lunes, junio 27, 2011

'Sólo una noche', más debate que resultados

Que una película genere debate no hace necesariamente de ésta un producto de gran calidad. Sólo una noche es un filme pensado para provocar conversaciones, para contrastar puntos de vista, para decidir qué haríamos cada uno de nosotros en la situación de los cuatro personajes protagonistas. Cine no hay tanto, a pesar de los nobles esfuerzos de Massy Tadjedin, en su debut como directora, de conseguir algo más o menos diferente. A ratos lo logra, pero no lo los suficientes como para que el peso cinéfilo sea mayor que el de la moral en el poso que deja Sólo una noche tras su visionado. Se echa en falta química en el reparto, y quizá con otros nombres, igual menos de moda que los escogidos (todo sea por la taquilla) pero con mucha mayor capacidad interpretativa, el resultado podría haber sido otro. En cualquier caso, que una película dé pie a conversación después de vista, y no sólo sobre su calidad como producto artístico, también es algo de agradecer. Y eso sí lo consigue con mucha facilidad Sólo una noche.

La premisa es sencilla. Tenemos un joven matrimonio, formado por Joanna (Keira Knightley) y Michael (Sam Worthington). Él tiene una atractiva compañera de trabajo, Laura (Eva Mendes), de la que no le ha hablado nunca a su esposa y con la que se va de viaje de negocios. Ella tiene un antiguo amante, Alex (Guillaume Canet), del que su marido no ha escuchado hablar ni antes de casarse ni ahora que, casualmente, se encuentra en Nueva York. Así se desata un juego de seducción, celos y mentiras que se convierte en un elaborado, aunque algo maniqueo, tratado sobre la infidelidad. ¿Qué es infidelidad? ¿Qué la provoca? ¿Es asumible en un matrimonio? Todo son preguntas que plantea Massy Tadjedin en su primera película como directora, basándose en un guión escrito por ella misma. Muchas preguntas y tantas respuestas como espectadores, porque la película no sentencia, no juzga, no dicta una moral establecida o predilecta. Ofrece información y deja que quien quiera acercarse a Sólo una noche (no del todo adecuada traducción para España de Last night) saque sus propias conclusiones.

Y es ahí donde seguramente se producirán las discrepancias a la hora de evaluar la película, condicionado cada uno por el juicio que haga de los personajes. A mí ninguno de los cuatro personajes protagonistas supo generarme empatía. Puedo ver las situaciones a través de su mirada, pero no compartirla hace mucho. Y casi ninguno de los actores me genera la suficiente confianza o comprensión como para meterme tanto en la película. Quizá esté ahí el freno de la película. Lo cierto es que tres de ellos son actores de moda, y de ahí que consigan con facilidad papeles como éstos, seguramente pensando sus responsables que poner su nombre en el cartel pueda dar algo de dinero. Keira Knightley tiene un halo de buena actriz que no termino de comprender, nunca ha conseguido conmoverme ni emocionarme y, por desgracia, Sólo una noche no marca una diferencia en esa percepción. Sam Worthington y Eva Mendes son más maniquíes que actores, y cumplen con ese rol a la perfección. Y, sin duda, el mejor actor de la película es el menos conocido, el francés Guillaume Canet, el que mejor consigue plasmar los matices necesarios para su personaje.

Por eso, por el trabajo de Canet, es rápidamente la relación entre Alex y Joanna la que se convierte en motor de la película, cuando el comienzo apuntaba a todo lo contrario, que sería la de Michael y Laura (o, incluso, y desde una óptica más tradicional, podría haber sido la de Michael y Joanna). Es Canet, y en realidad sólo él, quien destila sinceridad en sus gestos, en sus miradas, en sus sonrisas y lo demás parece orquestado a su alrededor, cuando no tendría que ser así. Lástima, porque había más potencial en el guión. No tanto por una originalidad que esta historia no tiene, pero sí por las preguntas que podría haber dejado sobre la mesa con una mayor sutileza en su escritura y, también y quizá por encima de todo, en la interpretación de los actores. Todo queda meridianamente claro al cuarto de hora de película y, no deja de ser curioso, es ese cuarto de hora inicial lo mejor de Sólo una noche. El esbozo del juego de traiciones atrae más que las traiciones en sí mismas, tanto por el libreto como por la realización de Tadjedin (brillante juego temporal el que establece en el montaje del arranque del filme).

La insistente música a piano de Clint Mansell da fuerza al arranque de la película, pero su calidad se diluye de ahí en adelante en repeticiones de notas y recursos. El buen montaje de la película queda descompensado por el mayor peso dramático y empático de una de las historias (insisto, la de Alex y Joanna, que es la que ofrece las mejores secuencias, y es la única en que se ve la química necesaria, entre actores y entre personajes, para entender la relación entre los dos miembros de la pareja). Y, al final, lo que deja Sólo una noche por encima de todo es un enorme abanico de temas acerca de la infidelidad (¿o es sobre la felicidad en el amor?) para su discusión. ¿Suficiente? Probablemente no, porque la película deja un mayor disfrute después de verla que durante ese visionado. Lo que habría dado yo por ver este mismo filme con otros actores, lo que habría dado porque algunas de las viejas glorias de Hollywood no envejecieran ni murieran nunca.

miércoles, junio 22, 2011

'Juego de tronos', cine... pero no tanto

Dicen algunos entendidos que el mejor cine de hoy en día está en la televisión. Y dicen que el de la HBO es el sello a seguir para dar la razón a esa consideración. Juego de tronos, basado en la primera de las novelas de Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin, es uno de esos ejemplos que ha desatado el furor de los aficionados (¡¡¡9,5 de nota en IMDB!!!), lo que da una razón lo suficientemente poderosa (aunque no creo que la haga costumbre extensible a demasiados títulos) para hablar de esta serie en este espacio. Esta primera temporada (ya hay una segunda anunciada, basada en la segunda novela, Choque de reyes) consta de diez episodios y parece haber convencido a todo el mundo. Cine en estado puro, dicen. Y es verdad. Lo hay. Pero no tanto como se está diciendo, y es que tengo la sensación de que el furor despertado entre los fans, un recelo un tanto artificial con respecto al cine contemporáneo y un ansia de ver cosas diferentes ha hecho que la valoración de esta serie despegue hasta niveles que no termina de merecerse. En absoluto estoy diciendo que no merezca la pena, al contrario. ¿Pero tanto como se está diciendo? No lo termino de ver claro, aunque lo bueno que ofrece la serie es excepcional.

La temporada terminó su emisión en Estados Unidos el pasado domingo, en España quedan todavía tres episodios (que se pueden ver en Canal+), y admito que a mí me ha quedado una sensación agridulce en base a una conclusión muy rápida de explicar. Creo que Juego de tronos tiene un trabajo de preproducción sencillamente asombroso, sobresaliente en todos sus aspectos. Vestuario, dirección artística y localizaciones deslumbran desde la primera hasta la última imagen de la serie, coincida o no la visión de sus autores con la que cada uno nos formamos durante la lectura de la novela (Invernalia, por ejemplo, no termina de satisfacerme; el Muro, en cambio, me parece una maravilla plasmada tal y como la describe Martin en sus novelas). Sin embargo, me da la sensación de que todo lo que ofrece el rodaje queda en manos de los actores y el guión (que, en sus mejores momentos, sigue con fidelidad absoluta el libro), sin que los realizadores aporten gran cosa en demasiadas ocasiones y que la postproducción no le da a la serie casi ningún valor añadido (apenas hay efectos especiales, diferencia esencial todavía por motivos presupuestarios entre el cine y la televisión, y la banda sonora, a excepción del hermoso tema principal, apenas tiene relevancia).

Este planteamiento desemboca en que hay escenas que en el libro son sencillamente espectaculares y que no encuentran su reflejo en la pantalla. En este sentido, y sin desvelar nada, la mayor decepción llega en el noveno capítulo, con una omisión ofrecida de una forma casi sonrojante. Sí es verdad que hay escenas brillantemente rodadas (como el final del tercer episodio, con Ned mirando la primera lección de 'baile' de su hija Arya, o la conclusión del noveno episodio) en las que se nota un buen trabajo de dirección y planificación. Ahí es donde la serie marca su otra gran apuesta: la ausencia de límites en la corrección política. Son frecuentes las escenas de sexo (incluso homosexual) y los momentos de gran y explícita violencia, a pesar de que incluso hay cierto freno a lo narrado en la novela. Esto ha convencido a muchos, pero hay cierta irregularidad. Algunas funcionan muy bien, otras tienen cierto aire gratuito (sobre todo en el caso del sexo). La serie, sabedora de que buena parte del presupuesto se ha ido en la construcción de los Siete Reinos de Canción de hielo y fuego, apuesta descaradamente por el talento de Martin en sus diálogos y el de los actores para deslumbrar. Y ahí es donde Juego de tronos se eleva por encima de la media sin ninguna duda.

En muchos sitios se ha vendido como la serie de Sean Bean, conscientes sus responsables de que el actor tienen una enorme reputación en el género gracias a su magnífica interpretación de Boromir en El Señor de los Anillos. Y Sean Bean responde con un trabajo espléndido. Efectivamente, es su serie, aunque dado ese planteamiento hay un indudable éxito en contar algunos capítulos, en la segunda mitad de la temporada, en los que su presencia es casi inexistente. Lo cierto es que el casting en su conjunto es formidable. Incluso en los actores en los que la primera impresión es dudosa (por no ser exactamente como se describía en las páginas del libro), el crecimiento a lo largo de los capítulos es indudable. Y es actores como Kit Harrington (Jon Nieve), Richard Madden (Robb Stark) o incluso el hierático Jason Momoa (Khal Drogo y próximo Conan) no parecían los adecuados en ese primer vistazo y salen de esta primera temporada triunfantes. Tyrion Lannister (formidable Peter Dinklage, quizá lo mejor de la serie), Cercei Lannister (Lena Headey), Iain Glenn (Ser Jorah), Jeoffrey Baratheon (Jack Gleason; ¿de verdad es el mismo chaval simpático que aparece brevemente en Batman begins?) o Aidan Gillen (Meñique), además del propio Ned Stark y otros muchos, son sencillamente perfectos desde el principio.

La verdad es que es muy difícil encontrar alguna pega al reparto. La elección de casi todos los actores supone un trabajo deslumbrante y la forma en que todos han desarrollado sus papeles, apoyados en los nunca suficientemente valorados diálogos de Martin, un acierto magnífico. Son tantas las escenas de actores memorables que mantenien entre ellos, que sería imposible relatarlas todos. Formidable la escena con Ned, el Rey Robert y Cersei que abre el sexto episodio, o las conversaciones entre Varys y Meñique, o el juramento de la Guardia de la Noche en el séptimo (y su repetición en el décimo). Pero sorprenden algunas omisiones (además de la mencionada y flagrante del noveno capítulo, por ejemplo la escena que tendría que haber ido al final del segundo episodio o comienzo del tercero con Bran como protagonista; o la escasísima presencia de los huargos, por evidentes problemas que pudieran producirse en el rodaje, lo que resta notablemente el toque fantástico de la saga) o la rebaja visual y narrativa de algunas tramas, como la que rodea a Daenerys Targaryen y los Dothrakis (demasiado pobres para lo que uno se imagina en la novela, incluyendo el épico final).

¿9,5 sobre 10 como refleja IMDB? No, en absoluto. La serie es notable, tiene momentos formidables e incluso memorables, actores deslumbrantes que ofrecen en algunos casos los mejores trabajos de sus carreras, y viene a llenar un juego en la fantasía adulta que hasta ahora no teníamos cubierto. Pero le faltan cosas. Hay fallos evidentes en la narración de las elipsis, no demasido bien explicadas en algunos casos y la realización es un tanto impersonal en algunos episodios y escenas, además de la evidente falta de presupuesto que ha llevado a los responsables de la serie a saltarse algunas de las escenas más grandiosas de la novela. El éxito cosechado, y sobre todo la escasez de críticas negativas siquiera en aspectos concretos, puede llevar a los productores a seguir por el camino de la autocomplacencia, y ese es el gran riesgo que tiene ante sí la próxima temporada. Si solventan ese peligro y consiguen dotar a la serie de la espectacularidad que necesita junto a los intrincados, complejos y fascinantes movimientos políticos, el valor añadido será tan inmenso que llegar hasta esa nota no será una utopía. Es una muy buena serie, pero necesita crecer. La obra maestra de Juego de tronos está en las páginas de papel. Veremos qué sucede con Choque de reyes.

lunes, junio 20, 2011

'El inocente' convence

Hace no muchos años, no me habría creído que alguien me dijera que una película hecha a mayor gloria de Matthew McConaughey merecía la pena. Y, sin embargo, soy yo mismo el que ahora escribe esa frase para referirme a El inocente, un más que interesante drama judicial protagonizado por este actor que hasta ahora habría tachado sin pestañear como aburridísimo. El filme convence por más cosas, pero especialmente por sus dos actores protagonistas, el ya mencionado McConaughey y Ryan Phillippe, al igual que por los afilados diálogos de un guión que, eso sí, acaba con una carambola final difícil de digerir. A pesar de ese detalle, que no tiene en realidad tanta importancia (y que seguro que también tendrá sus defensores) y de algún que otro personaje que no queda tan bien perfilado como debería, El inocente es una notable película. No llega a ser lo que quizá pretendía, una reinvención contemporánea de uno de los géneros más viejos del cine (sobre todo norteamericano), pero indudablemente ofrece un buen rato.

McConaughey tuvo su momento de auge en los años 90, cuando trabajó con directores como Joel Schumacher (Tiempo de matar), Robert Zemeckis (en la infravaloradísima Contact) o Steven Spielberg (para la injustamente denostada Amistad), pero siempre fue más estrella que actor. El inocente supone para él la oportunidad de demostrar lo contrario. Oportunidad que aprovecha, por lo que no es absoluto descabellado decir que aquí ofrece su mejor interpretación hasta la fecha. Sabe darle a su personaje, un abogado poco convencional, el toque arrogante de la primera mitad de la película, el aroma del miedo que le asoma mediado su metraje y la humanidad con la que concluye el relato. Su personaje es, quizá, la puerta con la que Brad Furman, un director sin demasiadas credenciales previas, intenta reinventar el drama judicial, casi siempre protagonizado por abogados de profundas y nobles convicciones. Sin desvelar mucho sobre la trama, ese no es el caso de esta película y su protagonista.

Ryan Phillippe recupera los tonos más oscuros de su personalidad como actor (para entendernos, en las antípodas de su personaje en Banderas de nuestros padres, de Clint Eastwood) para dar una más que acertada réplica a McConaughey. El reparto en general (fantástico y sorprendente William H. Macy, muy adecuados Josh Lucas, John Leguizamo, Michael Peña o Frances Fisher) se configura como el mejor vehículo para dar vida a un guión lleno de ritmo y grandes diálogos. Quizá haya una carta que desplome el castillo de naipes, y es el personaje de Marisa Tomei, algo más desdibujado en el guión. Sus apariciones son demasiado forzadas, sus desapariciones más difíciles de entender. La actriz poco puede hacer para salvar lo que en el guión queda cojo, y sabe a poco prescisamente por las buenas y recientes actuaciones que había ofrecido en películas como la incomprensiblemente casi desconocida Antes que el diablo sepa que has muerto (la última película antes de morir del gran Sidney Lumet, impresionante testamento cinematográfico) o la sobrevalorada El luchador, de Darren Aronofsky.

En contra de la película juegan el en apariencia descabellado y seguramente innecesario giro final y la realización cámara en mano, síntomas ambos de una modernidad que obliga a buscar el más difícil todavía y que se ha olvidado de que el clasicismo a la hora de escribir o a la hora de rodar puede funcionar igual de bien que el rupturismo vanguardista cuando así lo requiere el guión o el tono de una película. Quizá eso lo aprenda Furman según vaya sumando películas a su por ahora reducida y desconocida filmografía. A favor de El inocente, además de los actores y del guión (y más que el guión, los diálogos, rápidos, frescos y ágiles), suma el más que interesante prisma divergente que ofrece en los flashbacks, contados desde el punto de vista de diferentes personajes. Eso sí le da a la película una frescura inusual en este tan manido cine de abogados, más incluso que la personalidad del abogado protagonista, aunque ésta también sea bastante inusual en películas de este estilo.

El inocente (un cambio completo, y quizá no demasiado afortunado, con respecto a las intencioens del título original, The Lincoln Lawyer; hace referencia en el coche en el que se mueve el abogado, pero la verdad es que la película no da demasiados motivos como para que esa mención sea relevante) es una buena película. No alcanzará la cúspide de un género que acumula un buen puñado de obras maestras, pero sí garantiza un muy buen rato delante de la pantalla. Sin ser un menosprecio a sus responsables, que no hacen un mal trabajo en absoluto, uno no puede evitar que le venga a la mente lo que esto habría sido en manos de directores como el mencionado Sidney Lumet o con actores como Henry Fonda. Y entonces caigo en que ambos hicieron 12 hombres sin piedad. Desde luego, las comparaciones son injustas. Necesarias para entender el nivel de cada película, pero muy injustas. Porque El inocente, hecha en otra época, quizá hubiera estado mejor valorada que hoy en día. Aunque sólo sea por eso, se merece una oportunidad.

jueves, junio 16, 2011

'Código fuente', una formidable reflexión humana con evoltorio de ciencia ficción

La irrupción en el cine de Duncan Jones es una de las mejores noticias que ha tenido la ciencia ficción en años. Moon obligó a mirar hacia este director al que muchos le colocaron otra etiqueta, la de "hijo de" (Davd Bowie en este caso), antes de ver su trabajo. Pero él empezó desde abajo, con una producción modesta y terriblemente imaginativa. Código fuente es su segundo largometraje y el primero que hace ya insertado en la maquinaria de Hollywood. Y es una continuación fluída del cine que le gusta hacer a Jones. Trata temas similares, tiene una construcción temática y argumental en línea con su primera película, aunque ahora cuente con actores conocidos y con un aspecto, digamos, más comercial. Código fuente es un muy buen thriller de ciencia ficción, con algún que otro altibajo pero con mucho que recordar en su interior. Y, sobre todo, es la garantía de que la tercera película de Duncan Jones merecerá la misma atención que las dos primeras. Se lo ha ganado con estos dos notables y muy entretenidos ejercicios cinematográficos que ya nos ha dejado.

Volvemos a estar ante una de esas películas de las que conviene tener muy poca información antes de sentarse ante la pantalla. Caemos constantemente (distribuidoras y medios de comunicación los primeros) en el error de adelantar sucesos de los argumentos de las películas y con eso lo único que conseguimos es machacar la sensación de sorpresa, tan buscada como necesaria en la construcción de una película. Por el bien del espectador, es mejor ni siquiera ver el trailer, porque el arte de construirlos pasa por un momento radicalmente nefasto, en el que su labor es la de destripar la historia, con el único cuidado de no mostrar el final (ni que eso fuera lo más importante en el cine), más que la de convencer al espectador de que pague una entrada. No sé si es el caso de Código fuente, porque no he visto el trailer, pero imagino que sí, que avazará demasiado sobre la película. Eso mata el suspense, mata la intriga, pero también mata la narración del cineasta. Y aquí esa narración es muy poderosa, porque Duncan Jones sabe en todo momento lo que hace. Sabe dónde colocar la cámara, sí, pero sobre todo sabe lo que quiere contar en cada escena.

Eso, que ya había quedado demostrado en Moon, le convierte en un cineasta de primer nivel, aunque muchos desprecien los envoltorios de ciencia ficción en que hasta ahora se ha desenvuelto y le renieguen su condición de cine puro. Código fuente es una historia de ciencia ficción, sí, eso es indudable, pero por encima del género al que aparenta pertenecer se trata de una película de relfexión humana. Como Moon, por cierto. Tenemos a un personaje condenado a comprenderse y con él Jones coloca a los espectadores en la tesitura de decidir qué haríamos nosotros en su lugar, cómo lo haríamos, qué riesgos (personales y sociales, que no físicos, aunque también la historia habla de ellos) estaríamos dispuestos a correr por conseguir algo. Y es una película que habla sobre la fe (no religiosa; quizá encajaría más el término "confianza", pero "fe" le da un toque más profundo, que es el que en realidad quiere darle Duncan) como motor de nuestras acciones. Todo eso, contenido en el guión original de Ben Ripley (si esto lo escribe alguien que ha guionizado dos entregas videográficas de Species, ¿quién dijo que Hollywood no tiene ideas?), se eleva a un estadio mayor gracias a Jones.

A Jones y a sus actores. Fantástico cásting, acertado en todos sus niveles. Jake Gyllenhaal sabe darle a cada papel lo que necesita, es más camaleónico de lo que aparenta y entiende las motivaciones de este personaje. Mueve y conmueve, lo que es mucho decir. Michelle Monaghan será para algunos sólo la chica bonita de la película. Pero no lo es. Sí es muy fotogénica (y de eso se vale Jones con maestría para construir diálogos entre su película y el espectador), pero bajo la apariencia de un papel más secundario, tiene una capacidad de mover la historia muy convincente. Y entre ambos hay una química magnífica. Como también con Vera Fermiga (que ya apuntaba muy alto desde que la vi por primera vez en Infiltrados), que se suma al placer de ver (y escuchar en versión original, por favor) a un apasionate Jeffrey Wright (secundario en La joven del agua o los dos últimos James Bond (Casino Royale y Quantum of solace). Ellos, como el director, entienden que la película se mueve en parámetros mucho más profundos que una entrenida película de ciencia ficción. En sus miradas, en sus gestos, también en sus palabras, se encuentra el eco de lo que quiere contar en realidad la película.

Quizá el guión adolece de una mejor y mayor motivación en el villano que mueve la historia, pero eso acaba siendo lo de menos en Código fuente. A Duncan Jones, además, hay que agradecerle que entienda perfectamente el lenguaje cinematográfico. Cuenta lo que quiere contar y no lo alarga innecesariamente ni por hacer alardes del espectáculo que presenta. Las suyas, con mayor o menor grandilocuencia visual, son historias intimistas. Esta lo es. Código fuente va sobre amor y sobre fe. Y dura 93 minutos. No tenía por qué durar más. Pero si ponemos alguna pelea a cámara lenta, más planos de explosiones, y escenas repetitivas y redundantes, nos vamos a las dos horas sin ningún problema. Como en demasiadas películas actuales. Y el tempo narrativo Duncan Jones lo domina, porque dos películas con esa elegancia narrativa ya no son casualidad. y hacen que el nombre de este director figure ya en el de los tipos que se han ganado un reconocimiento. Ya tengo ganas de saber cuál será su tercera película, porque si profundiza en este particular y personal universo que está creando tiene que ser otra pequeña maravilla. Como Moon. Como Código fuente.

martes, junio 14, 2011

'Caballeros, princesas y otras bestias', un título de lo más adecuado

Si uno ve que una película se llama Your Highness, igual corre el riesgo de pensar que puede esconder algo digno. Si uno, en cambio, ve esa misma película con el título Caballeros, princesas y otras bestias, no le queda más remedio que comprender que lo que está a punto de ver es algo terrible. Pero, claro, si ese mismo espectador ve en el reparto nombres como los de James Franco o Natalie Portman puede pensar que igual no es tan malo el espectáculo que va a presenciar. Error. Craso error. Caballeros, princesas y otras bestias es horrible, una parodia sin gracia que sólo sabe encadenar sin ningún sentido chistes de índole sexual. Uno tras otro. Uno tras otros. Inagotables al desaliente. Y el siguiente con menos gracia aún que el anterior. Y, sí, con Natalie Portman, James Franco y otros actores de cierto prestigio paseando por este desaguisado sin pies ni cabeza en el que sólo cabe esperar que se lo hayan pasado estupendamente durante el rodaje para entender cómo se han metido en este proyecto. Esta vez es obligado dar las gracias a los traductores españoles por avisarnos. Me uno al aviso.

La fantasía es un género que da mucha libertad para introducir elementos cómicos. Hasta la más seria, como El Señor de los Anillos (o incluso Star Wars), se permite la introducción de elementos que provoquen la risa o la carcajada del espectador, para aliviar la tensión dramática y encontrar momentos de paz entre la acción. Si hablamos de fantasía medieval, como es el caso, me vienen a la cabeza títulos tan inolvidables como Willow o La princesa prometida, que hacían del humor una herramienta más para maravillar al espectador. Su humor era variado, a veces simple, a veces más agudo. Lo que Caballeros, princesas y otras bestias intenta hacer es parodiar ese aspecto del género (hasta aparece un pájaro mecánico que, se supone, quiere hacer referencia a la original Furia de titanes). La acumulación de gags es tan torpe como grosera, pues la comedia moderna parece haberse olvidado de que hay más formas de hacer reír que el típico, tópico y manido tema del sexo, tan tópico ya que sobrepasa los límites de lo desagradable buscando parecer políticamente incorrecto. Que haya media docena de chistes en la película sobre el miembro viril de un minotauro pueda dar una idea de por dónde van los tiros.

La excusa para montar este horrendo show de chistes sexuales está en una fantasía medieval. Fabious (James Franco) y Thadeus (Danny McBride) son dos hermanos. El primero es el perfecto caballero, valiente, aguerrido y atractivo. El segundo es un cobarde y holgazán que sólo quiere disfrutar de los placeres de la vida pero está acomplejado por los logros de su hermano. Fabious vuelve de una sus cruzadas con una mujer, su futura esposa (Zooey Deschanel), pero, como es de esperar, es raptada por un mago (Justin Theroux). Los dos hermanos partirán en su busca y por el camino encontrarán a una mujer (Natalie Portman) que completa la colección de tópicos. Dirige David Gordon Green, cuyo mayor éxito hasta la fecha es Superfumados. Y que McBride, que coincidió con el director y con James Franco en la mencionada Superfumados, ejerza de productor y guionista da una idea de lo que se pretende en Caballeros, princesas y otras bestias. Ver el pobrísimo nivel visual de la película en casi todo, desde el vestuario hasta los efectos visuales, también ayuda a ponerse en situación.

Como los únicos gags posibles en esta película son los sexuales, es evidente que Natalie Portman se despojará en algún momento de la ropa. Pero ya lo hemos visto en el trailer (entonces hubo cierta polémica porque digitalmente se modificó el tanga que lleva en la escena para que hubiera más tela y menos carne), así que no encontrará nadie ahí un motivo para perder el tiempo. La verdad es que decepciona que Portman, después de la prodigiosa interpretación de Cisne negro, haya juntado una inane comedia romántica (Sin compromiso), un limitado drama (El amor y otras cosas imposibles) y este invento. La frase "del ganador de un Premio de la Academia" que tanto gusta decir en los trailers aquí encuentra un motivo de sonrojo. Por Natalie Portman y también por James Franco (nominado por 127 horas), quien parece tomarse la película como una continuación de la gala de los Oscars que presentó hace pocos meses. E incluso por Toby Jones (hizo un Truman Capote brillante en Historia de un crimen) o Damian Lewis (uno de los protagonistas de la magnífica serie Hermanos de sangre). Nadie encuentra aquí su lugar, ni siquiera dentro de la parodia más incontrolada, aunque intuyo que McBride estará satisfecho.

¿Y qué se puede decir bueno de Caballeros, princesas y otras bestias? Pues más bien poco por no decir nada. Yo, al menos, no encontré el más mínimo motivo para reírme en una comedia que llega hasta los 100 minutos. Supongo que con eso queda todo dicho. No hay nada original en el planteamiento ni el desarrollo, los actores no son creíbles, los efectos visuales son de andar por casa. Diciendo todo eso, no me extaña lo más mínimo que la película haya costado 50 millones de dólares y apenas lleve recaudados 22. Mejor pensado, es asombroso que esta película haya costado 50 millones de dólares. Será que los actores sí hicieron un buen negocio en este proyecto después de todo. Negocio económico, claro, porque lo que es la imagen queda por los suelos. Igual vale como película de videofórum de amigotes salidos. Pero en cualquier otro ámbito se me antoja imposible que encaje esta Caballeros, princesas y otras bestias. De nuevo, gracias por el clarificador título.

sábado, junio 11, 2011

'X-Men. Primera generación', muchos aciertos notables, algunos errores notables

Lo que Matthew Vaughan mostró en Kick-Ass no alimentaba demasiadas esperanzas, como tampoco algunas de las decisiones del casting de personajes de esta X-Men. Primera generación, pero lo cierto es que el resultado final es notable. Notable en buena parte de su metraje y, sobre todo, en un formidable climax, maravillosamente bien resuelto y con un final abierto de esos que hacen desear que esta entrega sea el comienzo de una fructífica saga. Pero, también hay que decirlo, con notables errores, tanto en la narración como, confirmando los temores previos, en la elección de algunos de los miembros de esta primera generación de mutantes. La película trata de ser continuista con la saga ya conocida, iniciada por Bryan Singer, pero al mismo tiempo quiere ser un nuevo comienzo. Es un difícil equilibrio del que esta nueva entrega no siempre sale triunfante, pero el conjunto es una magnífica película de aventuras, con buenos toques sociales y políticos, con algunos personajes muy bien perfilados y magníficas secuencias tanto de acción como de diálogo. Merece la pena.

Quizá lo mejor que se pueda decir de esta película para llamar la atención de nuevos espectadores es que no hace falta conocer absolutamente nada de la mitología de los mutantes de Marvel Comics, ni siquiera las tres películas anteriores (en beneficio de la saga, olvidaremos Lobezno), para seguir con interés la trama. Sólo hay dos detalles que podrían pasar desapercibidos a quien no tenga conocimientos previos: el comienzo de la película, sorprendentemente calcado al del primer X-Men de Singer, y los acertados cameos de dos de los actores que participaron en la trilogía previa (esta vez, y a diferencia de otras películas Marvel, no aparece el creador de los personajes, Stan Lee). El mayor acierto es colocar la trama en la época de la guerra fría, un momento histórico, político y social que da una especial relevancia al inicio del conflicto entre humanos y mutantes, cuyos primeros pasos se ven aquí. A los viejos aficionados al cómic, no obstante, les sorprenderá comprobar qué mutantes aparecern y de qué forma se explican muchas cosas sobre su historia. Eso es difícil de encajar, de hecho, porque la selección parece aleatoria en muchos casos, sin justificación dramática alguna (¿Banshee aparece sólo por la escena del sónar...? ¿La Bestia sólo por ser azul...?).

X-Men. Primera generación parece planteada como la película de Charles Xavier (James McAvoy) y Erik Lehnsherr, futuro Magneto (Michael Fassbender), pero el primero pierde peso ante un imponente Fassbender (sin duda, el mejor actor de la película, formidable su versión del antagonista más clásico de los X-Men del cómic, a la altura y a la vez diferente del Ian McKellen de las películas de Singer) y ante el villano de la función, Sebastian Shaw (Kevin Bacon). El acierto de ambos es componer figuras dramáticas espléndidamente dibujadas sin necesidad de caer en el clásico histrionismo que se le suele dar a los villanos. La secuencia final en la que ambos se enfrentan es simple pero antológica, de lo mejor que se ha rodado nunca en el cine de superhéroes. McAvoy, en cambio, tiene grandes momentos y otros en los que no termina de fraguar como Profesor X (en uno de ellos, sorprende la elección de Vaughn de colocar en recuadros -¿viñetas?- los momentos de adiestramiento, cuando es una fórmula con la que ya fracasó Ang Lee con Hulk), lejos de la templanza y el buen hacer de Patrick Stewart en la serie cinematográfica original. Al final son Shaw y Magneto, y no Xavier a pesar de su indudable protagonismo de la película, quienes marcan el ritmo narrativo y el pulso de la historia.

Hay algunos notables errores de esos que arruinan la magia de la fantasía en el cine, desde trucajes visuales simples (el imposible vuelo de Banshee con una mano ocupada) y alguno que otro en el guión, que tienen que ver con el manejo del tiempo y, de nuevo, con la elección de los personajes. Poner dos mutantes con poderes mentales en la película hace que ambos se resten protagonismo y capacidad. Emma Frost (interpretada fríamente por January Jones) al final se queda como figura decorativa (y con escaso e insinuante vestuario), como un personaje sin desarrollar cuando su potencial es tremendo. A pesar de todo, tiene parte en una de las mejores escenas de la película, la que sucede en la mansión de un general soviético con la participación de Erik y Xavier, una escena que sirve especialmente para marcar el futuro antagonismo de ambos (el que se fragua, por cierto, en una mucho más tranquila escena delante de un tablero de ajedrez que evoca el duelo entre Patrick Stewart e Ian McKellen al final de la primera X-Men) y, cabe suponer, tendrá mayor protagonismo en futuras secuelas si las hay. Jennifer Lawrence (nominada al Oscar este año por Winter's bone) compone una Mística más que interesante, muy por encima de sus compañeros juveniles de reparto.

Lo que convence de Primera generación es su carácter aventurero, casi a lo James Bond en algunos momentos (aunque, por supuesto, aderezado con las notas fantásticas que permiten unos poderes sobrehumanos), su gran imaginería visual sin llegar a ser dependiente del trabajo de efectos especiales (que en algunas escenas son muy buenos y que en otras parecen casi dibujos animados, como en la primera gran manifestaciones de los poderes mutantes de un joven Erik nte Shaw) y su trasfondo capaz de generar un generoso debate sobre muchas cuestiones. Todo está bien entrelazado en un guión escrito por cuatro personas (entre ellos el propio Vaughn) basándose en una historia de Sheldon Turner y Bryan Singer (de ahí, seguramente, la amplia conexión temática con las anteriores películas, de las que sirve como precuela aunque no del todo), aunque con algún agujero demasiado visible que, además, va contra la continuidad conocida del cómic. Los cambios funcionan en algunos casos (la escena final en la playa), pero en otros, como decía más arriba, parecen aleatorios y sin motivo aparente.

En conclusión, una espléndida película de mutantes, de aventuras, de cómic y de confrontación social, quizá más irregular en su conjunto que las dos primeras X-Men de Singer pero cuyos mejores momentos superan con creces lo visto hasta ahora en las películas sobre los mutantes de Marvel. El impactante final, en el que Fassbender pide a gritos una película con protagonismo absoluto, hace augurar una nueva saga de gran calidad. Ojalá lo sea.

jueves, junio 02, 2011

'Sin límites', interesante pero...

No es fácil evaluar una película como Sin límites. Por un lado, es una historia prometedora que cuenta con interesantes hallazgos visuales. Por otra, tiene algunos notables agujeros en su guión y serios problemas en cuanto a sus intérpretes. Interesante, pero sabe a poco. Parece una película alargada demasiado, que no daría más que para un episodio de media hora de una serie de misterio y fantasía, pero al mismo tiempo es corta y de ritmo frenético (visual y narrativo, porque no hay apenas escenas de acción). Parece una historia con gancho, pero analizar fríamente lo que sucede en la pantalla puede provocar dudas morales en el espectador. Los actores no trabajan mal y hay muchos rostros conocidos, pero los hay que saben a poco y los hay que no parecen los ideales para el papel. Y, así, la sensación que queda tras haber pasado algo más de hora y media de entretenimiento es de cierto vacío. Lo dicho, difícil de evaluar. Seguro que hay gente que adora esta película y gente que la detesta.

De una forma que no viene a cuento relatar, un escritor fracasado (Bradley Cooper) descubre una droga en forma de pastillas que le permite explotar al máximo su cerebro, lo que le lleva, de forma sobrehumana, a adquirir todo tipo de conocimientos científicos y sociales que sólo mantiene si mantiene una dosis diaria de esa pastilla. Es decir, que una vez tomada la droga en cuestión, tan fácil le será al sujeto aprender italiano como saber en cada momento que movimiento tiene que hacer para vencer en una pelea contra seis personas. Neil Burger afronta su primera película no escrita por él, la cuarta de su filmografía (en la que destaca El ilusionista, su preciosista historia de magos, que se estrenó casi al mismo tiempo que El truco final. El prestigio, de Christopher Nolan). Pero, al mismo tiempo, es una película producida por su protagonista, Bradley Cooper. En la mezcla de ambas cosas hay que encontrar la causa de que sea una película muy reduccionista en el universo que plantea, demasiado centrada en un solo hombre y carente de credibilidad en cuanto a la existencia de un mundo que le rodea.

Bradley Cooper (Resacón en Las Vegas, El equipo A) no parece el actor adecuado para dar vida al desangelado y fracasado personaje del comienzo de la película. Él mismo, en la voz en off, se sorprende de verse así de desastrado en el inicio del filme. Y eso, que no es una broma interna sino una frase seria en el guión, parece un indicativo de lo que está por venir. Cooper tiene la etiqueta "triunfador" escrita en la frente. No parece creíble en ningún momento en el que no tiene la mencionada píldora que da poderes casi sobrehumanos a quien la ingiere. En cambio, sí encaja como hombre de éxito, como drogadicto de élite, como un hombre de clase alta. Ese desnivel entre una y otra parte de la interpretación lastra incluso alguno de los hallazgos de Sin límites, que están en el apartado visual, en la diferente iluminación del mundo visto a través de los ojos de un hombre con miedos y dudas o con la seguridad que le da la pastilla. Ahí es donde más se puede disfrutar de la película, en los bruscos y notables contrastes visuales, en la nueva visión que abre la pastilla (escenas subrayadas con música potente y machacona).

Para equilibrar la balanza, Cooper necesitaría un reparto solvente detrás. Y el caso es que lo tiene. Pero, al mismo tiempo, carece de él, por cuestiones de guión pero también por temas interpretativos. Porque, claro, ¿quién mejor que Robert De Niro para dar la réplica? No puede haber nadie... salvo que Robert De Niro hace mucho que no es Robert De Niro en el cine. No es que esté mal, ni que, ni mucho menos, dé la misma lástima que desprende cuando se convierte en una triste caricatura de sí mismo (Machete me viene a la cabeza), pero tampoco es Robert De Niro. De hecho, en la última escena de la película cabe preguntarse si sigue siendo el mismo actor que maravilló en películas como Taxi Driver, Toro Salvaje, Heat, Uno de los nuestros, Despertares, La misión y tantas otras. La réplica femenina apenas tiene protagonismo, porque todo lo que sucede en pantalla lo absorbe Bradley Cooper. Abbie Cornish, en cualquier caso, está bastante menos creíble (y eso es digno de analizar) que en la menospreciada Sucker Punch. Correcta, como todo el reparto, pero lejos de lo que necesita la película para crecer.

Las dudas temáticas que ofrece no son fáciles de debatir si no se ha visto la película (salvo que se quiera destriparla). Van sobre el modelo de triunfador de la sociedad actual, sobre qué haríamos con nuestra vida si lo tuviéramos todo a nuestro alcance, sobre las consecuencias de nuestros actos. Sin límites da para muchos debates, porque son muchas las circunstancias a las que tiene que hacer frente el protagonista en la película. Eso es otro gran punto a favor, que deja sobrados elementos para conversar tras ver la película. Pero, ojo, porque moralmente es un filme que camina por la fina frontera entre la sugerencia y la moralina, con lo que corre el riesgo de ofender a los más susceptibles en algunas de sus conclusiones. Porque ya lo creo que hay conclusiones, aunque hay muchos interrogantes y no todos reciben respuesta. Pero puede que sus responsables no hicieron esta película para pensar en esos detalles y, quizá, sólo crearon un divertimento pasajero. En eso triunfan razonablemente bien, pero...