miércoles, noviembre 02, 2011

'Footloose', la quintaesencia del remake innecesario


Nunca he compartido la crítica al remake por el simple hecho de serlo. Cierto es que hay pocas reinterpretaciones de títulos clásicos que superen al original, pero en muchas ocasiones me basta la fidelidad al espíritu del original y algo que justifique una nueva versión, aunque sólo sea la nostalgia de regresar a un mundo conocido. Pero es cierto que hay remakes que son totalmente innecesarios. Footloose reúne todas las características de esta clase de versiones. No se basa en una película especialmente inolvidable, no aporta absolutamente nada nuevo a la narración original (en ocasiones llega a fotocopiar planos y diálogos sin ningún pudor y sin tener en cuenta que han pasado casi treinta años desde el primer Footloose), ni tampoco acierta en las escasísimas variaciones con respecto a aquella. Esta nueva Footloose es exactamente la misma historia, con un buen Dennis Quaid retomando el papel que entonces hizo John Lithgow, muchos cuerpos atractivos y atléticos bailando y una música muy pegadiza (que en su gran mayoría ya estaba en la cinta de 1984). ¿Pero merece la pena calcar así una película? No, desde luego que no.

Footloose no es una de las películas más emblemáticas de los años 80, ni mucho menos, aunque tiene cierta fama. Fama que, seguramente, le viene de ser una especie de continuación temática de películas como Grease o Fiebre del sábado noche, es decir, historias de chavales jóvenes, más o menos rebeldes, con la música como telón de fondo. Como película tampoco era gran cosa, aunque hay que reconocerle la buena composición de su banda sonora, con un par de temas francamente bailables y populares, las actuaciones de actores como Kevin Bacon, John Lithgow o Dianne Wiest y sus buenos sentimientos, muy propios de las docenas de películas similares a ésta (y no precisamente por ésta) que se produjeron en aquellos años, entre finales de los años 70 y comienzos de los 80. La idea de un pueblo en el que estuviera prohibido bailar (los bailes, más concretamente, por lo que de alcohol y desenfreno acarrean) encajaba con la descripción de un joven de ciudad ligeramente rebelde que luchara contra esa ley. Trasladar la historia al tiempo actual es el primero de los errores del remake.

Es un error porque, a pesar de que el impedimento legal sigue siendo el mismo, no se atisba en ningín momento la represión de estos jóvenes de 2011. Más bien al contrario. Lo normal parece ser la diversión, y no hay nada de excepcional en la lucha por celebrar ese baile. Con la premisa por los suelos, es difícil que la película remonte el vuelo. En absoluto ayuda el guión de Craig Brewer (también director) y Dean Pitchford, porque la apuesta es calcar la película original hasta el extremo, asumiendo líneas de diálogo que podían tener cierto sentido en 1984 pero que en 2011 parecen (y de hecho son) risibles. Por ejemplo, parece asombroso que la protagonista, una muy sensual (y sexual) actriz de 23 años llamada Julianne Hough, que interpreta a una menor de edad y que se pasea por la película con ajustadísimos pantalones vaqueros, le espete a su padre, el reverendo del pueblo, que "ni siquiera soy virgen" con la pretensión de ser algo escandaloso. Ya desde los créditos iniciales se copia al original y sus planos de pies sueltos bailando. Luego se introducen dos o tres cambios (que el novio de Ariel sea un piloto de carreras, la dramática ausencia de la madre de Ren o que el duelo que éste mantiene con Chuck sea con autocares y no con tractores), pero enseguida se recupera la dinámica del plagio autorizado.

Y eso es imparable hasta el final. El reparto busca variaciones, pero no son demasiado efectivas en la mayoría de los casos. Para este Footloose había más interés en contar con bailarines profesionales que con actores. La experiencia de Kenny Wormald y Julianne Hough, la físicamente muy atractiva pareja protagonista, está en el mundo de la música y el baile. Lo que se ha buscado es, como en la película original, colocar un par de buenos actores detrás de ellos, en papeles secundarios. Dennis Quaid, de hecho, es el único que acaba entendiendo lo que supone hacer este remake. Su papel de reverendo y padre de Ariel es, sobre el guión, exactamente igual que el de John Lithgow en el film original, pero sabe darle matices diferentes, incluso superando a aquel en algunos momentos. No le sucede lo mismo a Andie McDowell, que en ningún momento consigue alcanzar el trabajo de Dianne Wiest en el filme de 1984. En todo caso, tampoco en las actuaciones hay muchos más cambios reseñables, ya que los personajes son los mismos, hacen las mismas cosas y dicen los mismos diálogos. La única novedad real está en el prólogo de la película, que cuenta el suceso que motiva las prohibiciones en el pueblo y que en el Footloose ochentero no llegaba a aparecer.

No es que Footloose sea una mala película en sí misma, pero su juicio tiene que ir mucho más allá. Con todos los defectos que tiene, cuenta una historia más o menos entretenida con una música atractiva (lo mejor, la versión de Ella Mae Brown de Holding Out For a Hero, la canción cantada originalmente por Bonnie Tyler). Pero es que, si se ha visto la original, ésta se acerca a la tomadura de pelo. ¿Por qué un remake idéntico, cambiando sólo los actores sin más aportación? No tiene ningún sentido. Entiendo que sus protagonistas quieren lucirse, y categoría de baile tienen para ello, pero no parece necesario fotocopiar una película de hace casi treinta años con este propósito. Se puede hacer una nueva historia y listo. Y es que no acabo de tener claro que Footloose sea una etiqueta que por sí sola pueda llevar al cine a los más nostálgicos ni tampoco que esta historia, tal y como fue contada en 1984, pueda convencer a los jóvenes de hoy en día para pagar una entrada de cine y sentirse identificados con lo que se cuenta. Lo mejor es ese toque de nostalgia, y es que tiene su aquel escuchar Footloose, la canción, en un cine. Pero poquito más.

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