viernes, abril 26, 2013

'Iron Man 3', un espectáculo formidable y sorprendente

¿Qué se podía hacer en el cine con los personajes de Marvel Comics después de Los Vengadores sin que palideciera en comparación? No ha hecho falta ni un solo patinazo para encontrar una agradable y espectacular respuesta a esa pregunta. Iron Man 3 es más pequeña, sin duda, pero más intimista, formidable, un espectáculo de primer nivel y una película que consigue algo que el cine moderno de efectos especiales y acción, víctima de unas exageradas y poco calculadas campañas de marketing, no consigue hacer normalmente: sorprender. Esta tercera entrega, en la que Shane Black coge el mando en la dirección en lugar de Jon Favreau, hace crecer la saga sin ningunear las dos notables primeras partes, potencia lo mejor que tenían aquellas y le añade piezas de acción espléndidas y un desarrollo de los personajes a la medida de un reparto excepcional, encabezado por un inmejorable Robert Downey Jr. Sigue siendo Iron Man, pero todavía mejor. Palabras mayores dentro de este subgénero.

¿Qué ofrece Iron Man 3? Una mezcla estupenda entre lo que funcionaba de sus dos primeras entregas y unas novedades más que apetecibles. Entre lo primero destacan dos cosas. Por un lado, un Robert Downey Jr. brillante, en la que es probablemente la mejor interpretación de un superhéroe que se ha visto en la gran pantalla (y que perdonen los fans del Superman de Christopher Reeve, entre los que me cuento). Por otro, unos efectos especiales sorprendentes, que dan vida a unas armaduras diseñadas con sumo detalle. No hay nada que chirríe en lo visual y eso permite una espectacularidad hermosa en las escenas de acción. Y he ahí donde las novedades cobran protagonismo. Las dos primeras películas, aún siendo cine de superhéroes, no eran unas películas plagadas de acción, e incluso el clímax de Iron Man 2 estuvo entre lo más decepcionante que ofrecía. Aquí son tres grandes piezas, diferentes entre sí, muy bien rodadas, emocionantes y prácticamente lo que uno espera ver en un filme del género.

Hay relevo en la dirección, pero todos los cambios son fluidos. Se acepta sin ningún problema la herencia de las dos primeras películas, ambas dirigidas por Jon Favreau (que sigue interpretando, ahora con más metraje, a Happy Hogan, antiguo guardaespaldas de Tony Stark), incluso la muy referenciada Los Vengadores, de Joss Whedon. Shane Black, coguionista además de director, integra toda esa mitología en la película y le sirve para hacer crecer la psicología de los personajes (sobre todo pero no sólo la de Tony Stark), pero le da una autonomía propia (sólo rota en la escena tras los créditos... que quizá, y aún siendo muy divertida, es lo más decepcionante de Iron Man 3; es tan sobresaliente lo que ofrece la película que ese final se antoja flojo) y, sobre todo, muestra valentía, que no temeridad, a la hora de adaptar lo que le ofrecía el cómic. Sin revelar ninguna de las sorpresas de la película, que son en algún caso muy sorprendentes, hay que decir que coge como base una popular saga escrita por Warren Ellis, Extremis, e incorpora por fin a la gran pantalla al villano principal de Iron Man, el Mandarín.

Para confeccionar este explosivo cóctel superheroico, Black, reconocible como guionista de la saga Arma Letal más que como director, recurre a un reparto espléndido. Gwyneth Paltrow, que no es precisamente una de mis actrices favoritas, ofrece su mejor interpretación de la saga. Pero el trío de fichajes se lleva los focos y se merece los elogios. Ben Kingsley asombra, Guy Pearce convence y Rebecca Hall está espléndida. Quizá el actor que salga peor parado sea Don Cheadle, ya presente en la segunda. Si con todos los demás está realmente conseguida la mezcla entre drama, acción y comedia, para el hombre debajo de la armadura de Máquina de Guerra (rebautizada aquí como Iron Patriot) no queda demasiado más que figurar. Y esa mezcla es lo que hace que la película funcione y evite en todo momento que pueda parecer una repetición o una simple secuela para ganar dinero. Es Iron Man, sí, pero es algo nuevo, que mantiene al espectador de la película en vilo por conocer los caminos que va a seguir la película y que asombra, insisto, por su valentía en algún momento.

Esa misma valentía puede hacer que algún purista del cómic salga cabreado de la sala. Puede ser. Pero hay que admitir que cine y cómic son lenguajes diferentes y que la adaptación realizada es sobresaliente en todos los aspectos. Iron Man sigue siendo una saga divertida, con un humor asequible a todo tipo de públicos (no es casualidad que Tony Stark interaccione durante varias escenas con un niño), explotando con enorme acierto por un Robert Downey Jr. que ha hecho de este personaje una segunda piel, pero sin desdeñar los aspectos más oscuros y siniestros de la trama. Es espectacular en todo momento, con escenas de acción formidables (un poco demasiado anticipadas por los trailers, pero sumamente disfrutables) y un sabor de boca final tan formidable que invita a pensar qué demonios va a hacer Marvel para continuar con la historia de Iron Man, no ya en una hipotética cuarta entrega sino en la segunda de Los Vengadores. Con decir que lo peor de Iron Man 3 está en el brevísimo cameo de Stan Lee, probablemente el más flojo de todos los que ha protagonizado, está todo dicho. Una gozada.

jueves, abril 25, 2013

'Un lugar donde refugiarse', cómo arruinar incluso un telefilme

Con ¿A quién ama Gilbert Grape?, sobre todo con Las normas de la casa de la sidra, e incluso también con Chocolat, Lasse Hallstrom cogió cierta fama. Trece años después de la última cinta de ese trío de títulos, se puede afirmar con rotundidad que Hallstrom no da para mucho más. Casanova, Querido John o La pesca del salmón en Yemen son algunas de las películas, más o menos simpáticas, que preceden en su filmografía a Un lugar donde quedarse, una cinta con absoluta factura de telefilme que, como los anteriores, puede caer más o menos simpático a lo largo de sus larguísimos e injustificados 115 minutos, hasta que Hallstrom, siguiendo la novela de Nicholas Sparks (autor de los libros en que se basaron El diario de Noa, Mensaje en una botella, la mencionada Querido John o La última canción; sí, las similitudes entre todas estas historias son más que evidentes), abraza un giro que arruina por completo la película, que evidencia la previsibilidad de toda la trama y que confirma las trampas que contiene la historia.

Lo que propone Un lugar donde refugiarse es una historia romántica americana de manual, que encima se corona nada menos que con las celebraciones del 4 de julio. Chica que huye de algo, chica que llega a un pueblo perdido, chica que encuentra a un chico con una historia trágica que intenta reconstruir su vida, chica y chico que se enamoran, el algo de lo que huye la chica se presenta, todos los problemas se solucionan y los buenos de la película son felices y los malos no. Lo de siempre. El desarrollo de la película se hace más o menos soportable en función de la simpatía que desprendan los protagonistas. Y en eso este filme tiene terreno ganado. Josh Duhamel (Transformers, su segunda parte y la tercera) y Julianne Hough (Footloose, Rock of Ages; con esta actriz, casi se queda uno con las ganas de que haya un gran número musical) son agradables y cumplen con tanta facilidad como Cobbie Smulders (Los Vengadores) e incluso el resto del reparto, niños incluidos.

Pero hay dos problemas muy severos para aceptar con agrado la propuesta de Hallstrom. El primero es que todo, absolutamente todo lo que sucede, se ve venir. La película es facilona y previsible hasta extremos insospechados, incluso a pesar del torpe arranque, incluso aceptando un esquema preconcebido en el género del que nadie parece haber sabido salir en muchos años. Y el segundo es que hay un giro de guión que acaba evidenciando que el desarrollo de la película está lleno de trampas al espectador y requiebros poco sutiles. En realidad, ese giro es también previsible, pero hasta que no se produce queda la esperanza finalmente baldía de que no se produzca. Imagino que ese giro es la base desde la que partió la historia, pero para llegar a ese punto hay que hacer mucho más en cerca de dos horas de película. Hacer comparaciones con otros títulos arruina esa pretensión original, así que no las haré, pero sí que procede decir lo anterior: que no sorprende y que cabrea a partes iguales, a poco que la película se haya ido quedando en la retina.

Un lugar donde refugiarse podría haber sido una pasable película de factura televisiva, pero teniendo en cuenta que Hallstrom había llegado a mucho más que eso procede considerarla como la confirmación más o menos definitiva de su declive. Y sigue reuniendo repartos más o menos agradables, eso sí, ocasionalmente con actores cada vez menos importantes aunque siempre conocidos, y con eso puede salvar en cierta medida la papeleta. Aquí no es sólo que no disfrute de un buen guión, es que tampoco acierta en la forma de rodar o en el montaje. No genera suspense cuando lo pretende, y sólo en las partes más románticas se puede decir que alcanza los mínimos que busca. Pero es que, insisto, ese giro arruina por completo casi todo lo anterior, porque se convierte en una coartada poco inteligente y mal construida en torno al verdadero objetivo del filme. Y eso en cine es hacer trampa.

martes, abril 23, 2013

'La caza', espléndida película con más que un notable Mads Mikkelsen

La caza es una espléndida película por muchas razones. Esta historia sobre el aislamiento social al que se ve sometido un hombre acusado de abusos sexuales a menores en el parvulario en el que trabaja tiene ya un tema poderoso que incita al debate y a la reflexión por sí solo, sin necesidad de verse respaldado por una buena película. Pero es buena, muy buena, porque la mirada de Thomas Vinterberg, uno de los directores que se hizo famoso a caballo de aquel más que discutbile movimiento que se autodenominó Dogma, juega con mucho acierto sus cartas. La principal es un Mads Mikkelsen formidable, que lleva el peso de la película pero no la acapara. Ese es el segundo acierto, una mirada plural a un drama tan personal. Y el tercero y fundamental es que tras su aparente sencillez se esconde cine del bueno, del que sabe dónde poner la cámara y donde cortar el plano, el que despierta emociones y sensaciones, el que busca que el espectador sea el que tome las decisiones, a pesar de que el final podría haber sido aún más redondo en ese sentido.

Mikkelsen ganó el premio al mejor actor en el Festival de Cannes y el guión se llevó al reconocimiento en los pasados Premios del Cine Europeo. Esas dos son ya razones de peso para ver La caza con muchas expectativas, a pesar de su aséptico cartel (sólo la inclusión de la frase "una mentira puede destruir a un inocente" indica algo más que el protagonismo de Mikkelsen). Hay muchas más. Su exposición es pausada, sosegada, meditada y casi redonda. La caza no tiene prisa y sí mucha inteligencia. Hay que conocer a los protagonistas, sus circunstancias y su entorno antes de presentar el detonante de la caza de la que habla su título, porque si no las escenas de la segunda mitad de la película no tendrían el mismo impacto emocional, que es enorme. Si el vínculo afectivo entre Lucas (Mikkelsen), su amigo Theo (Thomas Bo Larsen) y la pequeña Klara (Annika Wedderkopp) no es asimilado, el poder de la historia se difuminaría. Y su fuerza es inmensa. Es acierto del guión, coescrito por Vinterberg y Tobias Lindholm, pero también de la sencilla dirección del primero.

Precisamente por lo intimista y personal que es el guión, lo esencial de la película está en sus actuaciones. El de Mikkelsen será el rostro más conocido de entre este elenco danés por su aparición en el Casino Royale en el que Daniel Craig debutó como James Bond y por su papel en la serie Hannibal. Aquí, deslumbra. Muchísimo. La tortura que vive su personaje se refleja en sus ojos. Pero la fuerza que tiene todo el reparto es descomunal, y la forma en la que Vinterberg rueda a la pequeña Annika Wedderkopp es exquisita, con unos planos tan sinceros como hermosos. Son ellos los que hacen que las palabras del guión cobren vida, que la angustia por el caso que relata sea auténtica, que las sensaciones que provoca sean tan fuertes. Y el impacto está en que, aún teniendo toda la información en la película, el espectador entiende a todos los personajes. A los que aciertan, a los que se equivocan y a los que dudan. La empatía es un poderoso aliado para el cine y esta película juega a su antojo con ella.

Si acaso se le puede poner un pero a La caza es que pierde la ocasión de tener uno de los finales más desgarradores e impactantes del cine actual, uno que recuerde al de Una historia de violencia (para mí, sin duda, una de las más grandes conclusiones del séptimo arte contemporáneo), pero opta por otro camino diferente. No uno equivocado, no, pero sí algo más convencional. Es, de hecho, lo único convencional que tiene un filme que consigue eludir el excesivo protagonismo de un único actor, por brillante que esté, y sabe jugar con diferentes puntos de vista (su jefa, su hijo, su amigo, la niña...) para enriquecer el resultado final. La caza es una película danesa y eso seguramente echará para atrás a algunos espectadores. Craso error. España es todavía un país en el que vende mucho más cualquier producción norteamericana que un filme como éste. Por eso parece necesario reivindicar este otro cine, tan cine como el anterior, pero que no suele gozar de la misma atención. La caza es una grandísima película y se merece mucho más que una oportunidad.

domingo, abril 21, 2013

'On the Road', himno beat con alma menor

Siendo On the Road la adaptación de la novela de Jack Kerouac que narraba las aventuras de un grupo de amigos que cruzaron Estados Unidos en coche para vivir aventuras y su particular forma de entender la vida, no podía ser otra cosa que un himno beat. Y lo es con todas las consecuencias. Sexo, drogas y alcohol sazonan el viaje vital que Walter Salles lleva a la gran pantalla. Pero se le olvida el alma, que se queda en algo menor. Y el caso es que se intuyen cosas, se atisban momentos que podrían haber sido grandes, las interpretaciones son más que correctas y es obligado subir el nivel de los elogios al hablar de Garrett Hedlund, pero hay cierta sensación de vacío en el conjunto final, una acusada ausencia de implicación entre el espectador y los personajes y un ritmo tan lento que en ocasiones cede al aburrimiento. Y es una pena porque, insisto, mimbres hay. Salles rueda con inteligencia, pero no es capaz de dar al conjunto final la fuerza necesaria y, sobre todo, el alma que dio la aureola de mítico al libro original.

Es bastante probable que sea necesaria una cierta sintonía con los beats, o al menos un conocimiento básico de lo que representan, para asimilar y disfrutar lo que cuenta On the Road, sea el libro o la película. De lo contrario, existe el riesgo de considerarlo simplemente como la aventura alucinógena de dos amigos y la gente que les rodea en sus juergas sexuales, alcohólicas y de marihuana, y no prestarle así mucha más atención a partir de la segunda escena de excesos. Salvadas esas consideraciones y recordando que los personajes están basados en personas reales (el propio Kerouac entre ellos), On the Road, la película de Salles, se acerca mucho a un quiero y no puedo. Quiere, porque hay momentos logrados, un vértigo muy conseguido en las escenas festivas y un sosiego como contraste en las más familiares, además de un buen trabajo de dirección de actores.

Ahí, en el reparto, está lo mejor de On the Road. Y eso que es difícil quitarse de encima la impresión de que muchos actores han aceptado sus papeles en busca de un prestigio que sólo parece conseguirse en un cine de corte independiente. El que sale más triunfante en ese objetivo es Garrett Hedlund, que pasa de héroe de acción en Tron Legacy a clavar el retrato de Dean Moriarty, basado en Neal Cassady. Él es el motor de la película en todos los sentidos, narrativa, ideológica e incluso visualmente. Kirsten Stewart está lejos de quitarse la etiqueta de la chica de Crepúsculo, pero no desentona en el conjunto. Entre ambos, un Sam Riley, trasunto del propio Kerouac bajo el nombre de Sal Paradise, que convence por momentos y deja frío en otros, quizá porque su voz en off narrando el libro que está escribiendo no siempre termina de encajar bien en el conjunto final. Y los papeles de Kirsten Dunst, Viggo Mortensen, Steve Buscemi y, sobre todo, Amy Adams, son tan escasos que contribuyen a la sensación de desconcierto final que deja la película.

On the Road sufre con algunas incoherencias y con el abuso de las elipsis temporales, que dejan demasiados detalles en el tintero y obliga a una reconstrucción continua del cuadro por parte del espectador. Sufre con una historia errática, en la que no termina de quedar clara la importancia de cada uno de los personajes que desfila por la pantalla o si hay más objetivo que la descripción de un modo de ser, de unos años locos y de unos personajes sin más ambiciones que vivir la vida al límite. Es esa indefinición lo que termina por dejar On the Road como un filme más difuso y menos profundo de lo que le gustaría, de lento desarrollo y escenas que pueden parecer superfluas o reiterativas en demasiados casos, y que no termina de arrancar hasta sus momentos finales. Entonces sí se atisba lo que sí podría haber llegado a dar de sí la historia, pero es demasiado tarde como para que este himno beat ofrezca sólo un alma menor. Queda al menos el trabajo de Hedlund.

viernes, abril 19, 2013

'Memorias de un zombie adolescente', sorprendentemente simpática

Que una película se titule Memorias de un zombie adolescente casi parece una razón de peso para no verla. El título es, efectivamente, horrible. No es una traducción del original (Warm Bodies), no responde a lo que cuenta la película, es facilón y parece abocar a una película de saldo que quiera aprovechar el tirón de los monstruos de terror rebajados a lo Crepúsculo. Y resulta que no así. Para nada, de hecho. Memorias de un zombie adolescente es una película simpática, que encuentra el tono perfecto para no caer en el ridículo, para que sus protagonistas sean atractivos y para que la comedia funcione a todos los niveles, desde su romanticismo hasta su parodia del cine de terror, pasando por la música, a veces excepcionalmente escogida. Hay claros errores en las normas que plantea y un desarrollo algo precipitado que restan credibilidad al conjunto final, en el que también chirrían los efectos visuales, pero las risas hacen que esto quede en un segundo plano. Sorprendentemente, pero así es.

El arranque de la película, su primera secuencia, ya consigue esa sensación de estar viendo una película consciente de lo que es. El zombie protagonista, con el muy maquillado rostro de Nicholas Hoult (Jack el caza gigantes o X-Men. Primera generación) y una actuación convincente, cuenta exactamente eso, que está muerto y vagando sin rumbo como tantos otros. ¿Que cómo lo cuenta si es un zombie? Primer hallazgo simpático de la película que funciona, lo cuenta él mismo mediante una muy bien insertada voz en off, que ni se hace pesada ni se cuela en momentos en que no sea necesaria, además de lograr algunos de los puntos más divertidos de la película. Una vez presentado el mundo de los zombies (memorable esa primera conversación entre el protagonista y su mejor amigo), le toca el turno al de los supervivientes. Nada demasiado original por ese lado, pero necesario para entender la historia romántica que presenta a continuación.

Ni la película ni sus carteles esconden que lo que vamos a ver es un relato de amor entre un zombie de aspecto adolescente y una joven humana. ¿Original? Tampoco demasiado, la verdad, pero no importa, porque Jonathan Levine, director y guionista del filme basándose en la novela de Isaac Marion, encuentra el punto exacto para casi todo. Acierta con el gag, convierte la música en un elemento más de la diversión y esconde con cierta habilidad las flaquezas de la película. Pero existen y hay que decirlas. La esencial, un desarrollo demasiado precipitado, que rebaja considerablemente lo especial que tiene la relación entre el zombie de peculiar nombre y Julie (Teresa Palmer; guapa pero demasiado sosa y previsible, hasta el punto de desperdiciar alguna buena escena y a ratos incluso la química necesaria). Pero la combinación entre lo fantástico y lo romántico está conseguida, y sólo queda levemente afeada por los efectos digitales de las criaturas más fantásticas, unos zombies mucho más demacrados y violentos, que casi parecen animaciones para un videojuego de hace algunos años.

Quizá se puede achacar a Memorias de un zombie adolescente una falta de valentía para explorar en profundidad aspectos transgresores (como quién es la última víctima humana del protagonista y los efectos que eso tiene en su vida) o aspectos visuales como que la Julie tenga siempre unos dientes tan blancos y un pelo tan aseado en un mundo tan apocalíptico. Pero es que el filme es condenadamente simpático, y eso basta hasta para olvidar que John Malkovich esté en esa fase en la que aceptará cualquier papel por poco exigente que parezca. Superando los prejuicios que puede provocar la película, la experiencia es francamente divertida. Es delirante, sin duda, y todo un reto para todos aquellos espectadores, aficionados o no al cine de terror, que detesten el trajo vejatorio hacia las criaturas más clásicas del celuloide. No son estos, obviamente, zombies aterradores aunque tengan sus momentos de salvaje desenfreno, pero ofreciendo tanta diversión es difícil resistirse a este simpático entretenimiento. Pero lo del título habría que mirarlo. Engañará a algún adolescente, pero da una imagen que no se corresponde con la película.

miércoles, abril 17, 2013

'LOL', tópica, aunque no aburre

LOL, remake americano de la película francesa del mismo nombre y también dirigida por Lisa Azuelos en 2008, no es nada diferente a lo que ya hemos visto en la versión original. Ciertamente, podría decirse que no es nada diferente a lo que ya hemos visto en cientos de películas de características similares, destinadas a un público parecido. Por el título podríamos esperar, al menos, reírnos a carcajadas en algún momento, pero no. Aunque no aburre, es muy tópica y es complicado encontrar algo en el filme que pueda hacer de gancho, pero quizás tampoco haya tenido ningún objetivo más allá de captar a unos espectadores concretos con el atractivo y el nombre de la mayor parte, por no decir todos, de los miembros del reparto, empezando por Miley Cirus.

Y es que la película está plagada de tópicos y personajes cliché: adolescentes americanos que mantienen relaciones complicadas con sus padres y consigo mismos, pero que al final, cómo no, terminan encontrando el modo de conseguir que sus sueños y expectativas se correspondan con la realidad. Los personajes se mueven entre la madre divorciada que intenta encontrar el modo de hacer las cosas bien buscando el equilibrio entre la permisividad y el control, hasta el adolescente dedicado a la música que, junto a su banda, se enfrenta a los deseos paternales de centrarse plenamente en los estudios, pasando por la típica mosquita muerta y la chica popular, guapa y algo fresca de la cuál sólo nos muestran rasgos negativos.

Pero es que Lola (Lol) es un tópico en si misma. Y ya hemos visto a Miley Cyrus haciendo el mismo papel en otras películas, como La última canción: una adolescente difícil con buen fondo, amiga de sus amigas, que no destaca en los estudios y también tiene mala suerte en el amor. El clásico personaje al que, por momentos, parece salirle todo mal. Personaje que escribe en un diario algunas de esas frases que un adolescente podrá escribir en su agenda escolar después de ver la película. Y que, como no, tras pensar que todo su mundo se derrumba, termina con el chico guapo, del que estuvo enamorada desde el principio, y arreglando todos y cada uno de sus problemas. La banda sonora de la película es buena, con canciones de Keane, los Rolling Stones o Foster The People, con lo que el filme utiliza el también típico recurso de insertar videoclips de manera aleatoria en momentos puntuales.

Eso sí, no todo iba a ser malo en LOL. Y es que, probablemente sea una de esas películas que sin lugar a dudas consiga contentar a aquellos a quienes pretende contentar. La actuación de Demi Moore es correcta, aunque también hay que decir que el papel no tiene grandes complicaciones, y tiene una dosis suficiente de azúcar para engatusar a cualquier adolescente, que tampoco va a ser demasiado crítico, pues se dará por satisfecho con un final feliz. Está claro que LOL no es una gran película, pero tampoco pretende serlo. Y seguramente, nadie espere que lo sea. Por eso cumple con las expectativas: contar la misma historia con otros protagonistas.

(Nota. Esta crítica la ha realizado Cristina Suárez Vega y la suya es la primera firma invitada que aparece en La Sala de Cine. Ahora sólo queda que os paséis por su blog, Caos de sentimientos, y el trabajo de animarla a que escriba más en el futuro...)

martes, abril 16, 2013

'Iron Man. La rebelión de Technivoro', Marvel en versión anime

La confrontación cinematográfica entre los personajes de Marvel y DC está hoy en día absolutamente volcada del lado de los primeros. Los Vengadores, y sus títulos previos, el reinicio de Spider-Man sumado a su trilogía anterior, la nueva vida de los X-Men tras Primera generación y muchos planes futuros oscurecen la apuesta ahora mismo y tras el final de la trilogía de Batman supeditada al éxito del Superman de El Hombre de Acero. Sin embargo, en el terreno de la animación, enfocada al mercado de vídeo, sucede justo lo contrario. Batman, Superman, Green Lantern y la Liga de la Justicia han protagonizado notables películas, mientras que Marvel no ha conseguido aún despegar. Con ese panorama, no es de extrañar que sus apuestas busquen la originalidad. Iron Man. La rebelión del Technivoro es una clara muestra de esta situación. Es una película Marvel, sí, pero es también anime. Y la mezcla es bastante interesante, porque permite exceder los límites que tienen las películas de imagen real para ofrecer una historia a la vez más cercana a algunos elementos del cómic, plagada de acción y con el toque distintivo de la animación japonesa.

No es la primera vez que Iron Man tiene una versión en anime, pero sí la primera que llega en forma de largometraje. Hace poco más de dos años Marvel y Madhouse, un estudio de animación japonés, se aliaron para crear cuatro series de doce episodios. Iron Man era, precisamente, la que mejor resultado dio, por encima de las de Lobezno, X-Men o Blade. La rebelión de Technivoro no es una continuación de aquella serie, que no hace falta ver para entender la película, pero tampoco una versión independiente de la misma. Coge lo que le interesa de aquella primera versión, es decir, la amplia tradición del anime en cuanto a mechas y monstruos, una animación característica y unos espectaculares efectos visuales. Renueva lo que necesita, los diseños tanto de la armadura como de Tony Stark. Añade más personajes secundarios del amplio Universo Marvel en sus versiones más reconocibles para los aficionados al cómic. Y, al mismo tiempo, busca un acercamiento a las películas de acción real, dando el protagonista parte del toque socarrón de Robert Downey Jr., para aplicar a su amistad con Rhodey y a su relación sentimental con Pepper.

Iron Man. La rebelión de Technivoro, que Sony lanza directamente al mercado de vídeo, presenta una historia interesante, no especialmente fiel al cómic en cuanto a sus villanos se refiere (el hijo de Obadiah Stane, Ezekiel, y Technivoro, aquí fusionados para la ocasión), pero con criterios imaginativos para que supongan un reto intelectual y tecnológico para Stark. La historia arranca con el propósito de Stark de lanzar un satélite que controle desde el espacio toda actividad criminal. Aunque se mencionan los problemas éticos y de privacidad que eso supone, la película prescinde de ese debate y se lanza directamente a la acción. Acción bien llevada, por cierto, por el director Hiroshi Hamazaki, que saca partido visual y narrativo de las posibilidades que ofrece Technivoro. Su armadura, que le confiere un aspecto andrógino, es un contrapunto interesante a la conocida imagen de Iron Man y que sea biotecnológica añade un elemento de confrontación bastante atractivo.

Lo más gozoso de La rebelión de Technivoro está en la mezcla de personajes del universo Marvel que ofrece. El choque entre Iron Man y SHIELD es siempre muy entretenido, y más si la confrontación verbal es con Nick Fury (personaje que no sólo coge el aspecto de la interpretación de Samuel L. Jackson en las películas de acción real) y la física con una sumamente atractiva Viuda Negra y un divertido Ojo de Halcón. Pero sorprende que también se cuele en la historia un vengador urbano como el Castigador, que a priori no tendría demasiado que ofrecer en una aventura de este corte más cercano a la ciencia ficción y desde luego marcado por la tecnología, pero que mezclado con los dos agentes de campo de SHIELD deja secuencias más que entretenidas. Eso, unido a sendas piezas de acción para abrir con espectacularidad y cerrar con eficacia la película, hacen de Iron Man. La rebelión de Technivoro un filme más que apreciable para fans de los cómics de Marvel y del anime japonés. La mezcla funciona, pese a tocar ámbitos poco habituales y traspasar fronteras de violencia, más sugerida que mostrada, que pocas veces se ven en la animación de superhéroes.

domingo, abril 14, 2013

'Tipos legales', talento actoral desaprovechado

La pantalla se ilumina con el talento de Al Pacino y Christopher Walken. Es imposible que no se produzca algo grande cuando se cruzan. Por si faltara algo, se añade el de Alan Arkin como el secundario de lujo en que le han convertido sus éxitos más recientes. Pero Tipos legales, que es lapelícula en la que se juntan, no funciona como debería cuando se cuenta con tres monstruos de semejante categoría, sorteando la autoparodia en que parece derivar el filme en demasiados momentos. No tiene un guión a la altura, no sabe sacar provecho de la historia que maneja y encierra a los actores en una película plagada de situaciones absurdas. De vez en cuando, el talento sobresale y quedan conversaciones memorables, casi reales, nostálgicas del cine que protagonizaron Pacino y Walken hace muchos años. Atisbos de auténtica genialidad cinematográfica. Pero no llega para llenar una película a la que sus ajustados 95 minutos se le hacen largos. Eso sí, por muy desaprovechado que quede ese talento en esta película, es imposible no disfrutar con esta clase magistral de interpretación

Val (Al Pacino) y Doc (Christopher Walken) son amigos desde hace años. El primero sale de la cárcel después de pasar encerrado casi tres décadas. El segundo, compañero suyo en trabajos al margen de la ley, va a buscarle. Y juntos viven una noche inolvidable en muchos sentidos. Esa es la premisa de Tipos legales. Parece atractiva. Lo es en bastantes momentos, pero en otros muchos cae en un humor soez y simplón, impropio de los actores que maneja Fisher Stevens (debuta como realizador de largometrajes; una curiosidad, es el actor que interpreta al científico de las dos entregas de Cortocircuito), y causa de una cierta congoja al ver a qué se ven reducidas auténticas leyendas del cine en el séptimo arte de nuestros días. Son peajes algo tristes pero parece ser que necesarios. Pero también hay que decir que son compensados con creces incluso dentro de esta misma película, gracias a momentos memorables de los tres actores protagonistas. Ellos son el alma, el corazón y el cuerpo de Tipos legales. Que pasen y aprendan las nuevas generaciones.

La película arranca francamente bien porque sus actores arrancan francamente bien. Como decía, lo son todo en Tipos legales. Pero en cuanto queda claro de qué va realmente esta noche que estamos viendo, el "trabajo más duro" que se anuncia en el cartel de la película, hay un claro bajón. Demasiados detalles al margen del trabajo interpretativo empiezan a no tener sentido. La película sufre altibajos severos. Y entonces aparece Alan Arkin dando vida al tercer amigo pero en un papel secundario (el cartel engaña, no tiene el mismo protagonismo), y la cosa vuelve a mejorar mucho, pero de nuevo hay una recaída hasta llegar a un final que se encuentra entre la noble poesía de un clímax de western y una indecisión sobre qué hacer con los personajes llegados a ese punto. Mientras tanto, sólo luce la aparición de la joven Addison Timlin, dando vida a una dulce camarera. La sonrisa de Timlin parece lo más sincero de la película porque muestra ante Pacino y Walken, la misma fascinación que está casi obligado a mostrar el espectador, por lo que la empatía con su personaje es total en las pocas escenas que tiene.

Aún siendo consciente de sus muchas flaquezas y de que es una película que pide a gritos una reescritura o dos del guión para darle la trascendencia crespuscular a la que aspira, hay que admitir que Tipos legales no es un desengaño total. Pondrían haberle puesto cualquier cosa a estos tres actorazos y le habrían sacado partido. Lo hacen. Y se merecen una reverencia por ello. Sí, hay escenas risibles (que no divertidas), agujeros en el guión y un ritmo muy mal llevado. Pero hay otros momentos especialeses. Desde el primer encuentro entre Pacino y Walken hasta la conversación a solas que el primero mantiene con Timlin, pasando por el baile en la discoteca (evoca de forma evidente al del propio Pacino en Esencia de mujer) o la hilarante persecución por la autopista. Pensar en la película obliga a lamentar que tanto talento no encuentre películas dignas del mismo, pero al mismo tiempo es tan grande lo que pueden hacer tipos como éstos delante de una cámara que dan ganas de olvidarse de todo lo demás y, sencillamente, disfrutar con ellos. Es difícil abstraerse tanto. Pero a veces lo consiguen, porque eso es lo que hacen los genios.

viernes, abril 12, 2013

'Oblivion', gran ciencia ficción (casi) contra corriente

Oblivion es una gran película de ciencia ficción. Empecemos por ahí, por lo básico, para que ninguno perdamos de vista lo que pienso de la película. Y es que conviene decirlo bien claro porque tengo la impresión de que voy a ser uno de los pocos fans irreductibles de esta segunda película como director de Joseph Kosinski, de la misma forma que creo serlo de su anterior título, Tron Legacy. Las defiendo, además, porque creo que van contra corriente. Creo que exponen ideas muy imaginativas, con un envoltorio visualmente fascinante. Habrá quien piense que eso es dinero y efectos especiales, pero yo veo mucho más porque la capacidad técnica está en manos de muchos y no todos llegan. Es cierto que al guión le falta una reescritura y hay momentos en los que el espectador tiene que poner mucho de su parte para no desmontar el castillo de naipes que es toda película. Pero estamos acostumbrados a un cine hecho con estudios de mercado y Oblivion se salta casitodas las convenciones para ofrecer exactamente lo que quiere dar. Es valiente, plantea muchos dilemas, tiene el indudable carisma de Tom Cruise y está rodada con nervio. ¿Se puede pedir mucho más para construir una gran película de ciencia ficción?

Ante el exceso de celo que la crítica muestra contra los títulos pensados para arrasar en taquilla, aquellos que invierten grandes cantidades de dinero, corremos el riesgo de infravalorar auténticos espectáculos visuales como lo es Oblivion. Con unas imágenes hermosísimas, con unos encuadres espléndidos, con una imaginería visual deslumbrante (y original... hasta la secuencia final; eludiré la comparación para no reventarle a nadie el clímax), es muy fácil para el espectador sentirse arrastrado hasta este mundo postapocalíptico y refinado que se nos plantea. Un mundo de diseño, pulcro en las alturas y sucio a pie de tierra, un claro contraste, casi una analogía extrapolable a otros debates de la sociedad actual. Y una referencia a Tron Legacy, una de las muchas que tiene el filme (la función de la banda sonora, siendo distinta, emula a la de aquella), que reincide en los aciertos de aquella e incluso en algunos de sus errores. El más evidente de entre los segundos, que la película necesita una reescritura del guión que elimine algunas secuencias superfluas y las explicaciones para tontos que parecen obligatorias para contentar al espectador de hoy en día.

Sería fácil explicar esas escasas lagunas narrativas en el nombre de Karl Gajdusek (autor de la más que rutinaria Bajo amenaza) y salvar al propio Kosinski (escribió la historia pensada para ser una novela gráfica y después la convirtió en película) y a Michael Arndt (Pequeña Miss Sunshine, Toy Story 3... y el futuro Episodio VII de Star Wars), pero seguramente no sería justo. El trabajo de todos ellos deja una obra de difícil clasificación más allá de decir que es un filme de ciencia ficción. Porque, y ahí encaja la idea de ir contra corriente que decía antes, no es fácil dar con un público objetivo para Oblivion. Explicado el escenario en el que se mueve ya en el primer minuto de película, sobrepasa con creces la media hora antes de que algo cambie ese escenario, antes de que se pueda decir que ha pasado algo. La larga presentación, con muy agradables escenas largas y una huida extraordinaria del montaje frenético, puede parecer pesada a algunos, pero es brillante y permite esa exploración visual que tanto bien hace al conjunto. Y luego mejora progresivamente.

Tampoco sería justo limitar Oblivion a ser una película de Tom Cruise. Sí, su carisma es tal que arrasa. Y sí, está tan correcto como de costumbre, mal que le pese a muchos de sus críticos. Morgan Freeman y Melissa Leo dan caché en papeles que exigen poco de ellos, en cuanto a tiempo y en cuanto a capacidad actoral, pero la película se fundamenta en Cruise y su relación con los otros dos rostros femeninos, los de Olga Kurylenko y Andrea Riseborough. Hay mucho escondido ahí, mucho que analizar, mucho que rascar y mucho por lo que apreciar la película, incluso mascándola con deleite después de verla. Y es que, otro enorme punto a favor de la película, lo humano se sitúa al mismo nivel que lo visual (y en este sentido es imprescindible recalcar lo mucho que gana vista en formato IMAX, mucho más espectacular que el 3D). Por eso las escenas de acción encajan. Por eso las sorpresas no chirrían. Por eso lo arriesgado de alguno de sus planteamientos se agradece. Por eso incluso se admite un epílogo que seguramente sobrará para muchos espectadores, pero que añade un nivel más de reflexión.

Todas estas alabanzas, para mí merecidas aunque asumiendo que es posible que no mucha gente compartirá este entusiasta juicio, no quieren decir que sea un filme perfecto, desde luego. Pero sí es uno que tiene la capacidad de enganchar en muchos momentos y por muchas razones. Y lo que sí hay que lamentar es que una película como ésta se vea destripada por trailers, fotos y demás inventos promocionales. Cuánto ganaría el cine si el espectador pudiera decidir sin avalanchas publicitarias. Por desgracia, hay sorpresas reventadas, pero quedan otras por descubrir, que nadie descarte la película por el avance. Y algunas de las sorpresas son, precisamente, lo que hace de la película un título rompedor en su estilo de blockbuster. Quizá no tanto por lo que expone, que no es nuevo, pero sí por la inteligente mezcla de sus componentes. Siento decir que dar más detalles en este sentido supone arruinar la experiencia del visionado y eso es algo en lo que nunca voy a colaborar. Porque Oblivion merece ser disfrutada como fue imaginada, como un gran espectáculo de ciencia ficción que sabe ser intimista y espectacular. Lo dicho, contra corriente en un mundo frentista.

miércoles, abril 10, 2013

'Un amor entre dos mundos', mejor los mundos que el amor

Un amor entre dos mundos es una de esas oportunidades perdidas en las que la merecida fascinación inicial deja paso a una cierta decepción al final. Es una película francamente disfutable, dinámica y con buen ritmo. Pero adolece de una historia de peso que dé sentido a un brutal esfuerzo visual y a una muy imaginativa base. Pasa mucho en el cine de género que el trabajo se centre en ofrecer un universo creíble y hermoso, imaginativo y rompedor, en el que se mueva una historia demasiado básica o propensa a los errores. Viene a ser lo que le sucede a Un amor entre dos mundos, donde los dos mundos lucen con un esplendor apasionante pero el amor es demasiado facilón como para alcanzar la misma altura y que la película sea todo lo satisfactoria que promete en su arranque. Promete porque visualmente asombra. Y ese asombro se mantiene durante toda la película, pero no basta para elevarla a algo más que un hermosísimo espectáculo visual de 100 minutos y una premisa extraordinaria para un filme que no llegamos a ver.

La mejor decisión que toma el argentino Juan Solanas en este su segundo largometraje, el primero en inglés, es explicar las normas de su universo en el prólogo de la película. Conocidas esas normas sobre cómo funciona la gravedad en estos dos mundos colocados tan cerca el uno del otro prácticamente como para tocarlos, se acaban los pensamientos sobre verosimilitudes físicas o errores científicos. Hay detalles que pueden chirríar, desde luego. Pero es fantasía. Y las normas son conocidas. No son implícitas ni difusas. Esa es la clave para olvidarse de esas cuestiones y disfrutar de unos planos magníficos, de una fascinación visual deslumbrante y de una enorme imaginación que desborda la pantalla. Dan ganas de pensar que el germen, al menos visual, para lo que se ve en Un amor entre dos mundos, está en la conocida escena de la memorable Origen en la que los escenarios se pliegan, pero este concepto es radicalmente opuesto. Es, por qué no decirlo, bastante rompedor dentro de su imposibilidad.

Por eso motivo, la película arranca con muchos puntos a favor, pero se va desinflando poco a poco. Sus trucos visuales no llegan a cansar, pero se repiten con exceso. Incluso las normas de su universo se van combando poco a poco para que no afecten al desarrollo de la historia. Y es que es precisamente la historia la que no termina de cuajar. No es que sea mala. Es, sencillamente, que no está a la altura del mundo que se plantea. Solanas busca exactamente lo que dice el título en español (el título original, Upside Down, hace referencia con acierto a la apuesta visual). Llegando a un rincón elevado y poco accesible, un chico del mundo inferior (el pobre, el decrépito, el oscuro) conoce por casualidad a una chica del mundo superior (el rico, el próspero, el luminoso). Crecen enamorándose y encuentran la forma de que ella llegue al mundo inferior, siquiera para saborear ese amor durante unos momentos. Pero ese contacto es ilegal (poco aprovechada la metáfora de ricos y pobres) y la película cuenta cómo intenta él llegar de nuevo hasta ella y que ese amor perdure.

No es que haya nada especialmente equivocado en el desarrollo de la historia de amor, en cierto modo una traslación a la ciencia ficción de Romeo y Julieta, o en el trabajo de sus intérpretes, pues Jim Sturgess (El atlas de las nubes) y Kirsten Dunst (la trilogía de Spider-Man) establecen una apreciable química, pero no hay nada en el guión del propio Solana que alcance el mérito de la idea original, ni personajes que complementen con excesivo acierto esa relación (salvo el del brillante secundario Timothy Spall, que en el guión se queda como un recurso demasiado facilón para el final de la película). No llega a hacer que las emociones afloren, pero tampoco es un pastel insufrible. Camina entre dos aguas, como los amantes entre dos mundos, mostrando algunas escenas prescindibles (el tango) y dependiendo en exceso del trucaje visual, siempre maravillosamente ejecutado, de voltear la cámara para seguir a los personajes o de mirar al suelo desde el techo y viceversa. Y es una pena, porque con una gran historia la película se habría convertido instantáneamente en un clásico de la ciencia ficción contemporánea.

Se queda Un amor entre dos mundos en una película romántica y de ciencia ficción bastante apreciable en algunos aspectos, pero poco más. Apostando por la fantasía y no por la ciencia ficción, Más allá del tiempo conseguía muchas más emociones y sin duda más poderosas con bastantes menos medios. Y aunque los medios proporcionan un gran disfrute en esta película con imágenes asombrosas e inolvidables, hermosas y originales (la que acompaña estas líneas obliga a pensar en el famoso beso cabeza abajo de Spider-Man, en un simpático ejercicio de cinefilia fantástica), se queda a medias en lo más importante: en ganarse el corazón del espectador. Siendo una película romántica, le falta gancho. Siendo un reto emocional, le falta precisamente eso, emoción. La base era sobresaliente. El andamiaje más que notable. Pero las entrañas de la película están francamente vacías. Definitivamente emocionan más los dos mundos que el amor.

lunes, abril 08, 2013

'Efectos secundarios', Soderbergh mejora pero no tanto

Dentro de la frenética marcha que ha metido Steven Soderbergh a su carrera como director (precisamente cuando más habla de ponerle fin), Efectos secundarios es su mejor película. Mantiene la frialdad de sus últimos trabajos (Magic Mike, Indomable, Contagio), pero encuentra elementos interesantes en un guión que, una vez superados los vaivenes iniciales y la falta de definición sobre la película que quiere ser, coge fuerza y hace crecer a sus personajes. El final no está tan a la altura y se acerca más a lo complaciente de aquel decepcionante cierre de Traffic que a las cimas truculentas a las que apuntaba en la media hora final, pero el resultado esta vez no es malo. A eso contribuye un reparto adecuado y convincente, que hace olvidar algunas trampas de la primera mitad del filme y contribuye a dejar un thriller convincente que, eso sí, pierde gas cuanto más tiempo tiene el espectador para pensar en la película. Tampoco parece como para tirar los cohetes que ha tirado la crítica norteamericana ni un salto enorme, pero sin duda es una mejora en la filmografía reciente de un director, Soderbergh, al que sigo viendo sobrevalorado.

Soderbergh construye una historia de la que no es fácil hablar sin desvelar algunos de sus muchos giros, alguno intrascendente y alguno muy agudo. Basta con saber que la película se construye básicamente en torno a cuatro personajes, la pareja que forman Emily (Rooney Mara) y Martin (Channing Tatum), ella víctima de depresiones por el hecho de que su marido está en la cárcel, y dos psiquiatras, los doctores Jonathan Banks (Jude Law) y Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones), el primero de ellos tratando en esos momentos a Emily y la segunda como su doctora en el pasado. La película arranca pareciendo un drama personal, se desliza después por los derroteros de la crítica social (a la industria farmacéutica, muy presente en determinados momentos de la cinta) y acaba como una especie de thriller psicológico que promete mucho y acaba dando algo menos de lo presumible. Los mejores momentos están en las dos últimas partes, especialmente en la segunda, aunque destacar eso obliga a aceptar las trampas que Soderbergh va tendiendo en el primer tercio.

A diferencia de lo que sucedía con las anteriores películas de Soderbergh, esta sí se disfruta durante la proyección. Hay una historia que resolver, un misterio que desentrañar y un final al que llegar. Todo eso quedaba mucho más difuso en sus anteriores trabajos. Y aunque interesa, la frialdad del director aleja bastante (hay algo de esa metáfora en los planos con los que abre y cierra la película), una distancia que recortan los actores. Con un Chaning Tatum que no da mucho más de sí, ni como actor ni por el personaje que le ha tocado en suerte, Jude Law lleva el peso de la película, primero discretamente y a la sombra de la en ocasiones agradecida excentricidad de Rooney Mara (pero menos magnética de lo que estaba en el todavía único Millennium de David Fincher) y desde la mitad de la película ya con firmeza. Su personaje es el que mejor evoluciona porque es el que más lo hace en cámara, a la vista del público. En él no hay trampas. En el resto del andamiaje de la película, sí. Por eso, Jude Law se erige en lo mejor. La presencia de Catherine Zeta-Jones también es muy agradecida, porque encuentra el punto adecuado a cada una de sus escenas, aunque en la reflexión posterior a la película sea el personaje más criticable en el guión.

No comparto la difusión de spoilers, y eso complica las explicaciones sobre una película interesante a ratos e insulsa en otros. Interesante porque hay mimbres, porque hay escenas que enganchan, hay momentos que sí logran su objetivo. Pero insulsa porque las explicaciones que da Sodebergh con el guión de Scott Z. Burns (con el que ya trabajó en ¡El soplón! y Contagio, además de haber colaborado en El ultimátum de Bourne) son a menudo bastante atropelladas e inverosímiles. Por eso, digerir la película acaba por rebajar su efecto, porque sirve para asumir que hay detalles que no cuadran en el relato de la primera parte o en la explicación de la resolución. Incluso hay personajes que sirven para una cosa y la contraria, sin mediar escena alguna que diga por qué. Se agradece que Soderbergh no intente aquí hacer la película definitiva sobre nada y se embarque en una intriga de lejanas resonancias hitchcockianas que tardan en dejarse ver. Eso y las actuaciones salvan una película que se deja ver con cierto agrado pero cuyo argumento tiene toda la pinta de no resistir un segundo visionado.

viernes, abril 05, 2013

'Posesión infernal (Evil Dead)', uno de los mayores salvajismos gore en años

La pantalla en blanco asusta al escribir sobre una película como Posesión infernal (Evil Dead), remake del filme de culto que dirigió Sam Raimi con dos duros allá por 1981 y que propició dos secuelas,  Terroríficamente muertos (casi un remake en sí mismo pero con más medios) y El ejército de las tinieblas (la versión más paródica de este singular universo). Asusta porque estamos ante, probablemente, el espectáculo más salvaje y gore de los últimos años, al menos en lo que a las películas de un gran estudio se refiere. Sin contención, sin escrúpulos y sin ningún tipo de mesura, lo que resulta es un festival sangriento y efectista más que terrorífico, que apuesta decididamente por el salvajismo en todo momento pero sobre todo en un clímax final desbordante en todos los sentidos. Que sea un descontrolado divertimento gore seguramente convencerá a los aficionados al género. Probablemente, y aún sin la carga cómica que encerraba la saga original, gustará a los fans de la Posesión infernal de comienzos de los 80. La pregunta es cómo dejará al resto de los que se aventuren.

Para que nos ubiquemos adecuadamente y que nadie se confunda, me ubico como espectador. Estando muy lejos de ser un seguidor del género de terror y, sobre todo, de su vertiente más gore, la Posesión infernal de Raimi me parece un notable esfuerzo cinematográfico realizado con dos duros y tan elogiable como insana imaginación. Era y sigue siendo una película de culto, con todo lo que eso conlleva y su protagonista, Ash (interpretado por un Bruce Campbell que aquí ejerce de productor junto a Raimi) se convirtió en un personaje a recordar. Su primera secuela no tiene la originalidad de aquella, pero sí más rodaje de su director. Y la tercera entrega es un divertimento sin fin que expande la historia desde una cierta buscada y gozosa traición. El uruguayo Fede Álvarez debuta en el largometraje (cuatro cortos en ocho años, el último de ellos ¡Ataque de pánico! fue el que le abrió las puertas de Hollywood vía Youtube), respetando el esqueleto de la cinta original y colocando ciertos guiños a lo largo de todo el metraje. Tenemos la casa abandonada, el libro de los muertos, las posesiones del título y los planos subjetivos, por ahí está la mítica sierra eléctrica e incluso el famoso coche. Está pensada, por un lado, para convencer a los ya convencidos.

Eso tiene pros y contras. Empezando por lo segundo, es una estructura muy, muy vista en el cine de terror, con los inevitables cinco actores jóvenes y atractivos (los más conocidos pueden ser Shiloh Fernandez y Jessica Lucas) que, presumiblemente, irán cayendo uno a uno en las garras del mal que les acecha, cada uno de una forma más atroz y terrible que el anterior. Entre los pros, y asumiendo que eso será el mayor punto negativo para un amplio sector de público, está que rara vez se verá una película con tan poca contención. Es violenta, descarnada, salvaje, sangrienta y casi enfermiza. Son pocas las barbaridades posibles que no encuentran encaje en un guión revisado finalmente por una no acreditada Diablo Cody (que saltó a la fama con Juno y su estrella ha ido apagándose desde entonces). Y el caso es que funciona y sorprende que dicha transgresión (incluso las poco disimuladas implicaciones sexuales de la primera posesión) se mantenga intacta tantos años después y pensando en un público tan distinto. Repelerá a espectadores sensibles, sin duda, pero el fan del gore probablemente lleve años pensando en una película así.

Eso mismo se desata, para goce de todo aquel que haya llegado a ese momento con el estómago en su sitio, en un clímax brutal en muchos sentidos, empezando por el visual, que es lo que justifica de una forma sobresaliente una película como ésta. Y es que, no hay que olvidarlo, estamos ante una película de terror, un producto de ficción, un festival gore. Analizarla desde parámetros realistas es imposible, incluso sin tener en cuenta los elementos realistas que se introducen en el guión, que van desde la historia familiar o la adicción a las drogas de uno de sus protagonistas (con una ambigüedad irreflexiva que puede llevar a pensar que la película esconde un poso de apología de la drogadicción o justo lo contrario). Y una vez concluye la historia, con el siempre agradecido y ominoso final abierto, el fan de la cinta original está obligado a quedarse hasta el final de los créditos para encontrar dos guiños muy agradecidos (curiosamente, en el segundo se respeta el doblaje original en ese momento pero no se subtitula).

Posesión infernal, el remake, es una película que tiene un público muy claro y delimitado. Sigue la moda actual del cine de terror y las nuevas versiones de clásicos del género en muchos aspectos, especialmente en su reparto o en su planteamiento. Pero sorprende su desbocada crueldad física y visual, atenuada sólo por el hecho de saberse el espectador desde el primer momento en una historia de ficción confeccionada con efectos especiales magníficos en todos los sentidos, desde el maquillaje a la ambientación o la fotografía. Quizá se echa en falta el toque grotesco de Raimi, que le daba cierta comicidad, pero es obvio que Álvarez quería un rumbo distinto para su enfoque. Y no se puede negar que, aún siendo más desagradable que terrorífica en su concepción, su película funciona siendo lo que es, un contundente y ajustado ejercicio de género, desde un punto de vista muy contemporáneo que sabe no perder de vista las intenciones del filme que reformula para audiencias de hoy. ¿Que sobrepasa casi todos los límites? Es que era la idea. Es una salvajada. Y no lo digo como algo necesariamente negativo.

jueves, abril 04, 2013

Un avance de 'Iron Man 3'

Hoy ha sido un día de casualidades con Marvel de por medio. Esta mañana he empezado la lectura de Marvel Comics. La historia jamás contada, el libro que acaba de editar en España Panini. Y enfrascado yo en tan fascinante lectura, todavía en los pasajes en los que Martin Goodman anda montando una editorial en la que aún no está trabajando siquiera un tal Stan Lee, resulta que escuchó una conversación a mi lado entre dos mujeres que son madres. Una habla del regalo que le quería comprar para el cumpleaños del niño, un juguete de Iron Man, pero resulta que al chaval el que le gusta de verdad es el Capitán América. "¿Iron Man?", pregunta la otra. "Sí, ese que es rojo con cosas metálicas", le contesta. "El de los Vengadores", añade. "¿Eso qué es? ¿Un programa de televisión?", replica. Y ahí, claro, el aficionado al mundo del cómic que hay en mí sonríe y está a punto de participar en la conversación, pero me contengo. "Los superhéroes esos que dirige... cómo se llama... el capitán... Mafia... El capitán Mafia o algo así". Furia. Es Nick Furia. Me sonrío y definitivamente me abstengo de participar en la conversación. Un niño disfrutará más explicándoselo a su madre.

Curiosamente, estas dos referencias a Marvel suceden el mismo día en que me reciben en las oficinas de Disney una colección de juguetes de Iron Man, además de las encantadoras damas que llevan su oficina de prensa. Y es que he sido uno de los invitados a ver como adelanto dos secuencias de Iron Man 3, la primera película de la fase dos de las películas del estudio, tras la brillante culminación de la primera en Los Vengadores. Apenas hemos visto poco más de un cuarto de hora del que no voy a adelantar spoilers, pero que sí sirven para sacar algunas primeras impresiones sobre lo que se va a ver el próximo día 26. Lo primero, que hay un claro objetivo de hacer la saga un tanto más oscura. El referente es, obviamente, el Batman de Christopher Nolan. La prueba está en la segunda de las secuencias que vimos, la más breve, que no tenía más objetivo más objetivo que presentarnos al Mandarín que interpreta Ben Kingsley. Pues bien, la música temporal que se usa (para quien no lo sepa, se utiliza música de otras películas para orientar al compositor o para mostrar escenas de una forma cercana a como se verían en el cine) es la de Hans Zimmer para presentar a Bane en El Caballero Oscuro. La leyenda renace.

Lo bueno, no obstante, estaba en la otra secuencia, mucho más larga y muestra de lo que también quiere ser Iron Man 3: un espectáculo más grande que Iron Man y que Iron Man 2. La escena en cuestión está bastante anticipada ya en los diferentes trailers que se han difundido, es el ataque a la mansión de Tony Stark en el acantilado desde varios helicópteros, que la acribillan con lanzamisiles y ametralladoras. Y el espectáculo es grande. Muy grande. Si el clímax y otras secuencias que todavía no hemos visto concretan las sensaciones que deja este adelanto, podemos estar ante la película Marvel más movida hasta la fecha, sin duda muy superior en este sentido a las dos primeras de esta saga concreta. Y es muy Marvel también. Es decir, con conflictos personales de por medio, como ya sucedía en las anteriores películas. Hay que recordar que en esta tercera entrega hay relevo en la dirección. Jon Favreau, responsable de las dos primeras, deja paso a Shane Black, que apenas cuenta en su filmografía como director con Kiss Kiss, Bang Bang, de 2005, pero que como guionista creó la saga de Arma letal o El último boy scout.

La agilidad de Tony Stark en los diálogos seguirá muy presente. Robert Downey Jr. seguirá siendo la versión definitiva del personaje, sólo que esta vez parece añadirse un toque a lo Luz de luna en su relación con Pepper Potts (Gwyneth Paltrow). Pero lo bueno del personaje se mantiene. Era previsible, pero se agradece. En tan poco tiempo de adelanto también hubo ocasión para ver a dos de los nuevos personajes, Maya Hansen (interpretado por la deliciosa Rebecca Hall) y Aldrich Killian (con el rostro de Guy Pearce). El avance pone los dientes largos, tanto como los trailers y eso que en estos quince minutos sólo hemos visto a Iron Man con la nueva armadura que vestirá en esta película. Y conste que no es mi favorita, ya que prescinde de los diseños más clásicos. Parece que seguirá presente lo que hizo buenas a Iron Man y Iron Man 2, el humor, la acción y el magnífico aspecto visual de la armadura en la pantalla. ¿Con un fondo más adulto? Da la impresión de que sí, pero habrá que esperar al estreno, el día 26, para salir de dudas. Pero pinta bien.

martes, abril 02, 2013

'Grandes esperanzas', poco riesgo

Esta versión de Grandes esperanzas realizada Mike Newell demuestra, ante todo, poco riesgo y se ciñe a los parámetros que cabe esperar de una adaptación de un relato de Charles Dickens, lo que redunda en una película que se ve venir y, por tanto, no deslumbra. Alguna extravagancia visual, ceñidas en buena medida al personaje de Helena Bonham Carter y a los caballeros con lo que simpatiza poco el de Jeremy Irvine son los únicos saltos al vacío que acomete en una película que nunca encuentra el ritmo adecuado. Tanto es así que se mueve entre la contradicción que supone pedir a gritos más metraje para explicar las elipsis pero, al mismo tiempo, se hace excesivamente lenta. Hay ciertos toques de clase en el reparto que hacen más llevadera la película, especialmente Ralph Fiennes, pero el conjunto acaba resultado bastante predecible, no necesariamente en cuanto a su historia sino ante las expectativas que cabe tener sobre una película de este porte realizada en nuestros días.

La historia escrita por Dickens es sobradamente conocida, la del joven aprendiz del herrero que acaba convertido en un caballero en Londres por obra de un misterioso benefactor, y la película parece seguirla con enorme fidelidad. Quizá excesiva, ya que parece que lo único diferente está en el vestuario, muy modernizado, o en la señora Havisham (Bonham Carter), a la que, con la estética siniestra que presenta, casi se puede entender como extraída de una de las películas que ha hecho con su actual pareja, el realizador Tim Burton. Decía que es el gran riesgo que asume Mike Newell en la película, aunque esa consideración tendría que recaer en el propio filme. Newell ha formado en las dos últimas décadas una filmografía peculiar. La popular Cuatro bodas y un funeral, la interesante Donnie Brasco, los mejores minutos de la saga hasta entonces en Harry Potter y el cáliz de fuego (gracias, sobre todo a Ralph Fiennes, con el que repite aquí), y la aburrida aventura de Prince of Persia figuran en su trayectoria antes de esta adaptación de Dickens, siendo ésta un salto curioso desde el mencionado videojuego.

Su principal problema, por tanto, es que no hay mucho novedoso a lo que agarrarse o algo que haga esta versión superior a otras que hayan podido hacerse de la obra (es todavía muy conocida la modernizada que hizo Alfonso Cuarón en 1998 con Ethan Hawke, Gwyneth Paltrow y Robert De Niro). Y también que los actores protagonistas no aguantan el peso de la historia. Tanto Jeremy Irvine (protagonista del Caballo de batalla de Steven Spielberg) como Holliday Grainger (experta en papeles de época tras pasar por Jane Eyre o Bel Ami y tener pendiente de estreno Anna Karenina) son demasiado predecibles, demasiados ceñidos a la letra de la obra o a lo que se espera de ellos. Falta carisma, falta empatía. Y, al margen del juicio a los intérpretes, falta un ritmo mucho más adecuado para la película, que con sus 128 minutos llega a parecer excesivamente lenta pero que con sus elipsis pierden oportunidades de dar explicaciones más convincentes al relato.

También sorprende la forma en la que Mike Newell solventa visualmente los flashbacks, con una distorsión de la imagen que rompe con la estética clasicista que le está dando mayoritariamente a este historia de Dickens (y que, sobre el mismo autor, Roman Polanski sí capturó a la perfección en su versión de Oliver Twist). Fiennes sí aporta su habitual categoría, mucho más en su primera aparición que en la segunda, quizá también porque para cuando se produce esta última la película ya ha caído en un desarrollo que no termina de convencer. Grandes esperanzas se queda en un filme tibio que tiene elementos atractivos pero que está lejos de convertirse en una adaptación definitiva. Lo más destacado es, sin duda, la fotografía de John Mathieson, capaz de crear grandes ambientaciones tanto en escenarios cerrados como en las calles de Londres para hacer creer al espectador que realmente está en las calles de la City de aquella época. Lo demás, simplemente correcto.