jueves, enero 31, 2013

'Movie 43', 100 minutos de humor escatológico

¿Os acordáis del gag del pelo de Cameron Díaz en Algo pasa con Mary? Movie 43 viene a ser lo mismo pero durante 100 minutos, con varios cortos englobados en una especie de largometraje y con unos nombres en el reparto que hacen de esta película el mayor trabajo de productor que se recuerda. Porque, al margen del rato divertido que hayan pasado durante el rodaje de algo tan políticamente incorrecto (en el peor de los sentidos de la expresión; una cosa es ser transgresor y otra muy distinta ser escatológico o desagradable) como ésto, ¿qué demonios hacen por aquí actores que han ganado Oscars o trabajado con reputados directores? A saber. Chapeau para los productores por convencerles para participar en esto. A partir de ahí, Movie 43 es exactamente lo que cabe esperar de ella teniendo en cuenta que uno de sus productores es Peter Farrelly: una ristra de gags de dudoso gusto, de mayoritaria temática sexual y en la que no hay límites de ningún tipo, sustentados en una colección de doce historias, dirigidas cada una de ellas por un realizador diferente y muy débilmente conectadas entre sí.

La conexión, de hecho, es que no hay una auténtica conexión y todas las historias van por libre. Los distintos segmentos son vídeos que localizan en Internet dos adolescentes de escasa inteligencia y el hermano menor de uno de ellos buscando la Película 43. El qué, el cómo y el por qué, mejor verlos en la película para que no dejar destripado ese elemento del filme en unas pocas líneas. Obviamente, con esos protagonistas, el tópico obliga a pensar que la temática ineludible y necesaria de todo lo que encuentren en la web será de alto contenido sexual. Y este es, más obvio todavía, el tema central y preferido de una clase de comedia que lleva ya demasiado tiempo extendiéndose entre el cine norteamericano. Encontrarle la gracia a esta obsesión cómico-sexual siempre me ha parecido una misión imposible en los gags que se acumulan en esas películas. Tenerla como base de una entera se convierte en algo muy difícil de entender y que convierte Movie 43 en una película que quizá divierta a un grupo de adolescentes en una noche de pizza y jolgorio, pero poco más. O a quienes se decidan a buscar las diferencias entre los trailers censurados (incluso el no censurado esconde elementos que sí se ven en la gran pantalla) y el producto final. "Y pensaba que no podía ser más ofensivo", dice una de sus protagonistas. Sí, puede.

Sí que hay que reconocerle un mérito evidente a esta Movie 43, pero que nada tiene que ver con sus cualidades cinematográficas. Asistiendo al desfile de protagonistas notables que tiene la película, uno se pregunta por la capacidad de convicción que tienen unos productores para presentar un proyecto así a esa gente y que acepten. Kate Winslet, Hugh Jackman, Hale Berry, Emma Stone, Naomi Watts, Chloë Grace Moretz, Elizabeth Banks, Richard Gere, Gerard Butler, Uma Thurman, Josh Duhamel, Kristen Bell, Liev Schreiber, Kate Bosworth o Terrence Howard son sólo algunos de los intérpretes que van desfilando por el filme durante sus asombrosos (de nuevo, el peor sentido de la palabra) 100 minutos de duración. Los directores de los diferentes segmentos, bien detallados con tomas falsas en los títulos de créditos finales (que llegan, para más asombro, antes de la historia que cierra la película) para quien tenga interés en vincular cada historia a su realizador, son Peter Farrelly, Elizabeth Banks, Steven Brill, Steve Carr, Rusty Cundieff, James Duffy, Griffin Dunne, Patrick Forsberg, James Gunn, Bob Odenkirk, Brett Ratner y Jonathan van Tulleken. Algunos son debutantes, otros desconocidos y hay alguna que otra sorpresa como la presencia de Ratner (X-Men. La decisión final) o Banks, que dirige una historia y protagoniza otra en este filme.

Dos de los sketches se salen de la norma, uno que no cuenta con actores conocidos, filmado en blanco y negro, y la parodia de Hoosiers que protagoniza Terrence Howard, que sí contienen un humor mordaz e inteligente. Tanto, que sorprende la inclusión de estos segmentos en esta película protagonizada por salidos superhéroes venidos a menos, parejas sexualmente disfuncionales, extrañas peticiones de cama, imposibles citas a ciegas, morfologías sexuales exóticamente improbables, y escatologías variadas. Dentro de este conglomerado pero con una pizca de inteligencia destaca el fragmento dirigido por Elizabeth Banks con Chloë Grace-Moretz como protagonista. La película, de la que apenas han trascendido datos (ni siquiera su presupuesto o la duración) e imágenes (supongo que para no desvelar el rocambolesco aspecto de actores como Hugh Jackman o Gerald Butler), genera más estupor que risas. Imagino que todos se lo habrán pasado de miedo rodándola. Pero asombra que esto sea una producción comercial y no la película de dos chavales salidos que cogen una cámara por primera vez en su vida. Aunque tampoco me sorprenderá que encuentre defensores.

miércoles, enero 30, 2013

'Coriolanus', (re)descubriendo a Shakespeare

Todavía hoy, incluso habría que decir que sobre todo hoy, hay gente que tiembla al escuchar el nombre de William Shakespeare asociado al cine. No sé si lo consideran demasiado elevado y culto o demasiado aburrido e inaccesible. Pero, a menos que se trate de revisiones de aspecto juvenil como aquella (por cierto bastante más deficiente del recuerdo que parece haber dejado) Romeo y Julieta de Baz Luhrmann, asusta. Y no sé muy bien por qué. Shakespeare trataba temas universales e intemporales de una forma sensacional. Por eso Shakespeare es Shakespeare y su nombre resuena con tanto eco. Se ve en sus obras leídas en papel, pero también en el acercamiento de valientes directores contemporáneos. Ralph Fiennes, también protagonista, debuta en la dirección con este Coriolanus que demuestra que Shakespeare tiene sitio en el arte moderno y en el cine de cualquier época. La película, una notable apuesta cinematográfica, también lo es comercialmente hablando, pues se estrena, aunque tardíamente en España, simultáneamente a las salas, en vídeo y en plataformas online. Una buena oportunidad de descubrir o redescubrir a Shakespeare.

A comienzos del siglo XVII, el autor inglés escribió una tragedia sobre la vida de Cayo Marcio Coriolano, general romano que luchó en las guerras del Imperio contra los volscos. Ralph Fiennes actualiza dicha obra a nuestros tiempos, pero sin abandonar Roma como escenario y como modelo político de la trama. Tiene mérito porque, siguiendo el guión de John Logan (Gladiator), consigue hacer creíble esa traslación. Pero tiene mucho más mérito porque, además de actualizar la trama, la balcaniza, dándole un aspecto novedoso a la tragedia que narra la película. Llegando a los títulos de crédito se ve que la película se ha rodado en Serbia y en Montenegro. Pero es que sus imágenes ya delataban ese dato. Un Imperio romano modernizado con senadores en traje y corbata y cónsules en uniforme militar, balcanizado y violento. Asusta pensar en lo actuales que son muchísimos de los planteamientos e imágenes que incluye Fiennes en este su prometedor debut como director.

Es cierto que la película tiene algunos altibajos de ritmo, provocados también por el momento climático que salta a la pantalla a la media hora. Cierto que tarda en conectar emocionalmente con el espectador al detallar la batalla política, cuando lo que se le ha presentado en esa primera media hora es un duelo bélico en una situación de excepción. Pero aún así hay muchísimos aciertos en las dos horas de Coriolanus. El uso de metraje documental es acertado. La recreación de un lugar con la población en ruina es brillante. Las escenas de guerra son formidables. Y el retrato que Fiennes hace de su personaje con la elección de los planos es contundentes. Planos cortos para el decidido soldado, más abiertos y solemnes para el héroe de guerra recibiendo sus honores, en movimiento cuando la ira ensombrece su juicio. Su segunda película, The Invisible Woman, sobre la amante secreta de Charles Dickens (al que interpreta él mismo), llegará en 2013 y será una gran oportunidad para comprobar si se consolida como un director interesante.

Fiennes se reserva el papel principal de la película. Su presencia es muy poderosa, llena la pantalla y firma diálogos y monólogos sencillamente excepcionales. El último de ellos tendría que ser una clase maestra sobre entonación y vocalización que se mostrara en las academias de interpretación. El personaje es todo un caramelo, pero además de aprovecharlo Fiennes sabe rodearse de actores sobresalientes que hacen crecer el conjunto. Es intenso y notable el duelo personal con Gerard Butler (probablemente su más carismática interpretación desde 300), es magnífico ver a Jessica Chastain ampliando su ya amplísimo abanico de registros, es una delicia ver la profesionalidad de Brian Cox o la personalidad de James Nesbitt, pero es imposible no destacar la grandeza de una Vanessa Redgrave excepcional, dando vida a la madre de Coriolano. El reparto ayuda sin ninguna duda a que el escenario de la película sea creíble, volcando con sinceridad largos diálogos teatrales.

Mirando las fechas de estreno de la película, es inevitable sentir un pequeño resquemor sobre cómo funciona  el cine en España. La cinta se pasó en el Festival de Berlín nada menos que en febrero de 2011. En enero de 2012 se estrenó en el Reino Unido y un mes más tarde en Estados Unidos. Desde mayo está en DVD y Blu-Ray. En España hemos tenido que esperar hasta ahora. Coriolanus merece algo mejor, porque es una apuesta valiente, una película apasionante en muchos momentos y con un reparto sencillamente espectacular que, además, exige escucharles en versión original. Y, sí, con expresiones en inglés antiguo, tal y como las escribió Shakespeare. ¿Tan complicado es? La verdad es que no veo por qué. Es una película mucho menos dura de ver de lo que puede parecer desde fuera. Y contiene mucho talento.

lunes, enero 28, 2013

'Bestias del sur salvaje', imaginativa fábula con grandes momentos de cine

Bestias del sur salvaje es una fábula realizada con mucha imaginación. Puede que sea justo eso lo que hace que la película se vea con mucha comodidad, que esa imaginación es una baza jugada con astucia y esconde algunos de los defectos que tiene. Y es que, en el fondo, es un relato muy sencillo que se convierte en una película atractiva con la sabia construcción de escenarios del debutante Benh Zeitlin y con el carisma de un reparto encabezado por la pequeña Quvenzhané Wallis. Que llegue a España después de su sorprendente presencia en las nominaciones a los Oscars es un arma de doble filo. Por un lado, atraerá público interesado en ver qué tiene que ofrecer la película que ha llamado la atención de los académicos. Por otro, puede generar expectativas demasiado altas en una película que tampoco tiene muchas pretensiones más allá de ser lo que es, una fábula pequeña y simpática que contiene grandes dosis de cine en algunos momentos.

Aún a fuerza de ser repetitivo con el término, hay que insistir en que se trata de una fábula. Emplear un solo minuto en buscar verosimilitud en el planteamiento inicial de Bestias del sur salvaje es perder el tiempo. La Bañera es una inusual comunidad en una zona pantanosa de Louisiana separada del resto del mundo por una presa. Pero los raros no son sus habitantes, son los que viven al otro lado. En dicha comunidad se encuentra Hushpuppy, una chiquilla de raza negra de cinco años, junto a su padre, Wrink. A partir de esa premisa, la película se centra en mostrar el modo de vida de las personas que ocupan esa comunidad, en contar la relación de la niña con su padre (y con su madre, quizá uno de los puntos dramáticos más intensos y poderosos del filme aunque no esté presente durante muchos minutos) y en los efectos de una tormenta que amenaza con anegar la zona y obligar a Hushpuppy, su padre y sus vecinos a tener que dejar la tierra que habitan y buscar un nuevo lugar en el que desarrollar su vida.

La película cuenta con un indiscutible eje central, la jovencísima Quvenzhané Wallis, protagonista y narradora. Es evidente que hay algo magnético en la interpretación de Wallis. De otro modo, es imposible que alguien de tan corta edad sustente un filme de esta forma. Sin embargo, que buena parte de su historia se geste en la narración de off le quita presencia y le añade trabajo de montaje al buen resultado final. No se entienda esto como una crítica al esforzado trabajo de la más joven intérprete en ser nominada a un Oscar, sino como la constatación de un hecho. Es más, su trabajo crece precisamente cuando la narración hablada es menos intensa, en el último tercio de la película. Dwight Henry, también sin experiencia en el mundo de la interpretación, ofrece un sólido contrapunto interpretando a su padre. Algunas de las mejores escenas de la película son las que comparten ambos.

Para construir este cuento moderno, Zeitlin usa las dosis adecuadas de fantasía, que llegan a sorprender bastante cuando llegan con los momentos más realistas y dramáticos del relato y que ofrecen, hacia el final, la escena más inolvidable, que, en el fondo, da sentido al título y al mensaje del filme. A cambio, el director se excede en el uso de la cámara en mano en docenas de planos que no lo necesitan, una costumbre que roza lo molesto y en la que caen casi todos los directores contemporáneos. Su triunfo, en todo caso, está en la ambientación (cuánto ayuda en esa labor la alegre música compuesta por el propio Zeitlin y Dan Romer). Y es que todo lo que aparece en pantalla adquiere una onírica sensación de verosimilitud, y eso tiene mérito mezclando sensaciones tan diferentes como las que ofrecen los distintos segmentos del filme, desde la rebelión de la hija contra su padre a su atento aprendizaje para sobrevivir si él no está, pasando por la búsqueda de su madre o las metáforas entre la historia de Hushpuppy y las imágenes de la naturaleza.

Bestias del sur salvaje es una pequeña rareza que ha caído en gracia. Su sencillez e imaginación hacen que se pase por alto algún que otro defecto en una narración no siempre bien cohesionada y en la que los personajes secundarios apenas tienen importancia más que para completar el fresco que pinta Zeitlin. Quvenzhané Wallis ya ha sido encumbrada, quizá con un exceso de cariño procedente de la ternura que despierta ver a una niña (tenía seis años durante la filmación de la película) haciendo el trabajo con la misma solvencia que cualquier adulto. En ella y en la puesta en escena de Zeitlin están las mejores bazas de un filme a ratos sorprendente, a ratos desconcertante, pero que deja buen poso al acabar. No es cuestión de valorar si son muchas o son pocas las nominaciones que ha recibido porque los premios, ya se sabe, son siempre subjetivos y muchas veces injustos. Pero sí es una sorpresa que una película como ésta haya llegado tan lejos. En el fondo es algo a celebrar, porque fomenta la diversidad en el cine.

domingo, enero 27, 2013

'El vuelo', un Robert Zemeckis correcto con un Denzel Washington formidable

Después de doce años sin rodar una película de acción real, Robert Zemeckis regresa con El vuelo, un melodrama correcto, notable en algunos momentos, que se beneficia de una brutal y formidable interpretación de Denzel Washington para hacer más llevaderos sus 138 minutos. Zemeckis es ambicioso en los planteamientos apostando por temáticas que, sin duda, los trailers, sinopsis y críticas reventarán, lo que elimina el impacto de algunos giros de la historia. No obstante, y a pesar de bastantes puntos a favor (entre los que destaca la espectacular secuencia que cambia el ritmo de la película y que nos devuelve al Zemeckis más espectacular en plena forma), el resultado final no termina de ser tan ambicioso, con un final complaciente que, todo hay que decirlo, encaja con lo que ha mostrado en casi toda su filmografía alejada de la fantasía, e incluso en la mayoría de sus títulos de género. Aún así, sólo con la interpretación de su protagonista ya está más que amortizado el tiempo empleado en este filme.

Lo único que hace falta saber para sentarse en una butaca y ver El vuelo es que Denzel Washington interpreta a un piloto de una aerolínea comercial, que está divorciado y que tiene las principales adiciones que un hombre puede tener, a las mujeres, al alcohol y a las drogas. Todo lo que sea pasar de esa línea, porque eso es lo que se propone en la primera escena, es incómodo para el desarrollo que propone el filme. Zemeckis quiere sorprender y lo consigue, aunque no con su final, sí durante buena parte de la película... si no se sabe nada más. Porque gran parte de la fuerza de la historia está en el buen hacer de Zemeckis a la hora de llevar al espectador a terrenos que no espera, cambiando el tono e incluso la temática de la película. De ser un retrato personal, que fascina por el trabajo de su protagonista (y por escenas como la de la conversación en la escalera), pasa a ser un estudio sobre la responsabilidad, y es ahí donde El vuelo encuentra lo mejor y peor que ofrece.

El tránsito entre esas dos partes (mucho más extensa la segunda) es fluido y Zemeckis lo lleva francamente bien, ayudado por una espectacular secuencia poco apta para aquellos que tengan miedo a volar y que, irreal o no, recupera el mejor pulso de su director. Lo peor está en que a partir de ahí se mueve en un delicado equilibrio que se acerca mucho al telefilme y que no está bien resuelto con ese final sensiblero y que se ve venir. El sustento en todo momento es un Denzel Washington sublime, que consigue por fin marcar distancias con el estupendo actor que llevaba años pareciendo interpretar el mismo personaje. Aquí marca una diferencia, está soberbio y se convierte en el motor emocional de la película con suma facilidad. También es cierto que está bien acompañado por Kelly Reilly (dando vida a una drogadicta que no pasa por su mejor momento), Don Cheadle (que encaja a la perfección en ese papel de hombre responsable), Bruce Greenwood (muy creíble), Melissa Leo (breve pero firme participación) y un John Goodman que cierra así un espléndido 2012 (Argo, Golpe de efecto y El alucinante mundo de Norman).

El juicio más fácil de El vuelo se puede circunscribir al extraordinario trabajo de Denzel Washington. El intérprete suele suscitar unanimidad a la hora de considerarle uno de los actores más solventes desde hace décadas. El caso es que, sin que se le recuerde un mal papel, El vuelo sirve para reencontrarse con su mejor versión. El envoltorio que le rodea deja un desarrollo notable, con picos más que interesantes, pero un final cuestionable (y sobre el que se puede debatir largo y tendido, tanto en su vertiente moral como en la cinematográfica y de hacia dónde suele tender siempre el cine norteamericano de gran estudio). De todos modos, es agradable saber que a Zemeckis no se le ha olvidado cómo rodar con actores de carne y hueso después de emplear la captura de movimientos en sus últimas tres películas (la floja Polar Express, la reivindicable Beowulf y la fallida Cuento de Navidad). No deja mal sabor de boca, no.

viernes, enero 25, 2013

'El lado bueno de las cosas', deliciosa y divertidísima

Empezaremos con una confesión y así quedará claro el terreno que pisamos. Hacía muchos años, y cuando digo muchos son muchos, que no me reía tanto en una sala de cine. Ese efecto lo ha provocado El lado bueno de las cosas. Después de esa primera impresión, tengo que decir que cada vez me apasionan más películas como esta. ¿Y cómo es esta película? Preciosa. Divertida. Humana. Real. No he dejado de pensar en las semejanzas, salvando las distancias, con Mejor... imposible, aquella igualmente deliciosa comedia de James L. Brooks protagonizada por Jack Nicholson, Helen Hunt y Greg Kinnear. Y el efecto es el mismo. Es una deliciosa comedia que lidia con aspectos que difícilmente podrían servir de base a un filme de este género, que trata con enfermedades mentales, problemas de conducta social, envidias, mal de amores y matrimonios rotos. Gracias a eso, es cínica, hiriente e incisiva. Pero es también divertida, emotiva, dulce y maravillosa. Qué gozada de película.

Pat Solitano junior (Bradley Cooper) es bipolar. Después de un incidente traumático con su esposa (que se detalla pocos minutos después de iniciarse la película), es internado durante ocho meses en un psiquiátrico para tratar de curar esa afección. Tiffany Maxwell (Jennifer Lawrence), hermana de una amiga de la esposa de Pat, acaba de afrontar la muerte de su marido. Ambos tienen problemas psicológicos. Ambos encuentran en el otro una forma de ser mejores. Y ambos están interpretados con una sublime precisión por dos actores en estado de gracia que tienen una química fascinante. Aportan tantos matices y se meten tan de lleno en todas las facetas de sus papeles que parece imposible no sentir, padecer y soñar con ellos. Hay docenas de momentos en que se ve esa hermosa fusión, esa química indescriptible, pero parece difícil no quedarse con esa mirada inocente de la foto después de una escena maravillosa. Y tanto da que el final pueda ser más o menos previsible, es la historia lo que cuenta. Siempre es la historia. Por esta película es tan buena.

David O. Russell, que no me había enamorado con sus dotes para la comedia (Tres reyes) y sí aunque no de forma tan contundente como se apuntó mayoritariamente en su momento con su forma de abordar las miserias humanas (The Fighter), escribe y dirige una maravilla. Y si El lado bueno de las cosas casi se dirige sola gracias a sus actores (o, precisamente, gracias a una formidable dirección de actores, que es lo que Russell evidenció en su anterior filme con un Christan Bale soberbio y magnígicamente acompañado), es obligatorio alabarle por su trabajo aquí como guionista. Diálogos frescos, contundentes y divertidos pueblan la película. Y no solo entre un Cooper que se está revelando como un actor mucho más versátil de lo que cabía suponer y una Lawrence que confirma que es una actriz a tener muy, muy en cuenta mientras algunos se limitan a hablar de ella como mujer deseada. Robert De Niro, entrando ya en el campo de secundarios de cierta edad, borda su papel junto a Jacki Weaver como los padres de Pat. Y lo mismo Chris Tucker, quién lo iba a decir. La solidez en el reparto es proporcional a lo que va creciendo el guión por momentos.

La película convence porque no hay nada en ella que chirríe a pesar de tocar muchísimos palos. Es obviamente, el retrato de dos personas enfermas (delirante su primer diálogo sobre las medicinas que han tomado). Pero es también el de una familia en apuros (sí, Robert De Niro puede llorar). O el de una afición como el baile (¿sabéis ese tradicional montaje musical de diferentes instantes que suele ser tan cansino en otras películas? Aquí funciona de maravilla). O el de una pasión como el fútbol americano (hay quien ha querido ver polémica en este aspecto por el tema de las apuestas; absurda, por supuesto). Todo parece tener cabida y cada escena encaja de una forma maravillosa, como pedazos de una historia realista, creíble y preciosa. Y divertida, muy divertida, porque, como la vida misma, en la que una risa compensa cientos de momentos de amargura, El lado bueno de las cosas fluye con una sencillez tan contundente que casi parece fácil hacer una película tan completa.

Bradley Cooper y Jennifer Lawrence forman una pareja formidable, de esas que perduran para siempre en la memoria del espectador. Pero El lado bueno de las cosas es más que eso, y escena a escena se va convirtiendo en una de esas películas que esbozan una permanente sonrisa en la cara del espectador. En las escenas en las que Pat y Tiffany salen a correr por la calle, en todas las apariciones de Chris Tucker, en la memorable reunión tras el gran y decisivo partido de fútbol americano (uno de los diálogos más divertidos que recuerdo... y el duelo interpretativo brutal entre De Niro y Lawrence), en los arranques bipolares de Pat (por ejemplo, y aunque el trailer ya haya destrozado esa escena, ojo a su reacción al leer el final de Adiós a las armas de Ernest Hemingway). Y una pequeña reflexión final. Cuando parece que solo las películas que quieren ser rompedoras, diferentes, violentas, visualmente innovadoras, épicas o dramáticas están llamadas a ocupar un hueco en el panteón del cine contemporáneo, es refrescante descubrir que una historia de las de siempre como esta alcanza los mismos o más méritos que aquellas. Chapeau.

lunes, enero 21, 2013

'Lincoln', inmenso drama histórico

Lincoln es un drama histórico inmenso. Partir de ese punto simplifica el catálogo de alabanzas que supone hablar de una obra cumbre, una más, de uno de los directores más influyentes de las últimas cinco décadas, al que se le ha negado con demasiada facilidad el reconocimiento por haber servido a la noble causa del entretenimiento audiovisual. Steven Spielberg es uno de los más importantes cineastas de nuestra época, insisto en la palabra cineasta, y así lo atestigua su cine, su elevado número de películas sublimes, aquellas que han servido para marcar épocas y memorias, las que han formado los sueños cinematográficos de tantos espectadores. En Lincoln demuestra una vez su madurez como autor, su dominio absoluto de todo lo que sucede en la pantalla para componer un fresco impresionante. Y añade a su gran colección de interpretaciones, algo que con frecuencia se le ha negado que forme parte de sus talentos, la de un Daniel Day Lewis legendario. Él es, ya para siempre, la efigie de Abraham Lincoln. Y ésta, la película definitiva sobre su protagonista.

La sensación que deja Lincoln es profunda. Durante su visionado y después del mismo. Tiene presencia y tiene poso. Spielberg, siguiendo un sobresaliente guión de Tony Kushner (que ya hizo para Spielberg el también impactante libreto de Munich), muestra una historia intensa y memorable, la del final de la guerra civil estadounidense y la lucha por sacar adelante la decimotercera enmienda de su Constitución, la que debía abolir para siempre la esclavitud. Y, al mismo tiempo,traza un minucioso retrato de una figura histórica como la de Lincoln. Fascinante en el papel y aumentada en la pantalla por la labor de Spielberg y Daniel Day Lewis. El director le da al actor todas las armas para que su interpretación sea única y redonda. Hace crecer su figura con sus encuadres, con sus sombras, con sus movimientos de cámara. Lo hace con una sutileza impresionante pero que tendría que ser mostrada en todas las escuelas de cine. Nada de lo que hace Spielberg es gratuito, toda tiene una razón de ser y prácticamente todo (por no hablar en términos absolutos) funciona a la perfección.

Y Daniel Day Lewis responde al mismo nivel, dejando un regalo irrepetible. Aunque hay que tener en cuenta que este actor sólo sale de su casa cuando una película realmente le motiva, no deja de ser curioso que no fuera la primera opción para el papel. Liam Neeson, al que Spielberg sacó un trabajo inolvidable en La lista de Schindler, iba a hacer la película. Entre director y actor refuerzan una imagen mítica a la que hasta ahora le faltaba un referente indiscutible. Hacen que sea un hombre legendario, a la altura de este presidente de los Estados Unidos intocable que forma parte de la memoria colectiva, pero también un hombre de carne y hueso. Vemos al político, al líder, pero también al esposo y padre de familia. No es un retrato complaciente, sino complejo y que, en manos de ese guión de Kushner y la dirección de Spielberg, evita el riesgo de ser el centro único e indiscutible de la película que se lleve por delante lo que tiene alrededor. Al contrario. Lincoln no es sólo Daniel Day Lewis, sino que él es la pieza central de un conjunto extraordinario, que dentro de su reparto aporta la enorme presencia de Tommy Lee Jones o el magnífico contrapunto de Sally Field.

Y es que Lincoln es perfecta en muchísimos sentidos. Hay apartados técnicos de matrícula de honor, como la fotografía de Janusz Kaminski o el montaje de Michael Kahn, por no hablar de la intachable ambientación histórica por medio del diseño de producción de Rick Carter o el vestuario de Joanna Johnston. Decir que lo más flojo está en la música del maestro John Williams, quizá demasiado impersonal, da idea del altísimo nivel que tiene la película en todas sus facetas. Y qué decir de todo el reparto, memorable en un conjunto, con apariciones destacadas de Joseph Gordon-Levit (aún con una gran e indispensable escena, puede ser el personaje menos útil a la historia), James Spader, Jared Harris o David Strathairn. Pero la maestría técnica de cada uno de estos aspectos sobrepasa los límites de cada sector y acaba desembocando en una artesanía magistral gracias a Spielberg, el autor que mejor entiende cómo conectar todos los elementos para crear una película apasionante. En ningún momento se hacen pesados sus 150 minutos, necesarios para entender la historia. No sobra una escena. No está de más un solo plano. ¿Que apela a los sentimientos? Sí, eso forma parte de Spielberg. ¿Eso hace de Lincoln una película blanda? No, aunque quizá quienes no conecten habitualmente con su sensibilidad puedan considerarla así.

Lincoln es una obra de arte. Y lo digo en el sentido más amplio de la expresión. Teniendo un guión formidable y unos diálogos importantes, tal es el poder cinematográfico de Spielberg que incluso sin sonido es una película visualmente magnética. Puestos a calificar, y dentro de sus dramas, encaja entre los mejores, probablemente junto a La lista de Schindler y la infravalorada Munich. Y en este punto de su carrera recoge con sumo acierto y mejorando características anteriores aspectos que recuerdan a otros de sus filmes: las escenas políticas solemnes de Amistad, el arrollador carisma de un personaje protagonista de La lista de Schindler, la poética transmisión de mensajes con planos muy concretos de Caballo de batalla, la trascendencia histórica de Munich, el mensaje de El color púrpura, y la sinceridad de El imperio del sol. Es un Spielberg en estado puro que, ya desde la misma temática de la película, estaba llamado a ser impresionante y que con un clasicismo ejemplar y de escuela de cine cumple las expectativas que siempre levante la obra de un genio que no siempre es reconocido como se merece.

viernes, enero 18, 2013

'Django desencadenado', Tarantino desbocado

Cada vez que Quentin Tarantino estrena una película y escribo sobre ella, me siento en la obligación de recordar que no soy un fan de su cine, más bien al contrario. Lo hago porque le reconozco una fidelidad a su forma de pensar y de rodar. Entiendo que a quien le gustase cualquiera de sus películas anteriores, disfrutará con Django desencadenado. A mí no me gusta desde Reservoir Dogs y, la verdad, sin demasiado entusiasmo. No le encuentro la genialidad a sus diálogos, no le veo rompedor en los temas, no encuentro fondo en sus películas y no hallo disfrute en su discurso. Django desencadenado es un capítulo más en esa relación que mantengo con el director norteamericano. Desde esa visión, esta violenta transformación del spaghetti western no es más que una larguísima excusa de Tarantino para pasárselo bien rodeado de amigos, para traspasar todas las barreras imaginables y para saltarse las normas de lo verosímil incluso dentro de la irrealidad de su forma de ver el arte de producir películas.

Lo que parece difícil de justificar, mal endémico en el cine contemporáneo, es la duración de la película. 165 minutos, dos horas y tres cuartos, es algo a todas luces excesivo para la historia que Tarantino tiene entre manos. El descontrol en el guión y en la sala de montaje es algo muy habitual en él y que, salvedad hecha de los 247 minutos de Kill Bill que obligaron a cortarla en dos entregas, alcanza aquí su cúspide. Pero, claro, parece más bien fácil llegar a ese desmesurado metraje si se emplea media hora simplemente en presentar a los dos personajes protagonistas y una hora en que arranque la trama principal de la película. La capacidad de síntesis, y eso lo tendrán que reconocer incluso sus fans, no es el punto fuerte de Tarantino. Lo que el director tiene claro es que, ya que se pone a ello, mejor ofrecer lo más posible de cada una de las historias que toca. Esa máxima, que no tiene mucho de positiva, la cumple Django a rajatabla, consiguiendo que quien no comulgue con sus postulados atisbe numerosísimas irregularidades en su ritmo.

¿De qué va Django desencadenado? Es la historia de un esclavo, Django (Jamie Foxx), liberado por un cazador de recompensas, el doctor King Schultz (Christoph Waltz, en una reconversión amable de su personaje de Malditos bastardos... con un prólogo muy, muy parecido), que le propone sumarse a su forma de ganarse la vida durante el invierno para después ayudarle en la búsqueda de su esposa, Broomhilda (Kerry Washington), todavía esclava y propiedad de un importante esclavista del sur, Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). Tarantino da a esta sencilla historia su habitual envoltorio de violencia y sangre, excediéndose en los límites de lo grotesco como suele ser habitual (ojo a lo que le sucede a un personaje tras pedirle Django a una esclava negra que se despida o a los disparos en el descontrolado tiroteo que actúa de falso clímax final). Da igual que sea una historia de artes marciales, de mafiosos de ciudad o de nazis de la Segunda Guerra Mundial, Tarantino es Tarantino y quiere hacer lo que se espera de Tarantino, por poca evolución que eso signifique en su forma de rodar. Eso sí, siempre con el revival de un actor caído en el olvido, en este caso Don Johnson.

Hay un cierto olor a ya visto, y no solo en lo que se refiere al cine de Tarantino sino también en el de sus muchos seguidores e imitadores, y una llamativa ausencia de grandes personajes. El único que deja huella, aunque no precisamente por la épica sino porque es el único que parece encajar en el tono de burla generalizada en la que quiere convertir Tarantino la película, es Samuel L. Jackson, dando vida a un viejo cascarrabias que controla la hacienda de Candie (denominada Candyland). Lo demás, grandilocuentes fuegos de artificio, excesos sin control (partiendo de la misma base de que un esclavo se convierta, de repente y sin explicación, en el más certero cazarrecompensas) y un intento de modernizar el spaghetti western que, en realidad, falla desde su misma base. No estamos ante un spaghetti, ni ante una revisión del western. Tampoco ante una película con mensaje, por mucho que la esclavitud previa a la guerra civil norteamericana esté tan presente. No creo que Tarantino pretenda hacer eso. Simplemente ha encontrado un escenario distinto a los que ya ha usado y lo ha usado para colocar sus mismos diálogos cotidianos, sus momentos de inusitada y teóricamente desenfadada violencia y sus personajes de una pieza.

Django desencadenado, como cabía esperar, es un exceso de un Tarantino desbocado. Para bien y para mal, puro Tarantino. En mi caso, para mal.  Pero ya no es cuestión de no engancharme con sus características habituales, muy presentes en Django. Es que el descontrol se apodera de la película por los cuatro costados, incidiendo en lo que ya le sucedía a Malditos bastardos en sus peores momentos (aunque sea lo que más guste a sus seguidores). Este western tiene poca historia, demasiados desvíos narrativos que no aportan o son redundantes y vaivenes difíciles de explicar, lo que la convierte en una película innecesaria y extremadamente larga. Da la sensación de que a Tarantino le importan mucho más los detalles puntuales, las frases supuestamente ingeniosas, las escenas que rompan las convenciones de género o de narrativa, los cameos (incluyendo el de él mismo; tiene su gracia tanto para admiradores como para detractores su última escena en el filme) y todo aquello que tendría que formar una película, pero sin prestar tanta atención a la película en sí. La consigna a todo el que pasa por delante de la cámara parece ser que disfruten con el exceso. Yo no lo he disfrutado, pero imagino que el fan de Tarantino sí lo hará. Mejor para ellos.

miércoles, enero 16, 2013

'La noche más oscura', la diferencia entre una película grande y una gran película

Hay notables diferencias entre una película grande y una gran película. La noche más oscura es, indudablemente, una película grande. Lo es por su argumento y todo lo que implica (la operación que acabó en la muerte de Osama Bin Laden), por la polémica en torno a su veracidad o no. Lo es por ser el siguiente trabajo de la primera mujer en ganar el Oscar al mejor director, Kathryn Bigelow. Lo es porque se ha venido hablando muchísimo de esta película, sobre su aclamación crítica casi unánime y sobre sus posibilidades de ganar premios, enfriadas ahora por las escasas nominaciones al Oscar que ha logrado. Es una película grande, sí. ¿Pero es una gran película? Sólo a ratos y no demasiados. Su principal argumento está en la dedicada interpretación de su protagonista, una espléndida Jessica Chastain. Pero sufre algunos de los problemas que ya aquejaban a En tierra hostil y uno que afecta con demasiada frecuencia al cine contemporáneo: la duración. En el afán de que sea una gran película, se ha convertido también en una película grande en su exceso de minutos.

Es evidente que La noche más oscura encierra motivos y momentos muy poderosos que captan la atención del espectador. También lo es que su temática atrae. Y sobre todo que su protagonista femenina, gracias a un enorme trabajo de Chastain ofrece al espectador una implicación importante. Pero las dos horas y 36 minutos que dura la película pesan muchísimo, sobre todo por una cuestión bastante elemental. Hasta la hora de película, no se produce ningún acontecimiento que haga que la captura de Bin Laden sea una obsesión personal y no un trabajo más. Sí, es Bin Laden, el malo real. Pero el cine ha ofrecido ya la búsqueda y captura de muchos malos de película y La noche más oscura no da nada diferente y emocionalmente complejo hasta una hora después de arrancar. Bigelow se deja llevar por el ansia de hacer la película definitiva sobre este asunto y se le va la mano. Con un guión más adecuado y directo así como un montaje más ágil, el filme habría ganado muchos enteros.

Pesan tanto esos defectos que cabe preguntarse qué habría sido de esta película si no llevara escrito por todas partes el nombre de Bin Laden (tan pocas veces repetido durante el filme, por cierto). Si fuera una historia de ficción, con un villano imaginario, las miradas se habrían ido a otro lado con mucha más facilidad. Bigelow sí consigue con bastante soltura una gran ambientación, tanto en las escenas de campo como en las de despacho, y a eso contribuye una espléndida música de Alexandre Desplat. Pero, como ya le sucedió a En tierra hostil, Bigelow abusa del carácter episódico de las escenas y falla al dar un hilo conductor coherente a la historia, a cuyo ritmo afecta negativamente el continuo y no siempre necesario salto cronológico, que a veces está explicado con rótulos (en los tiempos más amplios) y a veces no, dando una sensación de vacío entre escenas. El manejo del tiempo también pesa contra el producto final en su clímax. Una escena espléndida en ocasiones, apreciable en cuanto al trabajo que exige, pero en un tiempo real que no termina de beneficiar al conjunto de la película.

Y ese conjunto sale más que airoso gracias al trabajo de Jessica Chastain. A punto de cumplir 36 años, arrancó muy tarde en el mundo de la interpretación, pero pocos de los que la hayan visto en Criadas y señoras, El árbol de la vida, Take Shelter o La deuda podrán dudar de su capacidad para componer los personajes más variados. Añade como pocas actrices actuales una complejidad emocional que no siempre es tan evidente en los guiones. En La noche más oscura asume son valentía el peso de la trama y, aunque el arranque puede parecer tan dubitativo como el de la propia película, en cuanto convierte la historia en algo personal su interpretación se convierte en un trabajo memorable que desemboca en un final soberbio e impactante. Bigelow descansa en ella para que su película crezca. Y siendo una directora a la que tanto se ha alabado su forma de rodar, es curioso que los picos de interés no coincidan con las escenas de acción más agradecidas sino con las apariciones de los actores más conocidos. Sucede cuando entra en escena Mark Strong, también cuando lo hace James Gandolfini.

Lo más probable es que a La noche más oscura le haya pesado su ambición. Tiene momentos de gran cine, pero tarda muchísimo en arrancar emocionalmente. Su primera hora es fría y poco interesante, más allá del afán documental de mostrar las famosas torturas que llenaron horas y horas de televisión durante tantos años y de arrancar una trama que podría haber despegado sin necesidad de una introducción tan pesada y larga. Chastain logra que no se pierda el interés en esos momentos de escasa tensión y eleva la película en sus instantes más destacados. Tanto es su poder en el resultado final de la película que la que estaba llamada a ser su gran escena, el asalto a la casa en la que se escondía Bin Liden, sufre por su ausencia en pantalla. Bigelow hace lo posible por intercalarla, pero sabe que ahí ya no pinta nada. Y por eso lo mejor de la película hay que buscarlo justo a continuación, en la mirada de una Jessica Chastain magnética y sublime. La misma de sus anteriores películas, pero a la vez muy diferente. Genial siempre. ¿El resto? A gusto del consumidor. A mí, sin duda, me parece más película grande que gran película.

lunes, enero 14, 2013

'Jack Reacher', el apabullante carisma de Tom Cruise

Que Tom Cruise desprende un carisma mucho más apabullante que el de la mayoría de estrellas actuales del mundo del cine es algo que, caiga bien o caiga mal, tiene poca discusión. Jack Reacher es, ya desde los carteles centrados exclusivamente en su figura, un ejemplo más de cómo puede sostener una película por sí solo. Pero, y teniendo en cuenta de que en un vistazo apresurado puede parecer una nueva secuela de Misión imposible, la sorpresa está cuando Jack Reacher se convierte en algo más que eso, algo diferente, y alcanza la categoría de thriller notable, con sus defectos pero bien hilvanado, sorprendente hasta el final y con una muy personal y clásica persecución automovilística que obliga a colocar este filme por encima de la media en productos similares, que son muchos. Incluso sin ese carisma de Tom Cruise, la película tiene momentos notables. Con él, se convierte en una muy entretenida experiencia.

Jack Reacher es una de esas películas que evidencian que el cine moderno es conveniente verlo sin saber absolutamente nada. Paramount, distribuidora del filme, parece apoyar la moción con el cartel de la película. Tom Cruise es Jack Reacher. Punto. Pistola en mano y poco más. ¿De qué va la película? Antes de verla, en el fondo da igual porque lo que vamos a ver es a Tom Cruise. Y este no defrauda casi nunca, así que el primer asalta está ya ganado. Luego hay un argumento, por supuesto, basado en la novela de 2005 One Shot, de Lee Child, que desconozco por completo. Dejémoslo en que la película es un thriller de acción que, sin revelar absolutamente nada, arranca de la forma más alejada a lo que uno podría esperar. Porque si es un vehículo para el lucimiento de su protagonista, este tarda un cuarto de hora en aparecer en pantalla. Eso sí, después de una memorable descripción que ya ha convertido su personaje en un auténtico caramelo.

Durante dos horas asistimos a un misterio muy bien llevado casi siempre (aunque hacer visible a un malo arruine parte de la sorpresa) y al que Christopher McQuarrie sabe dar un par de vueltas a la investigación cuando es necesario y sin tener que caer en el absurdo tan habitual en el género. McQuarrie afronta su segunda película como director, tras Secuestro infernal en el ya lejano 2000, aunque es un guionista de igualmente corto recorrido e irregulares resultados. A la interesante Valkiria o la magistral Sospechosos habituales cabe oponer la mediocre The Tourist. Entre sus méritos en Jack Reacher está una intensa y notable secuencia de apertura (din diálogo), un ritmo más que correcto, una forma de rodar muy clásica y una carismática persecución automovilística en la que el objetivo es demostrar que Tom Cruise está siempre al volante del vehículo para protagonizar la secuencia de acción y eso redunda en su brillantez.

Tom Cruise es, insisto, el alma de la película, pero el reparto funciona francamente bien a su alrededor. Viene a ser una pequeña satisfacción rememorar al Cruise joven que buscaba medirse a grandes talentos al verle de nuevo junto a Robert Duvall (con el que hizo Días de trueno allá por 1990) como si fueran dos viejos amigos que se entienden a la perfección. Y es interesante la química del protagonista con Rosamund Pike, o la de esta con Richard Jenkins, un actor que siempre aporta algo interesante a sus personajes aunque aquí tenga poco tiempo en pantalla. Muy poco, aún menos, y es quizá lo que peor sabor de boca deja, tiene un siniestro Werner Herzog, que casi parece desaprovechado para el sobresaliente efecto que produce en sus escasas apariciones. A David Oyelowo le queda la grata parte de ser a la vez y según los vaivenes de la historia el poli bueno y el poli malo. Un reparto sólido que puede quedar algo eclipsado por la omnipresencia de Cruise pero que funciona muy bien.

Jack Reacher es una película que sabe combinar espectacularidad, historia y humor. Quizá lo primero sea lo más comedido, pues tampoco tiene grandes piezas de acción y McQuarrie apuesta mucho más por el misterio y la intriga, pero tiene las suficientes escenas de este tipo como para gustar a los amantes del género. La comedia viene dada por el carisma del personaje central, su particular visión de la vida y la forma en la que afronta los problemas, que le lleva a soltar diálogos cortantes y muy divertidos, adecuados como alivio de la tensión acumulada. Hay momentos que no terminan de justificarse en la historia y quizá le sobre algún minuto a los 130 que dura el filme, pero la experiencia es perfectamente diferenciable de otros vehículos de acción incluso con el mismo actor protagonista y altamente satisfactoria porque Cruise es un intérprete que consigue hacer creíble lo inverosímil. Eso, efectivamente, se llama carisma. No, no lo tiene todo el mundo y sí, sin duda, es uno de los motivos por los que casi siempre es un placer ver sus películas.

viernes, enero 11, 2013

'Amor', emociones devastadoras

Que Michael Haneke es un director que sabe cómo mostrar la crudeza en pantalla es algo que parece fuera de toda duda. Amor es un peldaño más en esa ascensión, y uno de categoría, significativo, porque lo acomete mostrando emociones tan devastadoras que están muy ancladas en la realidad.  Habla del amor, pero sobre todo de cómo ese amor puede morir lentamente y sin remedio a causa de una enfermedad degenerativa que sufre uno de sus miembros de una pareja. Casi con un único escenario, poco más de dos actores soberbios y agarrando al espectador por las entrañas, Haneke compone un durísimo y veraz retrato de uno de los peores trances que puede vivir un matrimonio como éste. Son dos horas de continuos golpes al alma, basados en largos planos, con un tono casi de documental y con el menor número posible de artificios cinematográficos. Haneke quiere que el espectador piense en sus propias vidas, en las de los seres más cercanos y logra una reflexión de categoría que sólo tiene un enemigo, eso sí, buscado y por razones evidentes, la lentitud con la que se mueve el filme.

Amor es una película durísima. Sin contemplaciones ni medias tintas. Uno de esos filmes que hay que tener estómago para revisar una vez visto. Incluso para ver la primera vez. Es, en su relato, una pesadilla irremediable que va minando poco a poco el amor de una pareja perfecta que ha alcanzado sin fisuras la tercera edad. El retrato de esa felicidad inicial es breve y poco a poco se va haciendo más sombrío. Hermoso, porque pocas cosas hay más bonitas que la entrega incondicional a la persona amada en su hora de debilidad, pero trágico a la vez porque poco puede haber más sobrecogedor que ver como la persona más importante en una vida se puede convertir en la mayor carga. Con el prólogo, que convierte la película en una narración en flashback, deja bien claro que el final va a estar a la altura del castigo al que somete al alma durante las dos horas que dura el filme. Pero no importa el final, que deja además cabos sueltos que cada espectador atará como crea más conveniente, sino el tránsito hacia el mismo. El silencio que acompaña a los títulos de crédito es el silencio en que se queda el propio espectador, el que inunda el patio de butacas.

La dureza de Haneke no proviene solo de la historia, sino también de la forma en que la afronta y la muestra. Su mirada es calmada y lenta. Apuesta por planos largos dentro de escenas aún más largas, cada una de ellas difícil de eliminar del conjunto a pesar de que su ritmo a veces engañe pidiendo un recorte de montaje. No lo necesita. Es más, podría dañar el conjunto final. Apuesta por colocar una cámara que mire sin artificios, con la misma calma y quietud que inspira la historia. Y todo eso hace que la película tenga, efectivamente, un ritmo lento. Todas estas son elecciones conscientes y que tienen una explicación más que lógica. Haneke quiere y consigue introducirnos en el modo de vida de la octogenaria pareja protagonista, primero en sus inquietudes mundanas y después en la forma de afrontar los problemas derivados del ataque que sufre ella.

Claro que Haneke no habría conseguido tanto sin las prodigiosas interpretaciones de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. Son ellos los que consiguen que la sensibilidad, la ternura, la emoción y el dolor acaben atravesando la pantalla y aterrizando en la sala, atacando sin piedad la sensibilidad de quienes contemplan su dura experiencia. Ambos protagonizan un hermosísimo duelo, aportando muchísimo al espíritu de la película de una forma extraordinaria. Trintignant y Riva ofrecen matices sobrecogedores a cada estadio de la enfermedad que sufre la mujer. Él pasa de una serenidad admirable a una furia soterrada, combinada con momentos oníricos impagables. Ella se convierte en un impresionante retrato de la decadencia, de la muerte en vida, de la desilusión creciente. Es imposible quedarse con uno u otro. Ambos están sencillamente enormes. Isabelle Huppert, dando vida a la hija del matrimonio protagonista, pone también de su parte para cerrar un conjunto magnífico.

Siendo Amor la sorpresa de las nominaciones a los Oscar, la gran ganadora de los Premios del Cine Europeo (mejor película, director, actor y actriz) y el filme que consiguió la Palma de Oro en el Festival de Cannes, es obvio que Haneke tiene a la crítica en el bolsillo. No me siento tan profundamente vinculado a su cine y, por ejemplo, de La cinta blanca esperaba mucho más. Pero Amor toca todas las fibras sensibles con una sencillez admirable, con diálogos tan certeros como verosímiles y con miradas y gestos que lo dicen todo. El deterioro físico que va mostrando Riva durante la película es sobrecogedor, pero Trintignant no se queda atrás a la hora de acompañar con el sufrimiento psicológico de la situación que está viviendo. Al final cada uno va absorbiendo el dolor del otro, a su manera, sin estridencias, con la normalidad de la costumbre. Y el amor sigue ahí, las emociones se transparentan en todas las escenas, pero todo lo bueno se ha transformado en algo muy diferente con una delicada maestría cinematográfica, la de Haneke y sus actores. Y en solo dos horas devastadoras.

jueves, enero 10, 2013

'El hombre de las sombras', de la intriga al sinsentido

El hombre de las sombras (traducción que tira por elevación en la grandilocuencia para evitar la directa de The Tall Man, El hombre alto) es una película extraña. Comienza como una intriga bastante tradicional, por un momento parece que va a pegar un salto diferencial importante con respecto a otras películas similares (de las de madre/padre que busca a hijo desaparecido sin la ayuda de nadie y ante una amenaza de corte o apariencia sobrenatural que todo el mundo teme y cuyo secreto alguien conoce y esconde), y finalmente, por desgracia, acaba sumergida en el más absoluto de los sinsentidos. Y es que está muy bien que se quiera sorprender al espectador, pero no se puede decir una cosa y la contraria, no se puede justificar cualquier comportamiento con tal de que la sorpresa funcione aunque sea durante un segundo. El hombre de las sombras, del francés Pascal Laugier, es una película extraña que no termina de llegar a ninguno de los sitios que parece proponerse.

Al mirar el cartel de la película queda claro cuáles son sus dos reclamos. Por un lado, y en primer plano, Jessica Biel, lo que resulta algo pobre porque no parece una de esas actrices que, por popular que pueda ser, atraiga público por sí sola. Por otro lado, y acechando desde atrás, el hombre de las sombras, o lo que es lo mismo, el toque fantástico y siniestro de una historia de desaparición de niños. La protagonista cumple, sin más, lo que no es poco teniendo en cuenta que su personaje no está del todo bien desarrollado (y eso se ve en alguna escena de forma individual pero, sobre todo, después de ver todo el conjunto). El toque fantástico no. Y no lo hace por razones que en realidad no se pueden contar sin destripar la película. Como aquí no me gusta explicar los filmes con spoilers, hay muchas cosas de las que no se pueden hablar y da la impresión de que eso empieza a ser algo buscado en este tipo de cine. Es decir, que los giros son bruscos y fundamentales precisamente para que el crítico sienta la debilidad de no estropear la sorpresa y, por tanto, de valorar como se merecería la película.

Porque El hombre de las sombras se basa en una sorpresa intermedia, un giro argumental que pone patas arriba parte de lo que se ha visto durante la primera mitad. Y el caso es que, durante un segundo, parece una opción terriblemente interesante y original. Pero después de ese segundo arranca la reflexión y es evidente que la película está cargada de trampas e imposibles que se van confirmando con cada escena que pasa y que se rematan en un final endeble. El comienzo es prometedor, ofrece una atmósfera propicia para una película de terror o al menos para un thriller de misterio, en función del camino más o menos fantástico que desee recorrer, pero poco a poco el globo se desinfla solo. No sólo en lo argumental, sino también en lo cinematográfico. Hay escenas rodadas de forma torpe y poco espectacular (por ejemplo, la huida en la camioneta) y sólo lo más tópico del género (el perro o esos personajes que uno busca y que siempre se escabullen misteriosamente antes de alcanzar el lugar donde estaban) funciona si no se tienen muchas pretensiones.

Una vez terminada, lo cierto es que parece claro que El hombre de las sombras quería plantear un debate moral, pero es también evidente que no lo consigue, porque el envoltorio no está a la altura ni aprovecha algún camino interesante que aparecía sembrado en el guión (ese peculiar altar con fotos de los niños desaprecidos). El guión es descuidado y va perdiendo fuerza. Lo mejor está en los actores, que hacen una labor sólida y, en realidad, titánica para creerse lo que están interpretando, pero no hay nada que destaque especialmente. Es una cinta floja que sólo tiene el interés de descubrir cuál es el misterio que se esconde tras la premisa argumental. Pero que nadie intente encontrarle sentido a todas las escenas porque lo complicado es encontrar alguna que sea coherente con la siguiente. Para disfrutar de un par de secuencias de misterio y muy poco más.

lunes, enero 07, 2013

'Así somos', la importancia de un reparto con el que empatizar

Películas como Así somos cruzan la barrera del aprobado por encima o por abajo en función de su reparto. La historia es sencilla, humana, cálida. Una historia real, que resuena la advertencia desde el inicio de la película. Carne de telefilme de sobremesa. La diferencia la marca, decía, el reparto que dé vida a esa historia. Si genera empatía, la película puede funcionar. Si no lo consigue... Telefilme totalmente olvidable, sea cual sea el canal de distribución que logre alcanzar. Así somos se estrenó el pasado verano en Estados Unidos y se ha tomado sus seis largos meses en llegar, y de forma muy modesta, a España. Pero su reparto lo encabezanChris Pine, Elizabeth Banks, Olivia Wilde y Michelle Pfeiffer. Prueba superada. Siendo una historia sencilla, es también una película que tiene la capacidad de llegar al espectador. Eso no quiere decir que lo haga en todos los casos, porque cada espectador es un mundo, pero puede hacerlo. Y eso, sin duda, es mérito de su reparto.

En el Hollywood actual hay mucha gente que juega al despiste o, visto de otra forma, que toca palos tan distintos que es imposible ubicarles. Así somos es la primera película como director de Alex Kurtzman. Tras dar el salto desde la televisión, ha firmado como guionista y junto a Roberto Orci películas tan dispares como las olvidables La isla, Transformers y su primera secuela (las tres para el inefable Michael Bay), la alocada Cowboys & Aliens o las más interesantes Misión imposible III y Star Trek. Todas ellas son películas de gran presupuesto, de efectos especiales y de ciencia ficción. Y el desembarco de Kurtzman en la dirección es con este drama humano. Cuanto menos, curioso. Más allá de la corrección y de caer en algún tópico de montaje, poco más se puede decir de su labor. Como guionistas, son solventes. Lo han demostrado. Aunque también, mirando esos títulos de ahí arriba, da miedo lo que pueden hacer. Pero aquí funcionan.

Pero entra en juego el reparto. Chris Pine, cabeza visible de la nueva generación de Star Trek, está en un momento en el que todavía no ha demostrado ser un actor notable. Pero es indudable que se hace con sus personajes y aquí experimenta muchos vaivenes emocionales que hacen empatizar con él. Elizabeth Banks es una actriz a la que tengo bastante aprecio. Pese a haber trabajado con Oliver Stone Sam Raimi o Paul Haggis, puede que no haya sabido venderse tan bien como otras de su generación (nació en 1974). Y siempre cumple. Olivia Wilde es un caso extraño en el Hollywood actual. Es un bellezón al que no le importa bajar al mundo terrenal y hacer papeles secundarios como este. Y eso le honra. No va por el camino fácil y eso despierta mis simpatías. Y llegamos a Michelle Pfeiffer. Verla es comprender la falsedad que hay en relacionar belleza y juventud. Es lamentar que Hollywood no suela tener lugar para actrices de su edad. El conjunto, incluso sin que el niño de la historia, Michael Hall D'Addario sea especialmente carismático, basta para que Así somos sea una película agradable de ver.

No hay mucho más en esta película, pero tampoco mucho menos. Es un filme de personajes anclado en el mundo real. Sin artificios ni dobleces. Con problemas cotidianos en una situación extraordinaria. No encierra originalidad, grandes conflictos intelectuales ni profundos debates. Y eso que puede ser una de sus mejores bazas es también uno de sus grandes defectos, pues no todos los públicos aceptan estos dramas basados en hechos reales con la misma facilidad. Pero en cualquier caso el filme discurre con simpatía. Sus protagonistas apelan a una sensibilidad muy personal y humana. Los actores se creen sus personajes y hacen que el espectador se los pueda creer. No es una tarea tan fácil como pueda parecer, porque no tienen en sus manos una historia de esas más grandes que la vida en la que escudarse o en la que buscar momentos memorables. Pero convencen las lágrimas, las sonrisas, las discusiones y los gestos. Convencen los actores. Y sobre todo por eso Así somos se gana un aprobado holgado.

viernes, enero 04, 2013

'The Master', el aplauso fácil

The Master es una de esas películas que me descoloca. Formalmente hermosa y maravillosamente interpretada. Pero la sensación de vacío que me deja al salir del cine es igualmente enorme. Y no es la primera vez que me pasa con Paul Thomas Anderson, por lo que parece evidente que estamos ante una tendencia en su cine. El caso es que la película ha encandilado a la crítica. Fue la triunfadora del Festival de Venecia, ya está nominada a los Globos de Oro y suena con fuerza para los Oscars. Las estrellas le caen de cinco en cinco en cada crítica que encuentro. Y, sin embargo, no le encuentro propósito, guía o mensaje. La veo pretenciosa y muy olvidable. Me pregunto qué habría sido de esta misma película dirigida por un realizador desconocido y protagonizada por actores que no logren la excelencia de Joaquin Phoenix o Philip Seymour Hoffman. Y me pregunto si The Master no es una de esas películas que recibe el aplauso más fácil casi por obligación y no tanto por convicción.

La película, la larga película que ronda las dos horas y media (nada nuevo en el horizonte: Pozos de ambición, 158 minutos; Magnolia, 188; Boggie Nights, 155), gira en torno a un veterano de la Segunda Guerra Mundial, Freddie Quell (Joaquin Phoenix), que tiene dos problemas. Por un lado, una adicción al alcohol que le lleva a realizar sus propias y contundentes mezclas, no aptas para todos los hígados. Por otro, una adicción al sexo, que se muestra un poco a conveniencia a lo largo de la película. Por ello, Freddie tiene graves problemas para encajar en la sociedad que se encuentra tras la Guerra. De alguna forma acaba en el barco de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), líder de una especie de colectivo pseudoreligioso que no parece separarse mucho de lo que vendría a ser la Cienciología, y se acaba convirtiendo en una mezcla entre un conejillo de indias y un discípulo aventajado que Dodd moldea a su gusto.

Phoenix y Hoffman están espléndidos. Son el sustento con mayúsculas del filme. Agradecen lo extremo de sus personajes y protagonizan escenas enormes. Hacen un gran esfuerzo en la película por asumir el rol que les ha tocado, incluso a pesar de la enorme indefnición en algunos aspectos como su edad, y triunfan en todas las escenas que protagonizan y, en su mayoría, comparten. Pero que la película tiene problemas en la construcción del resto del armazón se evidencia, sin ir más lejos, en el papel de Amy Adams, que interpreta a la esposa de Dodd. Su presencia es tan intermitente, como la de la mayoría de los demás personajes del filme, que incluso con su trascendente escena final no consigue variar el rumbo de una película que, realmente, no es fácil determinar si lo tiene. ¿Qué quiere contar The Master al final? La imprevisibilidad de sus personajes y una acusada falta de empatía impiden entrar tan de lleno como le gustaría al director y guionista en el juego que propone Paul Thomas Anderson.

Quizá ese sea el principal problema de The Master. Que el Paul Thomas Anderson director y el Paul Thomas Anderson guionista no terminan de encontrarse. Y el primero domina claramente sobre el segundo. La película encierra planos hermosos, casi poéticos, pero no parece necesitar tanto metraje (como en la aburrida Pozos de ambición). Muchas escenas que están funcionando acaban siendo menos impactantes por su larga duración. Y algunas de las ideas que su autor quiere que parezcan trascendentes, como el control que ejerce el maestro sobre el discípulo o la obsesión sexual del protagonista, quedan apenas esbozadas en otras escenas. Como dice uno de los personajes sobre Dodd, da la impresión de que el autor de los discursos se los está inventado sobre la marcha. No termino de ver dónde está el objetivo de la película ni quién es su verdadero protagonista. Lo veo tan difuso que, sin ánimo de pretender que el cine dé todas las respuestas a un espectador cómodo, acabo pensando que el comportamiento del director es más pretencioso que elevado.

Y es que con Paul Thomas Anderson tengo siempre la sensación de que me está contando cosas que no comprendo, que está filosofando en exceso sobre cuestiones que ni él mismo parece tener claro dónde le van a llevar. The Master no solo no es una excepción, sino la confirmación de que esas es una de sus características como autor. Es evidente que tiene talento para la construcción de imágenes, pero al mismo tiempo sus películas se escabullen entre mis recuerdos hasta el punto de no dejar huella. Y más allá de la memorable interpretación de Phoenix (borda el lenguaje gestual y da una personalidad única a su personaje) o la brillante, como casi siempre, de Hoffman, no me siento capaz de rescatar mucho más de un filme pretencioso y aburrido. Esta opinión, no hay por qué esconderlo, va a ser casi la excepción en el mar de alabanzas que ha recibido el filme. The Master cuenta con el respaldo absoluto e incondicional del grueso de la crítica. Yo no acabo de entender las razones, pero supongo que esa es una de las grandezas del cine, la disparidad de opiniones.