viernes, mayo 31, 2013

'Hijo de Caín', otro thriller trampa

Hijo de Caín es una idea bienintencionada que acaba desaprovechada. Es un thriller trampa como tantos otros, que cae en los mismos errores de siempre y que da tanta importancia al giro de guión que no se da cuenta (¿no se quiere dar cuenta?) de la ingente cantidad de errores que comete en el camino. Y es una pena, porque hay una pretensión atractiva en la película, hay propuestas interesantes y hay una más que correcta forma de llevarla a la pantalla. Pero es, sobre todo, un engaño, una trampa, un resultado falseado ya desde el mismo título (tanto el de la novela de Ignacio García-Valiño en que se basa, Querido Caín, como el del filme) y del cartel, que otorga todo el protagonismo a un José Coronado que no es precisamente quien lleva el peso de la historia. Y eso se lleva por delante muchas cosas. Porque incluso aunque la película se vea con cierto agrado y facilidad, pensar en detalles de la misma acaban por convertirla en algo tan absolutamente inverosímil que, en el fondo, no hay por dónde cogerla.

Se ha convertido en una irritante costumbre del thriller construir una película desde el impacto final sin tener ningún respecto por el desarrollo. Hijo de Caín quiere ser diferente y, sin embargo, cae en los mismos errores. La diferencia la quiere marcar por un entorno interesante, mezclando el tratamiento psicológico de un adolescente de 14 años con tendencias aparentemente violentas con su incipiente maestría en el ajedrez. Y eso le da algunas escenas francamente logradas, pero encuentra, al mismo tiempo, el mayor error de todo su planteamiento, un final que, obviamente, no procede desvelar y que es inverosímil, en sí mismo y en confrontación con lo que sucede durante la misma película. Como tantas otras cosas, demasiado cogida con alfileres como para asumir que funciona la idea que se intenta vender. La idea es simpática, sí. Pero es un ejercicio divertido para ésta y para otras tantas películas ir contando los momentos en que el plan maestro que se expone se iría al garete con una pizca de verosimilitud.

Insisto en que es una pena porque Jesús Monllaó Plana, director debutante en el mundo del largometraje, sí consigue una puesta en escena interesante en algunos momentos. Y digo en algunos porque otros se convierten en simples trampas, algunas incluso de una torpeza simplista (la escena inicial, el rastro de sangre, la desaparición de un personaje en el clímax final...). El director forma un reparto solvente, encabezado por un chico joven debutante, David Solans, que quizá echa en falta un trabajo de dirección que esquive precisamente las trampas que hacen divagar a la película. De entre los adultos, Julio Manrique es el más entonado y el que más partido saca a su personaje. José Coronado y María Molins (¿alguien puede explicar por qué es tan inevitable que haya una escena de desnudo, que además es tan emocionalmente absurda que saca por completo de la película por el momento en el que se produce?), simplemente correctos, en línea con la película, sin desentonar pero sin maravillar.

Hay que considerar Hijo de Caín como una cinta fallida, incluso en detalles tan absurdos como mezclar catalán y castellano en muchas conversaciones, desaprovechando el efecto dramático que podría tener su uso por parte del joven protagonista para levantar una barrera con su padre, haciendo que parezca más una motivación ideológica de sus autores que una necesidad de la película y generando un motivo más de irrealidad en su desarrollo. El cine español lleva ya unos cuantos años volcándose en el thriller, sobre todo desde que Alejandro Amenábar sentara muchos patrones a repetir con Tesis, pero da la impresión de que muchos guionistas y directores piensan que es un género fácil. Y no. Es fácil inquietar, intrigar, emocionar o provocar suspense durante un momento. Eso sí. Pero hacer una película es más complicado que eso, e Hijo de Caín lo demuestra. No es una película mala mientras se ve, como sucede en tantas ocasiones, pero pensarla una vez se ha visto evidencia muchísimas fugas de agua, que se van multiplicando hasta que sólo el espectador menos exigente le sacará verdadero partido.

miércoles, mayo 29, 2013

'Maternity Blues', durísimo pero irregular drama en femenino

Hay temas sobre los que el cine, sin duda el más comercial, coloca una etiqueta de tabú. El motivo no es otro que el miedo a no saber cómo tratarlos. Maternity Blues, una película italiana que nada tiene que ver con los focos de Hollywood, arranca desde ese punto de valentía. La depresión postparto y el infanticidio no son temas atractivos, no son agradables. Y sin embargo, sí pueden ser el centro de grandes obras de ficción como ésta. En la película de Fabrizio Cattani hay muchos momentos cargados de sensibilidad, aunque el resultado final es algo irregular por cuestionables decisiones sobre todo de montaje pero también en su guión. No obstante, es una notable historia en femenino, que acierta al no quedarse en un retrato personal y mostrar diferentes puntos de vista, incluso el masculino, partiendo desde la honda tristeza melancólica que esconde la mirada de su protagonista, Andrea Osvárt.

La valentía del tema escogido se prolonga en el planteamiento de la película, en sus protagonistas e incluso en algunas de las conclusiones que, aunque abiertas a múltiples interpretaciones, parece dejar Cattani como director y coguionista. Puede que algo del efecto conseguido con este arrojo se vaya en un montaje algo disperso. Algunas escenas, sobre todo del último tercio del filme, parece colocadas ahí por no saber cómo finalizar las subtramas de algunos personajes. Hay irregularidad en el relato, pero ésta no afecta a la historia central, la de Clara (Osvárt), sencilla en apariencia, sobrecogedora desde el principio gracias a la mirada triste, melancólica, profunda y cargada de simbolismo de su protagonista. Es curioso, y elogiable, que una historia de corte tan realista y con mujeres de carne y hueso, la protagonice una antigua modelo. La belleza supeditada a un alma torturada.

Con algunas acertadas incorporaciones masculinas, Maternity Blues se apoya en un reparto eminentemente femenino, efectivo siempre y conmovedor en muchas escenas. Y es una historia femenina que encuentra uno de sus mejores ángulos en no detenerse ahí. Es la historia de Clara, pero también la de su marido. Lejos de dispersar la historia (en unos condensados 94 minutos), eso amplía los puntos de vista y el conflicto desemboca en una de las grandes escenas de la película, cuando tanto él como ella descubren qué es lo que sienten ante la tragedia que ha sacudido sus vidas. Es, y el término se introduce al poco de comenzar la película, una historia sobre la culpa. Y como tal tiene el peligro de caer en el juicio, en la sentencia o incluso en el frentismo, pero se solventa esa papeleta con acierto gracias al enfoque humano y personal por el que opta.

Estamos ante un drama difícil de ver. Duro y emocionante. Quizá emocionalmente algo tramposo, como toda película que afronte tragedias personales tan intensas como las que describe Maternity Blues, pero esa sensación se evapora con el buen trabajo del reparto. Algo fallida en el uso de la música, facilona la diegética y algo artificial en la (por otra parte espléndida) escena de la fiesta navideña. Pero es un filme intenso y emocional, tan triste y melancólico como los ojos de Andrea Osvárt, demoledor en muchos instantes y socialmente relevante y atrevido. Lo curioso es que es una película que, cuentan las crónicas, apenas ha tenido difusión en Italia, su país de origen, y eso es algo que se achaca al tema que trata y a esas conclusiones que extrae, rotundas en la apariencia de una escena en concreto, pero menos menos tajantes en el conjunto de la película y en su posterior reflexión. Sólo por eso, ya es una película necesaria.

lunes, mayo 27, 2013

'Un amigo para Frank', una hermosa reflexión sobre la amistad y la vejed

Un amigo para Frank ofrece un envoltorio que engaña. Porque parece una modesta película de ciencia ficción, un reverso amable de Moon en algunos sentidos, modesta en su planteamiento y en sus medios. Porque la etiqueta de "independiente" hará que mucha gente la mire de otra manera. Y porque se asemeja también a un filme pequeño, sin más aspiraciones que las de entretener con una historia bonita que no llega ni a los 90 minutos. Y, sin embargo, es mucho más que eso. Un amigo para Frank es una hermosa reflexión sobre temas como la amistad, la vejez o la paternidad. Es una historia bonita cuyo mayor enemigo es que no parece demasiado difícil ir adivinando por dónde va a tirar la historia (aunque esconde alguna sorpresa fascinante) pero que convence de principio a fin precisamente por esa sencillez de la que hace gala. Y por su impecable factura, además de por la interpretación de Frank Langella. Es una peliculita, pero una hermosa y divertida, de esas que provocan sonrisas con una facilidad admirable y que cuenta una historia humana tan sólida como bonita. Sí, una peliculita de esas que seguramente no verá demasiada gente. Por desgracia

En un futuro cercano que la película apenas muestra de una forma perceptible, los robots forman parte de nuestras vidas. En esa época indefinida, Frank (Frank Langella) es un tipo que vive solo en una casa en el campo, que no tiene demasiadas cosas que hacer en su vida más que ir a la biblioteca local a lamentar el progreso y a flirtear con la bibliotecaria (Susan Sarandon), y que vive de forma desordenada y sin objetivos. Y que empieza a tener problemas serios de memoria, para preocupación de sus hijos. Todo cambiará cuando su hijo, Hunter (James Mardsen), le obligue a aceptar un robot médico que cuide de él, una decisión que no comparte su hija, Madison (Liv Tyler), siempre viajando por trabajo. Frank y el robot, mal que le pese al primero, tendrán que aprender a convivir. Unas premisas sencillas y un desarrollo aparentemente liviano para una historia mucho más profunda, que se asoma a debates filosóficos (algo que señala incluso el mismo protagonista), vitales y humanos.

Lo que el debutante director Jake Schreier plantea no deja de ser una buddy movie con la base de una relación de amistad entre dos protagonistas sumamente diferentes. Y la genialidad está en captar la profundidad en un personaje que no tiene rostro humano ni expresividad en la mirada. La empatía del espectador con el de Frank Langella es sencilla. Es, además, un actorazo, con lo que no es difícil asumir y apreciar su parte de la historia, y que disfruta con su papel. ¿Pero el robot? Con la voz, fría pero no tanto en el fondo, de Peter Sarsgaard, el robot completa esa hermosa relación de amistad sobre la que se asienta la película. Están, de una forma u otra, en todas las escenas. Divierten y emocionan. Convencen. Como convence el guión de Christopher D. Ford a la hora de dar un sustento familiar a la historia. Las motivaciones de Hunter y Madison conducen a escenas tan emotivas como realistas, logradas y sinceras. A través de ellos se ve un retrato complejo sobre la paternidad, sobre la familia. Y regresando de nuevo a Langella, dan contexto a la reflexión sobre la vejez y sobre la enfermedad.

Las pocas pegas que se le puedan poner a Un amigo para Frank están en que hay cierta previsibilidad en el guión. Hay momentos impredecibles, sí, y estos son los que enmascaran en cierta medida los defectos, pero no parece probable que la historia avance de una forma diferente a lo que lo hace, adelantando en demasiadas ocasiones lo que va a suceder. Otra compensación a los puntos débiles está en la hábil recreación de los pocos aspectos de ese futuro cercano que estamos presenciando. Porque sin demasiado dinero, con apenas veinte días de rodaje y sin necesidad de recurrir a los efectos especiales de última generación, la continua presencia del robot y su habilidad para esconder los trucajes cinematográficos que están detrás de su creación hacen que ésta no sea una película al uso en algo que lleva la mencionada etiqueta de "independiente". La película es también, en ese sentido, un canto de amor a la robótica, como evidencian las imágenes que completan los títulos de crédito.

Un amigo para Frank es una de esas películas que surgen de vez en cuando y que dejan un buen rollo fascinante. Digo fascinante porque, además, ofrece elementos para la reflexión, para el disfrute, para la sonrisa y para el debate. Sus temas son trascendentes aunque su envoltorio parezca que no lo es tanto. Y aunque cinematográficamente no parezca tampoco gran cosa en un primer visionado, lo cierto es que Schreier se vale de planos bastante inteligentes para resaltar todo aquello que hace crecer la película, empezando por la magnífica interpretación de Langella, sin duda lo más logrado de una cinta que está francamente bien hecha. Lástima, una vez más, el retraso en su estreno. Llega a España casi un año después de que lo hiciera en Estados Unidos y año y medio después de que se viera en el Festival de Sundance, en enero de 2012. Su desembarco en los cines españoles se retrasó de marzo a julio. Y es una película fácilmente localizable en Internet desde hace meses. Una pena, porque tiene interés y sería bueno que mucha gente le diera una oportunidad. Se la merece.

viernes, mayo 24, 2013

'La venganza del hombre muerto', buenos personajes dentro de un guión extraño

El problema de La venganza del hombre muerto está en que su guión tiene tantas ganas de impresionar con sus giros que acaba convirtiéndose en algo extraño, difícil de creer e incluso en algún momento inverosímil hasta el sonrojo. Sin embargo, la película sobrevive gracias a que cuenta con buenos personajes, a los que especialmente Colin Farrell y Noomi Rapace dotan de verosimilitud y profundidad, probablemente más de la que hubiera en el discutible libreto de de J. H. Wyman (The Mexican) y a pesar de que ambos acuden a registros que ya han explotado en otras ocasiones, especialmente él, muy acostumbrado a películas de ambientes sórdidos. La venganza del hombre muerto, un título por cierto poco afortunado (el original es Dead Man Down), es la primera película norteamericana de Niels Arden Oplev y la primera que dirige tras Millennium. Los hombres que no amaban a las mujeres, la primera versión cinematográfica de la archiconocida novela de Stieg Larsson.

Y hay que reconocerle al director que su pulso narrativo y cinematográfico ha mejorado mucho en estos cuatro años, porque se ve en La venganza del hombre muerto mucho más de lo que se veía en Los hombres que no amaban a las mujeres (película que quedó como un telefilme tras ver la mucho más apreciable versión de David Fincher). Sin embargo, sufre por un guión lleno de trampas, sobre todo en su arranque, y de rocambolescos giros de guión, incluso en su final. Es una lástima porque el retrato de los dos protagonistas, Victor (Farrell), uno de los sicarios de Alphonse Hoyt (Terrence Howard), y Beatrice (Rapace), su vecina, cuyo rostro ha quedado desfigurado tras un accidente de coche. Ambos son personajes trágicos, amargados y solitarios, y su relación es, salvando algunos excesos en el arranque y en el final, es lo mejor que tiene que ofrecer la película.

El fallo está en que la película tiene tantas ganas de sorprender, que esos intentos acaban cayendo en el ridículo y limitan las posibilidades de dar con un final redondo. Por fortuna, esos momentos bajos son pocos y no terminan de sacar de la película gracias al buen hacer de los actores. La madre de Beatrice (Isabelle Huppert) es un personaje que roza esa frontera del decoro continuamente, pero se salva por el buen hacer de la actriz. Y el amigo de Victor, Darcy (Dominic Cooper), es un personaje muy mal definido que en cambio, y por el trabajo de su intérprete, acaba convertido en uno de los mejores recursos del filme. Ellos no pueden evitar el mal uso del tiempo, la simpleza de algunos planteamientos, las trampas de algunas escenas (la de Alphonse hablando con Victor, la conversación en el restaurante entre Victor y Beatrice) o las exageraciones de su climax, en el que su protagonista de repente se convierte en una mezcla entre los más exagerados héroes de acción del cine de los 80.

La venganza del hombre muerto, incluso con los excesos y errores mencionados, acaba siendo un thriller más o menos solvente. Es cierto que eso parece más achacable al trabajo de su reparto (incluso de pequeñas apariciones como la de Armand Assante, cuya simple presencia llena la pantalla) que al guión o la historia. Aún así, entretiene bastante, aunque se mueve por terrenos bastante tópicos en el género, sobre todo en los momentos en los que mejor funciona. Historias de venganza como ésta se han visto muchas, y más todavía se verán, dando el género por agotado en cuanto a grandes ideas (a la espera de un Seven que vuelva a revolucionarlo) pero efectivo en cuanto a sus resultados. Y también se ha visto mucho a Colin Farrell con este aspecto y con personajes sumamente parecidos. Pero funciona y la película se ve con agrado. No es poco.

lunes, mayo 20, 2013

'The Lords of Salem', sonrojante y risible paranoia

El terror pasa por un momento bastante insatisfactorio, pero hasta en eso hay límites. The Lords of Salem los sobrepasa todos. La última película de Rob Zombie, supuesto especialista en el género, es una paranoia sin pies ni cabeza, con tantos agujeros que no hay espacio para describirle, sonrojante en su planteamiento y  risible en su ejecución. Es difícil asimilar la cantidad de momentos vergonzosos que contiene una película que falla absolutamente en todo, empezando por la idea de partida que concibe el propio Zombie, autor del guión, para montar un esqueleto pobre, y terminando por un reparto encabezado por la esposa del director, Sheri Moon Zombie en el que aparecen algunos rostros conocidos para el viejo aficionado. Quizá la gracia esté en eso, en que todo sea tan lamentable, pero desde luego yo no he sido capaz de encontrársela por ningún lado.

La mención de Salem en el título es apetecible, la verdad. Toda historia que busque un punto de arranque en la historia de las brujas americanas tiene posibilidades de ser algo aterrador o, al menos, entretenido. Pero, por desgracia, The Lords of Salem no es ni una cosa ni la otra porque oscila entre la trampa y la memez, desprecia por completo a su personaje protagonista en la segunda mitad de la película, apuesta descaradamente por el exceso facilón, elude por completo las explicaciones simplemente porque es imposible dar alguna en este desaguisado y ni siquiera es capaz de ofrecer sustos convincentes. Basta decir a modo de ejemplo que el clásico plano en el que se enciende una luz para encontrar en un lado algo supuestamente aterrador es tan torpe que hay que mirar dos veces para darse cuenta de que hay algo.

Se intuyen en Zombie las pretensiones de seguir la maestría de La semilla del diablo de Roman Polanski a la hora de crear terror de un ambiente cotidiano y del David Lynch más desasosegante (en algunos momentos de Twin Peaks y en Mulholland Drive o Llamada perdida), pero es inabarcable la distancia que separa The Lords of Salem de estos referentes. El cuadro se completa con unas criaturas risibles, muy mal empleadas y chapuceramente construidas, que en absoluto contribuyen a crear una atmósfera aterradora. Y así, el único disfrute que queda está en ver a actores más o menos conocidos desfilando en personajes desarrollados con cierta torpeza y cumpliendo tópicos. Bruce Davidson (el senador Kelly de los dos primeros X-Men), Meg Foster (Evil-Lyn en Masters del Universo) o Dee Wallace (protagonista de E.T. El extraterrestre o Aullidos) hacen lo que pueden.

The Lords of Salem parte de una imposible base musical (ahora resulta que los adoradores del diablo del siglo XVII ya creaban sintonías de heavy metal), con unos personajes muy mal descritos en un lentísimo y tramposo prólogo y un tramo final tan absurdamente alocado que es de difícil clasificación. Insisto, puede que la gracia esté justo ahí, en que estamos ante una paranoia imposible, que llena la pantalla de ideas rocambolescas y pretendidamente transgresoras que, en realidad, no son más que una mezcla fácil de sangre y sexo. Puede que el aficionado al género le encuentre la gracia, sí. Pero viendo The Lords of Salem a mí sólo me queda añorar épocas pasadas en las que el cine de terror generaba justo eso, terror. No incredulidad o asco. Terror. Nadie dijo que fuera fácil, pero ésta película es que no parece funcionar ni en los niveles más bajos del gore. Al menos desde mi asiento. Puede que en el de otro espectador sí.

viernes, mayo 17, 2013

'El gran Gatsby', la estética por encima de las emociones

Las dificultades inherentes al deseo de llevar al cine obras literarias de las consideradas grandes se multiplican si el responsable de realizar la adaptación es alguien con un estilo visual tan marcado que suele llevarse por delante la historia en favor de la fuerza visual. Eso es lo que le sucede a Baz Luhrman, un narrador de historias más que limitado, al acometer El gran Gatsby. Su exagerado estilo visual, anclado en los logros (si es que los tuvo, que eso forma parte de un debate apasionante pero diferente) de Moulin Rouge, encallan en una primera hora de película bastante aburrida en la que no pasa absolutamente nada, y una segunda... y algo más, hasta llegar a los 142 minutos, en la que, pese a que hay una evidente mejora que hay que vincular al buen trabajo interpretativo de sus protagonistas, las emociones no terminan de captura al espectador. Y teniendo en cuenta que estamos ante una potente e incluso desgarradora historia de amor, la ausencia absoluta de emoción sólo se puede entender como un fracaso de Luhrman y su apuesta estética.

Las dudas arrancan con la misma decisión de que sea Luhrman el que acometa esta adaptación de la novela de F. Scott Fitzgerald. No parece el director apropiado porque en sus anteriores trabajos realmente nunca ha sabido encontrar el ritmo, más que en momentos puntuales, y siempre se ha servido de otros elementos distintos de la misma historia para enganchar al espectador, esencialmente la música extemporánea que pone a sus historias (claros ejemplos son las en diferente medida sobrevaloradas Romeo y Julieta y Moulin Rouge) o un recargado y excesivo estilo visual, firma definitiva del realizador. Así, como uno de los números cabareteros de Moulin Rouge pero sin llegar a lo mejor de aquellos, representa Luhrman las fiestas en la mansión de Gatsby, y lo más curioso es que ni siquiera hacen justicia a lo que cabía esperar. Son frías, desde luego, pero ni siquiera alcanzan el grado de desenfreno o de protagonismo musical (no sólo hay música moderna, se mezcla con la del compositor de jazz George Gershwin) que cabía esperar vistos los precedentes y cómo se está vendiendo la cinta.

Hay momentos en los que parece que la película va a coger la fuerza que se le presupone, derivada de la novela, pero son espejismos que no proceden de la película o del trabajo de su director y coguionista, sino del esfuerzo individual y colectivo de sus protagonistas. Leonardo DiCaprio es un Gatsby espléndido, en imagen y en ademanes, que encaja en el personaje de maravilla, que lo hace suyo, y al que lo que más perjudica es el artificial intento de Luhrman de presentarle como una sombra desconocida para todos (algo de lo que parece arrepentirse después), cuando todo el público ha visto ya trailers y fotografías de la película. Esa forma de rodar ya no funciona conjuntada con esta forma de promocionar. No tiene sentido y no aporta nada. Lo bueno es que en estos minutos Tobey Maguire se ha hecho sin problemas con la narración de la película y Carey Mulligan ya ha conseguido que funcione esa encantadora aura angelical que se le presupone a su personaje. Lo mejor, sin duda, los actores.

Y es que Luhrman, cegado en sus obsesiones visuales como principal motor de su cine, no se da cuenta de que hay planos tan pensados para el 3D que vistos en 2D resultan insulsos o que alguna de las recreaciones digitales de esa Nueva York de los años 20, con sus excesivos y mal planificados movimientos de cámara, parecen casi dibujos animados, mucho más cuando inserta vehículos en ellos, que dan la impresión de estar más próximos a los de Speed Racer que a los de una película de época, por actualizada que se quiera presentar. El segundo motor del cine de Luhrman es la música. Y aquí, contra pronóstico, tiene menos protagonismo del que se intuía y mucha menos fuerza de lo que cabía esperar. Los excesos se limitan a la primera mitad de la película y no sobresalen especialmente, no dan lustre al producto y, finalmente, ni siquiera se convierten en lo que perdura en la memoria, cosa que sí podía pasar, por ejemplo, en Moulin Rouge.

El gran Gatsby visto por Baz Luhrman es una película sin alma, que desaprovecha un acertadísimo cásting en un festival de luz, color y sonido que ofrece más frialdad que grandilocuencia, y que deja más decepción que cualquier otra cosa, precisamente porque no presta atención a las emociones que se le suponen a la historia y a los personajes. Por eso, entrar en la comparación con la novela, sea o no el espectador conocedor o apasionado de la misma, es casi una pérdida de tiempo. Para eso, la película tendría que funcionar por sí sola y no lo hace, presa de las obsesiones estéticas de su director. No parece tampoco justo decir que El gran Gatsby es una mala película de una forma rotunda. Simplemente es una mezcla desacertada, en la que sobresale una figura de DiCaprio llena de encanto y atractivo, espléndidamente secundada por Maguire y Mulligan, pero que ve enterradas sus posibilidades en sus pretensiones de hacer algo diferente con algo que tendría que sonar más clásico, sobre todo emocionalmente.

jueves, mayo 16, 2013

'Rebelde', el desgarrador drama de una niña soldado

Hay películas desgarradoras por lo que cuentan y hay películas desgarradoras por cómo lo cuentan. Rebelde   es una de las primeras y también, al mismo tiempo, una de las segundas. Mérito doble, por tanto, para un título que merece encendidos elogios por su sencillez, su naturalidad y su verdad. Porque cuenta una historia que acontece en un lugar indeterminado, que le sucede a una chiquilla de doce años, que utiliza su durísimo drama personal para escenificar el drama de los niños soldado y erigirse así en la película definitiva sobre este tema.  Es imposible no sufrir y sonreír al tiempo que lo hace la actriz protagonista, una Rachel Rwanza que llena la pantalla, que encoge el corazón del espectador y que lleva el peso de la película con una soltura inverosímil, que es imposible no relacionar con lo que hacía Quvenzhané Wallis en Bestias del sur salvaje. De hecho, de alguna manera y aunque temáticamente está alejadas, son películas que guardan cierto parentesco. Tan modestas como convincentes y sinceras, y con un toque de fantasía (su título en inglés es War Witch, Bruja de la guerra, da pistas en ese sentido) que elevan el resultado final.

Rebelde sigue la historia de Komona, una chiquilla de doce años que vive en una pobre aldea en un país indeterminado del África subsahariana, aunque está rodada en la República Democrática del Congo y el idioma africano que se escucha (en una película rodada mayoritariamente en francés) es el lingala, que se habla en el mencionado país, además de en la República del Congo, Angola y la República Centroafricana. De repente, su vida da un vuelco radical y acaba convertida en una niña soldado, tiene un arma automática en las manos y está combatiendo junto a los rebeldes contra un enemigo que lo es sin motivo. No importa la nacionalidad, no importa el gobierno contra el que se han levantado ni las causas por las que luchan. Importa la historia personal de Komona. Y ahí el triunfo es incontestable, porque la historia emociona en todo momento. Hay lugar para la sonrisa porque, a pesar del inmenso drama que relata, sigue siendo una chiquilla, incluso aunque la película contenga una enternecedora historia de amor.

Lo que hace que Rebelde sea mucho más que una película llamada a conmover únicamente por su historia, que ya sería bastante, es que a un realismo atroz une una imaginación desbordante. El misticismo africano lo usa Kim Nguyen, guionista y director del filme, para darle un contenido inusual a la historia y para dejar algunos planos fascinantes y hermosos, que dan una dimensión especial al viaje de Komona. Si bien algunos personajes secundarios quedan algo desdibujados o no consiguen suficiente tiempo en pantalla (la película dura unos ajustados y agradecidos 90 minutos), Rebelde encuentra un apoyo perfecto para la protagonista en un chico albino al que llaman Mago, que forma parte del grupo de niños soldado que acompaña a los rebeldes y que desde el principio siente una afinidad especial por Komona. Su relación, junto con las ensoñaciones de la chiquilla, da al filme un aura diferente, especial y hermosa, elevando el resultado final. La historia impacta por sí sola, pero Nguyen hace algo más que documentarla. Le da cuerpo, alma y vida. Y eso, en cine, es capital.

Si los premios son la gloria en el mundo del cine (no es así, pero es verdad que ganar algo pone un título en el escaparate), a Rebelde se le cruzó en el camino el huracán de Amor para cerrarle las puertas, ya que logró la nominación en la categoría de película de habla no inglesa representando a Canadá. Pero quedaron dos premios que no pueden considerarse sólo como de consolación: la joven Rachel Rwanza, verdaderamente impresionante en su papel, ganó el premio a la mejor actriz en el Festival de Berlín y repitió en el de Tribeca, donde Rebelde también fue proclamada como la mejor película. Aunque sólo sea por esas menciones, la película ya llama la atención. Pero se merece una oportunidad por sí sola. Es cine puro, sincero y desgarrador. Con el limitado alcance que por desgracia tendrá por ser lo que es, pero más que recomendable.

martes, mayo 14, 2013

Avance de 'Guerra mundial Z'

Se está poniendo de moda esa vieja técnica de marketing de adelantar unos minutos de los grandes estrenos de la temporada veraniega. La última en recibir esta clase de promoción ha sido Guerra Mundial Z. Paramount, de hecho, ha tirado la casa por la ventana este verano y en este sentido, porque también ofreció un adelanto de la ya inminente Star Trek. En la oscuridad, de J. J. Abrams. Por supuesto, no habrá spoilers en el resumen de este avance, aunque, en realidad, no parece una película demasiado pendiente de grandes giros de guión como para funcionar correctamente. No es eso una crítica, que nadie se asuste. Es, simplemente, que parece tan obvio que con quince minutos no quedan desveladas demasiadas sorpresas como que el potencial de la película va a estar en cómo y desde dónde muestra la clásica historia de contagio pandémico para convertir a la población mundial en zombies.

Y ahí es donde apunta alto Guerra Mundial Z. Las tres escenas que mostró Paramount hablan de un salvajismo bastante inédito en una superproducción de un gran estudio, en el aspecto visual y en las ideas que se plasman en la pantalla, con la única salvedad de siempre en películas de estas características: no hay sangre a la vista. Buscando el PG-13 como hace todo blockbuster hollywoodiense, no hay rojo en las tonalidades de la película (¿habrá alguna explicación científica en la película al hecho de que la mordedura de estos zombies no provoquen salpicaduras de sangre en la pantalla?) y eso puede ser un problema, quizá el único que se atisba en este primer vistazo. Porque lo demás es más que atractivo. Escenas de masas bastante impresionantes, unos zombies desbocados y sin medida que se mueven a una velocidad de vértigo, actuando además como una colmena y sin pensar en las consecuencias físicas de sus salvajadas, escenarios que impactan y que abren posibilidades bastante atrevidas, y mucha, mucha violencia.

Como las tres secuencias son básicamente acción, no queda todavía demasiado definido el papel de Brad Pitt. Será, obviamente, el héroe de la película, para saber eso no hace falta siquiera un avance. Para una estrella como Brad Pitt viene a ser sorprendente que ésta sea su primera película de este estilo y que le llegue ya con 50 años. Carisma tiene. Veremos si también hay un personaje detrás o si simplemente es el rostro que poner al póster de la película. Ese dependerá más de la historia y los diálogos que de la frenética acción de este avance. También parece interesante anticipar cuál será el encaje de Guerra Mundial Z en la filmografía de un director tan variado como Marc Forster, que tan pronto puede hacer una maravilla cargada de sensibilidad (Descubriendo Nunca Jamás), como un drama de corte independiente (Monster's Ball) o un vehículo de acción para 007 (Quantum of Solace). Se anticipa mucho movimiento de cámara, muy acertado en la secuencia de presentación de los zombies pero que después puede sembrar dudas.

Guerra Mundial Z llegará a España el próximo 2 de agosto. El nuestro será uno de los últimos países en verla, ya que en Estados Unidos estará en los cines el 21 de junio y en la mayoría de los países del resto del mundo será una semana más tarde.

lunes, mayo 13, 2013

'Objetivo: la Casa Blanca', una de buenos (americanos) y malos

Dado que el título (tanto el traducido, Objetivo: la Casa Blanca, como el original aunque de forma más sutil, Olympus Has Fallen) no lo disimula de ninguna manera, no hay reparos en decir que esta película va sobre lo que dice: un ataque perfectamente trenzado a la residencia del presidente de los Estados Unidos. Y anta la duda, que esa ya sí puede surgir antes de verla, es una auténtica americanada. Eso, per se, no es bueno ni malo, pero como a mucha gente se le atragantan las banderas americanas, los saludos militares y los "Dios bendiga a América", es bueno advertirlo. Como también que ésta, a diferencia de las moralmente truculentas que había realizado previamente Antoine Fuqua, es una película blanca y simple de buenos y malos. Y los buenos, naturalmente, son los americanos, comandados por un inmaculado presidente, interpretado por Aaron Heckhart, un noble portavoz con el rostro de Morgan Freeman y, sobre todo, un héroe de acción en la piel de Gerard Butler, que no en vano actúa también como productor. La mezcla, tan simple como atractiva.

Tras un arranque largo y lento que en el fondo no es más que una pincelada para matizar el argumento, y cuya música a cargo de Trevor Morris confirma sin venir demasiado a cuento que la película va a estar dominada por un marcadísimo tono patriotero (insisto, no tiene por qué ser negativo), la cinta arranca sin ambages y sin dudas: Objetivo: la Casa Blanca es un thriller de acción, de mucha y muy variada acción, de poca contención en los planteamientos y en la ejecución (incontable el número de muertos que ofrece) y de un entretenimiento sincero y logrado. De eso tiene el mérito, además del escaso respiro que hay en el guión, la firmeza en la dirección de Fuqua. Da ritmo a una historia que, salvo por el escenario (siempre hay una malsana diversión en dinamitar, explosionar, volar o destruir lugares tan emblemáticos), no es ni mucho menos el colmo de la originalidad. Y como hay buenos y malos tan claramente identificables casi desde el principio, la fuerza está en la imagen y en la acción, no en los tópicos, y en algún caso forzadísimos, vericuetos personales de cada personaje.

De hecho, lo único verdaderamente criticable dentro de las intenciones de la película está en un levísimo intento de introducir una especie de protesta social por la crisis y el poder económico. Risible como poco, por el mensaje y por el personaje que lo introduce. Es el único momento en el que la película corre el riesgo de tambalearse. Bastaría, en realidad, con apreciar el carisma de los protagonistas para disfrutar de sus dos horas de metraje. Gerard Butler ofrece un héroe modélico y más grande que la vida, que dicen los americanos y Rick Yune (con la experiencia de Muere otro día) es un malo malísimo de los que gusta ver en pantalla por mucho que no resista comparaciones con otros mejor escritos o desarrollados. Y dan mucho prestigio y nivel las presencias de Aaron Heckhart y Morgan Freeman como protagonistas indiscutibles que añadir a los dos ya mencionados, y un reparto de secundarios plagado de nombres ilustres como Melissa Leo, Angela Bassett o Robert Forster.

Por muy atractivo que sea el reparto, que lo es y además no ofrece fisuras, el plato fuerte de la película está en el ataque a la Casa Blanca. Sin desvelar motivos ni desarrollo, sí se puede destacar que es una larga escena rodada con mucho pulso, espectacular en todas sus fases, aunque quizás le sobra algo de ordenador.  Por supuesto, y como era previsible, también es obligado ver la película con una alta dosis de ingenuidad, porque hay elementos que difícilmente se sostienen, no ya en el tan entretenido como descabellado punto de partida de la película, sino incluso en algunas escenas muy concretas (por ejemplo, si se supone que necesitan vivo a..., ¿por qué demonios ametrallan sin piedad la pared que le oculta?). Pero en el fondo el entretenimiento está asegurado. Que nadie espere una historia truculenta a lo Training Day, porque esta es muy cristalina. Los buenos son muy buenos y los malos son muy malos y lo demuestran con frialdad y contundencia a lo largo de película. Sin mucho más que ofrecer aparte del espectáculo, pero fácilmente disfrutable.

viernes, mayo 10, 2013

'Stoker', desigual, perverso y a ratos salvajemente hermoso thriller

Stoker sorprende desde su arranque. El surcoreano Chan-wook Park, que da con esta película el salto al cine anglosajón, trenza una historia perversa y turbadora, a ratos salvajemente hermosa en su historia y sobre todo en sus imágenes con su magnífico uso del color, pero también desigual y discutible en algunos momentos. Impactante en todo caso, porque compone un thriller muy original partiendo de una familia disfuncional admirablemente interpretada por Mia Wasikowska, Matthew Goode y Nicole Kidman, porque se mueve en terrenos moralmente tan atractivos como peligrosos y porque es valiente en el fondo y en la forma. Es una de esas películas que deja sensaciones encontradas y contradictorias, que deja tantas cosas para admirar como para dudar. Y eso, en realidad, no puede ser malo. Una película que obliga a seguir pensando en ella tiempo después de haberla visto, es que tiene algo de esa magia que hace del séptimo arte algo maravilloso, incluso renegando de algunos detalles tras esa reflexión.

India (Mia Wasikowska) cumple 18 años y ese mismo día su padre (Rupert Everett) muere en un accidente de coche, quedándose sola con su madre (Nicole Kidman). En el funeral aparece su tío Charlie (Matthew Goode), del que la joven nunca había oído hablar y comienza así un extraño juego de sensaciones, afectos y rechazos, intensificado por la elecciones audiovisuales del director, mientras todos tratan de adaptarse a su nueva vida tras la pérdida que han sufrido. La disfuncionalidad de la familia que retrata Stoker nace de un accidente que se intuye pero no se ve y por la ausencia de un personaje que tarda en ser visto (en cierto modo, reutilizando aunque no del todo el recurso del que Hitchcok hizo arte en Rebecca). Y se desarrolla la historia por la propia extravagancia de los personajes dentro de un mundo aparentemente normal que, en realidad, nunca lo es. El encaje de esa manera de las obsesiones, miedo e ilusiones de India, su madre y su tía forman un juego morboso y atractivo.

Park consigue que Stoker sea una experiencia desasosegante de principio a fin. Lo hace con el sonido, con la imagen y con las interpretaciones de sus protagonistas. Bien Nicole Kidman, que no necesita de artificios para construir un buen personaje, aunque quizá sea la que más desdibujada queda en el filme, porque no está puesto el foco en su papel. Muy bien Matthew Goode, para algunos el mayor error de casting de Watchmen y sin embargo aquí es un actor que siempre motiva alguna reacción, alguna sensación, incluso algún terror. Y extraordinariamente bien, aunque no siempre, Mia Wasikowska, una actriz que en ocasiones transmite una frialdad que no parece estar en los guiones que acepta (y que contaba con el lastre de ser la sosa protagonista de la probablemente peor película de Tim Burton, Alicia en el País de las Maravillas), pero que por momentos, y especialmente en la segunda mitad del filme, se muestra como lo mejor y más sorprendente de este contundente cóctel psicológico.

Hay elementos más que cuestionables que seguramente no gustarán a todo el mundo. La evidente conexión entre el despertar sexual y la fascinación por la muerte no creo que sea lo mejor de la película, por mucho que en este sentido Park ofrezca una de las escenas más provocadoras del cine contemporáneo (únicamente por inusual, no pretendo censurar lo que muestra). Y el final da para mucho debate. No era nada fácil poner un cierre a esta historia y el que escoge Stoker deja algunas dudas. En todo caso, son 99 minutos diferentes, intensos y perversos, donde casi nada es lo que parece y los secretos, incluso los que cada personaje se esconde a sí mismo, consiguen mantener hasta el final la atención del espectador. E incluso que se piense en un segundo visionado para poder extraer conclusiones más pacientes y meditadas. Eso, insisto, hace que el juicio tenga que ser indudablemente positivo, aunque no sea una película pensada para agradar a todo tipo de públicos.

miércoles, mayo 08, 2013

Hasta siempre, Ray Harryhausen

Demasiada gente tiende a pensar, más de hecho que conscientemente, que los únicos nombres que merece la pena recordar en el mundo del cine son los de los actores y, en algún caso, los de los directores. Pero la magia del cine es tan inmensa que no se detiene ahí y, aunque sea muy pocas veces, otros profesionales alcanzan una merecida fama. El de Ray Harryhausen es uno de esos nombres que han conseguido un lugar distinguido en el séptimo arte, y aún así mucha gente no sabrá quién es. Pues bien, era un genio de los efectos especiales más artesanales que comenzó a trabajar en las películas en los años 30 del siglo pasado y nos deleitó con sus proezas visuales hasta que arrancó la década de los 80 y los ordenadores y la infografía comenzaron a abrirse camino. Y aún diciendo que era un genio, el adjetivo se queda corto. ¿Cómo se puede calificar a una persona que inspiró los sueños de tantos espectadores, impulsó la imaginación de tantos soñadores y alentó la visión de tantos creadores? No creo que haya un término para una persona así.

Pero es el término que habría que aplicar a Ray Harryhausen y, como no existe, habrá que dejarlo en "genio". Era un genio, ya lo creo. Y digo "era" porque acaba de morir, el 7 de mayo de 2013, y esa noticia bastará para que mucha gente se acuerde de él. ¿Que quién era Ray Harryhausen? Probablemente mucha gente no lo sabrá, porque su momento de esplendor llegó hace ya muchos años y la memoria es débil. Pero para eso queda la letra impresa, aunque sea en la pantalla de un ordenador. Ray Harryhausen es el maestro que hizo los efectos especiales de películas como El gran gorila, Hace un millón de años (los dinosaurios, Raquel Welch era de verdad), Simbad y la princesa, Jasón y los Argonautas, quizá ésta su obra maestra, o Furia de Titanes, la original de 1981, su testamento cinematográfico, no sólo porque fue su última película sino también porque con esta pequeña joya murió la forma de entender los efectos especiales que dominó durante años.

Lo suyo eran los muñecos articulados, las marionetas, las criaturas fantásticas, los seres mitológicos. Lo suyo eran los sueños en una época en la que el cine les daba forma de manera artesanal. La suya era la mano que, aún en sus rudimentarias formas primitivas y su movimiento irreal, consiguió que nos creyéramos que era posible que un grupo de seres humanos pudiera combatir contra uno de esqueletos. O que disfrutáramos en la pantalla de imposibles dinosaurios mucho antes de que Steven Spielberg, de la mano de otro genio del gremio, Stan Winston, los recreara en Parque Jurásico como nunca antes se habían visto. El cine de género pierde a una figura esencial para comprenderlo. Y habrá mucha gente que no conozca a Ray Harryhausen o que ahora, en un momento en el que se puede hacer prácticamente de todo por ordenador, no entienda la magnitud de su trabajo y de su legado. O, incluso, que haya gente que vea hoy en día sus películas y les parezcan torpes y anticuadas. Pero en su día eran el futuro. Eran algo imposible. Eran sueños. Y Ray Harryhausen era su creador. Descanse en paz.

miércoles, mayo 01, 2013

'La gran boda', divertida pero convencional

Las bodas se han convertido ya en un subgénero de la comedia. La boda de mi mejor amiga, Mi gran boda griega, Cuatro bodas y un funeral, Planes de boda, De boda en boda, La boda de Muriel, American Pie ¡Menuda boda!... y así hasta el infinito, sin que nadie haya sido en realidad capaz de superar el ingenio y la simpatía de El padre de la novia. La original, por supuesto, la de Spencer Tracy y Elizabeth Taylor. Y aquí nos llega La gran boda, que encima es remake de una película francesa de 2006. Y es divertida, sí, porque tiene un reparto repleto de grandes nombres que decidió pasárselo estupendamente bien rodando la película, pero también es convencional. Con momentos delirantes y muy divertidos, pero que en realidad según va pasando el tiempo se va diluyendo en la memoria. Es lo que es y gustará a todo aquel que vaya a ver precisamente lo que ofrece: una desenfadada comedia con una boda de fondo. Y de 90 minutos de duración, que no es algo tan fácilmente rechazable.

Robert De Niro, Diane Keaton, Susan Sarandon, Katherine Heigel, Ben Barnes, Amanda Seyfried, Topher Grace y Robin Williams. Casi nada. Evidentemente, en ese listado de actores condensados en La gran boda hay clases y categorías, y el tipo de película condiciona lo que son capaces de ofrecer, pero lo que está claro es que son nombres capaces de atraer a gente a las salas. Y, todo hay que decirlo, con motivo. Es un reparto sólido, insisto que dentro de los parámetros de esta comedia amable e intrascendente, que muestra sobre todo elegancia en las grandes damas, Sarandon y Keaton, y carácter cargado seguramente de una alta dosis de improvisación de los caballeros, De Niro y Williams. Justin Zacham, que dirige su segunda película y es también el autor del guión de Ahora o nunca, prácticamente coloca la cámara y deja hacer a los actores. No tiene pinta de haber sido una película muy estresante de dirigir.

Obviamente, la película va sobre una boda, y eso da muchas pistas sobre su historia. En realidad, se centra más en los muy diversos problemas, secretos e historias de dos familias. Tres, en realidad. Pero mejor descubrir el múltiple enredo en la propia película y no en sinopsis que fusilan en unas pocas líneas todo lo que acontece en su primer tercio (puede que incluso más). Y en ese enredo hay detalles ingeniosos, otros que no son nada innovadores, algunos sorprendentes y otros muy previsibles. Cuando se monta una película de 90 minutos a ritmo de gag, esa irregularidad forma parte del paisaje inevitablemente. Lo mejor, sin duda, está en algunas de las apariciones de De Niro (aunque muy lejos del retorno a la genialidad que había protagonizado en El lado bueno de las cosas) y de Robin Williams, aunque de alguna manera el suyo parezca el personaje más desaprovechado de la función.

La gran boda es escapismo puro y duro, ni más ni menos, lo que permite que no haya demasiadas expectativas que colmar y facilita un regusto amable al terminar la película. Al que guste de este tipo de comedia (es innegable que se hacen muchas películas de este estilo y que eso se debe a que dan buen resultado en taquilla, luego público tendrán) le dará un rato agradable. Quizá lo más decepcionante esté en Amanda Seyfried, a la que con momentos brillantes como Los miserables sigo sin terminar de apreciar, o que Diane Keaton sea cada vez más Diane Keaton, más una repetición de sí misma, y no uno de sus personajes. Pero el conjunto es lo suficientemente agradable y tiene los suficientes aciertos humorísticos (más en diálogos concretos que en situaciones del guión) como para no lamentar el rato sentado en la butaca.