miércoles, enero 26, 2011

'RED', otra reunión de viejos amigos

Cada vez son más frecuentes, por un lado, las películas que reúnen a un número importante de actores conocidos y, por otro, las adaptaciones de cómics y novelas gráficas que nada tienen que ver con los clásicos superhéroes de las viñetas. La verdad es que suele haber poco que rascar en unas y otras, más allá de un breve y pasajero rato de entretenimiento. RED, una fusión de las características de ambos grupos de películas, cumple con todas las expectativas previas. Quien espere grandes interpretaciones de los grandes nombres que pueblan el reparto, que se olvide, porque sólo se lo están pasando bien. Quien espere una historia reflexiva más allá de los denostados superhéroes, que se olvide porque sólo hay divertimento. RED es lo que es. Lo que tantas otras películas han sido antes que ésta: un entretenimiento pasajero. Se ve y se olvida con la misma facilidad. Síntoma inequívoco de que se podría haber hecho mejor, claro. Pero como ese momento pasajero que se acerca a las dos horas no ha dejado pesadumbre por haberlo vivido, tan mala no será. Simplemente es otra más.

Y eso que la cosa sobre el papel podía prometer algo más. Bruce Willis lleva algunos años perdido, y sólo se ha encontrado volviendo a los orígenes, recuperando a John McLane en La jungla 4.o. Darle un papel protagonista en una especie de comedia de acción, basada en la novela gráfica del aclamado autor inglés Warren Ellis, pintaba bien. Willis encaja en la socarronería necesaria para el papel y para la película. Si encima se le rodea de Morgan Freeman, John Malkovich, Helen Mirren, Richard Dreyfuss, Karl Urban, Ernst Borgnine (¡qué gozada verle de nuevo en la pantalla!), Mary-Louise Parker, Brian Cox y Julian MacMahon, las expectativas crecen. Si además dirige un director tan variado como Robert Schwentke (autor de las muy dispares Plan de vuelo: desaparecida y Más allá del tiempo), el cóctel puede ser como poco original. Y al final no lo es tanto. Es sólo una reunión de viejos amigos, un género que recuperó y perpetuó la (para mí algo aburrida) saga de Ocean's Eleven, que no aporta más que el enorme placer de ver a un grupo notable de actores pasándoselo bien (supongo que esa era la intención inicial de Stallone y Los mercenarios, por citar otro ejemplo) y un director correcto trasladando viñetas a la gran pantalla.

RED (que significa Retired Extremely Dangerous, Retirado Extremadamente Peligroso) tiene como protagonista a Frank Moses, un antiguo agente de la CIA que vive una vida bastante aburrida en la que sólo se relaciona, y por teléfono, con Sarah Ross, una mujer que le gestiona el dinero de su pensión. Todo cambia cuando Frank tiene que repeler a un grupo armado que llega a su casa para asesinarle. El siguiente paso, y como había decidido conocer en persona a Sarah, será ir a buscarla, porque si han querido matarle a él lo normal es que traten de encontrarle a través de ella. Comenzará así una pequeña gran montaña rusa en la que Frank, Sarah y otros viejos amigos que irán apareciendo por el camino tendrán que averiguar quién quiere acabar con sus vidas y por qué, lo que acabará modificando por completo el objetivo de su huida. Todo muy propio de Warren Ellis, todo muy cínico, todo muy cómicamente violento y supuestamente transgresor. Quizá en las viñetas funcione todo con más facilidad de lo que lo hace en la pantalla, donde se juntan algún que otro giro inverosímil y previsible que no procede comentar para no chafar a quien simplemente se deje llevar sin pensar dónde le están llevando.

Esta película ni destaca ni se hunde por nada en especial. Simplemente es un título claro y honesto que, de ser entendido, permitirá un mayor disfrute al espectador. Si no lo es, tenemos un problema, porque entonces recorre con demasiado riesgo la frontera del absurdo hasta el punto de que ni actores como Freeman, Malkovich y Mirren pueden rescatar. El éxito de RED en el espectador dependerá de esa capacidad de abstracción que demuestre cada uno de ellos, porque en realidad no ofrece mucho más. ¿Suficiente? Cada uno tendrá na valoración. Para mí no, no fue suficiente, porque una vez vista cuesta recordar alguna secuencia de la película, algún diálogo, algún momento, algún personaje. Todo está muy visto en esta amalgama de películas de acción corales con tintes de comedia. Y lo que no está visto (el primer cruce entre los personajes de Willis y Urban, una persecución de coches) es tan artificialmente inverosímil que puede llegar a asustar. Sólo convence esa irrealidad en el epílogo, divertido, desenfadado y exgerado a partes iguales. Pero el caso es que la película parece haber gustado a la crítica y al público, hasta el punto de que ya se ha anunciado una secuela. Será que me estoy volviendo muy exigente.

viernes, enero 14, 2011

'Más allá de la vida' y donde Clint Eastwood quiera

Tiene 80 años y no deja de sorprenderme. Es el cineasta más clásico que le queda a Hollywood y mantiene esa capacidad de reinventarse. Decían que ésta no era su mejor película y no, no lo es, pero qué momentos deja. Clint Eastwood y Más allá de la vida. 129 minutos deliciosos, hermosos, melancólicos, sobre todo melancólicos. Entra uno pensando que va a ver una película sobre la muerte. Y sale pensando que lo que ha visto es un filme sobre la vida. En poco más de dos horas, el carrusel de emociones es intenso, extenso y poderoso. Con un reparto magnífico, con una dirección tan nueva como conocida. Clint Eastwood. Sólo pronunciar esas dos palabras ya basta para entregarse ciegamente a este viaje que nos plantea. Por diferente que su envoltorio parezca al de las anteriores o las mejores películas de su director. Por chocante que pueda parecer que ahora, a sus años, explore terrenos lindantes con el más allá. Pero qué más da. Lo que Eastwood cuenta es lo de siempre, la historia de unos seres humanos. Y aunque su estructura de tres personajes que caminan hacia su convergencia es novedosa para él, también domina ese elemento. Más allá de la vida y hasta donde Clint quiera. Ahora y siempre.

Desde que a comienzos de los 90 Clint Eastwood juntara tres obras maestras como director (Sin perdón, Un mundo perfecto y Los puentes de Madison) no se encontraba el realizador en un estado de gracia como el que domina ahora su producción. Ahora son ocho las películas que ha encadenado con un nivel alto, muy alto, a veces incluso insuperable. Empezó con la cruda Mystic River. Continuó con la dolorosa Millon Dollar Baby. Banderas de nuestros padres, la más floja de esta etapa, era un ejercicio de clasicismo necesario para acometer la formidable Cartas desde Iwo Jima. El intercambio es sobrecogedora. Gran Torino es hermosa, hasta en sus momentos más tristes. Invictus es un enorme canto a la libertad y a la lucha. Y Más allá de la vida podría llegar a entenderse como la culminación de esta trayectoria de la última década, porque todas estas películas (salvo Invictus) hablan de una u otra manera sobre la muerte. ¿Y qué mejor cierre que abordando la muerte en sí misma? Pero ojo que no estamos hablando de una película más de Clint Eastwood. Ésta es diferente.

La variación se produce en la propia historia. Lo que tenemos en la pantalla son tres personajes, tres vidas y tres lugares diferentes. Un parapsicólogo de San Francisco que tiene el don de contactar con los muertos pero quiere dejar de utilizarlo (Matt Damon), una periodista francesa que vive la traumática experiencia de ser protagonista de una catástrofe natural muy reconocible (Cécil De France) y dos hermanos gemelos de un hogar destrozado que viven en Londres (Frankie y George McLaren). Desde el principio se entiende que las tres piezas del rompecabezas están llamadas a converger, aunque Eastwood, con un guión del fantástico Peter Morgan (The damned United, El desafío. Frost contra Nixon, La Reina), esconde bien sus cartas durante la primera parte de la película. Sí es cierto que cumple con con la máxima de Cecil B. De Mille de comenzar con un terremoto e ir creciendo en intensidad. Sólo que la intensidad que crece es emocional y no de acción. Y crece hasta niveles insospechados, sobre todo en escenas puntuales. De hecho, ese puede ser el gran pero de la película: todo encaja al final, pero tiene altibajos emocionales. Hay escenas sencillamente indescriptibles por prodigiosas y otras que sólo cobran sentido al final.

Hay un punto clave para entender toda la película y es la escena en el apartamento del personaje de Matt Damon con la chica que conoce en un curso de cocina (Bryce Dallas Howard, que hasta ahora había alcanzado su cota máxima con M. Night Shyamalan en El Bosque y La joven del agua. Hasta ahora. Ojo a esta escena). Es la desembocadura natural de una de las mejores, más intensas y hermosas secuencias de flirteo y enamoramiento que se han visto en el cine reciente, pero también la consecuencia natural de una vida basada en la muerte (como dice el propio personaje), la que se nos cuenta hasta ese instante. Es, al mismo tiempo, un retrato de ambas, de la muerte y de la vida, pero sobre todo de la soledad, de las ansias por superarla, de la necesidad de dejar atrás los traumas y los miedos y de los límites de la condición humana. No sólo es una escena sublime sobre el papel, es que Eastwood la rueda con una maestría inconcebible para otros muchos directores que cuentan con un prestigio enorme y que muchas veces son simples artesanos que colocan la cámara para captar la magia. Eastwood, no. Él crea magia. Con cada decisión que toma, con cada riesgo que asume, con cada encuadre que descubre. Y esa escena, insisto, es el punto álgido de la montaña rusa emocional que nos propone.

El viaje es creíble porque, además de la genialidad de Eastwood, los actores le dan esa condición. Damon, un actor bastante más plano en sus inicios, está soberbio, cada vez más seguro de sus cualidades como intérprete y cada vez más verosímil en papeles muy distintos. Y no hay más que ver los dos personajes que le ha dado Clint Eastwood, aquí y en Invictus, para comprobar esa evolución. Cécile De France es una actriz gala, joven pero de ya larga trayectoria, y a la vez novata en Hollywood. Su papel es, probablemente, el más intenso y probablemente el más arriesgado del filme. Supera la prueba con nota. El otro papel femenino, el de Bryce Dallas Howard, es mucho más breve pero, probablemente, tan imprescindible para el tono emocional de la historia como el de De France. Esta actriz tiene mucho talento, pero no lo deja ver tanto como sería deseable. Y hasta con los críos consigue Eastwood grandes momentos, los que siempre saca de un elenco de secundarios tan notable como desconocido (a excepción de un actor británico al que siempre es formidable ver y que se interpreta a sí mismo en un cameo; ¿para qué reventar la sorpresa diciendo su nombre?). Todo encaja, todo se mueve a la perfección, al son que marca Clint.

Cuando la película acaba (y acaba con un final quizá demasiado... bonito; ¿se puede considerar eso un defecto?), queda el poso de haber visto un conjunto de escenas prodigiosas que destacan por encima de otras en apariencia, sólo en apariencia, más prescindibles. Queda una narrativa distinta a la usual para este realizador, aunque por otros derroteros puede que más próxima a un cine coral que cuenta con mejor fama de la que a mi juicio suele merecer (Crash podría ser el exponente más popular y premiado). Queda, como decía, un carrusel de emociones, con todo lo que conlleva la palabra carrusel, también unos altibajos que se notan. No es, en definitiva, la mejor película de Clint Eastwood. Pero es muy buena. Y una película simplemente muy buena de Clint Eastwood es mejor, probablemente, que el 80 por ciento de lo que se estrena en un año. Los viejos aficionados de este director no os dejéis despistar por una publicidad que ha apostado por la espectacularidad visual (que la tiene en un arranque tan brillante como brutal) y por el elemento sobrenatural. En realidad, no es eso lo mejor que ofrece Más allá de la vida. Porque parece una película sobre la muerte, pero no lo es. Es sobre la vida. Y de eso Clint sabe mucho. Que ya son 80 años y la mitad de ellos deleitando detrás de la cámara.

sábado, enero 08, 2011

'Cisne negro', imponente Natalie Portman

Cuando veo por primera vez a un actor o a una actriz y me emocionad sin límite, ese intérprete tiene ganado mi corazón cinéfilo. Cuando veo que, con los años, aquel que me ganó tan fácilmente se queda estancado en la facilidad de una carrera mediática, me dan ganas de llorar. Natalie Portman encajaba en esa descripción. Me volvió loco con su desgarradora niña de Leon. El profesional. Y, por si necesitaba algo más, me enamoró perdidamente con su pizpireta chiquilla de Beautiful girls. Pero a partir de ahí vi a una Natalie Portman diferente. Hermosa siempre, pero aburrida en apariencia. Sin creerse la mayoría de los personajes que hacía. Notaréis que estoy hablando en pasado. Porque con Cisne negro ha vuelto Natalie Portman. Ha vuelto esa intérprete imponente, esa actriz maravillosa que me encandiló hace más de quince años. Su retrato de cisne blanco es tan hermoso como el de cisne negro. Sus miedos, su calidez, su atrevimiento, su ira, su vergüenza, su ilusión, su trabajo. Todo eso lo pone en pantalla. Y eso, de nuevo, ha hecho que me estremezca, ha conectado conmigo, ha alcanzado mis sentidos y, como antaño, me ha vuelto a enamorar.

Sólo por ella ya valdría la pena ver Cisne negro. Sólo por ella y sobre todo por ella, porque al final la película se me queda un poco escasa para lo que podría haber dado de sí. Pero a los defectos llegaré luego, porque los méritos que incorpora a este título Natalie Portman son tantos que merece la pena seguir deteniéndose en ellos. Nina es una bailarina que ansía conseguir el papel principal de una representación de El lago de los cisnes. Es una preciosa joven que vive con una madre muy posesiva, que apenas sabe relacionarse con chicas de su edad y que desprende mucha sensibilidad, con lo que su cisne blanco es perfecto. ¿Pero puede ser también el cisne negro? ¿Tiene dentro de sí lo que hace falta para representar al lado más oscuro de la personalidad de ese personaje? Ese es el descenso a los infiernos que narra Cisne negro. Ese es el espectacular ejercicio que muestra Natalie Portman, la transformación de una mujer por medio de sus experiencias. Son brillantes sus gestos, sus miradas, sus palabras y sus silencios. La actriz ha confesado que las exigencias físicas para el papel fueron terribles y casi acaban con ella. Todo eso se nota en la pantalla. Todo. Saca a flor de piel tantas sensaciones que es imposible enumerarlas.

El envoltorio que crean los demás intérpretes para Natalie Portman contribuye a que su personaje, para mí, sea ya legendario. Ojo a Mila Kunis, una actriz todavía no demasiado conocida y que aquí podría haber encontrado la consagración definitiva si la luz de Natalie Portman no eclipsara por momentos todo lo que gira a su alrededor. Su traicionero y misterioso retrato de una bailarina en apariencia tan amiga como enemiga de Nina es brillante. Ambas protagonizan una de las escenas de sexo más arriesgadas que se han visto en pantalla en los últimos años, una escena brillante, evocadora yperturbadora a partes iguales. Barbara Hershey da vida a la madre de Nina, y sólo cabe preguntarse por qué esta mujer, que alcanzó cierta relevancia a finales de los 70 y comienzos de los 80, no tiene más papeles. Brillante contrapunto el suyo a Natalie Portman, aunque su personaje quede de alguna manera sin resolverse en el guión. Winona Ryder tiene el pequeño papel de la protagonista de El lago de los cisnes a la que sucede Nina (¿metáfora del Hollywood actual y la tiranía de la imagen y la edad?). Un papel duro, arriesgado, complejo y, probablemente, lo mejor de su filmografía. Vicent Cassel completa un pentagrama interpretativo inmenso, dando vida al director de la obra.

Cisne negro es una película de Darren Aronofsky. Nunca he comprendido su cine. Desde la experimental Pi hasta la sobrevalorada El luchador, pasando por la para mí poco efectiva (aunque para muchos su obra maestra) Requiem por un sueño y la absurdamente psicodélica y pedante La fuente de la vida. El caso es que Aronofsky es un director que cuenta con una reputación consolidada y con una legión suficientemente numerosa de seguidores. Cisne negro es la primera película de este realizador que consigue transmitirme algo. Y creo que eso se debe mucho más a Natalie Portman y a otros elementos que al propio Aronofsky. Sí es cierto que rueda con energía y firmeza las secuencias de baile (empezando por el hipnótico comienzo, una onírica escena que desprende magia), y que en ocasiones compone bellísimos planos de espejos y reflejos. Pero también creo que Cisne negro es una película a ratos tramposa, en especial en su por otra parte fascinante escena final. Juega con la fantasía (imprescindible para manejar esta historia) de una forma que a veces engancha y otras deja la sensación de que se traiciona lo que aparece en pantalla.

Eso sin contar con la obsesiva repetición de innecesarios planos siguiendo el caminar de una Natalie Portman de espaldas (técnica, por cierto, que ya usó y me desesperó con Mickey Rourke en El luchador). Con esto, escamotea sin que se atisbe explicación alguna para comprender esa elección de posición de la cámara algunos momentos preciosos para lo que pretende ser la película, una inmersión en el alma de la bailarina. Inmersión en la que también contribuye decisivamente la música de la película. No podía ser de otro modo, tratándose de un filme ambientado en el ballet. Lástima que el trabajo de Clint Mansell no pueda optar al Oscar por estar basado en la música de Chaikovski para El lago de los cisnes, porque la atmósfera musical es tan mágica como la interpretación de Natalie Portman. Esto hace de Cisne negro una película especial, diferente y de obligado visionado, que, sin embargo, no es la obra maestra que podría haber sido, quizá, en manos de otro director.

Por cierto, ¿me puede explicar alguien por qué esta película que se estrenó en Estados Unidos el 5 de septiembre de 2010 no llegará a las pantallas españolas hasta el 18 de febrero de 2011? ¿Qué lógica tiene esperar casi cinco meses y medio para el estreno en España de una película tan esperada, de la que se ha hablado tanto y que tendrá nominaciones para los Oscar? Luego dicen que hay piratería, pero con eso sólo buscan ocultar la deficiente política de distribución de demasiadas películas.

miércoles, enero 05, 2011

'Los próximos tres días', un final complaciente e incapaz

Paul Haggis tiene una fama que, como director, no creo que se merezca. Creo que es un buen guionista y que sus trabajos crecen mucho cuando caen en manos de realizadores de categoría (Clint Estwood usó Million Dollar Baby y Banderas de nuestros padres, además de su argumento para la magistral Cartas desde Iwo Jima) o cuando se mueve con personajes conocidos (suyo es el guión de la reinvención de James Bond en Casino Royale). Pero cuando él mismo dirige sus libretos, no sabe contenerse. Le pasó en la, para mí, sobrevaloradísima Crash (que le arrebató en 2006 el Oscar a la mejor película a la mucho más compleja e infravalorada Munich). Le volvió a suceder en la algo fallida En el valle de Elah. Y le ocurre de nuevo en Los próximos tres días. La historia tiene grandes ideas, pero las más interesantes están bastante mal desarrolladas y las que sí trata las desmonta en un final complaciente y absurdo que revela el trabajo de un director bastante más incapaz de lo que denota su buena dirección de actores. Menos mal que siempre nos quedará Russell Crowe, un monstruo de la interpretación.
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Contar el argumento de Los tres próximos días casi implica llegar hasta el cabreo que deja su flojísimo final, así que me abstendré de dar muchos detalles. El tema de la película es el límite de la ética humana, qué estarías dispuesto a hacer por la persona a la que amas en un mundo real y dónde están los límites de la decencia. Eso es lo que Paul Haggis expone en las más de dos horas de película. O, sería más correcto decir, lo que pretende exponer. Y todas esas buenas intenciones acaban destrozadas en los últimos quince minutos, donde el autor de este filme se conforma con cerrar las intrigas de la forma más sencilla posible y con zanjar los debates morales planteados con una simpleza casi insultante. Es un final, perdonadme la expresión, para tontos, donde todo tiene que quedar perfectamente explicado y donde todo tiene que satisfacer una moralina floja y cobarde, muy lejos de los planteamientos que había sembrado en algunos momentos de la película, en especial durante la primera hora, la más lenta pero al mismo tiempo la más interesante del filme.
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En realidad, es una película que se puede dividir en cuatro partes. La primera consta de las dos primeras escenas y es brillante. Una magnífica escena de diálogo y después la que sienta las bases de la historia. Ambas tienen fuerza y enganchan al espectador (insisto, dar detalles sería arruinarlas). La segunda parte, la más lenta, es también la más larga. Funciona en buena medida porque es la que tiene que presentar un desgaste en los personajes, una evolución y todos los dilemas morales que plantea la situación extraordinaria que están viviendo. Pero todos esos dilemas se presentan y muy pocos se desarrollan. La tercera parte, la que en cualquier otra película habría sido el clímax, cobra un ritmo frenético... y de algún modo sigue funcionando visto de forma separada. Y es que da la impresión de que forma parte de un filme completamente diferente, porque no tiene interés alguno en desarrollar lo planteado, sólo en zanjarlo. Y la cuarta, la de conclusiones, es la que termina por arruinar el planteamiento. Es la que, con un buen director, se habría caído del guión o, al menos, reescrito. Pero aquí está, seguramente, tal cual la concibió Haggis y no funciona.
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Lo mejor de Los tres próximos días es, indudablemente, Russell Crowe. Creo que hay muy poquitos actores como él en el cine comtemporáneo. Tiene tal gama de registros que le da igual el papel, siempre estará en condiciones de afrontarlo con una categoría inmensa. Es asombroso verle padecer sus miserias humanas y el conflicto interior que sufre el rostro que dio vida, por ejemplo, a Máximo en Gladiator. Aquí no es un héroe de una pieza, sino un hombre torturado. Decidido, pero sufriendo. Impagables las dos escenas junto al teléfono de la prisión, de forma aislada y juntas como muestra de la evolución que sufre su personaje. Notable es también el breve papel, casi un cameo, de Liam Neeson, aunque la fuerza que tiene su intervención la diluye Haggis al final. Elizabeth Banks sufre el personaje que mejor encarna la indecisión de Haggis. En ella están algunas de las ideas más brillantes del filme, pero todas ellas quedan diluidas en un momento u otro de la película. También da cierta pena que el personaje de Olivia Wilde no le dé para más que para una coartada final al guionista y director. Brian Dennehy (¡qué placer es ver a este hombre después de tantas películas suyas en los 80!) sí aprovecha sus minutos en pantalla.
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La sensación que deja Los próximos tres días es de decepción, aunque contradictoria. Por un lado, es un thirller eficaz, que juega relativamente bien con las elipsis temporales y saca cierto partido a sus protagonistas. Por otro, es una película que deja un mensaje final complaciente y tramposo que su distribuidora no sabido bien cómo vender. Cuando uno ve el anuncio de esta película en televisión, sólo encuentra imágenes del tramo final, del de mayor ritmo, y de la escena de Liam Neeson que al final desprestigia Haggis con la resolución de su relato. Y esa no es la película que tienen entre manos. No es un thriller trepidante, aunque su tramo final haga que se acerque a sus fronteras. Y tampoco es una historia reflexiva con los personajes como epicentro, porque su final aleja esa sensación y porque Haggis no sabe a dónde llevarnos en esa reflexión. Por eso, Los próximos tres días se queda en un fallido intento de hacer una gran película, que podría haber sido bastante transgrersora y devastadora si hubiera optado por otros caminos, con algunos puntos a favor pero con demasiados argumentos en contra.

lunes, enero 03, 2011

Otra gran pérdida: Pete Postlethwaite


Abrir el periódico se está empezando a convertir en un ejercicio de pánico. Pánico por si otro grande se nos va. Por si aparece el nombre de otro director o actor que tanto nos haya hecho disfrutar en la sección de obituarios. Y eso me ha pasado hoy. Pete Postlethwaite. Así por el nombre seguro que hay mucha gente que no te reconoce. Seguro que muchos dicen que tu apellido es impronunciable. Pero al verte la cara sabes, sin ningún lugar a la duda, que te han visto. Más de una vez y más de dos. De hecho, yo te conocí en los noventa, cuando ya llevaba quince años trabajando en televisión, como "ese tío que sale en casi todas las películas". Hamlet, Alien 3, El último mohicano, En el nombre del padre, Sospechosos habituales, Dragonheart, Romeo y Julieta, El mundo perdido, Amistad... Estabas en todas partes. Y cualquiera te has visto ahí una o dos veces seguro. ¿Y a que siempre estabas bien? ¿A que encajabas en el papel que fuera? ¿A que conseguías que te lo creyeras de bueno y de malo?

Tanto te he visto, tanto me he cruzado contigo, que fui espectador en el cine de las tres últimas películas que has hecho y ni siquiera sabía que estaba teniendo ese honor. Me hubiera recorrido un escalofrío por la espalda en una escena muy concreta de una o dos de ellas si hubiera sabido antes que estabas enfermo. Pero no lo sabía. No tenía ni idea de que tenías cáncer. Y desde hace tanto tiempo además. Ahora casi me siento estúpido, pero por esa ignorancia sólo disfruté de tu presencia. En Furia de titanes. En Origen. Y en The Town. Te queda un último papel por estrenar. No sé si habría visto Killing Bono, aunque leyendo la sinopsis parece que será una película divertida. Ahora tengo claro que la veré. Tengo que despedirte. Aunque, claro, esto de las despedidas con tantos personajes de por medio es un poco absurdo, ¿verdad? Todavía me acuerdo de que cuando murió Paul Newman tuve el irrefrenable impulso de ponerme a ver, esa misma noche, Camino a la perdición, la última vez que se le vio en pantalla. A ver qué veo hoy. Algo en lo que salgas tú, claro.

Hoy en la prensa se queda todo el mundo con una frase que dijo Spielberg de él, considerárdole "el mejor actor del mundo". Yo me quedo con otra. Con una tuya. "Al final, actuar es contar mentiras. Somos impostores profesionales y el público lo acepta. Hemos cerrado un pacto, nosotros te contamos una historia, un montón de mentiras, pero tiene que haber verdad en ella. Puede que la disfrutes o puede que te moleste". Cuando aparecías en pantalla, yo la he disfrutado. El cine es el único sitio en el que me gustan las mentiras. Pero hay que saber mentir y tú sabías hacerlo. Mientras seguimos disfrutando de tantas mentiras como nos contaste en pantalla, descansa en paz.