viernes, marzo 29, 2013

'Los últimos días', ágil y conseguido cine de género

Alex y David Pastor, hermanos, saben lo que hacen en el cine de género. Los últimos días refrenda una forma de acercarse a él que ya apuntaron en la menos redonda Infectados y crean una fascinante Barcelona postapocalíptica en cierto sentido (aunque no hay un apocalipsis definible como tal) y aterradora en todas las miradas posibles. Lo hacen con las mejores armas que pueden exhibir en una película como ésta: personajes carismáticos que estén por encima incluso de los estereotipos que hay en el guión y una desasosegante puesta en escena que, salvadas las primeras casualidades difíciles de explicar que hay en este tipo de cine casi por norma y la secuencia habitual de secuencias que se sigue casi al pie de la letra, zambulle por completo al espectador en este singular universo de ficción. Y eso, hablando de cine español y en español, es una noticia espléndida. Que levante la mano quien no haya pensado que ya puede haber alguno ejecutivo de Hollywood que quiera comprar los derechos para el remake.

El misterio es la base de los primeros minutos de Los últimos días, así que prescindiré de reventarlos contando de qué va. Está, en todo caso, en cualquiera de las sinopsis de la película que hay por Internet. ¿Mi consejo? No las leáis. ¿El motivo? El de siempre: ¿por qué destripar momentos de una película que pretenden sorprender al espectador? Parece que sólo hay cierto respeto por los finales y, en ese sentido, yo no concibo la experiencia cinematográfica en base a las conclusiones de las películas, sino en torno al viaje que se me propone. Al principio no es del todo fácil comprar el que proponen los hermanos Pastor, también guionistas del filme, pero esa sensación se sacude muy rápido y con suma facilidad hasta convertirse casi desde el principio en una historia interesante, original y, sobre todo, muy bien plasmada en la pantalla. Volvemos ahí al recurrente tema de los medios. Esto no es Hollywood. Pero con talento, el dinero no hace tanta falta.

La sensación de esos primeros minutos es buena porque la atmósfera de la película es excelente, con un hermoso contraste entre la calidez del hogar del protagonista, Marc (Quim Gutiérrez), y su novia, Julia (Marta Etura), y la frialdad absoluta del entorno laboral, en el que destaca la figura de Enrique (José Coronado), claro antagonista de Marc por muchos motivos. Pero la película va creciendo poco a poco. Lo hace porque va proponiendo temas, cuestiones que dan para debatir y reflexionar. Y habla de la amistad, de la paternidad, de la empatía, de la esperanza, de la ilusión. Y ese crecimiento se desborda en las dos partes de que se compone la escena de la iglesia. La primera es espectacular y sorprendente. La segunda es la que da su verdadera dimensión a Los últimos días (un título que no me termina de parecer acertado para la historia que se cuenta). No es sólo una película de género, posición que ya merecería el más absoluto de los respetos en una cinematografía como la española,sino algo más. Los Pastor demuestran así que entienden lo que es en realidad el género.

Se le puede reprochar a la película que, en realidad, apueste por una estructura sencilla. Tanto por la doble narración que imponen los flashbacks como por la previsible concatenación de las escenas que cabe esperar en una historia de este corte, aunque el final de la película plantea una interesante ruptura en este aspecto. En todo caso, tampoco se puede negar que dentro de esos parámetros más o menos institucionalizados los Pastor se mueven con una aplastante solvencia. Cuentan con la colaboración de un buen reparto, que llena los carismáticos papeles que hay en el guión. Cuando José Coronado se encuentran con personajes con dobleces, se encuentra a sus anchas. Quim Gutiérrez tarda algo más en sentirse cómodo en el papel y Marta Etura y Leticia Dolera caen quizás algo más en el tópico, la primera de idealizada dama en apuros que ansía recuperar el protagonista y la segunda como decorativo relleno, pero eso llega con una mirada muy profunda, no necesariamente con la del espectador que simplemente busca un entretenimiento de calidad.

Los últimos días funciona a esos dos niveles, que en realidad están bastante más interconectados de lo que piensan quienes restan importancia a uno de ellos. Por un lado, como película de género. Por otro, como película de personajes. Hay una buena historia y hay un guión correctamente llevado. Hay una película solvente desde el principio y una que se eleva a algo más desde la mencionada escena de la iglesia. Y aunque el final pueda ser discutible para algunos (yo me limito a considerarlo como una sorpresa que aún no sé cómo encajar en el conjunto, pero que al mismo tiempo me produce ganas de volver a verla, con lo que mala no puede ser), no entorpece una evaluación bastante positiva de la película. Cuando la forma de buscar emociones es tan honesta y está tan conseguida de tantas formas diferentes, hasta se olvidan las pequeñas conveniencias que hay en la primera mitad de su guión. Y gracias a eso, tengo mucha curiosidad por saber en qué ambiente nos meterán la próxima vez los hermanos Pastor.

miércoles, marzo 27, 2013

'G. I. Joe. La venganza', confirmando los malos presagios

Se veía venir. G. I. Joe era una película mala pero endiabladamente entretenida. Contradictorio, sí, pero cierto. Cuando se anunció que la secuela prescindiría de buena parte de lo que aparecía en aquella, la cosa empezó a oler mal. Pero no fue nada comparado con el hecho de que, cerca de su estreno en julio de 2012, se pospusiera hasta marzo de 2013. Se dijo entonces que era para meorar el 3D de la película, simpático por cierto, pero huele a que hay mucho más. Y una vez vista la película, sólo cabe lamentar que, desgraciadamente, los malos presagios se confirman. G. I. Joe. La venganza es una película difícilmente salvable porque la nota dominante es la incoherencia. En la historia, en el respeto a la película original, en lo que contaban los cómics y dibujos animados originales e incluso en los personajes. El guión es un conjunto de frases manidas y absurdas que desaprovecha algunas buenas ideas y, sobre todo, la buena posición en la que terminó el primer G. I. Joe. Y, sí, explotan muchas cosas, hay muchos disparos y se pelea mucha gente. Pero si el cine de acción sólo puede aspirar a eso, mal vamos.

El primer gran problema que tiene G. I . Joe. La venganza es que no sabe si quiere ser una secuela o un reboot. Y así, quiere aprovechar algunos elementos de la primera película (apenas cuatro actores y la propuesta de tener a uno de los malos suplantando al presidente de Estados Unidos), pero al mismo tiempo elude dar explicaciones de qué ha pasado con los personajes de aquella (Scarlett, Hawk y compañía) o los ventila con una indiferencia que resulta dañina (Destro). No se sabe por qué el Comandante Cobra (Joseph Gordon-Levitt entonces, ahora da igual porque no se le ve el rostro) luce ahora un uniforme más lujoso que en la primera, cómo sobrevivió Storm Shadow (Byung-hun Lee) a su duelo aparentemente mortal con Snake Eyes (Ray Park), ni mucho menos por qué Roadblock (Dwayne Johnson, absoluto protagonista de la película y el mejor acierto del casting, aún malogrado por el guión) tiene tanta amistad con un Duke (Channing Tatum) al que no debía conocer en en la primera película o Snake Eyes, qué pasó con la presa Baronesa (Sienna Miller) ni tampoco por qué Duke tiene que absorber la comicidad que tenía Ripcord (Marlon Wayans) en la primera entrega. Indefinición absoluta.

Otro problema es que los personajes nuevos parecen simplemente rellenar cuotas. La palma se la lleva una Adrianne Palicki que no tiene suerte. Tiene madera de heroína de acción, pero si en aquel fallido piloto televisivo de Wonder Woman sufrió por un guión infumable, aquí simplemente es la chica de exposición sexista ventilada con un intento de darle una historia familiar. Sale mejor parado que Flint (D. J. Cotrona; iba a interpretar a Superman en la finalmente no realizada Liga de la Justicia que hubiera dirigido George Miller), un personaje sin historia, carisma o personalidad que podría ser cualquier otro de la amplia franquicia juguetera de Hasbro. RZA demuestra, en un personaje tan tópico como insustancial, que lo suyo no es el cine. Y, por supuesto, Bruce Willis. Falso reclamo de la película, pues el suyo es un personaje claramente secundario a pesar de aparecer en primer plano en los pósters, su presencia es lo de siempre. Da igual que sea John McClane en La jungla o cualquiera de sus sosias en Los mercenarios, RED o cualquiera de las ya incontables películas que ha protagonizado en los últimos años. Sigue siendo Bruce Willis, pero está a punto de rebosar el vaso de la paciencia.

Pero el problema esencial está donde siempre: en el guión. Limitarse a poner en pantalla una demostración de golpes, peleas o habilidades personales de actores y personajes para que tengan su minutio de gloria no es escribir un guión. Los diálogos son lamentables, pero sobre todo es triste el ensamblaje. No sé cuánto habrá de montaje y remontaje con las nuevas escenas añadidas, pero hay errores de bulto, incongruencias evidentes y elipsis tramposas. Apenas hay tres aspectos salvables. El primero no se puede comentar para no destripar la mayor sorpresa del filme, una que entronca con una bonita historia del G. I. Joe animado de los 80. El segundo, es la mayor escena de destrucción de la película, muy digital pero impactante e insanamente disfrutable, mucho más que la retahíla inagotable de disparos. Y el tercero, el ya mencionado final de la primera película, con Cobra infiltrada al más alto nivel en la Casa Blanca, pero éste último se desaprovecha por la lentitud paralela de esta secuela, que podría haberse abierto perfectamente con una escena que llega a la hora y media de película. Así, sin duda, habría podido ser mucho más interesante.

G. I. Joe. La venganza es una película sensiblemente inferior a su predecesora. No por pretensiones, porque obviamente están a la par en ese aspecto, pero Stephen Sommers sacó más partido de la irracionalidad de este universo que su sucesor, un Jon M. Chu (que dirigió el documental de Justin Bieber, Never Say Never, extraña carta de presentación para dar el salto al cine de acción) que se ceba en los tópicos del género y en mover demasiado la cámara. Sólo quedan algunos detalles divertidos (la cocina de Bruce Willis), el diseño de algunos vehículos (magnífico el helicóptero de Cobra) y el vestido rojo de Palicki. Todo lo demás queda arrollado por los errores que plantea la película, que incluso desvirtúan lo planteado en la primera (la historia de odio entre Sanke Eyes y Storm Shadow), los recortes y cambios que se intuyen (Jinx, interpretada por Elodie Yung aparece en el lado de los malos en el cartel, Snake Eyes duda de ella y... ¿nada?). Escasa como película de acción y poco deudora del espíritu original de la franquicia ochentera en que se basa. Es difícil predecir cómo funcionara en taquilla, pero antes de su estreno, y pese al habitual final abierto, huele a cierre definitivo de la saga, a la espera de un reboot de verdad.

lunes, marzo 25, 2013

'The Host', 1% curiosa ciencia ficción y 99% herencia de 'Crepúsculo'

Si hay una frase sincera en un cartel que anticipe lo que uno va a ver es "de Stephanie Meyer, la autora de la saga Crepúsculo". Esa es la frase que aparece en el cartel de The Host, con lo que parece lógico que los fans de aquella encontrarán muchísimos elementos a disfrutar en ésta. Creo que esta crítica no va a contentarles, porque creo que ahí acaban los méritos de la última película del no hace tanto tiempo prometedor Andrew Niccol. Y es que la herencia de Crepúsculo parece tan grande que lo único que cambia, lo que más podría llamar la atención, que es el cambio del entorno de fantasía al de ciencia ficción queda tan minimizado que acaba por no tener demasiada trascendencia. El desarrollo es más bien confuso y las decisiones que adopta la película son simples, por no utilizar un adjetivo más sangrante. Sólo merece la pena quedarse con el esfuerzo de Saoirse Ronan por hacer creíble un personaje lastrado por unos diálogos consigo misma que sobrepasan los límites del pasteleo más sencillo.

El gran fracaso de The Host es no hacer creíble su mundo. Cogiendo descaradamente la premisa de La invasión de los ladrones de cuerpos (pero, por descontado, quitándole toda la carga metafórica que tuvo la película original en su momento sobre el mcarthismo), Stephanie Meyer y Andrew Niccol simplemente dan un pretendido contexto de ciencia ficción a una historia de amor basada en el triángulo de siempre, que se convierte en un cuadrado y hasta en un pentágono de la forma más asombrosamente absurda y poco verosímil. La parte de ciencia ficción de la historia acaba prácticamente ahí, añadiendo únicamente los ojos iluminados por un halo de color azul, dos planos digitales, elecciones en cuanto al diseño de producción dudosas e incluso completamente equivocadas, como el lucimiento de los tonos plateados en los vehículos de los visitantes, y saltándose a conveniencia las pocas normas que rigen el comportamiento de los extraterrestres que nos ocupan en esta película.

Cuando The Host pierde un comienzo, por qué no reconocerlo, prometedor en algún sentido y se desboca en su parte más sentimentaloide (que no sentimental, no es lo mismo) es cuando termina de perderse... o de encontrar seguramente al que será su público más fiable, eso también hay que reconocerlo. Pero los diálogos suenan tan inverosímiles que provocan risas nerviosas en lugar de emocionar, que es lo que obviamente persigue. Por supuesto, hay que entender que esta película se hace para ese público objetivo que ha convertido la saga Crepúsculo en un exitazo de taquillazo, por lo que no era previsible nada diferente. Sin embargo, que Niccol se encargara tanto de la dirección como del guión era una esperanza que se ha quedado en nada. Quien quiera ver el futuro distópico según Niccol, que se aleje de The Host y recupere esa pequeña maravilla que era Gattaca. Quien quiera ver personajes sensacionalmente desarrollados, que recupere el guión de esa genialidad que es El show de Truman.

Porque ahí está el gran problema de The Host, en los personajes que mueven la historia, en el nulo carisma de sus protagonistas y en la escasa trascendencia de lo que se nos cuenta, todo ello imprescindible para que el invento funcionara. Saorise Ronan hace lo imposible por convencer, pero parece una tarea más allá de su interpretación. Tiene madera esta joven pero ya veterana actriz y pide a gritos un papel que le haga justicia. William Hurt cumple con lo que se espera de él, como siempre. Pero Jake Abel y Max Irons son simple decorado ornamental. Tiene que haber dos chicos que se disputen a la chica... o las chicas... de la función, porque es lo que toca en este tipo de películas. No tienen fondo, peso ni historia, simplemente están ahí. Y, por supuesto, Diane Kruger como la pseudovillana de la función, un personaje más desbidujado de lo que parece (mérito de la planta que sí tiene la actriz) y muy mal terminado en el guión y que probablemente ejemplifica algunas de las oportunidades que deja pasar Nicol para hacer de esta historia algo diferente.

No hay mucho más en los muy alargados 124 minutos que dura The Host. Se puede afirmar casi sin atisbo de duda que no eran necesarios tantos para contar esta historia mil veces vista y con un referente tan claro y tan cercano. Obviamente, la gallina de los huevos de oro hay que explotarla todo lo que se pueda y por eso el primer nombre que se ve en el cartel del filme es el de Stephanie Meyer. Lo que no parecía tan obvio, aunque eso es lo que se confirma, es que perdería con tanta facilidad al público que acudiría buscando una película de ciencia ficción interesante. Si la hubiera por debajo del envoltorio, éste sería bastante llevadero, pero no es el caso. Así que queda una película que es un 99 por ciento herencia de Crepúsculo y en un 1 por ciento una curiosa ciencia ficción, aunque tampoco sea un planteamiento nuevo. Tendrá su público, pero de la sensación de que poco más.

domingo, marzo 24, 2013

'Los Croods', algo más que 'Los Picapiedra' en 'Ice Age'

La primera impresión previa a ver Los Croods lleva a pensar que es una mezcla entre Los Picapiedra y Ice Age. Y resulta que lo es. De la primera transforma el prototipo de sus protagonistas y les lleva a un estado evolutivo diferente para convertirlos en auténticos cavernícolas. De la segunda, toma el viaje, la montaña rusa, la búsqueda de un lugar a salvo de la destrucción del mundo que se avecina. Pero, al final, y aunque siguiendo muchos lugares comunes, lo que queda es una película muy divertida, tanto en su historia como en sus personajes, en los principales y en los secundarios, con un nivel de animación bastante notable, en algunos momentos deslumbrante. Por supuesto, esta primera película de Dreamworks distribuida por Fox recorre los caminos más habituales del cine de animación moderno, conflictos familiares y personales ya vistos y las moralinas de siempre, pero Los Croods cumple con lo que prometen: diversión para toda la familia que confirma la buena línea que sigue el estudio en los últimos tiempos.

Admito que la mencionada mezcla no me llamaba mucho la atención. Veo a Los Picapiedra con demasiada nostalgia y Ice Age no se encuentra entre mis sagas de animación favoritas. Pero me gusta mucho el rumbo de Dreamworks en los últimos años, dejando los divertimentos más infantiles para sus sagas de protagonismo animal (Madagascar, Kung Fu Panda) y arriesgando algo más o, al menos, ofreciendo propuestas algo más diferentes en el resto de sus propuestas. Así, en poco más de tres años hemos podido ver Monstruos contra alienígenas, Cómo entrenar a tu dragón, Megamind y El origen de los Guardianes, títulos atractivos, mejores o peores, que se alejan de las temáticas más trilladas del cine de animación, que apuestan por la fantasía e incluso por la ciencia ficción y que buscan ir más allá de la típica historia de animalitos. Y llega Los Croods. Y aceptando las limitaciones que tiene de partida o el deseo de repetir algunas fórmulas que funcionan, sólo puedo decir cosas positivas sobre ella.

Primer mérito indiscutible: apenas siete personajes con diálogo en la película y unos cuantos bichos prehistóricos para reforzar la comedia. Los Croods (por cierto, error de traducción, ya que tendrían que haber sido los Crood) es una familia de cavernícolas, comandada por Grug, el padre de familia. Junto a él, su esposa, Ugga; su suegra, Gran; y sus tres hijos, Eep, Thunk y Sandy. La mayor de los tres, Eep, es ya una adolescente que sueña con ver el mundo que le rodea, en contra de los deseos de un sobreprotector padre, que entiende que no hay nada mejor que la seguridad de la caverna en la que vive toda la familia y que sólo abandona para conseguir comida. Pero la curiosidad de Eep hará que salga de la cueva sola y de noche. Y se topará con Chico, un muchacho algo más evolucionado con el que conecta de forma inmediata... después de que le enseñe el fuego. Y como la tierra tiembla el mundo se acerca a su fin, los Croods tendrán que afrontar el momentos más importante de sus vidas.

Segundo mérito, este más o menos discutible: la interacción entre los personajes es espléndida. Desde la historia de amor juvenil entre Eep y Chico, hasta los celos paternales de Grug, pasando por la divertida interacción del padre de familia con su suegra o la comicidad absurda (pero no estúpida) de Thunk. Quizá el personaje más intrascendente sea el de la madre, que no termina de encontrar el momento de lucimiento que sí tienen todos los demás, pero el conjunto es bastante efectivo. Y el uso de los animales como motores de la acción y de la comedia es perfecto. Y tercer mérito: visualmente es impresionante. Las escenas de destrucción volcánica son verdaderamente asombrosas y más dignas de una película de acción real, de esas que tanto gastan en efectos digitales que a veces parecen dibujos animados, que de una de animación como ésta. ¿El resultado? Una película divertida y emocionante, que usa con cierto el tópico de abrir la narración con un estilo de animación diferente y que se guarda una mínima broma final con una clase de los divertidos y coloristas (parte del riesgo del filme) animales que se cuelan en la historia.

Para acabar, propongo un debate que sé que tengo perdido de antemano. Obviamente, y siendo una película de dibujos animados más todavía, en España muy poca gente verá Los Croods en versión original. Sin embargo, para mí es necesario decir que de lo más destacable de la película es precisamente su reparto original. Una divertidísima Emma Stone muestra una espléndida química con Ryan Reynolds, y Nicolas Cage (sí, Nicolas Cage también está aquí) hace su mejor interpretación en años sin necesidad de que se le vea en pantalla. Dado el nivel que a veces sufrimos en el doblaje en España, y especialmente esa irritante tendencia de colocar a los famosos de turno para doblar películas de animación, me parece necesario insistir en que la voz es una parte esencial de la interpretación. ¿Y qué mejor forma de inculcar esa importancia a las generaciones futuras que viendo dibujos animados tal y como fueron concebidos? Lo sé, una batalla perdida de antemano, pero el gran trabajo de los protagonistas de Los Croods merecía que lo intentara de nuevo. En todo caso, asumo que el doblaje no se llevará por delante esta vez los muchos méritos de la cinta.

viernes, marzo 22, 2013

'Una bala en la cabeza', entretenimiento simplificado

Una bala en la cabeza lo simplifica todo para llegar a ser un producto que llega al mínimo entretenimiento exigible sin demasiados problemas. Sylvester Stallone es ya una versión simplificada de sí mismo, y regurgita en los apenas 92 de la película momentos de su exitoso pasado en el cine (fotografías incluidas). Walter Hill, director del filme, se ve obligado a simplificarse porque su cine de acción, prácticamente de culto en los años 80, es algo ya obsoleto que necesita de nuevas formas para que convenza a alguien en la segunda década del siglo XXI. Y se simplifica, de una forma casi insultante, el cómic en que está basado el filme, hasta el punto de que apenas captura parte de la escena inicial para poner en marcha la fórmula de un policía y un asesino a sueldo trabajando juntos por conveniencia. Y con todo simplificado, incluso la mencionada duración, la película no defrauda. Es un entretenimiento sin más dilemas. Si acaso, el de contar cuántas balas a la cabeza hay en él.

Hay varias razones por las que un espectador puede acabar viendo Una bala en la cabeza. La más equivocada de todas sería que se haya disfrutado del cómic original, escrito por Matz y dibujado por Colin Wilson. Ese cómic no está en realidad en la gran pantalla. Toma menos elementos de los que, por ejemplo, tomó prestados el Wanted cinematográfico de Timur Bekmambetov de la novela gráfica de Mark Millar. No es más que una leve inspiración para el filme, no sigue la historia planteada en las viñetas, no reproduce con fidelidad a ninguno de los personajes (incluso cambia radicalmente a alguno de ellos), y apenas reinterpreta alguna de las situaciones narradas, prescindiendo por completo del trasfondo de corrupción que planteaba. Ni bueno, ni malo, simplemente es así, sin necesidad de entrar en debates sobre purismo a la hora de adaptar. Quitando por tanto su procedencia de cómic, las dos razones más evidentes para ver Una bala en la cabeza son los dos grandes nombres que aparecen en su cartel, el del director Walter Hill y el del actor Sylvester Stallone.

Obviamente, no estamos en la mejor época de ninguno de los dos. Si bien Stallone demuestra estar en mucho mejor forma física que su antaño rival en el liderazgo del cine de acción, Arnold Schwarzenegger (quien incluso acepta con buen humor que su mejor tiempo ya pasó en El último desafío), viene a ser obvio que Una bala en la cabeza no se colará entre los títulos más recordados del actor. Con sus escasas dotes interpretativas, lo que no se le puede negar es carisma, y eso lo mantiene. Tanto como para hacer creíble y divertida la doble lucha que su personaje mantiene con el de Jason Momoa (el nuevo Conan el bárbaro), correcto en su papel de antagonista. De Hill se puede decir más o menos lo mismos. Sigue manteniendo el pulso que le permite hacer atractiva la historia de dos protagonistas antagónicos, como hizo en Límite: 48 horas o Danko: calor rojo, pero tampoco ofrece un sello distintivo que recuerde al vigoroso realizador de los años 80. Correcto, sin más.

En realidad, como toda la película. Falta algo de fondo en el guión, porque no deja de ser al final una convencional historia de venganza y violencia (el título es casi un eufemismo; de verdad, un divertimento interesante durante la película es contar cuántas balas acaban en la cabeza de alguien), aunque lo compensa el rápido ritmo de los diálogos y el choque cultural entre los dos personajes protagonistas, el de Stallone y el de Sung Kang. Y con alguna que otra sorpresa en el desarrollo del guión se compensa lo tópico de todos los personajes de la película, desde la por lo visto imprescindible presencia femenina (personificada en Sarah Shahi, antigua cheerleader de la NFL) hasta el histriónico papel del malo de turno (Adewale Akinnuoye-Agbaje) o el previsible de su segundo de a bordo (Christian Slater, otro que añorará tiempos mejores en su carrera).

Una bala en la cabeza es simple y llana diversión. Probablemente, Walter Hill habría sido capaz en los años 80 de coger este mismo material y hacer una película emblemática de su tiempo y Sylvester Stallone le habría dado toques para recordar como el de películas del nivel de Cobra o Encerrado. Pero como a día de hoy la nostalgia es un poderoso aliado (bien lo sabe Stallone, que ya encara la tercera parte de Los mercenarios con ese único argumento ya), se deja ver con bastante agrado como un thriller sencillo y simpático, que cuenta con las dosis de sangre y violencia que cualquiera puede esperar y la chispa en los diálogos como para entretener entre las secuencias de tiros. Porque tiros hay muchos. Lo avisaban ya en el título, así que no hay equívoco posible.

miércoles, marzo 20, 2013

'Anna Karenina', envoltorio lujoso, interior discutible

Anna Karenina marca un punto difícil de analizar en la filmografía de Joe Wright. Tras dos películas de época como Orgullo y prejuicio y Expiación, el director insiste en llevarnos siglos atrás, lo que marca un encasillamiento algo sorprendente del que, en realidad, pretende huir mediante el envoltorio. Lujoso en sus formas, en su vestuario y su dirección artística, como suele serlo casi siempre una película de época, pero muy sorprendente por el escenario teatral que escoge. Como apuesta, es tan arriesgada como valiente, y de haberse mantenido de principio a fin habría ofrecido algo diferente. Pero Wright parece darse cuenta de lo descabellado (adjetivo no necesariamente negativo aplicado al cine, normalmente tan inmovilista) de su propuesta y rompe sus propias reglas, cuando no repite los mismos trucos visuales. El envoltorio, en todo caso, destaca. El fondo, en cambio, cuesta más. Porque no se atisba la pasión que tiene que desprender una historia como la que escribió Tolstoi en 1877 y no encuentra un reflejo adecuado en un reparto que está lejos de conmover.

Durante la primera mitad de la película, Wright convence con sus elecciones, por atípicas que puedan parecer. Sitúa la acción en un escenario teatral sobre el que gira a conveniencia, por su patio de butacas, por sus tablas y entre bambalinas. Se mueve con acierto, disfruta haciendo así lo que mejor sabe, mover la cámara en planos largos y hermosos, cambiando las habituales transiciones del montaje (técnica que, por cierto, también aplica con muy buen criterio durante casi toda la película) por unos camios de escenario en cámara logrados y hermosos, y usa trucos visuales que dejan escenas tan magníficas y magnéticas como la del primer baile. Pero 130 minutos que dura se le hacen eternos para mantener su apuesta. Wright comienza a repetirse (como en la parálisis de la escena en torno a un personaje), a traicionarse (el teatro deja de ser el escenario a conveniencia), y su apuesta estilística pierde algo de fuerza. En cualquier caso, es la faceta visual, la puesta en escena y la forma de rodar de Wright lo mejor de una Anna Karenina que falla en lo que más fácilmente habría que dar por sentado: las emociones.

Quizá la película gane puntos a ojos del espectador que sepa admirar el trabajo de Keira Knightley. Es obvio que un filme como éste basa el nivel de éxito en la credibilidad que ofrezca su protagonista principal. Knightley, con la que Wright trabaja por tercera vez, no me parece la actriz adecuada, no creo que haya sabido entender el personaje y creo que multiplica las facetas de su personalidad hasta el punto de parecer inverosímil. Y eso, obviamente, minimiza el impacto emocional de la película, convierte en imposible de creer tanto su matrimonio con Alexei Karenin (un contenido Jude Law) y, sobre todo, su relación extramatrimonial con Alexei Vronski (un soso Aaron Taylor-Johnson), que sólo desprende magia en la ya mencionada escena del primer baile, aunque ahí quizá haya que agradecérselo a la puesta en escena y no al trabajo interpretativo. Y fallando lo emocional, es difícil no ver Anna Karenina como un paso atrás de Wright tras Expìación, donde sí conseguía que los sentimientos destacaran incluso aunque su pericia como director visual quedara algo por encima.

A Wright se le escapa entre los dedos la posibilidad de cerrar una película atractiva cuando su reparto pierde el duelo con las facetas más técnicas y visuales de Anna Karenina y cuando no se atreve a llevar su apuesta formal hasta el final. Hay en lo primero motivos más que suficientes para apreciar la película, pero la ausencia de alma lleva a que la historia sea en ocasiones incluso aburrida, bastante inconexa y poco conseguida en sus enormes elipsis temporales. Al final, su duración se antoja excesiva para lo que acaba contando pero deja la sensación de que habría mejorado siendo más larga. Y entre tantas contradicciones el resultado no puede ser todo lo satisfactorio que podría haber sido, por mucho que su fotografía, su montaje, su diseño de producción y su vestuario (que ganó el Oscar superando a Los miserables) sí puedan alcanzar notas entre notables y sobresalientes. Porque, por bonito que sea el envoltorio, hay historias que exigen mucho más. Y Anna Karenina es, indudablemente, una de ellas.

lunes, marzo 18, 2013

'El chico del periódico', el previsible paso atrás

Suele suceder con demasiada frecuencia que a un éxito inmenso de crítica sucede un trabajo mucho más discutido. Lee Daniels encontró mucho respaldo con Precious, una película independiente que encontró su espacio entre una crítica que la encumbró y que después fue aupada al estrellato con un número considerable de nominaciones a los Oscar. A Precious la tengo entre las cintas más sobrevaloradas de los últimos años, pues salvo algún momento de interés viene a ser un producto lento y aburrido. Y ahora llega El chico del periódico, la siguiente película de su director. Ya con actores más reconocibles, incluso estrellas indiscutibles en algún momento de sus carreras, con Nicole Kidman y Matthew McConaughey a la cabeza. Con más medios. ¿El resultado? Un previsible paso atrás en el respaldo de la crítica al cine de Daniels, que no termina de encontrar el tono, el ritmo y el montaje que necesita la historia que cuenta. O quizá sí, porque el autor de la novela en que se basa, Pete Dexter, es coautor del guión. Quizá simplemente es que no hay mucho más aunque la apariencia quiera decir otra cosa.

Porque apariencia sí hay. Mucha más que en Precious, que no pasaba de ser una historia humana muy personal e intransferible. Se supone que en El chico del periódico se multiplican los elementos de interés. Los años 60. Un asesinato. Un culpable falso o, al menos, condenado injustamente. Dos periodistas dispuestos a exponer la verdad del caso. Una mujer enamorada de un preso. Un chico joven, hermano de uno de los periodistas, enamorado de esa mujer. Y un toque de problemas de racismo para aderezar el conjunto, que se desarrolla en Florida, en un pueblo y en uno de sus pantanos.¿Atractivo? Por desgracia, no. Y no desde el principio, porque Daniels no acaba de darle ritmo, frescura o interés a lo que está contando, y no puede justificar el tiempo que está pasando, las elipsis que se producen entre las escenas o muchas de las acciones de sus protagonistas, con lo que, al final, la película pierde toda orientación y se queda en un espectáculo de voyeurismo encubierto en el que la excusa inicial es tan poco importante que se ventila en una línea de diálogo hacia el final.

Da la impresión de que la película está condenada a sujetarse únicamente en las interpretaciones y, especialmente, en la de Nicole Kidman (a la que se coloca en primer plano del cartel español confirmando estas sospechas). Y, sí, es un buen trabajo el suyo, sobre todo recordando la gran mayoría de las últimas películas que había protagonizado la actriz. Pero en realidad es más fácil de lo que parece y no ocupa un centro tan destacado en la película como podría pensarse. Y, por tanto, se desinfla hasta convertirse en un personaje con el que ni Daniels ni Dexter terminan por saber qué hacer. El foco vuelve, por tanto, a quien da título a la película, al hermano menor, interpretado por Zac Efron. Difícil seguir por ese camino, en todo caso. ¿Matthew McConaughey? Lo mejor de la película, porque esta en una línea ascendente y fascinante, ofreciendo diferentes registros desde que sorprendió con El inocente y también fue lo mejor de la insulsa Magic Mike de Steven Soderbergh, aunque su personaje no tenga el peso necesario e insinuado en algunos momentos. Y si la mirada se gira hacia los actores no es en realidad por sus méritos, sino porque son la única forma de intentar llegar al fondo del mensaje de la película.

Al final, da la impresión de que El chico del periódico es más fachada que fondo. ¿Violencia? Sí, la hay, pero marca más lo visual que lo narrativo. ¿Sexo? Lo mismo, un par de escenas con la clara intención de destacar de una manera diferente a la habitual, a pesar de la clara inconsistencia en la forma en que la narradora de la historia aborda este relato (algo que tampoco termina de convencer, porque sabe más de lo que debería su personaje). ¿Racismo? Dos o tres pinceladas muy tibias que se van desencadenado a través de los papeles de unos interesantes David Oyelowo y Macy Gray (quien la escuche en versión original entenderá por qué es recomendable eludir el doblaje a la hora de ver cine). Pero todo eso va entreteniendo durante los 107 minutos que dura la película, aún con las inverosímiles ensoñaciones visuales con las que Daniels trufa en ocasiones su montaje, y mientras se va descubriendo que el envoltorio no esconde mucho más de lo que se está viendo. El chico del periódico simplemente avanza y no termina de llegar a ningún lado, más que para confirmar el paso atrás en la carrera de su director. ¿Su futuro? Pinta todavía esplendoroso con The Butler, con un reparto aún más atractivo que el de este filme. Veremos.

viernes, marzo 15, 2013

'Jack, el caza gigantes', entretenido tópico digital

Me huelo que Jack, el caza gigantes va a ser devorada por la crítica. Y, francamente, no creo que lo merezca. Sus puntos débiles saltan a la vista de forma inmediata. Le falta tensión al guión, le sobra imaginería digital que se lleva por delante algunos logros visuales de la película, pierde en las comparaciones con otras películas (¿con Oz, con la que compartirá cartelera? Con esa no tanto...), y habría sido más agradecido que no se vieran tan fácilmente los progresos de la historia. Cierto es que Warner se ha gastado 200 millones de dólares en este juguete de Bryan Singer, y las cifras de su arranque en Estados Unidos y otros mercados internacionales indican que será complicado que los recupere, pero, olvidando estos detalles, lo cierto es que como divertimento palomitero cumple sobradamente. Buenas escenas de acción, un mundo de fantasía aceptable, y un entretenimiento digno que, además, se convierte en una de las pocas películas basadas en un cuento que se limita a contar un cuento, sin necesidad de modernizarlo, idiotizarlo, sexualizarlo o ponerlo patas arriba. Y eso también tiene mérito en el cine actual.

Aunque parezca un detalle trivial, puede que sea justo eso lo que más me atrae de Jack, el caza gigantes. Es un cuento, contado como un cuento y que no se sale de su escenario de cuento, algo a lo que contribuye la música de John Ottman ya desde los logotipos de los estudios involucrados en la película. ¿Tan difícil es? Por lo visto sí, y el ejemplo más reciente de como sentirse en la obligación de modificarlo todo para acabar haciendo una película escasamente satisfactoria es Hansel y Gretel, cazadores de brujas. Lo más probable es que sea precisamente éste uno de los motivos por los que la película no termine de cuajar como le hubiera gustado, y es que el público ya no parece dispuesto a aceptar un cuento por lo que es, al menos no en el cine y en este tipo de producciones, pero para mí supone un valor añadido. La pega es que, habiendo construido un buen armazón en torno a la historia más clásica, le falta bastante nervio para que se sostenga por sí sola y sin necesidad de atender a sus muy grandilocuentes efectos visuales.

Esos efectos, de hecho, acaban jugando más en contra que a favor de la película en su bagaje final. Y es que  la película arranca con la narración de la leyenda en dibujos animados... y luego resulta que la "acción real" no marca tantas diferencias con respecto a ese prólogo, lo que resta credibilidad a los gigantes, e incluso a la famosa planta que surge de las habichuelas mágicas. No es que chirríe tanto elemento digital, por otra parte muy bien integrado con la imagen real y los actores de carne y hueso, pero sí satura en buena medida porque parece ya la única opción para recrear mundos de fantasía en el cine. ¿Impide eso que la película entretenga? La verdad es que no. La forma de encarar el filme de Singer es sincera y hay que agradecerlo. Busca una aventura para toda la familia, que consigue enmascarar con acierto la abundante violencia que hay en la historia para que sea un filme asequible prácticamente para todo el mundo. Y consigue que los personajes, a los que les falta carisma, sí enganchen lo suficiente como para seguir la historia con agrado hasta el final.

Hay que rebuscar en el guión para encontrar el origen de ese problema de carisma, que no procede del trabajo de los actores, pues el reparto consigue mucho más ante tanta pantalla verde, por insistir en la comparación, que las actrices del Oz de Sam Raimi. Nicholas Hoult y Eleanor Tomlinson son los clásicos actores jóvenes a los que le dan el protagonismo de una superproducción de efectos digitales y que cumplen con su cometido, dejando para los más populares Ewan McGregor y Stanley Tucci los momentos más divertidos y logrados procedentes del trabajo del reparto. Incluso es interesante ver los rasgos y la voz (sólo en versión original, obviamente) de Bill Nighy como el general de los gigantes. Aunque efectivo, todo es tópico, e incluso se pierde alguna ocasión de mostrar elementos socialmente más rompedores. A partir de ahí, lo que queda es el disfrute de las secuencias de acción, del salvajismo de estos gigantes y de lo logrado que está el tramo final de la película (que es tan atractivo como demostrativo de que aquel clímax bélico, aún insuperable, de El retorno del rey... y ya ha pasado una década), por tópicos que puedan ser algunos de sus registros.

Jack, el caza gigantes es un producto entretenido, montado desde su base con oficio. ¿Original? No demasiado, no al menos más allá de volver a las raíces de la historia como fábula (que, insisto, me parece algo novedoso en los tiempos que corren) o de interpretar la búsqueda de la dama en apuros que planteaba King Kong dentro de ese escenario de cuento, pero tampoco hace falta buscarle tres pies al gato. Cierto que es una película que sorprende en la filmografía de Bryan Singer por muchos motivos pero especialmente por la escasa profundidad que adquieren sus personajes (algo que predominó incluso en sus otros grandes espectáculos palomiteros, sus dos entregas de X-Men y Superman returns) o por el giro que parecía haber supuesto Valkiria para alejarse precisamente de productos como éste. Pero su habilidad como director basta para ofrecer una película más que aceptable, mucho más honesta y sabedora del alcance de su propuesta que otras similares, que habría crecido con un libreto más conseguido y que, en el fondo y a pesar del disfrute, hace echar de menos una forma de hacer cine más artesanal que ésta.

lunes, marzo 11, 2013

'Parker', "menudo machote" este Jason Statham

Jason Statham es otro de esos actores que casi pueden considerarse un género en sí mismos. Jamás defraudarán porque siempre ofrecen exactamente lo mismo. Y es que ya se lo dice en sus propias películas. "Menudo machote", le llegan a decir en ésta. Y es que, claro, ¿de qué otra forma se puede uno referir a un tío que pelea después de sangrar como un animal, con varias costillas rotas, la cabeza abierta, de rodar desde un coche en marcha, tras ser disparado, apuñalado o golpeado, o saliendo de un hospital hecho polvo pero por su propio pie? Pues eso, un machote. ¿Que también sale Jennifer López? Pues busquemos la forma de que se quede en ropa interior en alguna escena (a veces resulta asombrosa esta insistencia en desnudar a las protagonistas de formas absurdas) y coloquémosla en el cartel de la película de forma que se aprecie la silueta de su trasero. Eso es Parker, un thriller con algunas dosis de salvajismo visual trufado de salsa rojo sangre, docenas de situaciones a las que mejor no buscar explicación y unos más que excesivos 118 minutos. Pero con Jason Statham. "Menudo machote".

Parker es un ladrón. Pero es un ladrón bueno que no roba a los pobres y que no quiere hacer daño a nadie. La figura del chorizo bondadoso ha encontrado en Hollywood una ingente cantidad de películas en los últimos años, probablemente una manifestación derivada de la indiscutible influencia de los estudios de mercado en la producción de cine y de las ansias de ser casi siempre políticamente correctos. Jason Statham es uno de esos actores que encaja perfectamente en esos papeles, en los que está más que encasillado porque no le suponen un esfuerzo demasiado grande. Son incontables los personajes que ha interpretado de tipos fuera de la ley pero tan majos en el fondo, y Parker (simplemente Parker, no sabemos si es nombre o apellido y nadie se refiere a él de otra manera) es uno más. El personaje sale de una serie de novelas escritas por Donald Westlake, en concreto la película se basa en la decimonovena de la serie, en la que participa en un buen golpe pero las cosas no salen como él esperaba y se embarca en una decidida venganza.

Así que lo que tenemos sobre la mesa es una película sobre una venganza. Lenta, lo cual ya es bastante asombroso en una película de este estilo, y sin duda habría salido mucho mejor parada si Taylor Hackford no la hubiera alargado casi hasta las dos horas. De esa forma, la coprotagonista Jennifer López no habría tardado casi tres cuartos de hora en aparecer en la historia. Tampoco es que el gancho inicial sea demasiado atractivo, pues la escena del atraco inicial no tiene nada novedoso, original o, siquiera, destacado. Durante más de diez minutos vemos a tipos sospechosos queriendo pasar por no sospechosos (Michael Chiklis es uno de ellos) aunque todos sabemos que van a hacer algo sospechoso. Hackford, con una variopinta filmografía en la que figuran Ray, Prueba de vida o Pactar con el diablo, no encuentra el tono adecuado, las gracias del guión no son demasiado graciosas y la acción no es excesivamente espectacular. Incluso parece difícil entender muchas cosas de las que suceden y es directamente imposible tragar con las hazañas físicas viendo el daño sufrido por el protagonista.

Parker es un producto destinado a fans de Jason Statham y a espectadores que no vayan a dedicar ni un solo segundo de su tiempo a pensar si algo de lo que han visto es humanamente posible. Más allá de que Statham sea lo que es y no haya engaño alguno (ni siquiera en trailers que revientan por completo algunas de las escenas de acción... e incluso la última secuencia de la película) sirve también para confirmar que la asombrosa popularidad de Jennifer López es inversamente proporcional a la calidad de sus películas. Y por disfrutable que pueda ser, es imposible no darse cuenta de los cuantiosos agujeros y las incontables situaciones inverosímiles que engloba el guión de Parker. Incluso en el cine de acción, en el thriller o en cualquier otro género, por poco ambiciosas que puedan ser sus pretensiones, habría que exigir algo más. Pero, claro, luego viene la taquilla, gana un buen dinero... y a buscar fotocopias entre todas las novelas cuyos derechos tenga comprados el estudio de turno, que Jason Statham puede hacer lo que sea. Para eso es un machote.

viernes, marzo 08, 2013

'Oz, Un mundo de fantasía', Sam Raimi sale airoso

Qué difícil se antoja decir algo contundente y definitivo sobre Oz, un mundo de fantasía. ¿Es una mala película? No, no lo es, por supuesto que no, aunque tiene defectos clamorosos en unos diálogos que se prestan tanto a dobles interpretaciones o a risas inadecuadas que acaban naufragando en determinados momentos. ¿Pero es una buena película? Dan ganas de decir que sí, lo merece viendo el gran despliegue visual que orquesta Sam Raimi, muy superior al que mostró Tim Burton en Alicia en el País de las Maravillas, o lo conseguidas que están algunas secuencias, emocionantes y divertidas, pero es que la comparación con El Mago de Oz es tan palpable en cada momento, en cada escenario y en cada personaje que se convierte en un fantasma que ahoga esta precuela. Al final, y a pesar de las distraídas interpretaciones de algunos de los actores de más renombre y de un exceso digital que en ocasiones empalaga, la sensación es que Raimi sale airoso de un trance realmente complejo, que es el de superar a una leyenda de Hollywood cuando el público contemporáneo ya no está tan dispuesto a creerse las dosis de almíbar y buenos sentimientos que hizo del cine de la edad dorada de Hollywood algo tan hermoso.

Oz luce con esplendor en las manos de Raimi, que decide seguir las mismas pautas que el clásico mundo en el que está basado. Es decir, inicio en Kansas en blanco y negro (y en formato 4:3 y no panorámico) para después provocar en la pantalla el estallido de color y escenarios imposibles que no consiguió Burton con su Alicia. A pesar de que hay elementos más que logrados en cuanto a las referencia al conocido musical El Mago de Oz (en especial, en el clímax final) quizá sea un error querer hacer la misma traslación de personajes del mundo real al de Oz, porque en la deliciosa película de Victor Fleming que protagonizó Judy Garland aquello tenía una razón de ser y era completa, mientras que aquí es demasiado parcial, enfocada en apenas un par de personajes y no funciona... especialmente en la versión doblada, pues la correlación afecta a algún personaje digital. Es la imaginería visual, y en la hermosa correlación musical que establece Danny Elfman, donde Oz (curioso, por cierto, que el título haga referencia originalmente al Mago, grande y poderoso, y el español a la tierra, un mundo de fantasía) alcanza sus cotas más logradas.

En el escenario y en el protagonista. James Franco, una figura extraña de analizar por lo dispar de su carrera y por aquel fracaso como presentador de los Oscar, disfruta con su papel de mago tramposo y tunante, mujeriego y algo cínico, convirtiéndose, más incluso de lo que habría sido previsible en una producción en la que los efectos especiales tienen tanto que decir, en el centro absoluto de la función. Sin embargo, y he aquí la mayor decepción de la película, el trabajo de las actrices que le acompañan es frío y rutinario. Mila Kunis, Michelle Williams y Rachel Weisz están fuera de su elemento, no son capaces de actuar con comodidad ante tanta pantalla verde y se quedan muy lejos de lo que podrían haber conseguido con sus personajes. Muy lejos de verdad. Kunis es la actriz que más evidente hace esa sensación, ya que la química que manifiesta con Franco es sensiblemente inferior que la que éste consigue con un mono alado digital que se convierte en uno de los mejores hallazgos de la película y, de largo en lo más divertido de la película, que se alarga hasta los 130 minutos.

Aunque a los diálogos de Oz puede que les falte una revisión o dos, lo cierto es que da la impresión de que fallan en boca de estas actrices más que en el papel. A la hora de entrar en un universo de fantasía, que sus intérpretes se crean lo que están diciendo, por imposible que parezca, es esencial. No hay más que ver películas como la ya mencionada El Mago de Oz, Willow, La princesa prometida y tantas otras. ¿Son menos creíbles los diálogos de Oz, un mundo de fantasía? Probablemente no, pero suenan peor. Eso no impide reconocer el espléndido trabajo de dirección artística y efectos especiales, ni resta méritos al esfuerzo cómico y carismático que hace James Franco durante toda la película, ni elimina secuencias tan bien construidas como el hallazgo de la figura de porcelana o tan divertidas como la presentación al Mago de los pueblos de Oz (con la inevitable y divertidísima referencia musical), pero sí limita el resultado final, que podría haber sido mucho más ambicioso y conseguido.

Oz, un mundo de fantasía es un filme atractivo y divertido, pero precisamente por esas limitaciones algo inferior a lo que podría haber sido. Funciona mucho mejor que otras fantasías recientes porque Raimi es un director ya experimentado en estas lides que hace funcionar ideas alocadas y que consigue un buen equilibrio entre los personajes reales y los secundarios y los escenarios creados en el ordenador (aunque, insisto, pueden antojarse excesivos). Y da gusto que un director como Raimi, muy conocido por la trilogía de Spider-Man o por sus experimentos de terror tan excesivos como divertidos en Arrástrame al infierno o la saga Evil Dead, sepa moverse como pez en el agua en otro tipo de fantasía, manteniendo al mismo tiempo constantes que hacen de su trabajo algo especial (como el necesario cameo de Bruce Campbell, difícil de reconocer si no se está muy atento). Al final, la película es una bonita fantasía amable en la que chirrían elementos como algunos diálogos malinterpretables (¿quizá es algo buscado?) o Mila Kunis con su asombroso sombrero de fiesta.

lunes, marzo 04, 2013

'Siete psicópatas', copiando (¿mejorando?) a Tarantino

He aquí, en la figura de Martin McDonagh, otro director que quiere seguir la estela de Quentin Tarantino. Y como el reciente ganador del Oscar por su guión de Django desencadenado no termina de ser santo de mi devoción, por decirlo de forma suave, Siete psicópatas tenía muchas papeletas de caer en el baúl de los recuerdos olvidados una vez deglutidos. Pero no ha sido del todo así. McDonagh no me convenció especialmente con Escondidos en Brujas, una película que generó una gran admiración entre la crítica y que recuerdo como una película amable y simpática, pero carente de la genialidad que muchos vieron. Siete psicópatas sigue un camino parecido, destaca de la misma manera en sus interpretaciones, pero viene a ser mucho más divertida por presentar un juego no exento de cinismo sobre la propia realización de este tipo de películas. Y es en esa autoparodia donde este filme alcanza sus mejores momentos. Cae en la locura desenfrenada que por lo visto tan bien le funciona a Tarantino, al que copia descaradamente por momentos. Pero le mejora en algunos aspectos, por mucho que a algunos les suene a sacrilegio.

La película sigue los pasos de Marty Faranan (Colin Farrell), un guionista que trata de escribir el libreto de una película titulada Siete psicópatas mientras reniega de sus problemas con el alcohol. Su amigo actor, Billy Bickle (Sam Rockwell), no es capaz de conseguir un papel por lo que se dedica a robar perros para que su compañero Hans Kieslowski (Christopher Walken) los devuelva a sus dueños y cobre la recompensa. Y todo ello mientras se van presentando los siete psicópatas que dan título a la película (aburridamente predecible la presentación del primero, hay más sorpresas en algunos de los restantes), siendo uno de ellos precisamente el dueño de los perros robados, un capo de la mafia llamado Charlie Costello (Woody Harrelson) que no se detendrá ante nada para encontrar a su mascota perdida. Por supuesto, toda la trama adquiere rápidamente un aire de caricatura que hace imposible tomarse en serio nada de lo que vemos, ni siquiera la escueta y tópica presencia femenina... que rápidamente es despachada con humor en un diálogo entre Farrell y Walken.

Sin embargo, y aunque el exceso es la nota dominante (¿no lo es siempre en este tipo de películas que quieren imitar a Tarantino... especialmente las de el propio Tarantino?), hay momentos logrados. Algunas de las presentaciones de los psicópatas, narradas casi como películas dentro de la película, tienen interés, por mucho que casi pidan a gritos una reescritura del guión para encajarlas con firmeza en la historia central. Lo mejor, sin duda, está en la autoreferencia a este tipo de cine, afrontada con un sentido del humor sincero y, quizá, excesivamente irónico si se ve desde el punto de vista del espectador que consume con frecuencias películas similares a ésta. Para que eso funcione, era indispensable que los actores se lo pasaran tan bien como parecen haberlo hecho. Y es que esta es la clásica película en la que se intuye que la consigna a los intérpretes es justo esa: salirse de los esquemas, olvidar la contención y bordear la caricatura. Rockwell es el que se lleva la mejor parte en ese sentido, seguido de cerca (éste lo suele hacer casi siempre) de Woody Harrelson, aunque todos tienen mucho, pero mucho que aprender de Walken.

Sin haber conectado de una forma más completa con ninguna de las dos películas de McDonagh, el guión de Siete psicópatas parece menos hecho que el de Escondidos en Brujas. No obstante, veo más elementos divertidos en ésta última, aunque sea de forma aislada con respecto a la historia. No creo que ninguna de las dos sea una gran película, pero ambas pueden hacer que el rato se pase con más o menos agrado. Es cierto que, sobre todo Siete psicópatas, forma parte de un tipo de cine al que no le encuentro la gracia, uno en el que los personajes tienden a la caricatura, en el que la violencia tiene que ser obligatoriamente tan salvaje como divertida, en el que el "se ha pasado" es la expresión más fácilmente repetible y en el que hay personajes que no son más que vehículos prescindibles para un único chiste (le sucede tanto a Olga Kurylenko como a Abbie Cornish). Pero en algún momento consigue ser simpática. Y siempre nos quedan Sam Rockwell y Christopher Walken pasándoselo bien. Menos es nada.

viernes, marzo 01, 2013

'Hansel y Gretel. Cazadores de brujas', un repetititvo y sin chispa más de lo mismo

Cuando uno se sienta a ver una película como Hansel y Gretel. Cazadores de brujas, sabe lo que va a ver. Corrijo, tendría que saber lo que va a ver, que parece lo mismo pero añade un matiz que ahora desarrollo. Ese conocimiento permite que no haya tomaduras de pelo posibles en cuanto a lo que propone el filme. Pero eso también admite valoraciones, y es ahí donde entra en juego ese matiz. Sabemos lo que vamos a ver, ¿pero es bueno? Esta Hansel y Gretel tiene que llevarse una valoración necesariamente negativa. Por poco original en su planteamiento (visto una y mil veces especialmente desde que en 2005 Terry Gilliam estrenara El secreto de los hermanos Grimm), por repetitiva en su desarrollo (¿cuántas veces vemos exactamente la misma pelea?), por la absoluta ausencia de diálogos certeros que acentúen la pretendida comicidad de su punto de partida y por lo descafeinado que resulta el producto final. Es más de lo mismo, pero sin la chispa necesaria como para enganchar y sin un guión que permite el disfrute mínimo exigible a una producción como ésta.

Cuando se emiten juicios severos acerca de películas como ésta, se suele responder que no engañan a nadie. Eso es cierto. De una determinada manera, no hay engaño posible. En esta película hay personajes de cuento, brujas, armas anacrónicamente inverosímiles, ropa de cuero, peleas, disparos, explosiones y sangre. No hay engaño, no. Pero eso se puede hacer mejor o peor. Y Hansel y Gretel se mete de lleno en la segunda categoría porque todo parte de un guión terriblemente simple en el que los personajes no ofrecen ningún ángulo interesante y, si lo tienen, los actores evidencian que no lo han necesitado para hacer su trabajo y han preferido centrarse en lo que más se ve, en su imagen y en sus peleas. Porque, y aquí está otro problema de base, la película la protagonizan, mejor ella que él, Jeremy Renner y Gemma Arterton como lo podrían haber hecho otros dos actores cualesquiera. Ni carisma, ni química, ni chispa. Sólo vestiduras de cuero negro, más señoriales en el caso de él y más ceñidas en el caso de ella, con detallitos que las hagan pasar por medievales. Lo mismo de siempre.

Y es lo mismo de siempre porque hay un punto de originalidad en el personaje de cuento que adquiere un foco más o menos adulto y gamberro. Lo hemos visto en la mencionada El secreto de los hermanos Grimm, en las distintas versiones de Blancanieves que llegaron el año pasado desde Hollywood, en Van Helsing (quizá la referencia más directa, aunque ésta tiene menos efectos por ordenador) o, aunque sea un personaje histórico y no de fábula, en Abraham Lincoln. Cazador de vampiros. Lo que sí es digno de alabar de Hansel y Gretel es que, consciente de que en realidad no tiene mucho que contar más allá de las batallitas y las peleas, la película se detiene en los 88 minutos, una vez que se ha resuelto el enfrentamiento entre los dos hermanos (que también podrían ser pareja o perfectos desconocidos) y la mala de turno, una bruja interpretada por Famke Janssen, sin duda la actriz más entregada al propósito de la película, con y sin maquillaje.

Tommy Wirkola, responsable de Zombis nazis, no presta demasiada atención al trabajo de los actores, demasiado preocupado en las escenas de acción que se acaban convirtiendo en la repetición una y otra vez de la misma pelea, en la que los dos protagonistas son siempre convenientemente apaleados pero sin consecuencias. En esas, a Wirkola, director y guionista de la película, se le olvida que es necesario dar algo de profundidad a su historia o a sus personajes, que no basta con unos maquillajes logrados, unas coreografías de lucha que habrían sido solventes de seguirse con mayor claridad (una vez más, pecado del cine de acción) o un escenario creíble. Y es que, ya en la labor directa del escritor y realizador, conviene hacer algo más que acumular papeles con alguna frase de guión, tan tópicos como el que le cae a la finlandesa Pihla Vitala (ojo a la reacción de Hansel en la última escena que comparten; lo dice todo sobre la profundidad dramática que quiere adquirir el filme) o al de vez en cuando estimulante Peter Stormare, que vienen a cumplir tópicos (machistas en el caso de ella, cómicos en el de él) pero no mucho más.

A Hansel y Gretel. Cazadores de brujas le falta sentido del humor para ser una película disfrutable dentro de su propuesta. Le falta un guión decente, algunas frases memorables más allá del chiste fácil. Le falta carisma en sus intérpretes y, sobre todo, le falta originalidad en el resultado final. Y es que, por mucho que parezca inevitable la sensación de que el estudio querrá hacer franquicia de este filme, no hay nada en él que no hayamos visto ya antes en alguna producción similar, nada que se quede en la memoria del espectador de una forma especial, nada que rompa estereotipos ya demasiado trillados en el cine de los últimos años. Ni siquiera dentro del tópico se puede decir que sea una película que funcione especialmente bien, aunque el hecho de ser lo que es, y de no pretender ser otra cosa, quizá haga que encuentre su público. Yo no creo estar entre él.