jueves, julio 28, 2011

Espléndida 'Capitán América'

Espléndida, sencillamente espléndida. Capitán América. El primer vengador es, por dejarlo claro desde el principio, la mejor película de superhéroes de este 2011. Es una magnífica pieza de aventuras de época, situada en la Segunda Guerra Mundial. Tiene un protagonista carismático (y aquí hay sorpresa, pues en Chris Evans residían muchas de las dudas que despertaba este filme), un villano magnífico, unos personajes secundarios bien desarrollados y muy bien interpretados, un diseño de producción espectacular, un ritmo alto, un más que agradecido (y asombroso por venir de donde viene, del propio Hollywood) sentido de la autoparodia, un magnífico clímax y un estilo adecuado a lo que tiene que ser una gran película de cómic. Lo tiene todo. Y es, al mismo nivel del primer Iron Man, la mejor película que ha deparado este Universo Marvel de cine que desembocará el próximo año en la esperadísima Los Vengadores. Capitán América es una gozada en la que es difícil, francamente difícil, encontrar algún pero.

Cuando se anunció que Joe Johnston iba a dirigir Capitán América, saltaron las alarmas. Con sólo ocho títulos en más de 20 años de carrera como director, venía de firmar su peor película y uno de los peores inventos en años del cine americano, El hombre lobo, un desbarajuste en toda regla que, insisto, hacía temer lo peor. Pero había un precedente positivo al que agarrarse: Rocketeer. Tan denostada a veces como desconocida en general, aquella era una buena adaptación de cómic, sencilla y amena, entretenida. Y con el enemigo nazi de fondo. Puede parecer una tontería, pero sin esa película en su filmografía es posible que Capitán América hubiera sido diferente. Que el papel protagonista recayera en Chris Evans tampoco disparó las buenas expectativas. Había creado un un aceptable Johnny Storm, la Antorcha Humana, en las malas películas de Los 4 Fantásticos, pero el tono burlón de aquel está en las antípodas de lo que debía ser Steve Rogers, el Capitán América. Para sorpresa de muchos, son precisamente Johnston y Evans quienes se convierten en la base de una espléndida película.

Johnston acierta en todo lo que aparentemente depende de él. En el tono de la película, en los encuadres y en los movimientos de cámara, en el montaje, en la dirección de actores. Todo es lo que tiene que ser en un filme así. Todo encaja y funciona con una precisión admirable a lo largo de los 124 minutos de metraje, nada chirría, absolutamente nada, todo es tan clásico como debe de ser y tan moderno como lo requiere alguna que otra escena. Hay acción contemporánea, pero que aparece fluida y natural viéndose en el frente de la Segunda Guerra Mundial. Y Evans demuestra desde el primer momento que afronta un papel totalmente diferente al de la Antorcha Humana y hace suyo al Capitán América en todo el filme, desde las primeras escenas en las que se muestra como un enclenque Steve Rogers hasta las finales en las que el heroísmo del Capitán América se apodera de la pantalla con una sencillez envidiable. Y eso parece fácil sobre el papel, pero si adaptar un cómic ofrece a veces tan pobres resultados, o al menos tan previsibles o cuadriculados, será que no es tan sencillo como parece.

Si Johnston y Evans son la base, el envoltorio es de lujo. En todo. El diseño de producción es envidiable, tanto en las escenas del Nueva York de los años 40 como en las escenas de guerra, mezcla casi perfecta del toque clásico de la Segunda Guerra Mundial con las pinceladas futuristas que requiere una película de este tipo. El equilibrio en ese sentido es magnífico, nada desentona. Es un enorme acierto haber convertido Capitán América en una película de época, era lo necesario para contar el origen del héroe y el resultado no podría ser mejor, aderezado por la formidable música de un Alan Silvestri que disfruta y hace disfrutar. Y, por supuesto, es magnífico el encaje de esta película en el Universo Marvel cinematográfico, con claras referencias a las películas de Iron Man y Thor, y el siempre formidable cameo del creador de este mundo en el cómic, el gran Stan Lee, un cameo tan divertido como siempre. Hablando del Universo Marvel, si en todas las películas anteriores era imprescindible aguantar hasta el final de los títulos de crédito para ver la última escena de la película, en ésta es quizá todavía más importante, pues es la última antes de Los Vengadores, de Joss Whedon.

Qué decir del formidable reparto de la película. Tommy Lee Jones, Hugo Weaving, Stanley Tucci, Toby Jones... Todos contribuyen a elevar un peldaño el nivel de la cinta, porque todos ellos, en consonancia con Chris Evans, se creen sus papeles. Da igual que se presten al cliché, como el Coronel Chester Phillips de Tommy Lee Jones. O que ofrezcan grandes posibilidades de histrionismo, como el de Craneo Rojo (formidable diseño y maquillaje) de Hugo Weaving. Todo funciona, todo está controlado, todo aparece en su justa medida. Incluso la bien calibrada, aunque inevitable, historia de amor, que se inicia de forma inocente y casi desapercibida y que finaliza con emotividad. Hayley Atwell también encaja en esa cada vez más habitual figura de chica dulce y mujer dura que tiene que aparecer en el cine de acción contemporáneo. Para los fans del cómic, hay muchísimos detalles en los que fijarse, pero la inclusión de Dum Dum Dugan con el rostro de Neal McDonough es, seguramente, uno de los más interesantes, sin olvidar la presencia de Bucky Barnes como compañero de fatigas de Steve Rogers.

El nombre del personaje que da título a la película intimida, eso no se puede negar, y llevará a muchos a esperar el filme como si fuera un producto patriotero y propagandístico. Quienes esperen ver eso, se van a llevar una sorpresa tan grande como grata. No sólo no es un panfleto, sino que la película sabe reírse de sí misma y de la propia sociedad estadounidense, de su patriotismo desmedido, sin ridiculizar nada y sin tomarse más en serio de lo que debe. Capitán América encaja justo donde debe, todo lo que aparece en pantalla obedece a una necesidad argumental o visual, sin que la una entorpezca a la otra en ningún momento, ni siquiera con algún que otro plano forzado para la conversión de la película en 3D. Todo funciona, muchísimas cosas brillan, convirtiéndose en un gran homenaje al serial de los años 30 y a quienes trataron de rescatar su espíritu en las últimas décadas (y no sólo no es descabellado sino que se antoja obligatorio acordarse de las películas de Indiana Jones de Steven Spielberg y George Lucas, por ese tono de aventura desenfadada y prodigiosamente entretenida y por los nazis como enemigos del héroe).

Si tienes formidables piezas de acción, un respeto evidente por el original del cómic, un guión competente y actores profesionales, lo normal es que salga un producto tan entretenido como lo es Capitán América. Termina la proyección y la verdad es que no se me ocurre nada que me sobre, nada que me falte, ningún personaje que visualice con la cara de otro actor. Nada. Todo es genial, todo me ha hecho disfrutar como un niño pequeño, desde el misterioso prólogo hasta el emocionante final, desde las escenas de personajes (nada desdeñables) a las de acción (formidablemente bien ejecutadas), desde el toque musical al dramático. Una auténtica gozada, un modelo a seguir para futuras adaptaciones de cómic que se muevan en parámetros similares a los del Capitán América del cómic. ¿Quién dice que no se puede hacer buenas películas de superhéroes por caminos diferentes a los oscuros y prodigiosos designios de Christopher Nolan? Capitán América enseña el camino para otros héroes, porque no sólo de Batman y su oscuridad vive el cine de cómic. Y así da gusto.

martes, julio 26, 2011

'Green Lantern' sabe a poco

Para adaptar un cómic de superhéroes, parece haber tres caminos claramente establecidos. Por un lado, el adulto, el rompedor, el que comenzaron a esbozar Brian Singer y Sam Raimi con sus trilogías de X-Men y Spider-Man y perfeccionó Christopher Nolan con la suya sobre Batman. Por otro, el cómico, el paródico, el poco serio, el que malinterpretó Joel Schumacher con sus dos entregas sobre el Caballero Oscuro (usar esa denominación para referirse a esas películas casi parece un chiste) y el que parece tener más cabida en las aproximaciones al superhéroe que no proceden del cómic, como Hancock. Y, finalmente, el camino más fácil, el trillado, el previsible, el tópico, el de la corrección más absoluta sin nada que cambie el rumbo. Ahí, en esa tercera línea pero con ciertos toques de la segunda, encaja Green Lantern. Y es una pena porque su universo ofrecía inmesas posibilidades de un deleite visual incomparable, y hasta ese es un aspecto que sabe a poco. Como la película en sí misma. Entretenida, sí, con algunos detalles interesantes, desde luego. Pero sabe a poco.

El error de partida de Green Lantern es el que comete Hollywood en demasiadas de sus películas. Su guión es tan simple que asombra que haya salido de cuatro mentes. Asombra aún más si uno se da cuenta de que cae en todos los tópicos posibles. El noble héroe con una tragedia en su pasado que supera sus problemas para slavar el mundo, sus compañeros que dudan de sus posibilidades pero que acabarán reconociendo los méritos del protagonista, la chica, siempre la chica que apoyará al héroe y le inspirará en los momentos más difíciles, y, por supuesto, un villano aparentemente imbatible pero que caerá derrotado en un más o menos espectacular clímax final. Hay docenas de películas cortadas por el mismo patrón y Green Lantern es, indudablemente, una de ellas. Tanto hay que ajustarse a ese patrón que a veces se olvida el referente del cómic. Hal Jordan, en las viñetas, no es el Hal Jordan que interpreta Ryan Reynolds durante los dos primeros tercios de la película. A falta de secundarios cómicos, es en Reynolds donde hay que encontrar los chistes, mucho más moderados eso sí que en títulos parecidos.

El del final sí es Hal Jordan. Es ahí donde se esconden, si obviamos sus defectos, los principales logros de la película. Y es que es un producto entretenido, eso es innegable. Su clímax final es lo que tendría que ser, sólo que carece, en buena medida, de la espectacularidad que uno espera en este tipo de producciones. A Thor le sucedía algo parecido, pero la película de Kenneth Branagh echaba el resto en un arranque magnífico. Aquí hay un tramo equivalente mediada la proeycción, cuando Hal Jordan llega al planeta Oa, donde le enseñarán a utilizar su anillo verde de poder (escasísima presencia de Kilowog y Tomar-Re, dos clásicos Green Lanterns a los que no les sienta demasiado bien su reciclaje digital). Y ese tramo es también notable. Sin tener un diseño de producción que quite el aliento, los planos de este planeta son interesantes. Y es allí donde se cuece el plato fuerte (y desperdiciado... con voluntad de desperdiciarlo por ahora; aguantad unos momentos los títulos de crédito finales y veréis por qué) de la película: Mark Strong en el papel de Sinestro. Su cara a cara con Hal Jordan es lo mejor de la película, una buena escena de personajes, unos diálogos interesantes y un notable festival de efectos especiales.

Lástima que el resto del andamiaje de Green Lantern no raye a la misma altura, porque en esos dos instantes (en el clímax final si superamos la manía de simplificar tanto los duelos definitivos que el malo imbatible no parece ni tan malo ni tan imbatible; es un reciclaje mejorado del de Los 4 Fantásticos y Silver Surfer, pero está lejos de la destrucción apuntada en Transformers 3) apuntan que la cinta podría haber dado un paso adelante que finalmente no da. Es curioso que la mayoría de películas de superhéroes son superadas por sus secuelas. La misma sensación ofrecerá, seguro, Green Lantern 2. Narrar el origen del personaje puede ser un peaje necesario, tal y como está montada la industria del entretenimiento, pero lastra demasiado la mayoría de estos títulos. Blake Lively se confirma como uno de los rostros y cuerpos más bellos del cine, pero más allá de cumplir con el cliché (curiosamente, el personaje del cómic se hizo a imagen y semejanza de Elizabeth Taylor) su papel no da para mucho más. La opinión sobre Peter Sarsgaard irá en gustos. Para algunos será lo mejor de la película. Para otros, un remedo del personaje de Jeffrey Jones en Howard. Un nuevo héroe (y sólo citar esa película ya lo dice todo).

Martin Campbell es un director inteligente, que suele dominar con pericia escenarios de aventura y acción. Lo hizo con sus James Bond o con La máscara del Zorro. Quizá el envoltorio de ciencia ficción le venga un poco grande, pero sin duda ofrece mejores resultados que otros directores de más renombre (sí, aunque no sea un cómic, estoy pensando en Michael Bay y Transformers). El 3D no es molesto y no resta brillo a las imágenes ni a los efectos especiales, aunque se antoja un poco frívolo en esta historia, como en casi todas las películas en las que se aplica esta moderna (¿y pasajera?) técnica que, eso sí, permitirá aumentar la recaudación. Green Lantern podría haber dado más de sí y es casi una certeza que lo haría en caso de haber secuela. Pero para comprobar con toda certeza que sabe a poco no hay más que ver del tirón las dos películas de dibujos animados que ha hecho Warner recientemente sobre el personaje, Green Lantern. Primer vuelo y Green Lantern. Caballeros Esmeralda. Ahí se esconde el verdadero Green Lantern. El que la película de acción real sólo esboza en algunos momentos en esta entretenida pero escasa aproximación.

jueves, julio 21, 2011

'Cars 2'. Pixar y Lasseter son humanos

Pixar y John Lasseter son humanos, y como tales no cuentan con el don de la infalibilidad. Es decir, que no todas sus películas pueden ser obras maestras llenas de genialidad. Nos han malacostumbrado hasta el punto de que, quienes habíamos visto en Cars la más débil de sus películas (¿tan lejos está ya el año 2006 en que se estrenó?), nos habíamos olvidado de ver el logo de Pixar en algo que no fuera sencillamente extraordinario. Cars no era, ni mucho menos, extraordinaria. De hecho, siempre se ha visto como la película de Pixar pensada para vender juguetes, algo que avalan las cifras (tanto de recaudación de la película como de ingresos por merchandising hecho a imagen y semejanza de sus personajes). Cars 2 ahonda en esa sensación, pero con algunos errores que hacen todavía más difícil de ver desde la perspectiva cinéfila a la que Pixar nos empujó con maravillas como Wall·E, Up, Ratatouille o la trilogía de Toy Story. Son humanos, qué le vamos a hacer. No queda sino esperar a la próxima película.

Algo tendrá Cars si gusta tanto a los niños como para hacer a Rayo McQueen su héroe y el juguete que quieren que sus padres les compren. Pero desde la perspectiva de un adulto es difícil encontrarlo. Al menos no con la misma facilidad con la que Pixar ofrece deleite en la mayoría de sus películas. Y eso que esta secuela no empieza mal, con una entretenida secuencia de espías. Ahí es donde el espectador se encuentra con el primer reto: seguir creyéndose este mundo de coches humanizados en el que no hay personas. Tengo que reconocer que a mí esa tarea se me hizo harto complicada, más aún que en la primera parte. No terminan de llegarme estos personajes en estas circunstancias. Las carreras de la primera entrega salvaban medianamente la función, porque participar en una carrera es, al fin y al cabo, lo que se espera de un coche de carreras. Para la segunda entrega, hay más carreras, a lo largo del mundo y con otro tipo de coches (el rival de Rayo McQueen es un fórmula 1... que habla con acento italiano; vaya, como en Transformers 3...), pero la historia, alejada de esos avatares, minimiza por completo su importancia.

Y como las carreras ya no son lo importante, Rayo McQueen tampoco es el actor principal de la historia. No parece el mejor de los movimientos para esta secuela, pero darle el protagonismo a Mater, la grúa, es la decisión que adoptan Lasseter y Brad Lewis como directores y responsables del argumento de la película. Eso aumenta el tan temido nivel de humor fácil y rápido, hasta el punto de que los chistes y los toques de humor, tan hábilmente introducidos en otras películas de Pixar, aquí son continuos, nada sutiles, gruesos a veces. Tan pendiente estaban sus autores de esto, que no se dieron cuenta de que la película es harto predecible y, sobre todo, increíblemente tópica. Eso duele más si tenemos en cuenta la habilidad de Pixar para escapar de los tópicos y los clichés, para convertir en protagonistas de sus títulos a los más inverosímiles personajes, desde un anciano hasta un robot que no sabe hablar. Si en Cars los estereotipos eran ya muy marcados, en Cars 2 esa sensación se duplica.

Ni siquiera el habitualmente muy estilulante Michael Giacchino (que había dado un toque brillante a la infumable Speed Racer, otra película con los coches en primer término) termina de encontrar en la banda sonora el punto de genialidad que ya ha dado a otras películas de Pixar. Sí es cierto que la animación es tan soberbia como cabe esperar de esta casa, difícil decir si mejor o peor que en los títulos anteriores o incluso en el primer Cars, pero se pone al servicio de una historia que no convence en ningún momento y que es rutinaria. Como decía, la apariencia de ser una película pensada para vender juguetes (qué ironía, siendo los juguetes los protagonistas de una trilogía de altísimo valor cinematográfico y firmada por Pixar), su afán de ser una pieza más del rentable mundo del merchandising y sus ganchos fáciles (llamar Fernando Alonso a uno de los coches que no hace más que un cameo o colocar de nuevo a Antonio Lobato, la voz de la Fórmula 1 en España, como uno de los comentaristas de las carreras) hacen que su evaluación como película sea compleja. ¿Entretiene? Pues sí, probablemente sí. Pero, como la primera entrega de la saga, quizá bastante más en el caso de esta secuela, sabe a poco. A muy poco.

miércoles, julio 13, 2011

Espectacular pero extraño final para 'Harry Potter'

Harry Potter ya tiene su punto final cinematográfico. Y las sensaciones son extrañas. Las reliquias de la muerte. Parte 2 es una película espectacular, eso es innegable. Aquí están, probablemente, los mejores momentos de toda la saga (excepción hecha del dramático clímax de El caliz de fuego). Pero, al mismo tiempo, es una película con una más que peculiar estructura debido a que la mitad de su contenido está en la entrega anterior. Hay esfuerzos de dotar de identidad propia a la película, y es ahí donde reside el principal mérito del director David Yates (sobre todo en el arranque del filme), pero da la sensación de que pesa demasiado el original literario (sobre todo en la segunda y climática mitad, en realidad como en toda la saga) como para esperar grandes sorpresas. El conjunto entretiene de forma honesta y, de vez en cuando, sobresale una pizca de genio, lastrado por el doblaje (sin la voz de Ralph Fiennes, Voldemort pierde capacidad aterradora) y por un 3D innecesario. Los fans la adorarán, seguramente sin medida, como la mejor película de la saga. Sin ser seguidor, y con todos sus defectos, a mí es la que más me ha entretenido.

Para ponernos rápidamente en situación, la segunda parte de Harry Potter y las reliquias de la muerte es a toda la saga del joven mago lo que la segunda hora de El retorno del Jedi fue para la trilogía clásica de Star Wars: un clímax continuo, salvaje, dramático y espectacular. Pero, siguiendo con este ejemplo, hay diferencias. Primero, que este clímax de Harry Potter se ha hecho esperar demasiado. Una vez visto su final, la sensación de ver las anteriores películas como largas transiciones hacia este final (con el intermedio de, insisto, el final de El caliz de fuego) queda corroborada como una certeza. Hemos caminado única y exclusivamente para llegar a este final, y el camino ha sido extremadamente largo. La otra gran diferencia está en el tono. Nacida, al menos desde el punto de vista de la promoción, como una historia destinada al público infantil, ha terminado en las antípodas de ese objetivo, aunque de poco servirá que se intente convencer de ello a la legión de jóvenes aficionados de la saga. No hay toques de comedia barata (¡menos mal!), pero la saga, al final, adolece de una sorprendente falta de sacrificio, a pesar de ir diseminando momentos trágicos a lo largo de esta película y, en general, en la segunda mitad de la serie.

A pesar de estos inconvenientes, la segunda entrega de Las reliquias de la muerte es la mejor película de la saga porque tiene un gran sentido del espectáculo. De principio a fin, se convierte en una montaña rusa de ritmo muy marcado (antes de la tempestad siempre viene la calma... y curiosamente la película destaca más por la calma) pero nada previsible. El arranque del filme de David Yates (cuarto que dirige en la saga) es modélico. Sin insultar al espectador con un resumen de lo ya visto (en las anteriores películas y en la primera parte de este volúmen), todo queda resumido con genialidad en unos pocos planos que nos recuerdan lo que sucedió al final del anterior episodio. A partir de ahí queda marcado el necesario tono adulto y trágico de la película, acentuado siempre por la portentosa música del gran Alexandre Desplat (llamado sin duda a ser el próximo gran compositor de la historia de Hollywood), y sin necesidad de recurrir al mal gusto visual, error demasiado común en el cine de hoy en día. Y también a partir de ahí comienza la mencionada montaña rusa, que acumula escenas de acción (algunas más o menos prescindibles como, precisamente, la montaña rusa del banco de Hogwarts, otras más espectaculares como el vuelo en el dragón) con otras de diálogo y sentimiento.

Harry Potter y las reliquias de la muerte. Parte 2 engaña, porque a priori da la sensación de que lo mejor de esta película tendría que salir de la feroz batalla entre el bien y el mal que se desencadena junto a los muros de Hogwarts, pero no es así. Lo mejor, y ya iba siendo hora después de ocho películas, está en el siempre apuntado pero hasta ahora nunca completado desarrollo de los personajes. Por fin los protagonistas acaban encontrando su camino. Sin traicionar lo que sabíamos de ellos (algo difícil, teniendo en cuenta el origen literario del filme... y que hay una legión de fans dispuesto a devorar al autor de una hipotética traición de ese estilo), pero por fin ubicándoles en el sitio que les corresponde en esta historia. Esa evolución se ve en Harry Potter (Daniel Radcliffe) en escenas tan tranquilas como la conversación que sigue a su enfrentamiento con Voldemort (Ralph Fiennes) o, incluso, en la primera que mantiene con Ollivander (John Hurt). Y da gusto ver la escena en la que evolucionan Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson), adulta al principio, juguetona e infantil al segundo. Esa es la mezcla perfecta, y hasta ahora no se había dado. Y mención especial para el mejor actor de esta cinta, Alan Rickman, perfecto como Severus Snape.

Decía que uno esperaba que el punto fuerte de esta película estuviera en la batalla. Y el espectáculo pirotécnico y de efectos visuales no defrauda. Pero sigue habiendo un referente insuperado y, por ahora, insuperable, que es la batalla de los campos del Pelennor de El retorno del rey, la entrega final de El Señor de los Anillos. Es el referente indiscutible y es obvio que Las reliquias de la muerte busca parecidos que le acerquen a ese modelo. Pero se queda lejos, muy lejos de lo que consiguió Peter Jackson hace ya ocho años. Aún así, insisto, aquí se concentran algunos de los mejores hallazgos visuales de toda la saga de Harry Potter, y elevan el nivel por encima de lo visto hasta ahora. Seguramente, en eso tiene mucho que decir la tan deseada presencia de Voldemort, que en las anteriores entregas sólo había sido insinuada (salvo, perdón por la insistencia, en el clímax de El caliz de fuego). Con Voldemort en pantalla todo crece, aunque por desgracia ese misma presencia devore lo que en películas anteriores había sido incluso aterrador (sucede con esos mortífagos que flotan en torno a Hogwarts y que apenas tienen algo que decir en esta batalla). Pero Voldemort siempre mejor en versión original, el doblaje mitiga su poderoso efecto.

Los 130 minutos de la película hacen de ella (por paradójico que pueda resultar con semejante duración) una de las más cortas de la saga, muy por debajo de los 146 que duraba la entrega anterior. Y usar 276 minutos para adaptar un libro es, a todas luces, algo excesivo, porque no estamos ante Lo que el viento se llevó. Cada vez estoy más convencido de que Harry Potter necesitaba una adaptación más que una traslación a la gran pantalla, una que cogiera los elementos esenciales del mago y su universo y los incluyera en una saga mucho más corta. Pero, claro, esto del cine es por encima de todo un negocio y todas las películas de Harry Potter han dado mucho dinero. Menos mal que no ha sido hasta la última entrega cuando se han dado cuenta de que podían dividir un libro en dos y ganar el doble (o más, ya que también han llegado tarde a ese 3D, innecesario de nuevo pero que sumará un par de euros o dólares adicionales por cada entrada vendida). Con todo, Harry Potter y las reliquias de la muerte. Parte 2 es la mejor película de la saga. Por ritmo, por personajes, por acción y por narración. Y aunque el edulcorado final nos devuelva al comienzo de la saga, en la ya lejana Harry Potter y la piedra filosofal que se estrenó hace diez largos años.

domingo, julio 10, 2011

Michael Bay nunca entendió 'Transformers'

Nunca lo entendió. Michael Bay nunca entendió Transformers. Sólo quería hacer una películas, que acabaron siendo tres, en la que salieran robots gigantes, mujeres sexys, secundarios cómicos a mansalva y muchas explosiones. Pero nunca entendió Transformers. Visto el trítptico definitivo de la saga completado con El lado oscuro de la luna, ese es el auténtico problema que sufren las tres películas. Michael Bay tenía los medios para haber hecho historia en el género, para haber creado una saga que marcara una difertencia (y no sólo en la taquilla, que ha reventado con las tres). Pero se pierde en los tópicos más aburridos y manidos del cine en general y de los géneros que toca en particular. Cae en defectos tan infantiles que provoca asombro con tanta frecuencia que es imposible recordar todas las secuencias inverosímiles que junta en una misma película. Y el caso es que, al final, uno no puede decir que lo haya pasado mal con este producto prefabricado, traicionero del espíritu de la franquicia que dice representar. Porque estas cosas entretienen. Pero son malas. La pena es asumir que ese mal camino es el único que se puede tomar cuando uno encara producciones como ésta.

Que Michael Bay no entiende Transformers es algo que ya había apuntado en la primera entrega y ampliado en la segunda, pero cabía la posibilidad de que fueran limitaciones técnicas o presupuestarias las que le hubieran impedido explicar mejor sus pretensiones en este universo de ficción. Pero la tercera película demuestra que no es así. Lo demuestra porque aquí está puesto todo. Son más de dos horas y media de espectáculo sin freno y sin límites, que llevan la acción hasta extremos que el propio Bay no había llegado a tocar en su ya de por sí grandilocuente filmografía. Y como todo está ahí, sólo cabe concluir que Bay no sabe lo que son los Transformers. Aquí tiene robots gigantes, sí. Tiene invasiones extraterrestres a gran escala, sí. Tiene un salvaje y violento clímax final de más de media hora. Pero me cuesta ver ahí a los Transformers. La capacidad de transformarse es inherente a los personajes (¡no hay más que ver el nombre de la franquicia!) y aquí apenas se usa. Son sólo robots gigantes y podrían ser cualquier cosa. Porque, además, Bay traiciona continuamente la esencia de los personajes, la que se ha ido transmitiendo en el tiempo por las diferentes encarnaciones de esta saga.

Bay comete además otros dos errores de bulto, apuntados en los dos precedentes y llevado al extremo (y al absurdo) en esta tercera entrega. En primer lugar, el excesivo tono cómico. Estas películas piden siempre respiros humorísticos, pero es que en Transformers. El lado oscuro de la luna todo es cómico: los insufribles robots pequeños, los padres del protagonista, el prescindible y odioso personaje de John Malkovich (¿se ha vuelto loco este actor?), el ya conocido y ya cansino de John Turturro... Hasta un Autobot que se transforma en un Ferrari ¡¡¡y habla por ello con acento italiano!!! En segundo lugar, la siempre absurda inclusión de la chica sexy y despampanante, que deja en nada los libidinosos planos de Megan Fox que Bay nos regalaba en las anteriores entregas (en especial en la segunda, La venganza de los caídos). Rosie Huntington-Whiteley es capaz de ir tan mona y correr tan rápido como los militares, mantener impoluta su hermosa melena rubia y que su cahqueta blanca siga igual de blanca al final de la película a pesar de haber vivido en primera línea una batalla descomunal. Atención a uno de los momentos más absurdos de la historia del cine: el sermón de la rubia a Megatron, pretendidamente el Decepticon más cruel y una caricatura en manos de Michael Bay.

Esas dos premisas arruinan todo el dramatismo que pueda tener la parte humana de la historia, en la que naufragan actores con prestigio (a todos los mencionados se puede ayudar a Frances McDormand y a un Shia LaBeouf que se convertirá igualmente en una caricatura de sí mismo si no cambia de registro ya). Por eso, el protagonismo es de los robots. Ahí es donde más pena da comprobar el resultado del trabajo de Michael Bay, porque la materia prima para hacer una película espectacular (y no sólo en lo visual) está ahí y queda arruinada. Un espléndido prólogo, bien narrado, con inteligencia y buen pulso cinematográfico, invita a pensar que esta historia tendría que haber sido la primera película de los Transformers, que tenía el potencial dramático para ser algo atrayente y no sólo para un público poco exigente. El clímax final deja los mejores momentos visuales de la saga sin discusión, por calidad y por cantidad. Y el 3D es brillante en esa parte final (mención especial para el lanzamiento al vacío de los soldados, un bellísimo momento que el 3D sí mejora sustancialmente) pero prescindible en casi todo el resto de la película. Pero todo esto se evapora porque Michael Bay no ha entendido lo que tiene entre manos.

No ha dotado a los robots de personalidades definidas, la amplía mayoría de ellos son intercambiables. Y los que sí destacan, los que los aficionados han querido a lo largo de los años, aparecen aquí distorsionados o caricaturazados. Y no es un error, sino un patrón, porque la distorsión se da en los Autobots, los buenos, y la caricatura en los Decepticons, los malos. Es triste ver que Optimus Prime suelta frases casi psicopáticas y llenas de odio y de rencor (o la excusa argumental por la que se ausenta durante largos minutos de la lucha final: inconcebible y demencial) o el giro de Sentinel Prime (el personaje más destacado que se añade en esta tercera película), pero más triste aún es ver una encarnación tan ridícula de Megatron (infinitamente menos adulta que la que hace 25 años mostró la película de dibujos animados) o una tan lastimosa de Starscream. Bay también cae en el error de querer hacerlo todo más grande que en la anterior entrega. Siempre más grande que en la anterior, que no mejor. Y eso, si hablamos de robotos gigantes, implica robots de mayor tamaño. ¿Dónde estaban en las anteriores películas? La continuidad no importa. Tampoco que así demos el salto de Transformers a cualquier otra franquicia o película (y es inevitable pensar en la reciente Invasión a la Tierra).

Lo peligroso, insisto, es que uno no sale del cine con la sensación de haberse aburrido. Igual es que las dos puñaladas traperas (y divertidas, no lo neguemos) que se le dan a Megan Fox por medio del guión compensan por las atrocidades cinematográficas que se perpetran con la bella Rosie Huntington-Whitley como protagonista. Igual es que el cariño infantil por los Transformers y la ilusión que siempre hace ver algo así en pantalla grande, con un sonido y una imagen espectaculares, mitigan todos los defectos de filmación y de narración que encierra la película. Igual simplemente es que hemos asumido que el mal cine puede ser un buen entretenimiento. O igual es que estoy muy condicionado por el odio (cinéfilo) que siento por Michael Bay, un director que hace años, tras ver Pearl Harbor, me hizo acuñar una teoría: mete tantos planos por segundo que a veces acierta. Aquí la mejor noticia es que rodar en 3D ha calmado los insufribles movimientos de cámara y la ametralladora de planos en la que convierte Michael Bay las películas. La acción se sigue perfectamente, incluso en 3D. Y hay momentos inolvidables. Para bien y, sobre todo, para mal. Ojalá alguien retome el testigo en la franquicia y sepa entender lo que supone.

miércoles, julio 06, 2011

'Insidious', el terror moderno debe de ser esto

Insidious debe de ser un perfecto ejemplo de lo que es el terror para el cine moderno. Un terror facilón, producto de situaciones tópicas y de eliminar las luces, carente de imaginación y pendiente sólo de sorprender con giros inverosímiles del guión. Un terror que no ofrece nada nuevo, que no se mete en el cuerpo, que sólo busca un eventual salto en tu butaca que llega siempre cuando uno se lo espera, en la situación en la que parece claro que se va a producir. El terror moderno debe de ser esto. Pero a mí, la verdad, no me dice gran cosa. Añoro la sensación, al terminar una película, de mirar en todos los rincones a mi alrededor para asegurarme de que no hay nada ni nadie. La sensación que dejaban los grandes clásicos del género. La que uno siente al ver La semilla del diablo, El exorcista, La profecía. Las grandes. ¿Insidious? Parece que está gustando. Pero a mí esto no me produce terror.

Vamos a partir de una base muy razonable para explicar la conclusión que acabo de exponer: el director de Insidious, James Wan, es el realizador de Saw y autor del argumento de la tercera parte de esa saga. Sé que Saw tiene seguidores. Quienes vean en esa saga auténtico terror, igual sí disfrutan de Insidous. No es mi caso. De todo modos, las historias de aquella y ésta están muy alejadas entre sí. De un asesino psicópata en aquella pasamos a una maldición con niño de por medio en esta. Un niño, elemento muy tradicional en el género de terror. Sólo eso ya produce una sensación de déjà vu, aunque es engañosa como va revelando la película, y que se acrecienta según van pasando los minutos. Pero como Wan parece ser consciente de eso, llega un momento en que su apuesta es la diferente, la de cambiar por completo el planteamiento de la película, hacer que sus personajes no sean lo que parecen ser (casi todos) y plagar la historia de giros inverosímiles. Difícil convivencia.

Pero estábamos en que esto es una película de terror. Luego tiene que provocarlo en el espectador. Si no, flaco favor le hacemos al género. Insidious tiene sustos, eso es innegable. ¿Pero es eso terror? Yo discrepo. En cualquier caso, hay muchos que se conforman con eso. Pero hay un problema con los sustos de Insidious: suceden exactamente cuando uno espera que van a suceder. Y eso, evidentemente, les resta efectividad. Los sustos, además, son fáciles. Porque hay considerar como algo muy fácil si simplemente basta con bajar la luz, llenar el escenario de vapor o hacer que un tipo disfrazado de monstruo salte dentro de plano para conseguir ese susto. No se recurre a la mente sino al estómago, no hay un terror psicológico sino uno visceral. Y esto es así a pesar de que, a diferencia de Saw, no hay nada de sangre en la pantalla. ¿Pero imaginación? Ninguna. Lo demuestra, además, el hecho de que la película intente beber de cuantiosos títulos del género, algunos clásicos como Poltergeist y otros más modernos como la sorprendentemente exitosa Paranormal activity.

El caso es que Insidious no genera terror, pero sí sustos. Que sus actores no son malos, pero tampoco notables (y quedan minimizados por la propia historia, que no desarrolla sus personajes lo más mínimo y cuando lo hace es por caminos insospechados y poco creíbles), porque ni Rose Byrne, ni Patrick Wilson consiguen hacer suya la película (quizá el mejor nombre sea el de Barbara Hershey, pero habiendo destacado tanto en Cisne Negro junto a Natalie Portman sabe a poco aquí). Que su dirección no aporta nada del otro mundo, e incluso se rebela torpe en algunos momentos, aunque para algunos sea suficiente... precisamente por los sustos. Es decir, que no hay nada en Insidious que permanezca en la memoria o, dicho de un modo más crudo, que merezca la pena en realidad. Ni siquiera su pretendidamente sorpresivo final, al que se llega después de no saber ya a qué venía toda la historia. Y el caso es que la película parece haber gustado. Será que yo no entiendo el terror moderno. Para gustos los colores.

sábado, julio 02, 2011

'Rumores y mentiras'... o cómo descubrir a Emma Stone

El nombre de Emma Stone sonaba de vez en cuando. Y yo me preguntaba quién era, porque no recordaba haberla visto en una película. Mala cosa, si de lo que hablamos es de una actriz. Los fantasmas de mis ex novias, Supersalidos, Bienvenidos a Zombieland, Un rockero de pelotas o Una conejita en el campus no son títulos que me animen a conocerla. Cuando se anuncia que va a interpretar a Gwen Stacy en la próxima The amazing Spider-Man me digo que tengo que ver a esta actriz en acción. Y llega Rumores y mentiras. ¿Otra película dirigida por un director casi debutante sobre amoríos adolescentes contados desde un punto de vista de comedia, sin duda abusando de chistes facilones y sexuales? Tampoco me atraía. Pasó el tiempo, pasó hasta una nominación al Globo de Oro para Stone por esta película. Pero yo seguía sin verla. Hasta que dije basta. Y la vi. ¿Y sabéis qué? Hacía mucho tiempo que no disfrutaba con una comedia ligera tanto como lo he hecho con Rumores y mentiras. Pero sobre todo he disfrutado con el espléndido, natural, y atractivo trabajo de Emma Stone, un maravilloso (¿y tardío?) descubrimiento a la que ya le tengo el ojo echado. Cinéfilamente, por supuesto.

Olive es una joven estudiante que pasa desapercibida en su instituto, hasta el día en el que se empieza a propagar el rumor de que ha mantenido relaciones sexuales con un chico. A partir de ahí, su entorno estudiantil empieza a percibirla de forma diferente, sea para bien o para mal. Y el rumor crece de forma exponencial hasta que no hay forma de pararlo, con los consiguientes enredos cómicos que cabe suponer. Una película como Rumores y mentiras sólo puede funcionar, a cualquier nivel, si la elección de su protagonista es acertada. Emma Stone es mucho, muchísimo más que un acierto. Ella sola se come la película, se apodera de ella, la domina a su antojo, mueve al espectador hacia donde quiere en todo momento con su voz, con su sonrisa, con su mirada, con sus lágrimas, en definitiva con su interpretación, brillante de principio a fin, conmoverdora y realista, divertida y dramática, siempre adeacuada al tono de cada escena. Parece mentira que una película con este tono dé a una actriz la oportunidad de lucirse a tantos niveles, pero lo hace. Ya lo creo que lo hace. Rumores y mentiras es Olive. Es Emma Stone.

Habrá quien piense que éste es un papel fácil. Y puede que en algunos momentos el guión así lo haga parecer. Eso es indiscutible, porque no hay película de este tan manido género de la comedia de instituto que que no incurra en ciertos vicios, en esquemas repetitivos o en situaciones inverosímiles. Algo de esto también hay en Rumores y mentiras, pero Emma Stone sobresale por encima de todo lo negativo que se pueda decir de la película. Absolutamente de todo. Y obliga a pensar en ella como en una actriz de verdad, con tablas, con carisma (¿con futuro...? Ojalá, ojalá que sí...), y no como la típica niña mona hollywoodiense escogida por un book y no por su talento interpretativo, capaz de protagonizar una película como ésta con el piloto automático y sin dejar ningún tipo de recuerdo especial en el espectador. Y eso tiene mérito en Stone, en especial en las escenas que comparte con sus padres en la ficción, Stanley Tucci y Patricia Clarkson, ambos divertidísimos y muy metidos en el tono desenfadado del filme (muy por encima de una Lisa Kudrow empeñada en repetir hasta la saciedad el papel de Friends que le dio la fama o un aburrido pero más correcto Thomas Haden Church).

El influjo de Emma Stone es tan inmenso gracias a la ayuda de su doble papel en la película como protagonista y narradora, contando la película a cámara (pero de forma integrada en la narración con absoluta naturalidad) y tomando parte en la inmensa mayoría de las escenas. Eso es lo que haría imposible que Rumores y mentiras funcionara si Emma Stone no fuera la actriz adecuada. Porque si profundizamos en el guión encontramos algunas ideas poco aprovechadas (el hermano adoptivo o, sobre todo en el tramo final, la amistad de Olive con Rhiannon, una demasiado desaprovechada Aly Michalca), algunas situaciones inverosímiles (especialmente el final de la película, un típico, tópico e increíble giro), y algunos enfoques más que tradicionalistas (el retrato de las juventudes católicas encabezadas por Marianne, una divertida Amanda Bynes). Los típicos agujeros que puede tener una comedia adolescente escrita por un guionista debutante y dirigida por alguien como Will Glock, un director que con cuatro películas ya está encasillado en el género (lo próximo es Amigos con derecho a roce, protagonizada por Justin Timberlake y Mila Kunis, y en la que también aparecerá Emma Stone).

Pero, contra todo pronóstico, Rumores y mentiras no cae en la habitual zafiedad en los chistes sobre sexo o en la inane repetición de gracietas facilonas. Sorprendentemente (y quizá por esa descabellada fusión entre la historia y una novela clásica, lo que le sirve al guionista para aderezar su libreto con chistes divertidísimo sobre el cine actual), encuentra situaciones divertidas, cómicas, bien llevadas, con gusto y con gracia. Y aunque es inevitable atribuirle gran parte del mérito al gran trabajo de Emma Stone, lo cierto es que la película deja un buen sabor de boca por lo que es y no sólo por el rostro que se hace cargo de llevarla a buen puerto. Es una propuesta fresca y divertida, a la que por supuesto le falta originalidad (aunque intenta por todos los medios aportar cosas nuevas desde el punto de vista narrativo) pero que convence, por encima de todo, por el maravilloso trabajo de Emma Stone, una joven, atractiva y talentosa actriz que ojalá confirme todas sus virtudes en el futuro.