viernes, noviembre 30, 2012

'El origen de los Guardianes', una fábula trepidante

Parece sencillo establecer un paralelismo entre El origen de los Guardianes y Los Vengadores. O La Liga de los Hombres Extraordinarios. Es esta versión en dibujos animados de la serie de libros escritos por William Joyce la película de superhéroes de la fantasía tradicional. ¿Acaso no son superhéroes a su manera los Guardianes? ¿Y en qué otro mundo que no sea en el de la fábula tienen cabida Santa Claus, el Hada de los Dientes, el Creador de Sueños, el Conejo de Pascua y Jack Escarcha? Pues ahí está la mezcla que ofrece esta película. Una mezcla que funciona gracias a un ritmo trepidante, un humor bien servido y un diseño magnífico, preciosista y cargado de detalle, aunque a veces excesivamente exagerada en sus movimientos de cámara. En cualquier caso, y gracias a su desbordante imaginación, esta es una película para niños y para adultos, con las clásicas lecciones morales del cine de dibujos animados para los más pequeños y un acabado de gran factura para que la película entretenga también a los mayores.

Dreamworks ha encontrado un buen camino en la fantasía y la ciencia ficción. Monstruos contra alienígenas (la más floja de todas), Cómo entrenar a tu dragón, Megamind y, ahora, El origen de los Guardianes, siendo películas completamente diferentes entre sí, marcan un terreno en el que la productora se mueve muy a gusto. Más que en la agotada fórmula de Shrek o el dominio del reino animal de Madagascar o Kung-Fu Panda. Son estos títulos de fantasía filmes que conjugan con acierto la magia de la historia con el deslumbre visual, con un ritmo alto y en ocasiones trepidante, aptas para los más pequeños, con algún toque siniestro que evite caer en la ñoñería más lacrimógena o manipuladora y aspectos que puedan apreciar los adultos. El origen de los Guardianes es, en ese sentido, un muy buen producto, entretenido y de gran acabado visual, aunque, obviamente, está aún muchos peldaños por debajo de la excelencia en animación de Pixar.

Nada más ver a los protagonistas, surge una duda. Santa Claus, el Hada de los Dientes, el Creador de Sueños, el Conejo de Pascua y Jack Escarcha son conceptos anglosajones. El primero encuentra una traslación sencilla en Papá Noel, y el Conejo puede tener cierta aceptación, pero es complicado que niños españoles encuentren una identificación rápida y directa para el Sandman original o, sobre todo, el Hada de los Dientes, porque en España hay otro personaje que se ocupa de su tarea. Ese problema queda de alguna manera solventado con un gag sencillamente espectacular con el Hada como protagonista. Y es que el humor, un acierto enorme, se convierte rápidamente en la baza que puede suplir la falta de conocimiento que los niños puedan tener de los héroes de la película. Las pequeñas hadas, los yetis y los duendes son el motor de las risas, los protagonistas de los momentos más divertidos, sin que eso impida que el Hada, el Conejo, Santa Claus o el Creador de Sueños tengan también sus escenas cómicas.

Aunque es una película muy efectiva y notable, no tiene El origen de los Guardianes una estructura especialmente rompedora ni es innovadora en exceso. Los más críticos quizá verán que las inevitables lecciones morales proceden de otras películas de corte similar. Pero eso no merma en absoluto la capacidad de entretenimiento y disfrute emocional y visual que encierran sus 97 minutos (conviene esperar a que pasen los primeros créditos finales para ver pequeños y divertidísimos epílogos). La atmósfera es, sin duda, el gran logro de la película. Se respira magia y el villano, el Coco (más concretamente podría haber sido el Hombre del Saco, Boogeyman en el original), es tan aterrador como permite serlo una película de dibujos animados. El aspecto visual de la película, desde lo más luminoso y detallista a lo más oscuro y amenazante, es formidable. Y como la atmósfera funciona, es un detalle muy agradecido que no se haya recurrido a voces de famosos que se carguen esa sensación.

El origen de los Guardianes encuentra su aspecto cinematográfico más flojo en la obsesión de convertir parte, al menos solo parte, de las escenas de acción en confusas montañas rusas en las que es difícil seguir el movimiento de los personajes. Salvando ese detalle, nada chirría y todo divierte. Los personajes están construidos con sensatez a partir de los conceptos más tradicionales (siempre teniendo en cuenta que son anglosajones), y se mueven con soltura en el difícil equilibrio entre el respeto a las tradiciones y la necesaria adaptación a una historia de fantasía moderna. Y con eso se consigue una aventura espléndida, que no aburre en ningún momento, que despierta numerosas risas, que ofrece planos e imágenes deslumbrantes y que, aunque sea durante hora y media, llega a hacer que el espectador se sienta como alguno de los niños que aparecen en la película, felices de disfrutar con la fantasía. Y es que nunca hay que dejar de creer, porque de vez en cuando uno se encuentra con películas tan recomendables como esta para seguir haciendo que la magia esté en nuestras vidas.

martes, noviembre 27, 2012

'Fin', el exceso del mcguffin

El mcguffin es uno de los recursos cinematográficos más difíciles porque se corre el riesgo de que el espectador entienda la película como carente de explicaciones. El mcguffin es una excusa que pone en marcha una historia y que, al final, no tiene ninguna importancia. Fin no llega a basarse exactamente en un mcguffin pero viene a seguir esa idea. Plantea un escenario y, con mucho misterio de por medio, no lo explica. Lo que sucede es que, una vez se ha terminado la película, se puede considerar un exceso. Faltan efectivamente explicaciones, un final más tangible para una historia que ronda la hora y media y que apuesta por una tensión creciente y por dejar pistas sobre ese misterio que, en realidad, no solo no llega a resolverse sino que tampoco importa tanto como debiera. Jorge Torregrossa debuta en el mundo del largometraje con eficacia, con una buena puesta en escena, con escenas logradas, pero Fin no termina de colmar las expectativas a pesar de que reúne unas cuantas virtudes.

Cuando una película se presenta como un misterio cuesta hablar de ella. Se encuentran pistas, de hecho, en la sinopsis, en el trailer, incluso en las fotografías promocionales, y eso siempre juega en contra del resultado final. Por eso, apenas se puede hablar del contenido sin destripar más de lo que conviene. Pero sí se puede decir que Fin es una película que se divide en dos partes... y que en realidad echa en falta una tercera. En la primera se presenta a los ocho protagonistas del filme, todos ellos salvo Eva, mucho más joven que el resto del grupo y que llega junto a Félix a una reunión de viejos amigos que llevan años sin verse. Es esa primera parte cuando se afianza lo mejor de Fin, el desarrollo de los personajes. Es fácil, muy fácil, adentrarse en ese grupo de amigos, ir comprendiendo resquemores pasados, relaciones pasadas y problemas no resueltos. Los personajes funcionan juntos, relacionados entre sí y por separado. Eso, sin duda, es lo mejor del filme, que tiene un guión de Sergio G. Sánchez y Jorge Guerricaechevarría basado en la novela de David Monteagudo.

En esa noche en la que se reúnen estos viejos amigos en una casa rural perdida en el campo ocurre algo inesperado e impactante.. pero que tampoco se llega a ofrecer con la nitidez necesaria como para ser considerado un mcguffin. Y lo que sucede se mueve entre lo que no merece la pena desvelar y lo que la película no termina de conjuntar de forma adecuada. La premisa en la que estos nueve amigos se enfrentan a lo desconocido cuando en realidad apenas se pueden soportar entre sí por algo que tampoco se conoce desde un primer momento es un escenario interesante. Bien desarrollado en escenas sueltas, pero que transportado a la película de género que pretende ser Fin se queda corto. Es a partir de la llegada del misterio, al final del primer acto, cuando la película decae. Lo cierto es que sucede con mucha frecuencia que lo que durante el visionado parecer ser algo importante, queda al final como un detalle inexplicado o no demasiado trascendente. La tensión que sí consigue generar Torregrossa con su forma de rodar (salvo en la persecución en bicicleta, algunos de cuyos planos parecen demasiado falsos) se pierde con la resolución de la película.

Como Fin destaca por la caracterización, entre lo mejor hay que destacar el trabajo del reparto. La película comienza poniendo el foco en los personajes de Daniel Grao y Clara Lago, que llevan bien el peso de las presentaciones. Pronto destacan con mucho oficio Maribel Verdú (la tristeza y la melancolía que desprende son maravillosas) y Antonio Garrido (el más acertado en la primera parte de la película, eje emocional de muchos de los conflictos que se cuecen). Y al final convence muchísimo el trabajo que hace Carmen Ruiz, porque el suyo se convierte, de largo, en el personaje más accesible y el que mayor empatía genera. Blanca Romero, Miquel Fernàndez y el debutante Andrés Velencoso, muy conocido por su trabajo como modelo, tampoco desentonan. No conozco la novela de la que procede el filme (el prólogo, tan brillante es su añadido como tramposa su resolución, quizá sea una buena muestra de las novedades), pero si de allí procede lo esencial de la caracterización también hay que felicitar a los guionistas por quedarse con lo esencial y necesario.

Fin funciona en la construcción y en el aspecto visual, en los personajes y en muchos aspectos de su atmósfera, pero no termina de llegar a lo que pretende en el efecto final, que es convencer como película de género tanto como en el desarrollo del pasado y el presente de estos ocho personajes. Y es una pena porque la película daba para más en su planteamiento. El problema no está en que no dé explicaciones y pida colaboración al espectador. No es una cuestión de comodidad. Lo que falla es que plantea los misterios con escenas y argumentos que al final no parecen encajar en el mismo desarrollo. Aún así, se agradece el intento de Jorge Torregrossa, que se presenta como un director interesante y a tener en cuenta, que ha sacado buenas interpretaciones de actores noveles, consolidados y televisivos, cambiando incluso sus registros, y ha encontrado claves para construir un buen largometraje. Eso sí, Fin no las tiene todas, no. Es una película perfecta para comprender aquello del vaso medio lleno o medio vacío.

domingo, noviembre 25, 2012

'César debe morir', el enorme poder del cine

Salir de la sala pensando que César debe morir es una película que resume el enorme poder del cine es el mejor resumen que se puede hacer de la experiencia de ver este singular drama carcelario. Porque eso es lo que es. No es un documental sobre unos presos interpretando el Julio César de Shakespeare, aunque todos sus actores sean presos reales. Lo que se ve en pantalla es un enorme guión que juega con la realidad y con la ficción para proclamar el amor por el arte y la capacidad de que éste libere el alma de un hombre aunque su cuerpo esté preso. Los escasos 80 minutos que dura César debe morir quedan como un hermoso experimento a medio camino entre el cine, el teatro y la vida, que deja una profunda sensación de bienestar. Y deja aún mejor cuerpo saber que semejante lección de vitalidad cinematográfica la han perpetrado como directores y guionistas Paolo y Vitorio Taviani, dos cineastas que acaban de cumplir 81 y 83 años. Nada más y nada menos.

Antes de seguir, quizá procedan varias advertencias. En primer lugar hay que recordar que César debe morir es la película que se llevó el Oso de Oro en el pasado Festival de Cine de Berlín y la que representará a Italia en los Oscar del próximo año. En segundo lugar, que parte de un hecho real, los talleres de teatro que se realizan en varias prisiones italianas, para rodar una historia de ficción. Los actores son todos presos en la actualidad, salvo Salvatore Striano, que interpreta a Bruto, y que ya quedó libre tras cumplir seis años de cárcel. La idea de que estos mismos actores representaran Julio César es de los Taviani, que contaron con la ayuda del director teatral Fabio Cavalli, imprescindible para que el montaje de la obra fuera verídico. Y en tercer lugar, que hay dos características de la película que la elevan por encima de lo que el proyecto apuntaba, que solo esté rodada en color la representación con que se abre y cierra el filme y todo lo demás, un enorme flashback, sea en blanco y negro, y que los distintos acentos regionales que se escuchan en la versión original en italiano sean parte integral e insustituible de la película.

Con esos detalles en mente, lo que ofrece César debe morir es un brillante ejercicio metalingüístico, en el que cada frase del guión encuentra dobles significados y las palabras de Shakespeare sirven para ilustrar la pesada losa que llevan sobre sus hombros estos presos, algunos de los cuales no volverán a saborear la libertad, una sensación que crece hasta estallar con la frase final de la película (sé que vender es imprescindible para cualquier película, pero colocar dicha frase en el cartel me parece un gran error). Hay veces en que uno no sabe si están hablando los reclusos, delincuentes de la camorra y de la mafia; los actores, unos hombres que han redimido sus pecados (que no sus penas) y han descubierto un mundo nuevo; o los personajes, los César (imponente Giovanni Arcuri), Bruto (intenso Salvatore Striano) y Marco Antonio (creciente  Antonio Frasca) dramatizados por Shakespeare. O los tres, que en eso parece consistir el juego de los hermanos Taviani.

César debe morir no es una película sobre una representación teatral. Es mucho más que eso. Es el retrato de la pelea interna de unos hombres que buscan en sus vidas, en sus crímenes y en sus sensaciones, la motivación para entender la traición al César shakespeariano. No hay suspense en cómo va a resultar la obra, pues es un enorme acierto de los hermanos Taviani colocar al principio instantes de esa representación en color y convertir toda la película es un gigantesco flashback. No hay intriga en saber si la redención artística servirá para que alguno de estos hombres salga a la calle, y eso queda claro desde que los delitos y el tiempo de condena aparece sobreimpresionado para presentar a los actores de la obra y del filme. Pero su lucha, su búsqueda de emociones y, en último término, su representación de los papeles acaban convirtiendo la película en un hermosísimo espectáculo de contemplar y en un impresionante canto de amor al arte en general y al cine en particular. Brillante.

viernes, noviembre 23, 2012

'Golpe de efecto', los tópicos no pueden con Clint Eastwood

Que Clint Eastwood aparezca en pantalla es razón más que suficiente para ver una película. Golpe de efecto (horrendo título español para Trouble with the curve) es una película simpática, amable, tópica por encima de todo, aunque con algún que otro elemento de interés que excede lo previsible de su guión y, sobre todo, de su resolución. Pero con Clint Eastwood el filme es mucho más que eso. Porque supone una nueva oportunidad de verle actuar después de haber anunciado que no lo haría más. Porque da igual que su personaje recuerde a otros, siempre tendrá un arrollador carisma que borrará todos los defectos. Porque encuentra en Amy Adams la mejor contrapartida femenina en muchos años (¿la mejor sin más?). Se recordará Golpe de efecto por la presencia de Clint Eastwood, aunque el hecho de que aparezca en la película sea un favor personal que le hace a su habitual director de segunda unidad, Robert Lorenz, en su debut como realizador. El resultado, en cualquier caso, es un título digno, bien hecho y bastante entretenido.

Cada vez que se estrena una película con el beisbol como telón de fondo parece que son necesarias más explicaciones de las necesarias. Una vez más, no, no es una película para fans de este deporte tan americano que los demás mortales no serán capaces de entender o disfrutar. Es una película decente, correcta y que se deja ver con sumo agrado. Quizá sí le saquen algo más de jugo a algunas escenas quienes entienden algo de deporte (en general, no necesariamente sobre este), porque comprenderán muchas de las motivaciones de los personajes con mayor facilidad. Pero no es una película de beisbol. Aún así, insisto que solo para quienes quieran entender esas conexiones, es divertido colocar esta película como la antítesis de Moneyball. Aquella genialidad quizá no lo suficientemente bien valorada era el retrato de la nueva forma de entender el deporte que daba la tecnología. Golpe de efecto es lo contrario. Es la glorificación de los métodos más tradicionales. Y por eso la presencia de Clint Eastwood es sencillamente sublime.

El director de Sin Perdón, Mystic River, Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima y tantas otras maravillas no actuaba desde Gran Torino, de 2008. Y no lo hacía en una película que no dirigiera él mismo desde En la línea de fuego, de 1993. Solo por ese detalle, Golpe de efecto es ya una película apreciable. Clint ya sabe llorar, y emociona al hacerlo, pero domina mucho más los registros que le convirtieron en un icono. Es imposible no ver en este Gus Lobel, un viejo ojeador de béisbol que empieza a sufrir problemas de vista y al que algunos en su equipo quieren jubilar para dar paso a nuevos métodos (recordemos, de nuevo, la escena de Moneyball en la que Brad Pitt se enfrenta a su equipo de ojeadores), trazas del Walt Kowalsky de Gran Torino y, por qué no decirlo, por extensión también del mítico Harry Calahan (en el flashback de la película casi se ve al viejo Harry el Sucio). Clint, nunca suficientemente valorado como actor aunque sí como director, domina como nadie personajes como este. Y solo por escucharle gruñir (sí, gruñir) en pantalla ya merece la pena la película (y más en versión original).

La película es tan correcta como tópica. El padre gruñón, la hija responsable con la que apenas es capaz de comunicarse, el joven que aparece para recordar su admiración por el padre y se va enamorando de la hija... y de fondo un tema más o menos pintoresco que aquí es el béisbol. Nada nuevo, nada que chirríe, y todo encaminado a un final más que previsible. Pero por el camino, como decía, Clint Eastwood se topa con la mejor réplica femenina que ha encontrado en años. Amy Adams es una actriz deslumbrante que arriesga en cada papel que hace. Golpe de efecto no es una excepción, sino una confirmación. Una más. Como La duda o The fighter, por citar dos de sus grandes trabajos. Hay tantos matices en su mirada, en su rostro, en su sonrisa contenida y en sus lágrimas que merece la pena detenerse en cada plano en el que aparece. Justin Timberlake asume el papel de secundario en esa relación. No es más que el empujón dramático de algunas secuencias, pero funciona con corrección. Y, una vez más, es un placer ver al mejor John Goodman. Que haya juntado este trabajo con Argo es una espléndida noticia.

Pero hay que asumir que la razón principal para ver Golpe de efecto es Clint Eastwood. Se le vende como protagonista de la película, y da la sensación de que su papel se ha alargado, cuando en realidad el motor del filme siempre parece asumirlo con más claridad el personaje de Amy Adams. Y eso no es malo, porque Clint siempre será Clint. Nunca es tarde para recordar que podemos estar ante una de sus últimas interpretaciones y que verle en una película de estreno será un placer que no tendremos para siempre. Por eso vale la pena disfrutar de Golpe de efecto. Por eso y por su envidiable química con la espléndida Amy Adams. O por esos diálogos de viejos cascarrabias sobre cine (delirante el diálogo comparando a Ice Cube... con Robert De Niro). O, también, por ensalzar los valores del deporte que tan bien quedan en el cine norteamericano. Aunque sea blanda, con algún toque siniestro a lo Mystic River o Gran Torino, no hace daño ver una película amable de vez en cuando. Y más con Clint, tan grande como siempre.

viernes, noviembre 16, 2012

'En la mente del asesino', un desbarajuste amable

Tenemos una película que originalmente se titula Alex Cross y llega a España como En la mente del asesino. Algo chirría ya desde esa elección. Suena a algo así como "vamos a hacer una película con un personaje conocido que en realidad no lo es tanto y le vamos a poner un título llamativo y rimbombante para llamar la atención de quien no le conozca". Alex Cross es el policía que interpretó Morgan Freeman en El coleccionista de amantes y La hora de la araña. Conocido pues, sí, pero poco. Y como el actor escogido para interpretarlo, Tyler Perry, no es en absoluto tan popular como Morgan Freeman en España, pues nos centramos en el malo. El cartel de En la mente del asesino pasa del protagonista y es un primer plano de Matthew Fox sobre un fondo urbano que no dice gran cosa. Pinta mal, ¿verdad? Pues el resultado está a la altura de las expectativas. Es decir, es un desbarajuste. Amable, si se quiere, pero un desbarajuste.

Lo es por dos cuestiones muy claramente identificables. En primer lugar, un guión escasamente trabajado, que incluye secuencias que no dicen absolutamente nada (la primera, una tópica persecución sin carga dramática), que prescinde de los personajes a conveniencia y sin sentido, que plantea dilemas morales que en el fondo no le interesan y que abusa de la paciencia del espectador resolviendo situaciones de forma absolutamente inverosímil. Falla incluso en la construcción de los personajes, maniquea y tramposa. En segundo lugar, la dirección de Rob Cohen. Cuando leo su nombre me acuerdo siempre de la hermosa Dragonheart, pero aquello fue hace demasiado tiempo. Su labor es confusa e imprecisa, no entiende el ritmo y convierte el clímax de la película es una imposible sucesión de movimiento de cámara y unas absurdas ralentizaciones de la imagen que no tienen demasiado sentido.

Es difícil encontrar aspectos que motiven durante el visionado de la película cuando te estás preguntando si toman al espectador por tonto al introducir detalles que no tienen importancia alguna  (la habilidad del asesino como dibujante, ¡que incluso da nombre al personaje!), por qué parece que no tiene ninguna relevancia argumental ni emocional uno de los personajes principales al desaparecer inexplicablemente de la trama, cuando la película quiere basarse en una subtrama sin trascendencia que no se aclara hasta un epílogo que realmente ya no le importaba a nadie y cuando se intentan establecer falsos y acartonados debates morales (aquello de los efectos de la venganza en los tipos buenos). Si faltaba algo para despistar, ahí está la obsesión de mover mucho la cámara para que parezca que suceden más cosas en la pantalla.

Los actores hacen lo que pueden, pero no hay mucho que rescatar con esa materia prima. Tyler Perry pierde en cualquier comparación posible con Morgan Freeman y no consigue que su personaje tenga el carisma suficiente. Cumple en esto de rejuvenecer personajes que tanto gusta a Hollywood, pero sustentar la película (que, insisto, lleva el nombre del personaje como título original) en su trabajo es algo complejo. Matthew Perry se aprovecha de la atracción que siempre genera el villano de la historia, bordeando el histrionismo más efectivo y el más facilón según las escenas, pero sufre con un guión que no hace justicia con las posibilidades que tenía. A Rachel Nichols le toca lo que ya le tocó en Conan el bárbaro: ser la belleza de la función y poco más. Jean Reno está para dar caché y no lo consigue con un personaje pobre. Y Edward Burns tiene un rol que podría tener una importancia clave con la película construida de otra forma pero solo es el interlocutor de los diálogos más cotidianos y un recurso que usar cuando no hay otra explicación posible. Ninguno destaca especialmente.

En la mente del asesino es un thirller del montón, que juega sus únicas bazas en proceder de la serie de novelas de James Patterson, que rozan la veintena de títulos, y en el recuerdo que pueda tener el espectador del precedente doble de Morgan Freeman dando vida a Alex Cross. Porque, por lo demás, lo mejor que tiene la película es que coge un ritmo intenso en su segunda mitad y sus 102 minutos se pasan relativamente rápido. Menos mal. Pero es un desbarajuste, como buena parte de los thrillers modernos, que se contentan con un efectismo simplón en lugar de apostar por lo primero que puede devolver la grandeza al género: un buen guión. Sin eso, es imposible sobrevivir y En la mente del asesino encuentra en el más que previsible libreto su primer gran error, uno imposible de esconder, que lastra toda la película hasta el punto de convertirse en un producto nada fácil de digerir.

martes, noviembre 13, 2012

Concurso 'Project X', gana un DVD de la película

Gracias a Warner Brothers y Partners Hub, podéis ganar un blu-ray de la película Project X, dirigida por Nima Nourizadeh. Para participar en este concurso, el segundo que acoge La Sala de Cine, sólo tenéis que seguir las siguientes instrucciones:

1. Entrar en el cuestionario Tu personalidad fiestera de la aplicación que hay más abajo.


2. Dejar un comentario en esta entrada (si es un comentario anónimo, indicando un nombre al que poder asignar un número para el sorteo) contando lo que quieras, pero incluyendo el resultado del cuestionario.

3. Tenéis de plazo hasta la medianoche del próximo domingo día 18 de noviembre de 2012. Todos los comentarios que lleguen después de esa hora, no entrarán en el concurso.

4. El ganador se comunicará en los comentarios de esta misma entrada a lo largo del día 19 de noviembre. En ese mismo momento se solicitará a dicho ganador que escriba un correo electrónico a la dirección que aparece en el perfil para comunicar su dirección postal y así recibir el DVD.

5. El ganador podrá reclamar su premio, bien con ese correo electrónico o bien con un posterior comentario en esta entrada durante los días 19 y 20 de octubre. A partir de ahí, el premio pasará a manos de un primer reserva, que se sorteará en caso de no responder el primer ganador.

6. Este concurso está abierto a participantes de cualquier lugar de España.

¡Mucha suerte a todos los que decidáis participar! Esta es la nota oficial de la película:

"Project X es la historia de cómo tres alumnos de último curso de instituto aparentemente anónimos, tratan de darse a conocer. Su idea es inocente: vamos a montar una fiesta que nadie pueda olvidar y llevaremos una cámara para inmortalizarla... pero nada podía prepararles para esta fiesta. Enseguida se corre la voz cuando los sueños se arruinan, los expedientes se manchan y nacen las leyendas. Project X es una advertencia a padres y policía de todas partes."

lunes, noviembre 12, 2012

'Dracula 3D', Dario Argento fuera de su tiempo

Hay una asociación directa entre el nombre de Dario Argento y el género de terror. Tuvo su momento hace ya algunas décadas, y aquellas películas le granjearon unos aficionados fieles y esa asociación entre la marca que representaba como director y el género que le hizo popular. Pero el terror ha cambiado. El cine ha cambiado. Y Dario Argento no. Su Dracula 3D es una película que, hecha hace tres décadas, habría tenido sus fieles. Hoy es difícil que los tenga, aunque quizá acabe convertida en una película de culto precisamente por esas características. Quién sabe. Al margen del atractivo que puedan encontrar los aficionados fieles en esta versión (ni siquiera adaptación) de Dracula, lo que parece lejos de toda duda es que es una película inverosímil, de escasa aportación a los mitos vampíricos más allá de lo típico o lo directamente rocambolesco, de dudoso acabado técnico y en la que no parecen haber creído ni los actores, torpes todos ellos en sus actuaciones.

Dracula 3D no es una versión del Dracula de Bram Stoker. Es más una teatralización que prescinde por completo de Londres (como el remake de Total Recall prescindió de Marte, aunque aquí la razón parece solo presupuestaria) y que reubica algunos elementos de la novela original a gusto de Dario Argento. No hay demasiado en este Dracula que merezca forma parte de los mitos y características definitorios del vampirismo cinematográfico. La mayoría de los aspectos que definen al ser sobrenatural de Dario Argento son conocidos, imposibles (¿esas apariciones de la nada significan que Dracula es invisible?), absurdos (no creo que nadie se pueda imaginar en qué criatura se transforma Dracula antes de que, al final de esa escena, uno de los actores pregunte, sin duda con tono autoparódico, "¿qué es lo que he visto?") o tergiversados (eso, o hay mala puntería queriendo clavar estacas en el corazón, además siempre sin martillo).

Lo que más sorprende en esta versión de Dracula es la torpe simpleza con la que parece esta rodada. Y digo que sorprende porque parece intencionada. O eso o es un patinazo de proporciones épicas. Cierto es que Dario Argento no es precisamente un director de blockbusters, pero todo, desde el 3D (que se basa en efectos visuales de lo más simples, que recuerdan a los tiempos en los que aún no existían los gráficos por ordenador) hasta los movimientos en escena de cámara y actores, pasando por la selección de escenarios o los diálogos (de un guión en el que figuran como algunos de sus autores el propio Argento o Enrique Cerezo, productor a la vez de la película y presidente del Atlético de Madrid), se distingue precisamente por no ser lo que uno espera en una película del año 2012. Por eso da siempre la impresión, ya desde unos títulos de créditos con letras rojas y fondo negro con música rimbombante (ni siquiera en la música hay una atmósfera de terror apreciable), de que Argento está fuera de su tiempo o profundamente equivocado. O ambas.

Eso lo corroboran los actores, que entran y salen en la película sin tener fe en sus personajes, que protagonizan escenas de muerte generalmente infames y que hacen bien poco con sus imposibles diálogos. Es difícil creerse a Unax Ugalde como Harker, decepciona rotundamente Rutger Hauer como Van Helsing (y eso que no es una mala elección de casting) y la presencia de tres bellezas como Marta Gastini (Mina), Asia Argento (Lucy) y Miriam Giovanelli (Tania) es previsible y fácilmente argumentable en una película de terror que siempre apuesta como baza por el desnudo femenino y los prominentes escotes. Thomas Kretschmann (el capitán del barco del King Kong de Peter Jackson) evidencia a qué aspira este Dracula. Muy lejos de la elegancia de Peter Cushing, del carisma de Gary Oldman, del sincero terror que despierta Bela Lugosi o incluso del misterio de Frank Langella, Kretschmann es simplemente furia desatada en las escenas más sangrientas y movimientos espasmódicos a la hora de actuar como vampiro. Muy flojo.

Hay evidentes signos de que, para bien o para mal, esta es una película de Dario Argento, desde el gore más característico a los desnudos más injustificables. Y eso, indudablemente, forma parte del cine de su director, por lo que, en ese sentido, este Dracula 3D no engaña a nadie. Desde luego, no es una película que vaya a convencer a nadie por ese 3D que se ha colado en el título, ni por sus nada logrados efectos especiales, ni por sus en ocasiones hasta risibles interpretaciones, ni mucho menos por un guión pobre, forzado y extremadamente largo (la película se acerca a las dos horas sin tener demasiado que contar e introduciendo personajes que tampoco tienen mucho sentido). ¿Qué puede llevar a ver esta película? Ser fan de Dario Argento, porque desde esa posición es posible que sí se disfrute, aunque me da que incluso la mayoría de sus seguidores la acabarán juzgando severamente. O verla como la autoparodia que corre el riesgo de ser a todos los efectos si no gusta ni a los aficionados del director.

viernes, noviembre 09, 2012

'En la casa', hermosa oda a la creatividad y el talento

En la casa, Concha de Oro a la mejor película en el Festival de San Sebastián, es, por encima de todo, una oda a la creatividad y al talento. Y como tal es hermosa porque juega con el lenguaje cinematográfico, el literario y el artístico, los mezcla, los une y los combina para crear una historia muy atractiva a muy diferentes niveles. Porque sus personajes son turbios, morbosos, retorcidos. Hay algo de voyeurismo en la fascinación que despierta la película de François Ozon, dentro y fuera de la pantalla, porque va envolviendo poco a poco al espectador de la misma forma que la historia que escribe ese estudiante adolescente va construyendo y cautivando a su profesor de literatura. Todo parece funcionar en este juego, porque En la casa es por encima de todo un juego, desde un argumento misterioso y profundo a un guión incisivo y preciso, pasando por interpretaciones brillantes o una puesta en escena magnífica, en la que todo parece hablar, desde los escenarios a la posición de los actores.

Germain es profesor de literatura en un instituto. Quejándose a su mujer de la mediocridad de su clase, encuentra a Claude, un adolescente que comienza a escribir un relato que llama su atención y que basa en su amistad con otro compañero de clase y la forma en la que se ha introducido en su casa, en su vida y en su familia. El filme es la adaptación de la obra de Juan Mayorga El chico de la última fila y, sin conocer el referente pero tras escuchar a autor y director, da la impresión de que hay un espléndido trabajo detrás del paso del escenario a la pantalla. Hay un único detalle que me chirría de En la casa. No comprendo la forma en que llega a su final. Hay algo de abrupto en el modo en que se resuelve la trama. Y es curioso, porque el profesor le dice algo parecido a su estudiante, le explica que tiene que encontrar un buen final a su historia. En la casa tiene uno hermoso, pero da la impresión de que el único punto flaco está en cómo se llega a ese final. No es que no se vea venir, sino que parece demasiado precipitado.

Puesto ese pequeño pero, hay que incidir con fuerza en que En la casa es una maravillosa película que admite diferentes visiones, que da al espectador la opción de escoger el tema que realmente aborda de forma esencial. Habrá quien piense que es una historia de aprendizaje, con la relación entre profesor y alumno como eje. Puede que incluso destaque para algunos el despertar sexual comot ema. Habrá quien vea un retrato de la clase media. O incluso un análisis del amor en un matrimonio maduro. Puede que lo que a otro le llame la atención sea el juego metalingüístico que establece la película (con el relato, primero leído y después con la voz en off, con la recreación e incluso con la irrupción del profesor como espectador y corrector). Puede que sean los guiños (el interno del libro escrito por el profesor, El niño de la tormenta, o el final evocando a La ventana indiscreta del maestro Hitchcock). Incluso las autoreferencias que François Ozon se hace a Swimming Pool.

Y puede que haya quien consiga encontrar gozo en todas esas facetas, ye incluso en alguna más. Ozon consigue que el espectador se sienta tan atraído por la película como Germain (brillante Fabrice Luchini, mucho más completo que en Las chicas de la 6ª planta) por el relato de Claude (fascinante la mirada de Ernst Umhauer). Con tal de seguir adelante con el relato, yo también estaría dispuesto a quebrantar las normas, a romper mi deseo de frenar su morbosa obsesión con una familia que le es ajena, a su enfermiza motivación para escribir y encontrar el talento literario que a él le faltaba cuando intentó dedicar su vida a la escritura. Pero también me fascina el choque cultural y personal entre Germain y Jeanne, su mujer (irresistible Kristin Scott Thomas), o la obsesión literaria personal y sexual, como musa, que siente Claude por Esther, la madre de su amigo Rapha. O las metáforas entre la literatura y el deporte con la vida. Muchos niveles, muy precisos, muy bien narrados y con diálogos tan magníficos como el montaje con que se ensamblan todas las piezas.

En la casa es una película sugerente. Tiene inteligencia y tiene mucho trabajo, pero es una película que apela directamente al alma. Y más concretamente a la parte más creativa del alma. Es una construcción sobre la marcha de dos historias, la que cuenta la película y la que Claude va inventando en base a su experiencia y a los consejos de su profesor. Más allá de la pantalla, exige del espectador lo mismo que de ese profesor: satisfacer una curiosidad tan morbosa como placentera (la juguetona música de Philippe Rombi es un impulso más en esta línea), encontrar las piezas clave de un misterio que evoluciona, que no es el mismo al llegar al final de la película que cuando esta comenzó. En la casa es una de las películas del año porque cuando las luces se encienden y los nombres de quienes han trabajado en ella inundan la pantalla, todavía se piensa en ella. Y esa sensación no se va al salir del cine. Ni al llegar a casa. Ni seguramente al irse a dormir. Lo que pasa En la casa fascina y se acerca a la perfección.

miércoles, noviembre 07, 2012

'Vulnerables', thriller fallido

Me gustaría poder decir que he salido encantado de la sala tras ver Vulnerables. Me gustaría porque me agrada que haya un esfuerzo en levantar películas en España en un momento tan complicado como este y económicamente son necesarias empresas como esta. Me gustaría porque me parece positivo que en nuestro país también haya un cine de género, que no necesita de grandes presupuestos ni superestrellas para ofrecer productos dignos. Me gustaría porque tenía la esperanza de que, por muchos fallos que le pudiera encontrar, hubiera una historia bien trabajada. Por desgracia, no puedo decir lo que no es. Y Vulnerables es una película fallida a muchos niveles, y muchos de sus errores tienen que ver con decisiones conscientes o problemas de difícil solución. Y eso que sus intérpretes se meten en la piel de sus personajes con intensidad y son, claramente, lo mejor del filme. Pero el primer largometraje dirigido por Miguel Cruz es un castillo de naipes fácilmente desmontable incluso sin grandes pretensiones.

La premisa no es mala en absoluto. Tenemos a una madre soltera que, por la delicada salud de su niña recién nacida, se marcha de Madrid a pasar una temporada en una vieja y semiabandonada finca familiar en un pueblo. Pero a partir de ahí se encadenan las cuestiones espinosas y difíciles de explicar. Es evidente que Cruz quiere hacer un thriller psicológico, porque lo anticipa con un sonido machacón (de largo, lo más irritante y desacertado de la película, la peor decisión adoptada por su responsable) y una música demasiado poco sutil incluso cuando la trama del thriller ni siquiera se ha iniciado. Los preliminares, de hecho, son demasiado extensos y quizá a la película le hubiera convenido ir al grano de una forma más directa o, incluso, usar el montaje para contar todo lo que contiene la primera media hora del filme. Pero al final el thriller psicológico no termina de convencer, tampoco el relato sobrenatural con niño, ni mucho menos el a veces forzado relato costumbrista que se esconde por debajo.

La relación entre los personajes es el principal punto de interés de la película. La joven madre soltera de ciudad en un entorno semirural junto a la presencia de un padre y su hijo que han cuidado de la finca en los años de ausencia de la dueña. El choque daba para mucho, y se pierden por el camino posibilidades apenas esbozadas como la relación de la protagonista con sus padres y con los habitantes del pueblo. Ese choque apenas se evidencia en un aspecto, el vestuario de Paula Echevarría. Lo malo es que eso también termina por distraer, porque en demasiadas escenas da la impresión de que es más importante que luzca la protagonista con sus continuos cambios de vestuario al avance de la historia... que en el fondo no cuenta demasiado. Hay un misterio planteado, pero son muchas las trampas en el camino. Hablar de ellas sería destripar el giro final, correcto e interesante, pero demasiado desligado del resto de la película. Si el guión está escrito con la idea de ese final ya en mente, hay demasiadas incongruencias o caminos demasiado falsos para el espectador como para hacer la vista gorda.

Paula Echevarría hacia un esfuerzo noble y sincero por meterse en la piel de esa madre soltera independiente, y encaja bien con el trabajo de Joaquín Perles y el chaval debutante, Álvaro Daguerre, pero más allá del trazo de sus personajes no hay mucho más que rascar. La película sufre de cierta torpeza a la hora de resolver ciertas secuencias, en especial las dos últimas, que es precisamente donde un thriller está más obligado a destacar bien para ensalzar las virtudes de lo visto hasta entonces o bien para tapar sus carencias. En Vulnerables hay muchas carencias: frases en el guión demasiado inverosímiles, personajes que desaparecen por pura conveniencia, acciones forzadas para llevar al espectador por el camino equivocado y magnificar la sorpresa final... y muy poco misterio para ser un thriller. No querría ser tan contundente, pero es un thriller fallido, alargado por encima de sus posibilidades incluso a pesar de sus 90 minutos de duración. Una lástima.

lunes, noviembre 05, 2012

'Sinister', terror perturbador... para bien y para mal

Soy poco amigo del cine de terror contemporáneo porque desde hace décadas no produce auténtico terror. El susto puntual es fácil de conseguir, no así el terror que te acompaña cuando sales de la sala. Sinister tiene algo de ambas valoraciones, cae también en algunos de los errores más evidentes que suele cometer este género, y sin embargo contiene alguna idea terrorífica y perturbadora que hace de ella algo diferente. ¿Es una buena película? No desde muchos puntos de vista, porque las situaciones (que no el guión, que no el fondo) son absolutamente inverosímiles, porque la fusión entre tecnología y misticismo siempre deja puntos difíciles de aclarar y porque se hace algo larga en sus casi dos horas. Pero, al mismo tiempo, es una película que sí perturba y que, en contados momentos, consigue sorprender al espectador de la misma forma en la que se sorprende el protagonista de la película. No se puede negar que, siendo lo que es, Sinister tiene algún elemento interesante.

Sinister, y perdón por el chiste fácil que se comprende una vez vista la película, no se anda por las ramas. Desde su primera secuencia queda claro que vamos a ver una película en la que se han producido unos asesinatos que han sido grabados, se supone que por el asesino, con una cámara de super 8. Seguimos a Ellison (Ethan Hawke), un escritor que se se instala con su mujer (Juliet Rylance) y sus dos hijos (Michael Hall D'Addario y Clare Foley) en una nueva casa, alejada del centro de un pequeño pueblo. Lo que Ellison hace para ganarse la vida es escribir libros sobre crímenes sin resolver, y para su investigación de cada caso se traslada a los lugares en los que dichos crímenes se han cometido. En esta ocasión se ha propuesto indagar en el asesinato de los cuatro miembros de una familia y la desaparición de una de las hijas de la misma que tuvo lugar años atrás en ese pueblo. Y lo primero que se encuentra es una caja repleta de cintas caseras en las que se ve ese y otros asesinatos. Ahí es cuando comienzan los sucesos extraños.

Primer problema de la película. La conexión entre unos asesinatos que parecen entrar en el terreno de lo paranormal y unas películas en super 8 parece absurda. Consiguen generar inquietud, sí, pero es dificilísimo de sostener y exige un ejercicio de fe bastante grande por parte del espectador. Segundo problema. En una casa en la que viven cuatro personas, dos de ellas niños, ¿solo escucha los habituales ruidos sospechosos el padre de familia y escritor de crímenes salvajes? Demasiado conveniente. Y no hablamos solo de puertas que chirrían, proyectores que se ponen en marcha solos, pasos en el desván y otros pequeños sonidos que, con sueño pesado (porque, por supuesto, todos estos ruidos suceden de noche) podrían no escucharse. Muy, muy muy difícil de creer. Y también parece complejo de asimilar que conexiones tan evidentes entre los diferentes asesinatos se pasaran por alto o que el experto en ocultismo al que recurre la policía local no se dé cuenta de las cosas hasta que es nuestro amigo el escritor quien recurre a él. Tampoco tiene esta película un buen dominio del tiempo, ni del interno de la historia ni del externo de la propia película.

Son muchos agujeros en el guión como para que la película resista sin más. Pero hay que reconocerle un gran ejercicio de ambientación. Los sustitos, tan habituales de este genero, no están mal llevados porque no son muchos ni demasiado remarcados por una, eso sí, machacaona música. Y los sustos de verdad, los dos o tres que tienen que salpicar toda película de terror, están muy conseguidos. Mucho (especialmente uno, que sobresalta con la misma intensidad al espectador que el protagonista). Según avanza la película se van mezclando esos dos aspectos, las evidentes trampas que Scott Derrickson (director del insoportable e infumable remake de Ultimátum a la Tierra) ha colocado en el filme y los momentos puntuales que generan inquietud (incluso algunos de lo más normal, como la conversación entre el escritor y el agente de policía), además con alguna que otra idea insana que eleva la perturbación que propone la película. Y en esas llega el final, no excesivamente bien rematado en lo visual pero sí en lo argumental. En realidad, es reflejo de toda la película. Que sí da miedo, pero que falla en muchos sitios.

viernes, noviembre 02, 2012

'El ladrón de palabras', una apreciable historia bonita

Me sorprende la masacre crítica que ha recibido en Estados Unidos El ladrón de palabras (mal título en español, por cierto, porque la película se acerca mucho más a lo que dice el título original, The Words, y no sobre su ladrón), debuta en la dirección del dúo formado por Brian Klugman y Lee Sternthal. En realidad, me sorprende solo en parte, porque últimamente la crítica no sabe qué hacer con historias llamémoslas bonitas, como es la de este filme. Creo que es lo mismo que le pasó a la mucho más maniquea pero quizá más emotiva Tan fuerte, tan cerca, aunque aquella se vio recompensada con algunas nominaciones al Oscar y eso al menos hizo que se hablara de ella. El ladrón de palabras es, insisto, una historia bonita. Y creo que apreciable. No es perfecta ni realmente novedosa, pero sí muy disfrutable a muchos niveles. Hay en su guión, que no tanto en sus más corrientes diálogos, buenas ideas. Hay una interesante narración múltiple. Y hay un más que notable trabajo interpretativo.

Clayton Hammond (Dennis Quaid) es un escritor famoso, que está ofreciendo una lectura pública de uno de sus trabajos, a la que asiste Daniella (Olivia Wilde), una joven aspirante a escritora que intenta seducirle en el intermedio de ese acto. En esa novela se cuenta la historia de Rory Jansen (Bradley Cooper), un escritor que intenta construir su vida junto a Dora (Zoe Saldana) al tiempo que muestra a diferentes editoriales, sin éxito, una novela en la que ha trabajado durante tres años para lograr su sueño de convertirse en escritor. Hasta que sucede algo que le llevará a la fama, pero también le llevará a conocer a un anciano (Jeremy Irons) que le enseñará las consecuencias de sus actos. La historia tiene potencial y es todo un giro en la carrera de Klugman y Sternthal, autores del argumento nada menos que de Tron Legacy y que dirigen su primera película.

El desliz que tiene la película, y que quizá es lo que ha motivado que pocos críticos la respalden, es que la forma es mucho más eficaz que el fondo. El filme cuenta con cuatro narradores diferentes. Va entrelazando con bastante éxito el papel de tres de ellos: la lectura publica del escritor, la vida del aspirante a escritor que cuenta la propia novela y las revelaciones del anciano al escritor, que abren un nuevo escenario en la posguerra parisina. Cada uno tiene una historia diferente que contar. Y, pese a la supremacía formal, cada una de ellas aporta elementos interesantes sobre los que merece la pena detenerse para reflexionar. Es, en ese sentido y como decía antes, una película muy bonita. Quizá haya quien piense que eso la convierte en pretenciosa. Yo no la he visto así. A mí me parece más bien sincera. No desea sentar cátedra sobre nada, pero sí ofrecer puntos de vista, argumentos para explicar las acciones y los sentimientos de sus personajes. ¿La cuarta narración? La magnífica música de Marcelo Zarvos, subrayando con sutileza y eficacia y configurando el mejor trabajo hasta la fecha del compositor.

La película funciona porque funciona el reparto. Configurado en parejas (Cooper-Saldana, Quaid-Wilde, Irons-Cooper y Ben Barnes-Nora Arnezeder) y en torno a esos tres narradores en pantalla, encuentra muy pocas fisuras y, en cambio, muy buenos momentos. Siempre es una delicia ver a Jeremy Irons con un papel de cierta presencia y el de El ladrón de palabras es tan clásico como destacable. Bradley Cooper, muy acostumbrado hasta ahora a interpretar al héroe sin fisuras (El equipo A) o al tipo gracioso (Resacón en Las Vegas) entra aquí en terrenos emocionalmente mucho más movedizos y la verdad es que sale triunfante. Como Zoe Saldana, una actriz más que interesante (ya desde que Steven Spielberg la descubrió en La terminal) que pide a gritos papeles protagonistas y más agradecidos. En las escenas que comparten estos tres actores es donde está lo mejor de la película, aunque los más hermosos planos (y quizá los más significativos sobre el mensaje de la película) se los queda la parte de Dennis Quaid y Olivia Wilde.

El ladrón de palabras es, decía, una historia bonita y apreciable. No tiene tanto fondo como para llegar a la excelencia, no creo tampoco que engañe en ese sentido, pero sí es un bonito retrato sobre los sueños, las consecuencias de las acciones y las relaciones humanas con el mundo de la literatura como telón de fondo. Es además un trabajo visualmente interesante en muchos sentidos, en su magnífica narración cruzada y, también, en la elección de planos que hacen sus directores. Y en un cine contemporáneo en la que gana terreno lo oscuro, lo agresivo o lo divertido, siempre es interesante atender a lo que puede ofrecer una obra dramática de pretensiones sencillas y personajes bien construidos. Incluso aunque la propia concepción de la historia se enfrente a algunas lagunas en el guión o el interés entre sus diferentes partes pueda estar algo desequilibrado.