adulto. Nada que reprochar por ese lado, pero ¿para cuándo una película de dibujos animados que ahonde en temas sociales de una forma más audaz y no sólo como parte de su planteamiento?

Lo que sigue es un canon agradable en el mundo de la animación. El héroe con dudas, la chica ya nunca en apuros (Talia) que no sólo le ayudará en su misión sino que buscará su amor, el mentor (aquí mentores: Legantir el mago, Blucher el caballero y Braulio el sabio) a los que seguir y de los que aprender, el villano (Heraclio) como héroe caído y vinculado al protagonista a través de su familia y de sus sueños... El desarrollo está muy centrado en la aventura y en la comedia. Lo primero funciona a la perfección, porque las escenas están muy bien planificadas, porque la animación es espléndida y porque los personajes encajan en todo momento. Pero en la comedia no está todo tan claro. En ocasiones es difícil justificar la exageración de un personaje como Sota (aunque es cierto que hay un gran momento cómico de Talia a su costa y por este motivo) y la parte del dragón está cogida con pinzas... pese a ser una secuencia admirablemente animada. Y es que sucede a menudo en la película que sus puntos más débiles se rescatan por otros motivos, con lo que el resultado final es aún más agradecido.

Manuel Sicilia, que ya había dirigido El lince perdido (también con la supervisión de Banderas), se suma así a la lista de nombres a tener en cuenta en la animación española. Vista la película en versión doblada, y abrumado todavía por el alocado divertimento que (se) ha proporcionado el propio Banderas prestando su voz al falso caballero Sir Clorex, se agradece que la película no caiga en el recurso al famoseo no actor. Pero también hay que decir que da cierta envidia ver que en la versión en inglés participan actores como Charles Dance, Rupert Everett, Alfred Molina, Mark Strong o Saoirse Ronan. En cualquiera de las dos versiones, Justin y la espada del valor es una más que correcta aventura animada, sin nada que envidiar técnicamente a buena parte de las producciones norteamericanas que llegan a nuestros cines y con muchos elementos a disfrutar. Es lo que es, cumple con lo que promete y no engaña a nadie. ¿Se puede pedir más? Pues a disfrutar.

viernes, septiembre 20, 2013

'Rush', la Fórmula 1 también luce en el cine

Vendiéndose la Fórmula 1 como lo hace, como uno de los mayores espectáculos del mundo, era raro que el cine no hubiera inmortalizado ya alguno de los míticos duelos que hay a lo largo de su historia. Pues bien, esa deuda queda más que satisfecha con Rush, la visión de Ron Howard sobre el mítico enfrentamiento entre Niki Lauda y James Hunt en el año 1976. La película es vibrante de principio a fin y muestra mucha categoría, aunque se queda a un peldaño de ser verdaderamente extraordinaria en su conjunto porque no presta atención a algunos detalles. Tan pendiente está de ser un retrato preciso de la rivalidad entre Lauda y Hunt que se olvida de algunas cosas por el camino. Que el tercer nombre del reparto, tras Daniel Brühl y Chris Hemsworth, sea el de Olivia Wilde, que tiene un papel muy reducido, evidencia que el interés de Howard no estaba más allá de sus dos pilotos. Pero lo que es indudable es que su apuesta dentro del cine deportivo es muy gozosa y que sabe arrancar carismáticas interpretaciones de sus dos protagonistas.

Lo que más se puede agradecer a Howard es que no ha querido ofrecer una retransmisión deportiva dramatizada. La espectacularidad de la Fórmula 1, vista además con los ojos de un espectador contemporáneo, se prestaba a esa solución: nitidez absoluta, cámaras superlentas, control absoluto sobre la imagen. Y, en cambio, lo que hace el director es llevar al espectador a las mismas sensaciones con las que se seguía un gran premio en 1976, las que tiene que provocar la Fórmula 1 vista desde el interior de un coche. Para ello, busca confusión, sensaciones más que información, planos cortos de diferentes partes del monoplaza, el casco del piloto, la carretera siempre en movimiento. Hasta llegar al año que centra la película, sí es verdad que Howard da algunas muestras de no saber transmitir del todo bien el funcionamiento de las carreras y los mundiales. Pero cuando llega 1976, la cosa cambia. Y se agradece que no se haya limitado a dar las dos pinceladas que le interesaban dramáticamente, aunque es verdad que el conocedor de la historia real puede echar de menos algunos detalles.

Eso sí, lo ideal para disfrutar de la apuesta cinematográfica es no acudir presto a Wikipedia para saber qué ocurrió en 1976, qué hace relevante para Howard la historia de Lauda y Hunt y dónde van a estar sus puntos álgidos. Lo mejor es dejarse llevar por la historia, sorprenderse con los giros que informativamente tanto impactaron en su época, y admirar la buena construcción de sus personajes que hacen Brühl y Hemsworth, sobre todo en su faceta como pilotos. La personal, por supuesto, forma parte esencial de Rush pero ahí es donde, quizá por no alargar más el metraje, no alcanza la cúspide que busca salvo en contados momentos, en los que todos los actores consiguen despuntar. No sólo los dos protagonistas, sino también sus contrapartidas femeninas, una Olivia Wilde fascinante y una Alexandra Maria Lara profunda. Ojalá ambas hubieran tenido papeles más extensos. Esos detalles se olvidan durante el intenso, emocionante y espectacular clímax de la película y, sobre todo, durante su soberbia preparación, secuencia magníficamente acompañada por la música de Hans Zimmer.

La presencia de Zimmer es otro de los detalles que a priori podían llevar a pensar que Rush sería una versión algo más seria y en la Fórmula 1 de Días de trueno, retrato del mundo de la Nascar. Y es evidente que ese homenaje está muy presente (incluso suena una de las canciones de aquel filme), pero también que los intereses de Tony Scott y Ron Howard no son los mismos. Días de trueno apostaba por hacer del amor y la amistad temas fundamentales de su trama de rivalidad deportiva. Rush apuesta claramente por esa rivalidad. Y lo borda con todas y cada una de sus escenas. Las de carreras, por supuesto, pero también los varios diálogos que mantienen Hunt y Lauda a lo largo de la película. No es fácil dilucidar dónde acaba el mérito de Howard y dónde empieza el de Hemsworth y Brühl, sobre todo después de ver la fusión final entre las imágenes de los actores y las de los pilotos reales. Pero lo que sí es fácil de decir es que Rush ofrece dos horas fantásticas, gran cine deportivo y más que deportivo, aunque los focos sobre las estrellas hacen que se pierda alguna que otra oportunidad de hacer que brillen más todavía.

miércoles, septiembre 18, 2013

'Percy Jackson y el mar de los monstruos', simpática y simple aventura juvenil

El fantástico juvenil no es un género nada fácil, y más después de que los años 80 ofrecieran tal torrente de creatividad y talento que empequeñeció a todo lo que se estrenó desde entonces y sigue empequeñeciendo a títulos contemporáneos, que estrenados entonces podrían incluir haber recibido la etiqueta de pequeño clásico. Y a veces da la impresión de que es un género que no tiene ya tan fácil encontrar su público, cosa que de vez en cuando desmiente la taquilla. Cuando se estrenó Percy Jackson y el ladrón del rayo no dejó de parecer una peliculita entretenida y simpática, nada del otro mundo, que logró unos muy buenos resultados económicos (226 millones en todo el mundo, por los 95 de su presupuesto), así que la secuela parecía inevitable. Estar basado en una serie de libros garantiza material para seguir produciendo filmes de Percy Jackson. El segundo, Percy Jackson y el mar de los monstruos, vuelve a repetir simpatía y simpleza, mejorando en algunos aspectos a su predecesora y confirmándose como una agradable aventura juvenil sin demasiadas pretensiones.

Lo bueno de una película como Percy Jackson y el mar de los monstruos, más después de haber visto ya la primera entrega, es que es tan sincera en su planteamiento que acaba por entretener con bastante facilidad. Sin duda, no todo el mundo disfrutará de la misma manera del habitual reparto juvenil (bien sobre todo Logan Lorman y Alexandra Dadario, por encima del afortunadamente recortado papel del secundario cómico Brandon T. Jackson) con el consabido toque de veteranía (con todo el cariño y el respeto a esta película, Stanley Tucci da la sensación de aceptar ya todo lo que le ofrecen), de unos logrados pero muy digitales efectos visuales y del tono aventurero amable que propone. Pero, aún así, todo funciona con bastante corrección, desde el más oscuro prólogo hasta el final de sus muy bien ajustados 106 minutos, en los que el 3D nuevamente vuelve a mostrarse como una moda pensada para sacar más dinero de la taquilla... y parece que funciona, porque este segundo Percy Jackson, estrenado el 7 de agosto en Estados Unidos, ya supera en recaudación a su presupuesto.

El gran pero de la película está en que, si bien la primera de la saga aguantaba de forma individual y tenía un cierre más o menos claro, ésta se sustenta demasiado en el deseo de querer ser una saga, pecado que afecta a tantos títulos que ya es otra moda más (y que dejó colgadas, por ejemplo, sagas como Eragon, Soy el número cuatro o La brújula dorada). Muchas referencias a la película con la que arrancó y sobre todo un final muy abierto... que en realidad es casi más apetecible que el largo prólogo a una historia más larga en que se convierte la segunda entrada (una sensación similar a la que, aunque de otra forma, dejaba la escena postcréditos de Lobezno inmortal). El otro problema de Percy Jackson y el mar de los monstruos es uno en el que suele caer con facilidad la ficción contemporánea. Tal es el deseo de mostrar las heroicidades del protagonista de la película que acaba por minimizar la gran amenaza que se quiere construir durante todo el filme y en especial en una gran secuencia animada que, desde otro tono y un color diferente, recuerda a aquella otra secuencia animada de la primera parte de Harry Potter y las reliquias de la muerte.

Lo que se agradece de Percy Jackson es que, con el acostumbrado toque cómico, sí hay un respeto a la mitología en la que se basa. No importa que se trate de una película juvenil, no es idiotizante. En sencilla y en ocasiones incluso simple, pero se deja ver con agrado. Incluso es una película que presta atención al desarrollo de los personajes, aunque sea una de las esferas en las que se hace con sencillez y tocando algunos tópicos moralizantes, pero al menos evidencia que no está todo puesto en mostrar protagonistas adolescentes (notable, por cierto, la conjunción del reparto, de edades más diferentes de lo que parece y que siguen encajando en sus personajes) y en unos aparentes efectos visuales. Hay una historia, hay unos personajes y, sobre todo, hay una puerta abierta a la próxima secuela, que, insisto, apetece por el escenario con el que deja el final de Percy Jackson y el mar de los monstruos. Y no destacar un detalle más sería imperdonable: ojo al pequeño papel de Nathan Fillion y su memorable chiste privado sobre las series de televisión.

lunes, septiembre 16, 2013

'La gran familia española', tan divertida como incompleta

La gran familia española, el nuevo título de Daniel Sánchez Arévalo, es mejor comedia que película. Es buena comedia porque divierte, tiene muchos puntos divertidos, personajes simpáticos, chistes logrados y escenas que provocan risas con facilidad. Pero como película está mucho más lejos de cumplir lo que se podría esperar de ella, porque el guión no es ni mucho menos redondo. La historia familiar que se esconde tras la sucesión de sketches parece algo desdibujada a ratos y, sobre todo, falla en lo que ha basado su campaña de márketing: la inclusión de la final del Mundial de fútbol de Sudáfrica de 2010, la primera que jugó la selección española. Está en la película, se ven los momentos más destacados de aquel partido, sirve para algún que otro enredo, pero no concuerda en demasiados momentos ni emocionalmente ni tampoco temporalmente. Da la impresión de que eso se podría haber solucionado con un par de vueltas más al guión, pero la apuesta es evidente: risas rápidas y efectivas. Y eso, a pesar de incluir algún tópico del cine nacional como el por lo visto obligado desnudo de las actrices más jóvenes, sí lo consigue.

Sánchez Arévalo utiliza una premisa sencilla pero enrevesada: Efraín (Patrick Criado) y Carla (Arancha Martí) van a casarse el día que ella cumple 18 años. Y es, casualidades de la vida, el mismo día que a la selección española de fútbol se le ocurre llegar a la final de un Mundial por primera vez en la historia. La boda se celebra en la finca del padre de Efraín (Héctor Colomé) y servirá para reunir a los cinco hijos de la familia: Adán (Antonio de la Torre), Benjamín (Roberto Álamo), Caleb (Quim Gutiérrez) y Daniel (Miquel Fernández). Adán tiene además una hija, Fran (Sandy Gilberte), que es la más futbolera de toda la familia e incluso quiere ir a la boda con la camiseta de la selección. Carla, que aparece embarazada, va a la boda con su hermana melliza, Mónica (Sandra Martín), que siempre ha estado enamorada de Efraín. Y también está Cris (Verónica Echegui), tía de Carla, actual novia de Daniel y ex de Caleb, hasta que éste, médico, decidió dejarlo todo y marcharse a África como voluntario durante dos años en los que no dio señales de vida.

¿Y dónde encaja ahí el partido de la selección? Ese es uno de los problemas de la película, encaja poco. Es verdad que sirve para algún momento gracioso pero pierde protagonismo rápidamente para recuperarlo únicamente al final por motivos que cualquier futbolero (y es de suponer que la mayor parte de los no futboleros) ya saben. Al margen de si es una película más cercana a Gordos o a Primos, las dos comedias anteriores de su autor, la apuesta de Sánchez Arévalo no está en realidad en la construcción de una historia redonda. Le importa más provocar risas en el momento que reflexiones después. Es ésta una historia ligera, simpática, enrevesada como tiene que serlo la comedia, pero mucho más intrascendente de lo que podría parecer o de lo que la historia podría haber dado de sí. Dentro del terreno de la comedia, lo mejor lo protagoniza con mucha diferencia Roberto Álamo, el hermano con un ligero retraso mental, que muestra una química envidiable con Antonio de la Torre, o el cameo continuado y prácticamente sin diálogo de Raúl Arévalo.

No es que La gran familia española engañe en su planteamiento. Desde el principio queda claro que va a ser una comedia de corte alocado e inverosímil en muchos de sus planteamientos. Aceptando eso, hay que insistir en que las risas están aseguradas. Pero viendo la película sorprende que en el guión de Sánchez Arévalo cueste identificar alguna relación entre los personajes (se tarda mucho, por ejemplo, en averiguar que Carla y Mónica son mellizas) o entender algún movimiento de los personajes (Adán y la caja fuerte). Y es una pena, porque la introducción de la película, con una espléndida referencia cinéfila de base y una muy divertida escena con niños, hacía pensar que la película podría volar más alto. Con todo, cumple con lo que promete. Es muy graciosa a ratos (enorme la muy bien montada conversación doble de las familias con los novios por separado) y es simpática en todo momento. Nada del otro jueves, pero las risas sí están aseguradas, incluso sin conectar demasiado con la comedia española o sin tener interés alguno en el fútbol y el partido que sirve de excusa a la película.

viernes, septiembre 13, 2013

'Asalto al poder', la Casa Blanca de cristal pasada por el rodillo de Roland Emmerich

Asalto al poder es la segunda entrega hollywoodiense de los destrozos cinematográficos veraniegos de la Casa Blanca, tras Objetivo: la Casa Blanca. Y si aquella ya parecía un remedo de Jungla de cristal, la visión de Roland Emmerich es todavía más deudora del mítico filme de John McTiernan protagonizado por Bruce Willis. Pero, claro, que Emmerich sea el director, y a pesar del paréntesis que supuso Anonymous en su filmografía, obliga a que esta versión de la captura de la residencia del presidente de los Estados Unidos esté tapizada de explosiones, disparos y peleas sin fin, y salpicada con un patriotismo exacerbado. Nada nuevo. Quizá en otra época hubiera tenido más gracia, pero hoy en día ya no convence el tono cómico, no hay especial química entre los actores y salvo algún que otro momento rescatable la película se convierte en un difícilmente aprobable batiburrillo de acción en el que los planos más espectaculares parecen sacados de un videojuego y el desarrollo del filme directamente del manual que imponen los expertos de márketing.

No hay en el guión de James Vanderbilt o en la dirección de Roland Emmerich ningún intento de esconder que esto es lo que podría haber sido una secuela de La Jungla en la Casa Blanca. Hasta Channing Tatum, un buen héroe de acción con experiencia en esos zapatos, acaba con la camiseta de tirantes blanca tan característica de John McClane. Pero a la película le falta todo el encanto de aquella. La ecuación es sencilla: Asalto al poder no ofrece nada nuevo, ni dentro del cine de acción ni tampoco dentro de la vertiente que toca. Objetivo: la Casa Blanca no sólo llegó primero sino que saca más partido al planteamiento que propone. Dentro de la más absoluta inverosimilitud por la que apuestan ambas, la idea de aquella es mucho más coherente que la de Vanderbilt y Emmerich, que cae en elementos patrioteros que fuerzan demasiado la credibilidad que el espectador está dispuesto a sacrificar, en manidos tópicos, en diálogos incomprensible aunque esperadamente cómicos y la única sorpresa es un absurdo giro final.

Desde que sorprendió con la notable Stargate, Emmerich cumple en sus espectáculos pirotécnicos con una máxima evidente: sus películas no son buenas, pero tampoco aburridas. Asalto al poder no lo es. Ni buena, ni aburrida. El disfrute lo marcará la altura del listón que ponga cada espectador. El mayor mérito del que puede presumir el filme es su ritmo y es por eso que nunca cae en el aburrimiento. Pero será cada espectador el que decida cuán molesto le resulta que los efectos especiales supuestamente más espectaculares parezcan impropios de una película de gran presupuesto. O las bromas en medio de la acción, como que el presidente de los Estados Unidos (un Jamie Foxx que parece fuera de lugar en más de un momento) reproche a un terrorista que le toque sus zapatillas de Jordan. O que tenga que haber una niña a la altura del mayor héroe de acción. O que dentro de un reparto a priori imponente sólo Richard Jenkins ofrezca algún momento de sutileza interpretativa. Puede que James Woods también se merezca algún elogio por su primera media hora, pero el resto, hasta los 130 minutos, acaba contagiando a su valoración.

No es que estos detalles puedan sorprender teniendo en cuenta el nombre del autor de la película. Y es que Roland Emmerich es un director que está más allá de la decepción porque son muchos años ofreciendo exactamente lo mismo en contextos diferentes. Tanto da que sea la Tierra invadida por alienígenas en Independence Day, Nueva York arrasado por Godzilla o el mundo amenazado por las profecías mayas sobre su destrucción en 2012. El cine de Roland Emmerich es evidente y fácilmente anticipable. Así que nadie se puede sorprender, después de haber pagado su entrada (menos aún después de ver el trailer), que Asalto al poder ofrezca algo más de dos horas de explosiones, banderas, héroes rocosos, chistes fáciles y tópicos del cine de acción de acción. Si es que hasta se permite el lujo de autoreferenciarse con su destrucción, entonces sí original, de la Casa Blanca en la mencionada Independence Day. Para bien y para mal, es puro Roland Emmerich. Con Channing Tatum disfrutando metralleta, pistola y cuchillo en mano y con muchas explosiones a su alrededor. ¿O acaso alguien esperaba otra cosa?

lunes, septiembre 09, 2013

'Riddick', vuelve el hombre

Riddick, el hombre, vuelve. Y lo hace nada menos que nueve años después de la segunda película de su saga, Las crónicas de Riddick, y trece después de la primera, Pitch Black. Puestos a buscar semejanzas, Riddick, que así se titula muy acertadamente la película, se parece más a la original y de hecho recoge un gancho argumental que justifica al menos uno de los personajes de esta tercera y ¿última? entrega. Volvamos a lo del título, Riddick, el nombre del protagonista. Es justo eso. Porque no hay una verdadera historia detrás. La película es Riddick. Y, ojo, no se convierte en algo negativo porque David Twohy encuentra el tono adecuado para casi todas las partes de la película, absorbiendo referencias de otros títulos y de su propia saga hasta componer una atractiva aventura de ciencia ficción sucia y moderna, con ritmo y con buenos momentos visuales que esconden las pequeñas lagunas del guión e, insisto, que lo que cuenta está lejos de ser trascendente y es más bien un episodio casi introductorio, o subsiguiente, de una historia mayor.

Y es que la historia de la película es sencilla. Riddick está en un planeta desconocido porque alguien que tarda en revelarse le ha llevado allí, tiene que luchar por su vida e idear un plan para salir del planeta. Eso es todo. Por supuesto, hay cazarecompensas ávidos de sangre, criaturas aún más ávidas de sangre y un Riddick que reparte golpes y ataques a diestro y siniestro esté o no ávido de sangre. Vuelvo a insistir en que esto no es un menosprecio sino un elogio. El motivo es muy sencillo, Riddick entiende lo que es, lo que quiere ser y lo que puede llegar a ser, y encuentra un buen punto de equilibrio entre esas tres posibles definiciones, saltándose por completo la estructura clásica de tres actos para sencillamente definir al personaje, primero en solitario, después en ausencia y finalmente en compañía. Vin Diesel, por mucho que esté lejos de ser lo que muchos considerarían un buen actor, hace también que el entramado funcione porque se fusiona admirablemente con su personaje. ¿Sencillo? Puede ser. Pero sin duda efectivo.

Es casi un tópico que una película de estas características tenga agujeros en el guión. Riddick los tiene, desde cuestiones absurdas e incongruentes de su propio planteamiento a decisiones de los personajes que es imposible entender. Pero dejando de lado esas cuestiones, que en el cine de entretenimiento acaban por quedar a un lado si el espectáculo es decente, lo cierto es que estamos ante una película más que solvente. Cien por cien culto al héroe (no tan héroe, pero por entendernos), bebiendo por momentos de Aliens, de James Cameron, o de La cosa, de John Carpenter y demostrando con una espléndida fotografía que el 3D es un mecanismo absolutamente superfluo cuando se sabe crear profundidad de campo con el 2D. Y Twohy sabe, o al menos aquí lo demuestra sin complejos, hasta el punto de que convierte al planeta en un personaje más, que hace lucir tanto el diseño de producción como los efectos visuales.

No hay en Riddick grandes pretensiones filosóficas, pero entender que es puro cine de entretenimiento permite un disfrute espléndido de esta película. Y también porque el reparto ayuda a construir una atmósfera especial, muy propia de la faceta más gamberra del cine de ciencia ficción. Especialmente Katee Sakhoff (conocida por su papel en la serie Battlestar Galactica), Jordi Mollà (aunque le pierde en parte su acento en inglés) y Matt Nable encuentran el tono perfecto para complementar la frialdad agresiva de Riddick. Puede que el arranque sea algo demasiado largo y eso provoca que la película se estire hasta las dos horas, pero el entretenimiento está garantizado, con la que probablemente sea la mejor entrega de esta ya trilogía de Riddick.

viernes, septiembre 06, 2013

'Cruce de caminos', un notable viaje sin final

Tarea compleja la de hablar de Cruce de caminos (nada que ver con la interesante película de 1986 que recibió en España el mismo título, con Ralph Macchio como protagonista). Lo es, en primer lugar, porque cualquier aproximación a su sinopsis acaba por desvelar buena parte de su argumento, en especial el de la primera de las tres partes en que divide el filme Derek Cianfrance, su director y coguionista. Pero también precisamente por el trabajo de Cianfrance. Porque la película impacta, emociona y sorprende en muchos momentos, de una forma similar a como lo hacía su anterior trabajo, Blue Valentine, pero del mismo modo le falta un cierre claro, un síntoma de que efectivamente está contando una historia con un objetivo claro. Temas tiene muchos, y escenas notables e incluso mejores unas cuantas. ¿Pero cuál es el auténtico mensaje de la película? Eso es lo que no termina de definir. Y eso, a pesar de que una vez más consigue notables intepretaciones y de que rueda admirablemente bien, es lo que le aleja de una película sobresaliente.

Sin revelar mucho más sobre su argumento, estamos hablando de un drama. Duro y complejo, aunque su estructura se va viendo venir con cierta facilidad, en especial desde el final de la primera de las tres partes en que está dividida. Como en Blue Valentine, el peso de la historia reside en los actores, aunque es cierto que Cianfrance sí muestra una más que interesante evolución como director con respecto a aquella. Deja una marca interesante enfatizando la soledad de los personajes con planos por detrás de ellos, algo agotadores cuando se ciñe al busto (en la primera secuencia, con Ryan Gosling, tiene una explicación evidente, más adelante el recurso se repite demasiado; a Darren Aronofsky en El luchador ya le había sucedido algo parecido) y muy hermosos cuando los emplea para seguirles en carretera. E indudablemente se reinventa con sumo acierto en la escena de persecución que pone fin a la primera pieza del filme, rodada con cámara en mano y un pulso narrativo que para sí quisieran especialistas del género.

Su ritmo es lento y pausado. Eso será para algunos uno de los méritos de la película y para otros su principal defecto. Sin duda, es la explicación a los 140 minutos que dura, a la ambición que planea sobre la película y también, probablemente, una de las causas de que el final de la tercera parte no logre del todo el efecto deseado. Puede que sea algo muy personal, pero flota en el ambiente la sensación de que la película podría haber acabado de cualquier manera, lo que limita el alcance emocional que sí busca descaradamente Cianfrance. Otro de los elementos asociados a ese ritmo lento es la intepretación de Ryan Gosling, que empieza a repetirse demasiado. Con oficio, generando empatía y con alguna escena memorable (la de la iglesia, contenida pero brutal), sí. Pero corriendo ya el peligro evidente de que se fundan sus diferentes personajes, disociándose de la película. Bradley Cooper, en cambio, convence siempre y se confirma como un espléndido actor.

Cruce de caminos (enigmático título original el de The Place Beyond the Pines, traducción del nombre indio de la localidad en que transcurre la película) es un drama notable que se queda en el camino de ser sobresaliente por la falta de un final a la altura de lo mostrado o por desaprovechar algunas oportunidades, como las que daban los personajes femeninos de la película, reducidos por momentos a simples excusas argumentales (más en el caso de Rose Byrne que en el de Eva Mendes). Lo notable va apareciendo con mucha frecuencia en la película. La espectacularidad de los escenas de acción de la primera parte, los debates morales que se plantean en la segunda, la impagable aparición de Ray Liotta y parte de las intenciones que se atisban en la historia circular, aunque quebrada, que plantea Cianfrance. Un director, por cierto, sin mucha suerte en España. Blue Valentine llegó con más de dos años de retraso, y Cruce de Caminos se vio en el Festival de Toronto hace justo un año. Sus películas llegan tarde. No es que eso impida valorarlas adecuadamente, pero sí abre la puerta a que se vean de otros modos, a un lado u otro de la Ley.

miércoles, septiembre 04, 2013

'Epic. El reino secreto', a un paso de la grandeza

Hay películas que se quedan a un paso de ser algo más grande. Epic. El reino secreto es una de ellas. Porque es evidente que funciona como entretenimiento juvenil, que tiene un hermoso diseño de producción que realza los elementos de corte más fantásticos y que cuenta con una animación más que solvente, en la que incluso se intuye un uso atractivo del casi siempre tan superfluo 3D. Pero al conjunto final le falta algo de fuerza, una garra que pide a gritos por momentos, quizá algo de épica, puede que una personalidad propia, como la que suelen conseguir los productos de la imbatible Pixar, que no beba tanto de las fuentes más conocidas (la influencia de Star Wars, por mucho que moleste a algunos, sigue siendo innegable en buena parte de la fantasía contemporánea). Eso no es más que un reproche de máximos, porque lo que ofrece Epic es un sincero, gozoso y accesible entretenimiento para todos los públicos, que respeta la inteligencia del espectador sin olvidar su principal objetivo: fascinar a los más pequeños, deseosos siempre de mundos de fantasía que llenen sus sueños.

Chris Wedge, responsable de la primera Ice Age y de la algo anodina Robots, busca un doble equilibrio. Por un lado, la historia realista y la fantástica. La primera es la de una adolescente que, tras la muerte de su madre, tiene que ir a vivir con su padre, en una aislada y algo destartalada casa de campo. La incomunicación y la confianza son los temas clásicos que se exponen en esa parte, no sin cierta brillantez y con apenas una simple escena de diálogo, cuando cineastas reputados necesitan películas enteras, y no precisamente de animación, para conseguir resultados parecidos. La segunda es la clásica lucha entre el bien y el mal, con un trasfondo ecologista, que se produce entre los Hombre Hoja del bosque y sus enemigos, los boggans. En esa parte destaca mucho más la imaginería visual que la inventiva de los guionistas, pues pasado el efecto inicial es fñacil detectar en la composición de los personajes una mitología previa que Epic se limita a adaptar, el aguerrido guerrero, el joven rebelde, la hermosa reina... y los secundarios cómicos, en la piel de una babosa y un gusano, por qué no decirlo de lo más divertido de la película.

La parte buena de Epic está precisamente en que el uso de los elementos más previsibles en una película de estas características es más que correcto. Funcionan muy bien la comedia, el drama y la aventura. El diseño de los dos mundos, y de los submundos que compone el de fantasía, están muy logrados, y hay algunos hallazgos más que interesantes, en especial la diferente velocidad a la que se mueven el mundo real y de los diminutos seres que protagonizan la película, porque esto es lo que permite algunas de las secuencias mejor hechas y los momentos más emocionantes. Hay que destacar también el valor de la película en algunos aspectos, como la inusual tara física del perro que aparece (siempre hay que agradecer que los dibujos animados contribuyan a hacer cotidiana la diferencia), el delicado y digno trato a la muerte que ofrece su guión. Y la aventura, porque siempre se agradece una película que meta al espectador en una misión con todo en contra en la que hay que salvar el mundo. Pero, insisto, no termina de dejar mejor sabor de boca por algo tan sencillo como la falta de personalidad.

No es éste un problema tan grave, ni mucho menos, como para descalificar la película, probablemente de lo mejor que se haya estrenado en el campo de la animación y el cine familiar en lo que llevamos de año. Pero sus intentos de ser algo diferente se quedan en detalles y el conjunto no termina de ser tan arrollador como podría haber sido con los mimbres de que se disponían. Quizá no sea más que una cuestión de expectativas, pero sí parece evidente que Epic no está a la altura de los grandes clásicos de Disney o Pixar pero, al mismo tiempo, se convierte en una fantasía animada que, aunque un peldaño por debajo, no se queda tan lejos de la más conseguida Ga'Hoole. La leyenda de los guardianes. En cualquier caso, y aún pensando en que hace un par de décadas Epic podría haberse convertido en un clásico, siempre da gusto que el cine de animación explore estos mundos, desde una mirada pensada para los más pequeños pero sin desdeñar un público adulto. Así lo indica el gran reparto de voces reunidas en la versión original (Amanday Seyfried, Josh Hutcherson, Colin Farrel, Christoph Waltz o Beyonce) o la intensa banda sonora de Danny Elfman. Recomendable en cualquiera caso.

lunes, septiembre 02, 2013

'Cazadores de sombras. Ciudad de hueso', tan trepidante como fácil e incompleta

El éxito de una película lleva a los estudios a buscar sucesores de forma inmediata. Cuando Crepúsculo se convirtió en la moda, surgieron docenas de intentos de crear sagas de éxito juvenil, del mismo modo que sucedió, por ejemplo, con Harry Potter. Cazadores de sombras, con sus seis novelas, era un título perfecto para que Hollywood se lanzara a su adaptación más pronto que tarde, porque da, fácil, para siete película (la última, doble, por supuesto). Ciudad de hueso, la primera entrega, es trepidante, tiene un ritmo altísimo, y eso hace que sea una película que no aburre en ningún momento. Pero lo negativo es que todo tiene una disposición sumamente fácil, todo se va anticipando con suma sencillez en un guión que no se aleja de lo esperado, docenas de situaciones quedan sin explicar o, quizá, demasiado resumidas para adaptar al completo las casi 500 páginas del libro de Cassandra Clare en que se basa. Y al final, todo esto confluye en dos conclusiones. La primera, que entretiene por encima de su nivel real. La segunda, que pensarla afecta negativamente a su valoración.

Hay en Cazadores de sombras. Ciudad de hueso un sincero intento de no caer con demasiada facilidad en las garras de Crepúsculo, con todo lo bueno y malo que pueda tener eso para sus seguidores y detractores, y a fe que lo consigue durante casi toda la película, a excepción por supuesto de la pastelosa escena obligatoria desde que las películas, al menos algunas, se hacen pensando en estudios de mercado. El gran mérito de Harald Zwart (director del remake de The Karate Kid, La Pantera Rosa 2 o Superagente Cody Banks, que nadie espere por tanto una pieza de artesanía) está en el endiablado ritmo de la película, a pesar de los incontables cabos sueltos, las situaciones inexplicadas o incluso momentos que uno no sabe muy bien por qué están ahí. Como de costumbre, se intuye que la respuesta es porque está en el libro, aunque lo más probable es que sus seguidores en papel encuentren miles de diferencias entre la novela y su adaptación cinematográfica.

Ese ritmo tan alto, presente prácticamente desde la primera escena, permite la enorme mezcla de mitología de fantasía que hay en la película y es lo que diferencia a ésta de las muchas otras que siguen un patrón fijo: chavales de moda (o aspirantes a serlo) como protagonistas, veteranos para dar prestigio al reparto, fantasía urbana y locales de moda, la vida de una joven protagonista que se ve alterada por completo por la irrupción de seres extraordinarios, una o varias sociedades secretas, un misterio que resolver y, por supuesto, una historia de amor que afecte al menos a tres personajes. Visto una y mil veces, con influencias que es mejor no detallar para no estropear algunos de los giros argumentales de la película (y eso que dan ganas de insistir en la imperecedera influencia de...). Lo molesto, en todo caso, no está en el planteamiento, que tiene su público, sino en que todo parece dispuesto para que ese público no tenga que utilizar ni una sola neurona. Todo se va anticipando un par de escenas antes de que suceda, y muchos detalles que se verán en la secuela, ya anunciada, están ya adelantados aquí.

Y no se trata de dejar cabos sueltos para las siguientes entregas, lo que ofrece esta primera entrega de Cazadores de sombras es una retahíla inagotable de elementos dispersos, que dejan incompleta la historia en demasiados aspectos. Incluso los personajes cambian de idea con una facilidad y una ausencia de explicaciones que parece sorprendente. Como el ritmo elevado es el mejor arma del filme, el epílogo es donde más se nota esa carencia, porque tras el clímax los personajes desaparecen sin más, las explicaciones de lo sucedido brillan por su ausencia y todo viene a dar un poco igual porque se ha conseguido el objetivo esencial: que los chicos jóvenes dejan su impronta de guapos (incluso con motivos vergonzosos como el que esgrime el guión para que Lily Collins lleve un vestido corto en una de las escenas), que Jonathan Rhys Meyers actúe de villano con cierto interés, que los efectos visuales y la creación de la fantasía sean resultones y que los 130 minutos que dura la película se pasen sin haber aburrido a nadie. Eso lo consigue. Pero, insisto, irse deteniendo en los detalles (como lo de Bach y la sospechosa presencia de pianos por todas parres) va destrozando tantos elementos del filme que es mejor no pensarlo.