miércoles, noviembre 30, 2011

'Acero puro', diversión auténtica

Esto de va de un padre y su hijo de once años que controlan unos robots que boxean. En serio. Y dura nada menos que 127 minutos. En serio también. Y resulta que, contra todo pronóstico, es una película entretenida y divertida. Más en serio todavía lo digo, porque Acero puro es una de esas películas que muchos dejarán pasar. Asumamos que esto tiene pinta de ser la típica peliculita previsible, de esas que destripa el trailer y en la que se mete un actor conocido para tener todo el cartel del filme a mayor gloria de su fama. Lo es, sí. Pero también hay que asumir que, dentro de lo predecible que resultan la mayoría de las cosas, el director Shawn Levy y el actor Hugh Jackman ofrecen un título apreciable y disfrutable, bien hecho, construido en base a fórmulas que funcionan pero en las que se saben mover con habilidad. Y al final resulta que queda una más que apreciable película de boxeo (sí, es una película de boxeo, pero apta para todos) y una bonita historia de cariño familiar y superación personal mucho mejor de lo que parecía que iba a ser.

No sé muy bien qué tiene el boxeo, que me repele como aficionado al deporte pero que me engancha sin medida como cinéfilo. Es extremadamente difícil que una película en la que haya un cuadrilátero no me guste. De hecho, se me ocurren un buen puñado de títulos en los que Acero puro ha buscado inspiración, pero sobre todo pienso en Rocky. En serio también. Son muchas las diferencias entre ambos títulos (¡no podía ser de otra manera, por ambientación, protagonista e historia personal!), pero en el fondo les veo similitudes, sobre todo en la temática de superación personal (muy Disney si se quiere, pero... ¿quién distribuye la película?) y la tan inevitable como esperada y necesaria pelea final. Pero si Rocky tenía como gran virtud en su tramo final la emoción de saber quién iba a ganar el combate, si el campeón o el fracasado, en Acero puro sucede exactamente lo mismo. Y eso, aquí, es una gran virtud. La emoción sincera por saber quién gana ese combate final crece minuto a minuto, escena a escena, plano a plano. Y ese resultado puede ser todo lo discutible que se quiera, que lo es, pero no afea nada de lo anterior.

Lo cierto es que Acero puro cobra valor como lo que es mucho antes de esa escena final. Son muy excesivos los 127 minutos con los que Shawn Levy (director de las dos entregas de Noche en el museo) alarga el espectáculo, sobre todo en la primera mitad de la película, pero desde la primera pelea oficial de ese robot sparring que se acaba haciendo entrañable, ya no hay forma de escapar a la emoción de la película. Por supuesto, podemos poner en duda el mismo punto de partida del filme, que habla de un futuro muy cercano (2020), en el que el boxeo entre humanos ha sido abolido para dar paso al boxeo entre robots. Se supone que es porque así se puede dar rienda suelta a la violencia que quiere ver el público (violencia siempre rebajada cuando no hay sangre de por medio, ya se sabe del puritanismo de Hollywood en este aspecto). Entonces, ¿cómo es posible que se permita la entrada en este circo de un crío de once años? Fallo garrafal, en realidad, de la película, pero sin el que no se podría haber montado la historia familiar.

Charlie (un siempre carismático Hugh Jackman) es un tipo que se encarga de llevar robots a peleas, sean legales o clandestinas, que no pasa por su mejor racha y que va debiendo dinero a todo el mundo, incluso a su novia, Bailey (Evangeline Lilly; correcta), hija del hombre que le entrenó cuando se dedicaba al boxeo profesional. Charlie tiene un hijo, Max (Dakota Goyo; de gran parecido con el Jake Lloyd de La amenaza fantasma, aunque unos años mayor que aquel en ese filme), al que renunció cuando nació y del que no quiere hacerse cargo ahora, pero tendrá que hacerlo, sólo para descubrir que el chaval es un enamorado del boxeo de robots y un auténtico genio de la electrónica. Aunque al principio no se soportan entre sí, ambos irán descubriendo que el boxeo teje entre ellos unos lazos de padre e hijo que no pensaban que existieran. Juntos se atreverán a desafiar con un robot que no estaba pensado para el combate al mismísimo campeón invicto, una máquina que manejan una exótica promotora, Farra Lemkova (una fascinante Olga Fonda que casi parece extraída del mundo de Tron Legacy), y el diseñador Tak Mashido (Karl Yune).

Acero puro es de esas películas que, por muchos motivos, huelen a catástrofe, que parecen una cosa que al final no son y que en realidad son mucho más entretenidas de lo que muchos se atreverán a admitir después de verla. No estamos ante un título revolucionario, evidentemente, pero sí muy correcto. Y quienes habitualmente disfruten con Hugh Jackman (tal es su carisma en pantalla que para mí es casi imposible no hacerlo desde la ya lejana X-Men), tendrán un motivo añadido para degustar este hermoso festín de efectos especiales (en ocasiones es francamente arriesgado adivinar si son efectos digitales o animatrónicos, lo que habla de su calidad) con una bonita historia de fondo, que cae en tópicos manidos (desde la inevitable presencia de una mujer porque sí, sin más necesidad dramática, a algunas situaciones siempre presentes como el momento enfado-reconciliación, o incluso la forma de montar la pelea final que es puro Rocky). Por rocambolesco que le pueda parecer a algunos, Acero puro es una de esas películas en las que el divertimento más que asegurado.

lunes, noviembre 28, 2011

'Jane Eyre', correcta, oscura y sin química

Esta nueva versión de Jane Eyre es correcta. Pero casi todas las adaptaciones de obras clásicas de la literatura suelen presentar esa característica. Con cierta fidelidad al texto y un mínimo esfuerzo en su diseño de producción y de vestuario, esa corrección está casi asegurada. Y Jane Eyre, como digo, la tiene. Es una película que fluye con naturalidad y refleja bastante bien el conflicto de su protagonista. Sin embargo, falla en lo más necesario: la química. No la hay entre una fría Mia Wasikowska y un mucho más fascinante Michael Fassbender. También hay otra sorpresa en esta Jane Eyre, y es el deliberamente oscuro tono de sus imágenes. La iluminación es escasa y eso, a veces, se come incluso los rostros de los actores. En cualquier caso, la película se deja ver con facilidad y sin recordar constantemente al espectador lo duro que, a veces, puede ser el visionado de un título de época.

La primera escena de la película, arrancada cronológicamente del tercio final del relato de Jane Eyre, engaña bastante en algunas cosas. Es, quizá, la escena en la que Mia Wasikowska da más rienda suelta a sus emociones. Es, también, la peor rodada y montada, con un galimatías de planos y ubicaciones de cámara, que no parecen obedecer a un sentido concreto y que parecen más un catálogo que una secuencia (y de esto hay que culpar al director, Cary Fukunaga, a pesar de tener experiencia, precisamente, como operador de cámara). No engaña en la iluminación, muy escasa ya desde esta apertura. Aunque parezca un detalle trivial, lo cierto es que marca bastante el desarrollo de la película, puesto que le da una cualidad extraña, a veces acertada, a veces desacertada. Arriesgada, en todo caso. Este es el rasgo estilístico más diferenciador de Jane Eyre.

Volviendo a los personajes, que es en definitiva lo que marca el éxito o el fracaso de una adaptación literaria como ésta, hay que decir que Jane Eyre no tiene la presencia que requiere una historia tan dramática como la que pretende contar. Mia Wasikowska no aporta al personaje las dosis de tensión y tragedia que necesita. Al contrario, su drama no se refleja en su rostro, demasiado hierático en muchas escenas. Por eso engaña la primera escena, porque ahí sí es el personaje que tiene que ser y que no es en demasiado tramos de la película. No lo es, tampoco, rivalizando en intensidad con el Rochester de Michael Fassbender. Él sí es atractivo, él sí tiene la presencia que requiere el personaje, él devora a la que tiene que ser la protagonista de la película (así lo dice el título) cada vez que se cruzan en la pantalla, desde la primera a la última aparición. Siendo éste el duelo más notable, Wasikowska tampoco sale muy bien parada de sus escenas con Judi Dench o Jamie Bell.

Estos dos personajes marcan la película de una manera importante. Dench le da unas gotas de humor e ironía, que reactivan la película constantemente, es una presencia estimulante siempre. Bell, con muy poco tiempo en pantalla como para destacar, evidencia que (a excepción de una escena) Jane Eyre no consigue crear drama a partir de la existencia de un triángulo amoroso. Lo cierto es que esto último es una característica de la película, puesto que tampoco se genera el clima de celos o de rivalidad que merece la presencia de Lady Ingram (Sophie Ward). No se ve realmente el conflicto en Jane, sólo el paso del tiempo. Luego, ya con St. John Rivers en su vida, tampoco se aprecian los deseos contradictorios de la protagonista hasta que los verbaliza. El misterio de Rochester tampoco adquiere la presencia necesaria y queda enterrado durante muchos minutos. Lo mejor, en ese sentido, está en las pocas escenas que aparecen en la película sobre la educación de Jane en Lowood, muy bien rodadas e interpretadas.

Jane Eyre está cosechando muy buenas críticas. Entre sus méritos están la cuidada realización (a excepción, ya digo, de esa primera escena), un buen montaje (que alterna con brillantes tres líneas temporales diferentes) y algunas interpretaciones de mérito (Fassbender, después de triunfar con su Magneto de X-Men. Primera generación, se está afianzando como un actor a seguir). A mí, a diferencia de muchos de esos críticos, me cuesta ver un buen trabajo de Wasikowska (la Alicia de Tim Burton, por si alguien no la ha ubicado todavía), y eso me lastra demasiado la película. Porque sin química, parece que el drama de Jane Eyre es menor. Y, desde ese punto de vista, no falta ironía al recordar el diálogo en el que Rochester le pregunta a Jane directamente por eso, por la trágica historia vital de la tutora, demasiado esbozada como para que resulte del todo convincente. Buenas cosas, buena adaptación, pero no me ha parecido una película desbordante.

jueves, noviembre 24, 2011

'El Gato con Botas', una reunión de viejos amigos


Va una de esas afirmaciones que necesitan de una explicación posterior. Quizá la mala fama que en algunos círculos tiene el cine de animación procede de películas como El Gato con Botas. Que nadie se asuste, que no estamos ante una mala película ni un desastre insalvable, ni mucho menos. Cumple, entretiene, a veces divierte. Pero es que su fórmula es la misma que llevamos viendo muchos años en el cine de animación. Exactamente la misma. Y, siendo esto un spin-off de la saga de Shreck, el agotamiento es mucho mayor, porque acarrera con el lastre de las dos últimas entregas de la saga del ogro verde, emblema de la animación de Dreamworks, y que comenzaron a hacerse ya pesadas. El Gato con Botas es mejor que aquellas dos, pero no tiene la capacidad de sorpresa del primer Shrek. Antonio Banderas disfruta dando vida al gato protagonista, y parece haberse tomado la película como una reunión de viejos amigos que se lo pasan bomba haciendo una película. Se reúne, de hecho, con Salma Hayek. Y con el Gato. Y con el mismo público de siempre. Porque El Gato con Botas tendrá público, ese que simplemente disfruta de hora y media entretenida sin pedirle nada más a lo que ve.

Las sospechas sobre lo que podía deparar esta película son legítimas desde el principio. El Gato con Botas, como personaje, era de lo mejor que había en las tres secuelas de Shrek (puede que lo mejor de la cuarta a pesar de su reducidísimo papel en ésta), por lo que las noticias sobre este spin-off eran la evidencia de que, agotadísima la vía del ogro, había que seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro (ironías de la vida, algo de eso hay en la historia de este filme). Su responsable es Chris Miller, quien debuta en la dirección en solitario después de haber sido codirector de Shrek Tercero, precisamente el título en el que se empezó a notar un bajón tremendo en la saga. Otro viejo amigo con el que reunise, en todo caso. Y a la tarea se suma Guillermo del Toro como productor (¡incluso reservándose dos personajes a los que poner voz en la versión original de la película!). Si a eso unimos que la pareja protagonista es la que hizo Desperado haya por el lejano 1995 bajo las órdenes de Robert Rodríguez (y El mexicano en 2003), se acentúa la sensación previa de que vamos a ver un producto más divertido para quienes lo han realizado que para quienes lo ven desde ua sala de cine. Eso se cumple en buena medida, aunque, insisto, El Gato con Botas es un entretenimiento decente.

La historia bebe de lo previsible en una película de dibujos animados. Un viejo amigo traicionado, una mujer (o gata, que para el caso es lo mismo en una película de animación infantil, la que coge prestada la voz de Salma Hayek) que no es lo que parece, luchas y persecuciones trepidantes, final feliz... En fin, lo esperado. Después de un prólogo más o menos esperable, entramos en la historia: lo que el Gato con Botas y sus compañeros de viaje van a buscar son las judías mágicas que permiten llegar hasta el castillo en las nubes para así robar al ganso de los huevos de oro. Es decir, el mismo entorno mágico de cuento que planteaba Shrek, pero visto desde una óptica ligeramente diferente. Y aquí es donde Antonio Banderas se reencuentra con otro viejo amigo, porque casi da la sensación de que lo que se pretende hacer es una película más del Zorro: el ambiente del oeste más mexicano, la música de Henry Jackman influenciadísima por la banda sonora de James Horner para La máscara del Zorro... Lo malo es que, siendo como parece una derivación del Zorro, falta lo que más ganas hay de ver: un buen combate de espadas. Combates hay de todo tipo (¡incluso de baile!), pero falta éste.

Pero, como decía, la historia entretiene. Y sabemos que funciona, porque es el esquema mil veces visto, pero está bien ejecutado, con un buen acabado de animación (no hay que esperar menos de uno de los estudios punteros en este mundo... por muy lejos que esté de Pixar) y con algún momento muy divertido (hay un gato en segundo plano, que cierra además la película, y que es lo más divertido que tiene el filme en sus contadas apariciones sin necesidad de pronunciar una sola palabra) y alguna idea muy salvaje (jabalíes demoníacos tirando de un carruaje o un claro homenaje final a las películas de monstruos de los años 50 y 60). En definitiva, El Gato con Botas es una entretenida película de animación, que seguro hará las delicias de los más pequeños (aunque el 3D, una vez más, me vuelve a parecer superfluo), en la que merece la pena escuchar la voz de un Antonio Banderas divertido y juguetón (mejor en la versión original, que hay juegos de palabras en castellano francamente divertidos) y en el que, sin demasiadas exigencias, se pueden echar unas pocas risas. No es en absoluto un paso adelante de la animación, ni una película que se gane al pase al olimpo de los dibujos animados. Pero, sí, entretiene, si se ve con los ojos adecuados.

viernes, noviembre 18, 2011

'Asesinos de élite', una más


Las películas sobre profesionales del asesinato son ya un subgénero. Es como hablar de películas de superhéroes, o de casas encantadas, o de muertos vivientes. Subgéneros claros. Y cuando se crea un subgénero, todas las películas, salvo las realmente buenas, parecen exactamente iguales. ¿Es Asesinos de élite una de las realmente buenas? No. Es medianamente digna, es curiosa en algún momento, pero no deja de ser una más, uno de esos filmes que te entretienen durante un par de horas (porque eso básicamente lo consigue, a pesar de que se maquille para parecer algo más con complejas tramas conspirativas y gubernamentales que no hay por donde cogerlas) pero después, en las tertulias con los amigos, ya no sabes qué diferenciaba a esta de las otras películas, por ejemplo, de Jason Statham, que es el protagonista de ésta. Lo mejor que ofrece este título es que Statham tiene dos buenos compañeros de reparto, un Robert De Niro que se aleja de los ridículos que predominan en su filmografía de los últimos años y un Clive Owen que da la sensación de ser el que mejor se lo pasó rodando esta historia de profesionales del asesinato.

Cuando uno rueda una de estas películas, tiene dos caminos para triunfar. Puede colocar a sus profesionales en el marco de un gran guión y convertirlos en grandes personajes (es lo que hizo Steven Spielberg en su lamentablemente infravalorada Munich; no es tan distinto el punto de partida de estas dos películas tan diferentes), o puede ofrecer a esos mismos profesionales escenas de acción que hagan las delicias de los amantes del género (y aquí es difícil llegar a consensos, por lo que dejo en manos de cada uno que piense en los títulos que más apropiados le parezcan). Asesinos de élite no hace en realidad ninguna de las dos cosas, aunque indudablemente se acerca mucho más a la segunda vía. No tanto por las escenas de acción, rodadas con cierto criterio y con más limpieza de lo que suele ser habitual en el cine contemporáneo, sino porque los actores se implican mucho en sus personajes y acaban haciendo ligeramente creíble lo descabellado de la historia. Y suena aún más descabellado cuando el filme comienza con ese clásico mensaje de "basado en hechos reales".

Esa historia real es la siguiente. En 1991, un británico escribe un libro titulado The Feather Men, en el que cuenta cómo unos soldados británicos de las fuerzas especiales, las SAS, mataron en Omán a tres de los hijos de un jeque, que buscaría venganza contratando los servicios de un asesino profesional que hiciera que sus muertes parecieran accidentes. Como su autor aseguró que eran hechos reales, el libro generó controversia. La película, pese a rodearse de ominosos carteles al comienzo y al final, lo cierto es que no es capaz de generar ni siquiera debate sobre esta cuestión. Se queda en lo que se quedan la mayoría de las películas de Jason Statham (¿todas?), que es precisamente eso, una película de Jason Statham. Él es el profesional que todo lo puede, el que es capaz de llevar a cabo las más intrincadas y complejas operaciones, el que puede matar a quien quiera, como quiera y cuando quiera, pero lo hace sólo por nobles motivos, porque es el único que puede hacerlo, aunque en realidad no lo disfruta y lo único que quiere es irse a su cabaña en el campo con la mujer que ama (ese planteamiento está tan manido que se vio incluso en una peli de superhéroes, en Lobezno). ¿Que quiere decir eso? Que es una película de Jason Statham. ¿Que eso le gusta al espectador? La disfrutará. ¿Que no? Pues mejor buscar en otro lado.

O al menos mirar la película desde otro ángulo. Robert De Niro y Clive Owen permiten esa mirada desde otro punto de vista. De Niro lleva años alejado de la inmortal leyenda que él mismo fraguó con su talento durante tantos años. Perdidos en comedias absurdas y en vehículos de acción que le dejan personajes lamentables, aquí al menos sí parece él. Quizá eso hay que agradecérselo a que su papel sea secundario, pero es él (es imposible negarlo después de ver la última escena que tiene en la película). Clive Owen es un actor polifacético y, cuando quiere, notable. Aquí disfruta como un niño pequeño con su papel a medio camino entre antihéroe y villano (porque aquí no hay héroes; daría para toda una tesis hablar de la más que dudosa moralidad de este subgénero de los asesinos a sueldo). Estas dos presencias son estimulantes, pero no bastan para levantar la película, ni siquiera con el entretenido juego que se marcan los personajes de Statham y Owen, en el que cada encuentro que mantienen deja las mejores escenas de la película a todos los niveles (incluyendo la última, la que permite salir del cine con un sabor de boca no demasiado amargo).

Bien pensado, lo mejor que uno puede hacer ante esta película es tomársela así. O bien como una simple película de Jason Statham o bien como un vehículo para De Niro y Owen en sus papeles secundarios (habrá hasta quien se conforme con la belleza de la australiana Yvonne Strahovsky; su personaje no da para mucho más que para admirarla). Porque la historia no se puede tomar en serio. No está bien llevada, y seguro que mucha culpa de eso tiene que tanto su director, Gary McKendry, como su guionista, Matt Sherring, afrontan aquí su primera película. La lástima es que desaprovechan alguna que otra oportunidad de lucimiento (esa bruscamente cortada escena de persecución de coches, que al arrancar lleva a pensar en Bullit, por aquello de contar con coches antiguos -en este caso de los años 80, donde se ambienta la película-, pero que se queda en nada) y se encomiendan al espectáculo que dé Statham. Claro que, si alguien es capaz de pelear de esa forma atado a una silla, igual sí que se puede encontrar algo de valor en esta película.

lunes, noviembre 14, 2011

10 PELÍCULAS... que no me gustan de directores que me suelen encantar

Hasta el mejor escribano echa un borrón, asegura el dicho popular. Y es cierto. En cine, es prácticamente imposible encontrar una filmografía inmaculada o desprovista de algún título que no colmara las expectativas de quienes habitualmente disfrutan con sus películas. Hay directores que alternan buenas y malas películas. Hay otros que, en realidad, sólo tiene una que me chirríe especialmente entre tanta genialidad. Una en la que piense que no es posible que sea ese adorado cineasta el que se ha colocado detrás de la cámara. Estas son diez, ordenadas alfabéticamente según el apellido de sus directores.
· Tim Burton: Alicia en el País de las Maravillas (2010)
Adoro a Tim Burton desde siempre. Recuerdo la fascinación que me provocó Bitelchús, su segunda película, y esa es una sensación que ha ido creciendo película tras película, con la construcción de un universo personal y fantástico. Hasta que llegó su visión de Alicia en el País de las Maravillas. Sí, tiene las criaturas y los escenarios que uno podría esperar de Burton, pero le falta su magia, su espíritu, su belleza. Mucho artificio digital, pero nada de lo que encandilaba en Eduardo Manostijeras, en Pesadilla antes de Navidad, en Batman, en Big Fish. Incluso en El planeta de los simios, película que siendo todo lo plana que es al menos se convirtió en un divertido espectáculo pirotécnico. ¿Pero Alicia? No me convenció nada. Menos que nada su protagonista, Mia Waiskowska, pero tampoco me convenció un Johnny Depp más sobreactuado de lo normal. Fue una decepción.
· James Cameron: Titanic (1997)
Cuesta creer que un director que ha dado tantas horas de diversión se esté convirtiendo en uno de los que más me aburren... justo cuando tiene un éxito descomunal e incomparable. Terminator y su secuela, Aliens, Abyss... En los años 80, en los grandes años 80, era uno de los grandes nombres de la fantasía y la ciencia ficción. Pero llegó la película que me rompió el mito. Y no es Avatar, que no es que no me guste, pero me pareció muy sencillita para ser la película con la que iba a cambiar el mundo del cine. Hablo de Titanic. Nada menos que uno de los títulos que más Oscars ha cosechado. Pero no, no aguanto esa película. Y eso que desde niño me fascinó la tragedia del transatlántico insumergible que chocó contra un iceberg. Pero es que la veo aburrida, tópica, incluso repetitiva. No me provoca la misma emoción que a casi el resto de los mortales. Sí, los efectos visuales y el hundimiento del barco son espectaculares... ¿pero 194 minutos para eso? La película dura más que el mismo hundimiento del Titanic a tiempo real. Y recuerdo historias de amor mucho más bonitas en el cine.
· Brian De Palma: La dalia negra (2006)
El precio del poder, El fantasma del paraíso, Atrapado por su pasado, Carrie, Los intocables de Eliot Ness, Misión imposible... Incluso gracias películas menos apreciadas como Ojos de serpiente, La hoguera de las vanidades, Redacted o a sus nada velados homenajes a Hitchcock de sus primeros años de carrera, Brian De Palma siempre me ha parecido un director interesantísimo. Hasta que llegó La dalia negra (incluso un poco antes, cuando estrenó Femme fatale, la verdad). Lo que tendría que haberse convertido en el resurgir del cine negro, adaptando una novela de James Elroy, se quedó en una película aburridísima, farrogosa, imposible de seguir o de entender, con actuaciones de lo más anodinas (¿fue aquí donde Scarlett Johansson me empezó a parecer una belleza cansada de aparecer en el cine?). Habrá quien piense que exagero, pero tengo La dalia negra como una de las más clamorosas oportunidades perdidas para hacer un título que marcara época.
· David Fincher: El club de la lucha (1999)
Probablemente me tope con una legión de fans indignados al decir esto, pero no soporto El club de la lucha. Me pareció una película imposible, que rozaba el absurdo, que sobrepasaba los límites y que, ideológicamente, podía incluso catalogarse como peligrosa (líbreme el poder divino de pedir su censura, pero no por ello voy a comulgar con lo que defiende). Asumo que el libro de Chuck Palahniuk goza de tantos seguidores como el filme, y por eso no creo que me acerque a él, pero tengo este título como una película alejada de la genialidad habitual de David Fincher. Ese que ha revolucionado el policíaco en dos ocasiones (con Seven y, sí, también con la infravalorada Zodiac). Ese que me hizo llorar y emocionarme con El curioso caso de Benjamin Button. Ese que me interesó desde sus inicios con la excesivamente modificada por el productor Alien 3. Ese que me maravilló con La red social. Y entre todo eso, Edward Norton y Brad Pitt liándose a mamporros por pura diversión. No me cuadra, no.
· Alfred Hitchcock: La trama (1976)
El mago del suspense y uno de los directores más universalmente reconocibles de la historia del cine no se merecía un epitafio cinematográfico tan triste como el que dejó. La trama es su última película y es de todo menos una película de Alfred Hitchcock. No hay en ella nada demasiado reconocible. Es muy blanda, es demasiado cómica, es extremadamente convencional. Igual con otro nombre detrás de la cámara sería una peliculita simpática para pasar la tarde. Pero es que la dirigió un tipo que hizo Psicosis, Con la muerte en los talones, Vértigo, Los pájaros. Auténticas palabras mayores del suspense. La trama, sin el carisma que conseguía Hitchcock de sus actores, protagonistas y secundarios, es justo lo contrario: una simple anotación a pie de página, un relato sin demasiado interés que se podría haber quedado en un episodio de una de las muchas series de televisión cómico-policíacas de los años 80. Pero no. Llevaba el nombre de Hitchcock. Su sello no.
· Michael Mann: Corrupción en Miami (2006)
Cuando en 1995 salí de ver Heat fue una de las pocas veces en mi vida que, gracias a la genialidad, no había sido consciente de ver una película tan larga. Su director era Michael Mann, un tipo que después me ha fascinado en unas cuantas ocasiones con sus retratos de conflictos humanos (para mí, su cima es El dilema; ¿algún otro director habría conseguido que Russell Crowe pudiera parecer un hombre tan impotente?). Cuando se anunció que iba a dirigir un remake cinematográfico de Corrupción en Miami, serie que él mismo había creado, lo cierto es que no me pareció mal. Pero creo que ahí falla casi todo Parece un videoclip muy alargado, en el que los actores parecen tener más ganas de poner caras de malo (incluso los buenos, mirad a Jamie Foxx y Colin Farrell) que de construir personajes. La acción, normalita. El guión, convencional. La fotografía es preciosa. Pero es que ya habíamos visto Collateral. El de Corrupción  en Miami no fue, desde luego, el Michael Mann que esperaba.
· Martin Scorsese: Kundun (1997)
Martin Scorsese. Si es que decir su nombre ya provoca una admiración incontenible. El director que mejor ha retratado el Nueva York más sucio y oscuro. El que mejor ha sabido enseñarnos a Robert De Niro. Uno de los mejores en enseñarnos el mundo de la mafia. Y a finales de los años 90 hizo Kundun. Después de haber hecho nada menos que Casino. Probablemente sería ésta una película que significara mucho para el Scorsese persona, para su sentido de la espiritualidad. Pero cinematográficamente se quedó escasísima, aunque es una cinta que tiene cierto prestigio. Yo me quedo con el Scorsese más trascendente, el de Taxi Driver, el de Toro Salvaje. Prefiero el vigor con el que rueda hoy en día aunque El aviador, Gangs of New York o Shutter Island no sean películas tan perfectas. Incluso disfruté con títulos de su filmografía que no parece recordar nadie, como Al límite. ¿Pero Kundun? Si no supiera que es de Scorsese, puede que su nombre fuera el último que diría intentando adivinar su director.
· M. Night Shyamalan: El incidente (2008)
Junto con Tim Burton, pero de una forma muy diferente, M. Night Shyamalan me parece el fabulista más interesante del cine moderno. Sus películas encierran una magia poco convencional y al mismo tiempo perfectamente reconocible. Y no, no es Airbender la película de su filmografía que no me gusta nada, porque esa me parece masacrada con demasiada saña para lo que se merece su entretenimiento. Es El incidente. Con un comienzo brutal, va perdiendo fuerza a cada minuto que pasa. Tiene alguna que otra escena que cae en el ridículo. Y ni sus actores parecen creerse lo que está pasando en la película. ¿Dónde está la tensión dramática de El sexto sentido, Señales, El bosque, La joven del agua o El protegido, para mí sin duda su mejor filme hasta la fecha? No se ven por ningún lado. En su momento pensé que la historia podía dar para un episodio de una serie de televisión, pero nunca para un largometraje, muy alargado y muy mal rematado.
· Steven Spielberg: 1941 (1979)
Incluso el Rey Midas de Hollywood puede cometer deslices. Me duele incluirle en la lista porque siempre he tenido la impresión de que no gusta reconocerle a Spielberg sus inmensos méritos cinematográficos, a pesar de que formo parte de una generación que ha crecido con sus películas. Siento que no se reconoce su madurez, y no hablo de sus dramas (La lista de Schindler a la cabeza, aunque, por ejemplo, se infravaloró Munich), sino de absolutas maravillas como Inteligencia artificial, Minority Report o La guerra de los mundos. Pero hay que reconocer que 1941 no es la película que uno espera ver firmada por Steven Spielberg. Una comedia absurda ubicada en la Segunda Guerra Mundial. Nunca se ha visto el director de las películas de Indiana Jones, E.T. o Encuentros en la tercera fase (ésta ya la había rodado cuando se metió en el lío de 1941) tan fuera de lugar. Si acaso, se pueden salvar algunos actores que viven el papel (John Belushi a la cabeza), pero hay que reconocer que no, que no funciona para nada.
· Ridley Scott: Un buen año (2006)
Este es otro director al que se infravalora con mucha facilidad. Qué fácil se olvida que es el responsable de Alien y Blade Runner. Y qué escaso valor se han dado a pequeñas maravillas como El reino de los cielos (mejor en su montaje del director), Gladiator o American gangster. Incluso a Hannibal, para mí una dignísima secuela de El silencio de los corderos. ¿Pero Un buen año? No me cabe la menor duda de que Scott se lo debió pasar de maravilla en esas pequeñas vacaciones que se concedió para rodar en Francia con su amigo Russell Crowe. Y seguro que presumirá de lo lindo de haber sido el lanzador real de la carrera americana de Marion Cotillard (que no deja de trabajar en Hollywood desde entonces, e incluso ganó un Oscar por una película francesa, La vida en rosa), pero ¿qué cuenta Un buen año? Miro su cartel y veo a Russell Crowe riéndose. Y, sí, me acuerdo otra vez de eso, de que se lo debieron pasar genial rodándola. Yo ya ni me acuerdo de qué iba.

viernes, noviembre 11, 2011

'30 minutos o menos', sólo alguna sonrisa

La comedia y yo nos llevamos cada vez peor. Me pasa como con el cine de terror, que no es capaz de provocarme miedo, sólo que aquí lo que apenas aparece son las risas que, se supone, tendría que provocar una comedia. 30 minutos o menos es el ejemplo perfecto de lo que es la comedia moderna. Es decir, que quien disfrute del género y de los títulos que ha dado en los últimos años es bastante posible que la disfrute. Yo sólo he encontrado algún que otro momento suelto para la sonrisa dentro de una historia bastante convencional de equívocos y personajes odiosos e histriónicos. Un marine millonario y su hijo que quiere matarle, un repartidor de pizzas que está liado con la hermana de su mejor amigo, un asesino a sueldo y un atraco forzado a un banco son el gancho de esta película. Suena a ya visto. Y el humor que le sirve de base, también. Así que sólo queda disfrutar con los actores (si es que caen bien, esencial en la comedia) y contar los escasos 83 minutos que dura el filme.

Bienvenidos a Zombieland es la referencia más clara que tiene esta película. Es el anterior trabajo de su director, Ruben Fleischer, que también trabajó en aquella con el protagonista de 30 minutos o menos, Jesse Eisenberg. Este actor es, precisamente, el mejor reclamo de la película, sobre todo después de su espectacular actuación en La red social. Sin embargo, decepciona. Moviéndose en el mismo registro, casi con el mismo personaje, de Bienvenidos a Zombieland, gustará a quien disfrutara con aquella. Esperemos que esto no sea un síntoma de que la magnífica recreación del creador de Facebook fue una excepción en su carrera. Bien pensado, es que 30 minutos o menos no es más que una reunión de amiguetes que ruedan una película y se lo pasan de miedo, independientemente del resultado que llegue a la gran pantalla. Es un más de lo mismo cambiando el género. De la parodia del terror, pasamos a la parodia de los atracos.

La idea de este tipo de películas es siempre la misma, juntar a un grupo de actores más o menos divertidos (el mencionado Eisenberg; el cargante Danny McBride de Caballeros, princesas y otras bestias; el cargante Aziz Ansari, cómico televisivo; Nick Swardson, quizá el más entonado de todos ellos; y un desatado Michael Peña, ese actor de rasgo hispano al que siempre le dan papeles... de hispano), incluir a una actriz atractiva (la paquistaní Dilshad Vadsaria) y crear una trama lo más descabellada posible (que, paradójicamente, dicen que es muy similar a un hecho real) para concatenar equívocos y chistes fáciles. En realidad, todo en esta película es muy sencillo, no hay tensión alguna y casi todos los giros que adopta el guión son extremadamente fáciles de adivinar, con lo que sólo queda desconectar el cerebro y reaccionar visceralmente a algunos de los chistes. Con ese planteamiento, y olvidando que ya se han visto cosas así, la escena del atraco es bastante divertida, lo mejor sin duda de la película.

El guión es de lo más sencillito, y casi parece presto a la improvisación de los actores. Tiene algunos agujeros bastante importantes (algunos de los cuales, por cierto, se resuelven después de los títulos de crédito) y, en realidad, no aporta gran cosa al desgastado género de la comedia absurda. Perdido el gancho de los zombis del anterior filme de Fleischer, lo cierto es que 30 minutos o menos se ve con muchos menos alicientes. No termina de enganchar su tono paródico ni de marcar una diferencia con respecto a las docenas de comedias disparatadas que se estrenan cada año. A pesar del uso y abuso de palabras malsonantes y de bromas soeces, nada hay de rompedor, más bien al contrario. Con todo, seguro que esta comedia tiene su público Debe de tenerlo, porque para mí es una de las muchas que hay idénticas, con las mismas pretensiones y con el mismo tipo de personajes. Yo no termino de conectar con estas comedias, y por eso lo único que saco de ellas son algunas sonrisas esporádicas.

miércoles, noviembre 09, 2011

'La gran aventura de Winter, el delfín', buen cine familiar

No es fácil hacer cine familiar. Es un género al que casi nadie da trascendencia y que normalmente cae en el olvido, cuando no recibe sólo malas críticas. Por eso, de vez en cuando es un gustazo ver películas como La gran aventura de Winter, el delfín (larguísimo y horrible título en España para el mucho más sencillo y hermoso Dolphin Tale). No es un peliculón, no. Es, simplemente, una preciosa historia de superación personal y de buenos sentimientos apta para todos los públicos. Que el protagonista sea un niño, deja bien claro a qué clase de audiencia se apela. Pero que en el reparto se cuelen nombres como el de Morgan Freeman da una idea de que estamos ante un producto con vocación de estar bien hecho. Y está, efectivamente, muy bien hecho, cumpliendo a las mil maravillas su función de entretener durante casi dos horas (quizá le sobre algún minuto de metraje), y transportando al espectador al interior de una historia que, por cierto, está basada en un hecho real, coletilla que a veces delata algo horrible y que aquí es un motivo más de la belleza del filme.

La mayor sorpresa que uno puede llevarse cuando se acerque a La gran aventura de Winter, el delfín es el nombre de su director. Charles Martin Smith no sonará a mucha gente, pero es aquel actor que completaba Los intocables de Eliot Ness junto a Kevin Costner, Sean Connery y Andy García, que como director realizó Air Bud o el primer episodio de la serie Buffy, cazavampiros. Lo dicho, una sorpresa. No hay mucho que destacar en su trabajo, más allá de una corrección que se agradece. No busca rizar el rizo, ni planos imposibles (aunque el inicio de la película siguiendo a un grupo de delfines digitales que no convencen del todo, hace temor lo peor), sigue con sobriedad a sus actores para que sean ellos los que construyan la película junto a la verdadera estrella del filme, el delfín Winter. Y lo es porque el delfín que aparece en pantalla es, efectivamente, el mismo que fue rescatado en la costa de Florida en 2005, varado en una playa tras quedarse enredado en una trampa para cangrejos, cuya aventura se cuenta aquí.

La historia es de lo más sencilla y utiliza bastantes tópicos. Un niño muy introvertido, sin amigos y sin demasiadas ilusiones, encuentra al delfín en la playa y, tras ser rescatado por un equipo especializado, sigue al animal hasta el centro al que se lo llevan para tratar de que se recupere de sus heridas. Allí, con Winter, encontrará la ilusión y los amigos que no tenía. El propio protagonista, Sawyer (un convincente Nathan Gamble, el hijo del comisario Gordon en El Caballero Oscuro) y su mejor amiga a partir de ese momento, Hazel, la hija del veterinario marino (la pizpireta debutante Cozi Zuehlsdorff) encarnan a la perfección los tópicos en los que se asienta la película. A ambos les falta uno de sus padres. Y teniendo en cuenta que los actores que dan vida a la madre de él y al padre de ella, Ashely Judd y Harry Conick Jr., han gozado en Hollywood de cierto atractivo, se agradece que no se forme la casi obligada relación sentimental entre ambos para reforzar los lazos de unión de los personajes. No hacía falta, pero era otro tópico fácil.

Gusta que haya actores de prestigio que tengan ganas de participar en una película de este estilo, como el gran Morgan Freeman o Kris Kristoferson, porque dan un aire de prestigio a un título bien hecho que, sin ellos, estaría seguramente condenado al ostracismo. Entre todos, hacen de esta película una fábula creíble. No importa que se base en un hecho real, lo que cuenta es que la realización sepa hacerlo realista y consiga que el espectador se meta de lleno en la historia. Y eso lo consigue con creces La gran aventura de Winter, el delfín. Porque el guión da un pequeño poso de profundidad que se antoja necesario para entender la tragedia (animal... y humana) con la historia del primo de Sawyer, porque los personajes están muy bien construidos, porque evolucionan de una forma natural y en base a lo que va sucediendo, y porque todos hubiéramos deseado pasar un verano como el que disfruta Sawyer, ayudando a un delfín herido a salir adelante, devolviéndole las ganas de vivir y encontrando la forma de que lo haga.

Como decía más arriba, puede que le sobre algún minuto a la película, que se acerca a las dos horas de duración (al fin y al cabo, la capacidad de síntesis es algo no demasiado apreciado en el cine moderno, en el que con frecuencia se aplauden películas demasiado alargadas), pero eso no empaña la sinceridad que desprende en todo momento. Habrá quien la considere blanda, pero es que no necesario que el cine sea siempre trágico y duro. Habrá quien piense que es una película indigna de disfrutar del talento de Morgan Freeman, pero estoy seguro de que él está encantado de formar parte de esta hermosa historia. Y es que es inevitable tener simpatía por una película como ésta, que sólo tiene entre sus pretensiones divulgar una de esas historias que vemos imposibles cuando aparecen en los informativos, una bonita fábula real que a todos nos puede llegar al corazón, entretener y emocionar. No es fácil hacer cine familiar, no. Y esta película demuestra que se puede hacer.

lunes, noviembre 07, 2011

'Anonymous', sorprendente canto a la obra de Shakespeare

Causa sorpresa ver que William Shakespeare es el asunto (más que el protagonista, a pesar de que la promoción da un lugar destacado al nombre del dramaturgo inglés) de una película que dirige Roland Emmerich. Y causa la misma sorpresa descubrir que el resultado, Anonymous (otro título que tendría que haberse traducido, no hay explicación para no hacerlo), no está nada mal. No es que sea un peliculón inolvidable, pero sí que es la demostración de que incluso quien ha montado gigantescos espectáculos pirotécnicos, a veces tan espectaculares como vacíos siempre, puede dar el salto a otro tipo de cine. Usando como base la teoría de que Shakespeare no fue el verdadero autor de las obras que hoy asociamos a su nombre, es fácil pensar que Anonymous es todo un castillo de naipes, fácilmente desmontable a cada momento. Y, sin embargo, en ese delicadísimo equilibrio consigue sostenerse con dignidad hasta el final gracias a un brillante reparto.

Anonymous adolece de algunos puntos débiles. Quizá el más flagrante sea su punto de partida. Cierto es que hay teorías que hablan de que Shakespeare no escribió Hamlet, Romeo y Julieta, Macbeth y ninguna de las obras que han hecho que su nombre forme parte de la literatura universal con letras de oro. Pero aceptarlo como verdad histórica para hacer una película es un reto formidable. Emmerich, muy acostumbrado a tomarse licencias en sus películas, casi consigue dotar de credibilidad a la teoría gracias a un espléndido inicio, orquestado en torno al actor Derek Jacobi, shakespeariano intérprete que precisamente por su vocación teatral nunca ha conseguido el reconocimiento que merece. Luego, el guión de John Orloff (responsable también del de Ga'Hoole. La leyenda de los guardianes o Un corazón invencible) no consigue ligar con inteligencia durante la primera mitad de la película las dos tramas que cuenta, la cuestión política y la cuestión literaria. Van tan alejadas, que casi parecen dos filmes diferentes y permiten la dispersión del espectador.

La historia se cuenta en dos momentos temporales diferentes y con dos grupos de actores para algunos personajes. Edward De Vere (un espectacular Rhys Ifans y un más comedido pero correcto Jamie Campbell Bower) es un joven prodigioso, con un enorme talento para las letras. De noble cuna, acaba sucumbiendo a los encantos de la reina Elizabeth (formidable la aproximación a la demencia de Vanessa Redgrave y seductora interpretación de Joely Richardson), pero sometido por el consejero real William Cecil (magnífico David Thewlis) a un matrimonio de conveniencia con su hija. De Vere almacena docenas de obras escritas por él mismo que jamás podrá publicar, y admirado por el poder que el teatro tiene sobre las masas decide entregar sus obras al escritor Ben Jonson (un interesante Sebastian Armesto, con quien arranca la historia), para que él las firme. Pero antes de que pueda reclamar la falseada autoría y después de un primer y apabullante éxito, un oportunista actor llamado William Shakespeare, ávido de un reconocimiento que jamás podrá lograr por sus medios, proclama que las obras son suyas.

No termina ahí un reparto absolutamente brillante, en el que es obligado nombrar también a Edward Hogg dando vida a Robert Cecil, hijo de William Cecil, también consejero de la reina y también tormento de De Vere. Si algo falla en ese espléndido conjunto de actores es precisamente lo que tendría que ser su mejor gancho: el Shakespeare de Rafe Spall, poco menos que un secundario cómico, un personaje excesivamente ridiculizado por el guión y también por la dirección de la película. Quizá la responsabilidad esté más ahí que en el trabajo de Spall, pero es su rostro el que queda en la pantalla. Esa debilidad hace que el andamiaje se tambalee, porque hay muchos momentos de la película, bastantes, en los que Shakespare es absolutamente prescindible. No así el hermoso canto de amor a su obra que supone esta película, que impregna la película en su totalidad y que estalla con fuerza en un magnífica secuencia en la que se ven consecutivamente los estrenos de algunos de los más populares títulos de la obra shakespeariana. Tanto es así, que dan ganas de sumarse al fervor del público que también aparece en pantalla.

No es descabellado decir que Anonymous es la mejor película que ha filmado el director de Independence Day, Godzilla o 10.000, y no sólo por el loable cambio de registro de Emmerich. Este filme es un drama político, histórico y literaria que funciona bastante bien a ratos, aunque peca de falta de concisión (130 minutos son excesivos, y por eso la película flaquea en algunos momentos). Su reparto es formidable (hay una indudable química entre las parejas que se forman, las de índole sentimental y también las que confrontan su sed de poder), su producción es modélica (aunque chirrían esos grandilocuentes planos aéreos, efectos digitales formidables pero que sacan al espectador de la película y que parecen una concesión del propio Emmerich a sí mismo, a su parte de director de espectáculos de mayor envergadura). Pero sobre todo es un bonito canto de amor a la obra de Shakespeare. Descabellado a veces, hermoso en otras. Pero bonito en todo caso, sea por locura, por audacia o por respeto. Y es imposible decir que no a una película que ensalce de esta forma a Shakespeare.

viernes, noviembre 04, 2011

'Melancolía', más vacía de lo que vende


Hay pocas cosas con las que conecte menos en el cine que con las elevadas pretensiones filosóficas, aquellas que se quieren colocar siempre por encima del espectador. Los resultados me parecen con demasiada frecuencia películas repletas de una filosofía que aspira a ser culturalmente inigualable, pero en realidad vacías de todo contenido y espíritu. Me pasó hace muy poco con El árbol de la vida, y me ha vuelto a pasar con Melancolía. No sé si Terrence Mallick y Lars Von Trier tienen mucho en común, pero desde luego sí esta capacidad. Por diferentes razones, son directores que consiguen desconectarme de lo que pretenden contar (si es que, en realidad, pretenden contar algo), que tienen cierta habilidad para desarrollar universos sensoriales muy potentes (en el caso de Mallick de una forma más constante que en el de Von Trier, pues éste sólo desarrolla esa capacidad en los primeros ocho minutos de su película), pero que no consiguen que empatice, conecte o siquiera comprenda a sus personajes. Y en Melancolía es más absurdo todavía, pues tiene un puñado de actores a los que se nota en forma. No hay aquí, como algunos habían dicho, ciencia ficción. El drama está oculto. ¿Y de qué va Melancolía en realidad? La verdad es que no lo sé.

Tiene Melancolía dos retos sobresalientes para el espectador, dos cambios de tercio radicales que dividen la película en tres partes que son difíciles de conectar. La obertura, que no llega a los ocho minutos, es un collage de imágenes impactantes, con colores fuertes, con una exageradamente pausada cámara lenta y con música de Wagner de fondo. Visualmente, es de una belleza asombrosa. Narrativamente, tiene sus defectos. Y visto después el resto de la película queda como un momento extraño, muy diferente pero a la vez muy desconectado del resto. En cualquier caso, es lo mejor de Melancolía. El resto del filme está dividido en dos partes más convencionales, cada una de ellas centrada en una de las dos hermanas que protagonizan la historia, Justine (Kirsten Dunst, Mary Jane Watson en la trilogía de Spiderman rodada por Sam Raimi) y Claire (Charlotte Gainsburg, que ya protagonizó el anterior y polémico invento de Von Trier, Anticristo). No merece la pena, por no revelar demasiado, profundizar en el fondo de la historia ni tampoco en los detalles argumentales de una y otra parte, pero sí en las sensaciones que deja.

Para empezar, confusión. Dicen que Von Trier escribió el personaje de Justine pensando en Penélope Cruz. Dicen que el papel se le ofreció a Olga Kurylenko (chica Bond en Quantum of Solace). Están tan alejadas estas tres actrices, pueden dar cosas tan diametralmente opuestas, que es difícil saber qué buscaba el director con el personaje, qué historia es la que quería contar. Es prácticamente imposible pensar que la Justine de la primera parte es la misma que la de la segunda mitad (e, incluso, que es la misma mujer la que entra en la segunda parte y la que sale de ella). Con Claire sí parece haber algo más de coherencia, como con el resto de los personajes. Pero da la impresión de que, en aras de eso pretendidamente superior de lo que habla la película, son precisamente los personajes los que no cuentan para nada. No sé si estamos ante una visión del fin del mundo, ante el retrato psicológico de quienes afrontan un evento de esa magnitud o simplemente ante un episodio social recubierto de cierta extravagancia. Lo que sí tengo claro es que todo parece accesorio. Sólo cuenta lo que hagan Justine y Claire, más Justine y por eso Kirsten Dunst (no sólo por ser el nombre de mayor popularidad) se lleva los focos del cartel.

Von Trier, decía, desaprovecha el trabajo de sus actores. He leído en más de una ocasión que Dunst no ha aparecido nunca más hermosa en pantalla. Y puede ser verdad, pero en el fondo me parece irrelevante. No creo que la valentía de una actriz se pueda medir, como parece que sí lo hacen muchos (incluido Von Trier), en su disposición a aceptar planos desnuda o mostrando sus pechos. Lo que sí es cierto es que aporta registros y matices fantásticos, aunque no sé si ella misma sabe lo que le pasaba por la cabeza a su personaje en cada momento. Gainsburg está igualmente sobresaliente, como casi todo el reparto, formado por nombres muy conocidos. Kiefer Sutherland, John Hurt, Charlotte Rampling, Stellan Skarsgard... Pero son nombres y pinceladas, no auténticos retratos de personajes. Von Trier no parece interesado en eso, y su forma de rodar (sigo sin encontrar sentido a rodar siempre y porque sí toda una película cámara en mano con un tembloroso movimiento tan constante como incómodo) acentúa la sensación de desperdicio, de desconexión, de filosofía tan pretendidamente elevada como en realidad vacía e inane, lejos de dejar el poso que pretende.

Von Trier hace un cine muy personal, eso es indiscutible. Pero incluso las filmografías personales tienen que plantearse inquietudes que conecten con el espectador. Parece evidente que Von Trier sí conecta con la crítica. Conmigo no lo hace. Como espectador de Melancolía, me supone un reto excesivo mantener la atención durante sus 129 minutos. Es todo un esfuerzo seguir adelante después de los dos bruscos cortes que hace en la película. Es una dura prueba conectar los puntos, hilar las escenas, entender sus contextos para así entender sus historias. No porque como espectador me sienta filosófica o intelectualmente inferior al Von Trier cineasta (cuando alguien critica películas como ésta se tiende a despreciar esa opinión con un simplista y altanero "es que no la has entendido"), sino porque no comparto su propuesta. No me llega emocionalmente. Y, quizá, el ejemplo perfecto para explicar esa diferencia esté en 2001. Una odisea del espacio, un referente al que el propio Von Trier parece aspirar de una forma primaria (imágenes del espacio, música clásica). Kubrick era arrogante en su cine. Muy intelectual. A él sí le entendí. Melancolía se queda realmente lejos de lo que Kubrick sí supo conseguir. De hecho, es que ni siquiera entiendo el porqué del título de esta película. ¿Melancolía? No, la melancolía es otra cosa.

miércoles, noviembre 02, 2011

'Footloose', la quintaesencia del remake innecesario


Nunca he compartido la crítica al remake por el simple hecho de serlo. Cierto es que hay pocas reinterpretaciones de títulos clásicos que superen al original, pero en muchas ocasiones me basta la fidelidad al espíritu del original y algo que justifique una nueva versión, aunque sólo sea la nostalgia de regresar a un mundo conocido. Pero es cierto que hay remakes que son totalmente innecesarios. Footloose reúne todas las características de esta clase de versiones. No se basa en una película especialmente inolvidable, no aporta absolutamente nada nuevo a la narración original (en ocasiones llega a fotocopiar planos y diálogos sin ningún pudor y sin tener en cuenta que han pasado casi treinta años desde el primer Footloose), ni tampoco acierta en las escasísimas variaciones con respecto a aquella. Esta nueva Footloose es exactamente la misma historia, con un buen Dennis Quaid retomando el papel que entonces hizo John Lithgow, muchos cuerpos atractivos y atléticos bailando y una música muy pegadiza (que en su gran mayoría ya estaba en la cinta de 1984). ¿Pero merece la pena calcar así una película? No, desde luego que no.

Footloose no es una de las películas más emblemáticas de los años 80, ni mucho menos, aunque tiene cierta fama. Fama que, seguramente, le viene de ser una especie de continuación temática de películas como Grease o Fiebre del sábado noche, es decir, historias de chavales jóvenes, más o menos rebeldes, con la música como telón de fondo. Como película tampoco era gran cosa, aunque hay que reconocerle la buena composición de su banda sonora, con un par de temas francamente bailables y populares, las actuaciones de actores como Kevin Bacon, John Lithgow o Dianne Wiest y sus buenos sentimientos, muy propios de las docenas de películas similares a ésta (y no precisamente por ésta) que se produjeron en aquellos años, entre finales de los años 70 y comienzos de los 80. La idea de un pueblo en el que estuviera prohibido bailar (los bailes, más concretamente, por lo que de alcohol y desenfreno acarrean) encajaba con la descripción de un joven de ciudad ligeramente rebelde que luchara contra esa ley. Trasladar la historia al tiempo actual es el primero de los errores del remake.

Es un error porque, a pesar de que el impedimento legal sigue siendo el mismo, no se atisba en ningín momento la represión de estos jóvenes de 2011. Más bien al contrario. Lo normal parece ser la diversión, y no hay nada de excepcional en la lucha por celebrar ese baile. Con la premisa por los suelos, es difícil que la película remonte el vuelo. En absoluto ayuda el guión de Craig Brewer (también director) y Dean Pitchford, porque la apuesta es calcar la película original hasta el extremo, asumiendo líneas de diálogo que podían tener cierto sentido en 1984 pero que en 2011 parecen (y de hecho son) risibles. Por ejemplo, parece asombroso que la protagonista, una muy sensual (y sexual) actriz de 23 años llamada Julianne Hough, que interpreta a una menor de edad y que se pasea por la película con ajustadísimos pantalones vaqueros, le espete a su padre, el reverendo del pueblo, que "ni siquiera soy virgen" con la pretensión de ser algo escandaloso. Ya desde los créditos iniciales se copia al original y sus planos de pies sueltos bailando. Luego se introducen dos o tres cambios (que el novio de Ariel sea un piloto de carreras, la dramática ausencia de la madre de Ren o que el duelo que éste mantiene con Chuck sea con autocares y no con tractores), pero enseguida se recupera la dinámica del plagio autorizado.

Y eso es imparable hasta el final. El reparto busca variaciones, pero no son demasiado efectivas en la mayoría de los casos. Para este Footloose había más interés en contar con bailarines profesionales que con actores. La experiencia de Kenny Wormald y Julianne Hough, la físicamente muy atractiva pareja protagonista, está en el mundo de la música y el baile. Lo que se ha buscado es, como en la película original, colocar un par de buenos actores detrás de ellos, en papeles secundarios. Dennis Quaid, de hecho, es el único que acaba entendiendo lo que supone hacer este remake. Su papel de reverendo y padre de Ariel es, sobre el guión, exactamente igual que el de John Lithgow en el film original, pero sabe darle matices diferentes, incluso superando a aquel en algunos momentos. No le sucede lo mismo a Andie McDowell, que en ningún momento consigue alcanzar el trabajo de Dianne Wiest en el filme de 1984. En todo caso, tampoco en las actuaciones hay muchos más cambios reseñables, ya que los personajes son los mismos, hacen las mismas cosas y dicen los mismos diálogos. La única novedad real está en el prólogo de la película, que cuenta el suceso que motiva las prohibiciones en el pueblo y que en el Footloose ochentero no llegaba a aparecer.

No es que Footloose sea una mala película en sí misma, pero su juicio tiene que ir mucho más allá. Con todos los defectos que tiene, cuenta una historia más o menos entretenida con una música atractiva (lo mejor, la versión de Ella Mae Brown de Holding Out For a Hero, la canción cantada originalmente por Bonnie Tyler). Pero es que, si se ha visto la original, ésta se acerca a la tomadura de pelo. ¿Por qué un remake idéntico, cambiando sólo los actores sin más aportación? No tiene ningún sentido. Entiendo que sus protagonistas quieren lucirse, y categoría de baile tienen para ello, pero no parece necesario fotocopiar una película de hace casi treinta años con este propósito. Se puede hacer una nueva historia y listo. Y es que no acabo de tener claro que Footloose sea una etiqueta que por sí sola pueda llevar al cine a los más nostálgicos ni tampoco que esta historia, tal y como fue contada en 1984, pueda convencer a los jóvenes de hoy en día para pagar una entrada de cine y sentirse identificados con lo que se cuenta. Lo mejor es ese toque de nostalgia, y es que tiene su aquel escuchar Footloose, la canción, en un cine. Pero poquito más.