domingo, octubre 24, 2010

Cómics de saldo: 'Jonah Hex' y 'Los perdedores'

No es un ningún secreto que las adaptaciones de cómics están de moda en el cine, y no sólo en los títulos procedentes de Hollywood. Tampoco es secreto alguno que el género ha alcanzado una madurez notable de la que es en gran medida responsable la visión de Batman que Christopher Nolan ha plasmado ya en dos películas (y ya está trabajando en la tercera). Pero igualmente pocos se podrán sorprender si digo que este boom del subgénero deriva al mismo tiempo en la producción de películas que en el mejor de los casos se pueden considerar olvidables. Jonah Hex y Los perdedores son, con sus diferencias, dos de esos cómics de saldo que ofrece el cine de vez en cuando.


No es del todo justo que ambas películas caigan en el mismo saco, a pesar de su prodecencia en forma de viñetas y de no haber cumplido las expectativas. Y es que Jonah Hex es, directamente, una película infame, un filme anunciado a bombo y platillo durante su producción como uno de los títulos del verano y que, al final, llegará a España directamente en DVD tras su fracaso comercial en Estados Unidos. A pesar de que hay nombres a destacar detrás del título, ese fracaso es merecido. Es una mala película, es una mala adaptación de un cómic, es un mal western sobrenatural. Es mala. Punto. Se puede ver con más o menos cariño, tratando de pasar el mejor rato posible en los (afortunadamente) 81 minutos que dura, pero es un título insalvable desde todos los puntos de vista. Caerá en el olvido y muchos de los que participaron en ella la considerarán en un futuro no muy lejano como uno de esos errores que hay que cometer para hacer una carrera en Hollywood.

Dirige Jimmy Hayward, semidebutante en estas lides después de años de trabajo como animador en Pixar y de dirigir la cinta animada Horton. Viendo el resultado de Jonah Hex, se puede decir que poco se le ha pegado del trabajo cinematográfico de la casa animada, pues su primera película de acción real es un ejercicio torpe en todos los terrenos, un caro juguete de 47 millones de dólares que en Estados Unidos sólo recaudó diez en taquilla. El guión es torpe y malinterpreta los puntos fuertes del antihéroe creado por DC Comics, desperdiciando además los escasos buenos momentos que apunta y ofreciendo un climax final soso y sin garra. Ni siquiera técnicamente se puede destacar mucho, con unos efectos visuales ordinarios y un maquillaje rígido y poco realista para el rostro de Jonah Hex, una de sus características más visibles. La película encaja a la perfección en el prototipo de fracaso anunciado, con sus problemas durante el rodaje y sus retrasos en el estreno. Pero lo malo es que arrastra nombres decentes, empezando por el de su protagonista.

Josh Brolin es un buen actor, que ha dado la medidas de sus posibilidades, por ejemplo, trabajando para Oliver Stone en la segunda entrega de Wall Street o en W., pero aquí está perdido, trata de cumplir la papeleta con la mayor dignidad posible. Fracaso. Como John Malkovich, quien seguro que cobró un cheque con muchos ceros por su desquiciado villano. De Megan Fox casi es mejor no hablar. Dicen que es una de las mujeres más deseadas del mundo, pero su colección de malas películas es aún más impresionante que cualquier portada de revista que pueda protagonizar. Si algún día hace una buena (una película, se entiende), seguro que no será por su aportación. La nula química entre la pareja protagonista es la mejor explicación de por qué no funciona este filme. Y es que aquí la única química que hay es la que produce explosiones.

Decía que no es justo meter a Los perdedores en el mismo saco que Jonah Hex, porque no es tan mala película ni mucho menos. Pero sí es fallida. Está basada en una serie de 32 números publicada entre 2003 y 2006 también por DC Comics, a través de su sello para adultos Vertigo. La serie recibió atención de la crítica del medio al ser nominada a los prestigiosos Premios Eisner como mejor nueva serie de 2004. La película, sin embargo, con retrasos similares a los que vivió Jonah Hex, se pierde en un maremagnum de títulos idénticos. Y es que sobran ahora mismo las películas sobre un grupo de antihéroes, veteranos de guerra, tipos duros donde los haya que, con la inevitable presencia de una misteriosa mujer que dé un toque sensual a la historia, cumplen una misión suicida enfrentándose a un malo malísimo y haciendo explotar por el camino todo lo que pillen a su paso. El género es viejo y las novedades que aporta cada título son escasísimas. Los perdedores no es una excepción, a pesar de que, en el fondo, cumple con lo que promete. Es eso y nada más. Y, con todo, no es de los peores títulos que se han estrenado.
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La clave para asumir lo que cuenta Los perdedores es estar dispuesto a perdonar cientos de clichés y excesos, de vueltas de tuerca y de mucho ruido y movimientos de cámara. Si es así, Los perdedores entretiene. Es una diversión tonta y simple, sí, pero entretiene. Lo malo es que no es capaz de distanciarse de otros títulos similares y, por cercanías en su estreno, sale perdiendo en la comparativa con el título más similar que pudiera imaginarse: El equipo A. A los personajes de Los perdedores les falta el carisma que sí tenían los herederos de la serie de televisión de los años 80. Quizá con otros actores, quizá con otro tono, se podría haber ofrecido un producto más llamativo. ¿No es exactamente lo mismo que ofreció Stallone en ese llamativo revival de los 80 que era Los mercenarios? Lo dicho, demasiados títulos con la misma idea en la cabeza, los mismos arquetipos como protagonistas y la misma vía para resolver los conflictos del mundo a tiros.
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El reparto no ayuda demasiado tampoco. Hay nombres conocidos, pero de segunda fila. Jeffrey Dean Morgan (el Comeidante de Watchmen), Zoe Saldaña (Uhura en el nuevo y entretenidísimo Star Trek de J. J. Abrams), el español Oscar Jaenada (Camarón; aquí, por cierto, apenas tienes líneas de guión a pesar de que sí aparece mucho en pantalla), Chris Evans (la Antorcha Humana en Los 4 Fantásticos y el próximo Capitán América) o el histriónico (he aquí un eufemismo) villano que conforma Jason Patric (Speed 2, En el valle de Elah) son rostros conocidos, pero, como apuntaba más arriba, ninguno tiene el suficiente carisma como para elevar el nivel de una película correcta pero que se queda en el camino. Aunque raspa el aprobado (no lo hará para todos los espectadores), es quizá un modelo de cómo adaptar un cómic sin la pasión necesaria como para que funcione.

martes, octubre 19, 2010

'The Town. Ciudad de ladrones', buen cine negro

Es curioso que un actor tan limitado como Ben Aflleck sea en realidad un director notable. Como intérprete, seguramente no pasará a la historia ni dejará grandes papeles. Y tan seguramente, porque es un actor limitado, muy limitado. No lo ha destacado como tal hasta ahora y nada indica que lo pueda hacer en el futuro. Pero como realizador, en cambio, tiene un toque particular, una capacidad para tomar decisiones acertadas, para colocar la cámara donde debe, para montar con acierto escenas de muy distinto tono dramático sin artificios ni falsedades. Y, curiosamente, para sacar buenos trabajos interpretativos de sus miembros de su reparto. Lo hizo en Adiós, pequeña, adiós y lo hace en The Town. Ambas comparten un gusto por el thriller, por las historias truculentas y por los escenarios sórdidos (¿por qué en ésta decide bajarse los pantalones y dulcificar la existencia del barrio de Boston que escoge para el filme con un rótulo final blando e innecesario?).
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A Ben Aflleck no le duelen prendas al buscar referencias en los policiacos más notables de las últimas décadas (incluso en otros géneros, al calcar el uso del sonido que hizo Roman Polanski en una escena de El pianista). Evidentemente, es imposible plantearse las escenas de atracos que rueda Affleck sin pensar en Heat, una película que lleva ya casi quince años siendo el mejor referente posible (el mismo que tuvo, por ejemplo, el comienzo de El Caballero Oscuro) y que probablemente seguirá marcando las películas sobre ladrones de años venideros. Pero también mira al cine policiaco más urbano y familiar, ese que quizá tenga su mejor exponente en Clint Eastwood. Es difícil no ver las relaciones personales que se establecían en Mystic River en este trabajo de Affleck, aunque el trasfondo de ambas historias sea radicalmente distinto. No son malas referencias y no es tampoco un mal resultado para esta historia de ladrones, que cobra personalidad propia y ofrece un producto notable.
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Adiós, pequeña, adiós y The town guardan muchas similitudes estéticas y temáticas. Ha recibido muy buenas críticas, y quizá es posible que no sea merecedora de tanto, pero sí es cierto que estamos ante un buen director y una buena película de su género, bien escrita, bien resuelta y bien rodada. Aunque éste pueda ser una pequeña mejora, todo eso es más o menos como lo que ofrecía aquel primer filme que realizó Affleck. Aquella cinta la protagonizó su hermano Casey, pero en ésta Ben se reserva el papel protagonista para sí mismo y es un error evidente. Ben Affleck es, indudablemente, el peor intérprete de la película. Es frío, es distanciado, es inadecuado para el papel y para el tono de la película. Y aunque a él se le pueda considerar de lo más flojo de esta interesante historia de ladrones, lo cierto es que el trabajo interpretativo es notable en casi todos sus compañeros de reparto. Es curioso que como director encuentre la dirección en la que guiar a sus actores y él mismo no la tenga.
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Rebecca Hall (Vicky Cristina Barcelona, El desafío. Frost contra Nixon) vuelve a estar sobresaliente, quizá un pelín lastrada por el aspecto más flojo del guión, la relación entre uno de los ladrones de bancos (Affleck) y la directora de banco que sufre el primer atraco. Blake Lively (una de las protagonistas de la serie Gossip Girl) es una sorpresa muy agradable en un papel duro y dramático, la ex novia del personaje de Affleck y madre drogadicta. Jon Hamm, conocido también por su trabajo televisivo, éste en la serie Mad Men, también hace un gran papel como el antagonista del FBI en esta historia vuelta del revés, en la que casi parece que los héroes son los ladrones y los villanos los policías. Jeremy Renner, tras En tierra hostil, está más que correcto, pero parece que empieza a encasillarse en personajes psicológicamente inestables. Pete Postlethwaite y Chris Cooper le dan a la película la elegancia de dos actores ya veteranos. Todos ellos conforman un reparto más que interesante que le da empaque al resultado final.
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The Town se sostiene, además de por sus actores, porque su guión sabe equilibrar los momentos dramáticos con leves toques de humor (ojo al atuendo de los atracos, sobre todo del segundo de los tres que se ven en la película y a la escena en la que son descubiertos en su huída por un policía), porque monta de forma admirable las escenas de acción de los atracos y porque no rehuye una maravillosa confrontación de miradas y perfiles psicológicos, en las que el único perdedor es el propio Affleck como actor. Aunque se trata de una película que se mueve en un género complicado por trillado (¿cuántas películas hemos visto en los últimos años sobre robos y cuántas de ellas mezclan asuntos familiares en ellos?), The Town triunfa por el buen gusto con el que está rodada, un gusto clásico pero que no rehuye las posibilidades técnicas del cine contemporáneo. No es una obra maestra indiscutible, pero sí un gran trabajo, entretenido de principio a fin y con capacidad para fomentar el debate. Y demuestra que Affleck es un director a seguir.

viernes, octubre 08, 2010

'Wall Street. El dinero nunca duerme', a medio camino

En un momento como el actual, uno no puede más que echar de menos al Oliver Stone de los años 80. Aquel tipo valiente y decidido a remover conciencias del que ya no queda más que la fachada polémica y un más que hábil director de cine. Porque aquel cineasta habría sido capaz de crear la película definitiva sobre la crisis económica y el tramposo mundo financiero. Una que habría avivado polémicas, atraído miradas y llegado a las conclusiones más rompedoras que uno pudiera imaginarse. Pero aquel Oliver Stone no es el Oliver Stone que ha dirigido la tardía e inesperada secuela de Wall Street (filme mucho más valiente y duro que su continuación). Este Oliver Stone ha dejado un producto bien hecho, más destacable en la forma que en el fondo y con una gran dirección de actores. Pero los causantes de la crisis se han escapado vivos. La crítica de Oliver Stone se ha quedado a mitad de camino. O, si acaso, en la primera parte de la saga de Gordon Gekko, aquella que se estrenó en 1987.

Porque son años ya en los que Oliver Stone se debate entre la polémica más superficial (su versión de Alejandro Magno y su permanente insistencia en recalcar su homosexualidad o su limitada y caricaturesca visión del anterior presidente norteramericano en W) y las historias que no contienen halos de controversia (como su mirada humana y nada conspirativa al 11-S en World Trade Center). Y cuando decidió afrontar la crisis económica como argumento, uno podía pensar que ahí podría recuperarse el director que habló con franqueza de la guerra de Vietnam en su durísima trilogía (Platoon, Nacido el 4 de julio, El cielo y la tierra). Pero no es así. Sí es cierto que se acerca por momentos en secuencias llamadas en el guión a ser grandes para el análisis y reflexión. Pero no menos cierto es que la película deriva mucho más a la situación de los personajes que a la de la economía global.

Al final, el mejor punto de partida para los análisis que se puedan hacer de la secuela de Wall Street los deja el personaje de Michael Douglas en sus diálogos. En una de sus primeras apariciones, en una charla ante jóvenes, les dice "estáis jodidos". Si Oliver Stone hubiera continuado por ese camino, El dinero nunca duerme podría haber sido, al menos, lo que El color del dinero fue para El buscavidas, una secuela tardía de categoría y adaptada a los nuevos tiempos. Pero no lo es. El final sensiblero-familiar acaba por desbordar todas las pretensiones en este sentido, ya tambaleantes durante buena parte del metraje. Y en la última escena, el propio Douglas pregunta si "nadie cree en segundas partes". Parece casi un guiño interno, una forma de justificar una película que muchos creen oportunista. El tema es oportuno. La forma en la que le ha dado forma Stone es lo que hace que se vea como oportunista. No es la película definitiva sobre la crisis que podría haber sido con más arrojo.

Quizá el polemista Oliver Stone ha ido perdiendo peso con los años al mismo tiempo que ganaba peso la habilidad de Oliver Stone para manejar la cámara. Quizá ahora tiene mucho más dominio de lo que hay en la pantalla que de lo que puede provocar fuera de ella. Y por eso, lo mejor que deja Wall Street. El dinero nunca duerme es un reparto sencillamente espectacular. Michael Douglas es mejor actor de lo que muchos le han reconocido durante años, tiene un carisma que llena la pantalla. Pero si además cuenta a su alrededor con Shia LaBeouf (el más conocido, el más flojo de todos), Josh Brolin (que ya hizo para Stone una espectacular recreación de George Bush hijo en W.), Carey Mulligan (descubierta para el mundo en An education), Eli Wallach (breves pero espeactculares apariciones las suyas), Susan Sarandon (haga lo que haga, siempre es una delicia verla) y Frank Langella (en estado de gracia en los últimos años, con el pico inolvidable de Frost contra Nixon), la cosa adquiere unas proporciones casi inolvidables.

Y es que si algo va a perdurar de esta Wall Street es el duelo interpretativo constante, los retos a los que los actores parecen someterse escena tras escena. Langella contra Brolin, Douglas contra Mulligan, Mulligan contra LaBeouf, Brolin contra LaBeouf, Douglas contra Brolin, Wallach contra Brolin. Son todas escenas magníficas, excelentes enfrentamientos cara a cara protagonizados por intérpretes dando lo mejor de sí mismos. Casi dan ganas de eliminar el sonido de la película y ver sus miradas, sus gestos, su intensidad, para comprobar hasta dónde son capaces de llegar en cada escena. Y decía que LaBeouf es el más flojo de todos. Tiene cierta fama el protagonista de Transformers y coprotagonista de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Y es profesional. Pero le falta mucho por recorrer para devorar la pantalla como hace Michael Douglas, por ejemplo. Por él pasan los años, pero sigue ahí. Gordon Gekko fue el personaje que le dio un Oscar, un logro que no consiguió como actor su padre, el mítico Kirk Douglas. Y Gordon Gekko sigue ahí. Intacto. Inmortal.

Con todo esto, no es fácil decantarse. Es evidente que Wall Street, la original, se ha quedado vieja (y nada mejor para darse cuenta de ello que el magnífico prólogo de su secuela... que por desgracia ya habíamos visto en el trailer). Que la economía ya no es la que era a finales de los años 80. Que hace falta una película definitiva que aborde el mal endémico en el que vive este mundo, más allá de las pinceladas que deja Oliver Stone en esta secuela. Y es evidente que El dinero nunca duerme no puede ser esa película. Pero al mismo tiempo, se trata de un filme visualmente arriesgado. Sencillo en sus metáforas, quizá demasiado sencillo, pero atrayente con sus imágenes. Y sobre todo con sus magníficas interpretaciones, y su gran sentido del ritmo y de la música. Que la firme Oliver Stone hará que las opiniones sean encontradas y puede que hasta extremas. Ni tanto ni tan poco. Es un buen producto, con aciertos y con errores, con momentos prescindibles (¿Gordon Gekko sensiblero?) y otros inolvidables (ese silbido de Wallach). Interesante en todo caso.

miércoles, octubre 06, 2010

'DiDi Hollywood', fallido retrato del cine

El cine sobre cine tiene su encanto. Es la mirada de un gremio sobre sí mismo y, cuando hay sinceridad en los relatos, a veces quedan auténticas obras maestras. No hay más que recordar películas como El crepúsculo de los dioses, Cantando bajo la lluvia, El juego de Hollywood o Ed Wood, por citar unas pocas muestras de un cine realizado con devoción a este medio. No seré yo quien ponga en duda los sentimientos de Bigas Luna hacia el cine, pero DiDi Hollywood se queda, por encima de todo, en un intento fallido de retratar la meca del cine. Quizá sí haya veracidad en su metraje y en sus mensajes, pero todo se construye sobre la incesante y cansina repetición de escenas de sexo, con un ritmo bajo, con una ambición narrativa escasa y con pocos aciertos en general, sobre todo en el guión. Al final entre lo rescatable sólo destaca el nombre de Peter Cotyote.

Intento fallido, decía. Y es lo que se puede desprender de lo que cuenta y de lo que no cuenta la película. Es la aventura de una joven española que decide probar suerte en Miami y después en Los Ángeles en busca de su sueño de ser actriz. Allí descubre que es un mundo duro en el que se ve obligada a realizar dolorosas concesiones. Concesiones sexuales, se entiende, porque esas son las únicas que se plantean en la película. Es un mal endémico de muchas historias iniciáticas o de superación (y muchas en el cine español, no vamos a ocultarlo), que convierten el sexo en el centro de todo. La familia, las amistades, las ambiciones, los sueños, el modo de vida y otras tantas cosas en la vida de esta DiDi son pequeñas anécdotas en las que apenas se profundiza. Lo importante es el sexo y las perversiones sexuales. No es precisamente una sorpresa en el cine de Bigas Luna, vista su filmografía.

Para hacer DiDi Hollywood, con las pretensiones que se le suponen, hacían falta dos elementos por encima de todo: un buen guión y una buena actriz. Y los dos pilares fallan. El guión, obra del propio Luna y Carmen Chaves Gastaldo, es endeble. Sus elipsis son más que discutibles y su realismo escaso (por mucho que algunas de las situaciones que cuenta puedan ser veraces), algo que queda en evidencia en unos diálogos a veces rutinarios y algo forzados. La película llega a moverse en la delgada línea que separa el exceso de la carcajada de reprobación, y algunas veces cae en este segundo lado. Ni se ve la vida triste que lleva Diana antes de lanzarse a la aventura americana (sólo una pequeña secuencia introductoria que dice más de otro personaje que de la protagonista), ni por qué quiere llegar a ser una estrella, ni las miserias que padece cuando llega a su objetivo. Sólo se apunta en breves pinceladas, que parecen excusas para separar las escenas de sexo.

Y falla la protagonista. A DiDi le preguntan en la película si teme que se hable más de ella por su vida personal que por su trabajo como actriz. Ahí la película cobra unos seguramente no deseados tintes de realismo. A Elsa Pataky se le podría preguntar lo mismo, porque es una actriz que realmente conoce todo el mundo pero pocos recordarán de momento alguna película en la que aparezca que haya permanecido en sus memorias. Es un reclamo y habrá quien vaya al cine para verla a ella, con y sin ropa. Bigas Luna tampoco le hace un favor con esos largos finales de muchos planos en los que se fija sólo en ella pensativa. Y tampoco le hace un favor ponerse al lado de un actor como Peter Coyote, al final lo único destacable que queda en la película. De hecho, el papel de Coyote se antoja hasta un poco desaprovechado, porque sus apariciones elevan el nivel en todo momento. Desde la primera, casual, hasta la última, definitiva para exponer el, eso sí fallido, mensaje de la película.

Porque si la idea era retratar, como parece en ese mencionado final (en el que se habla de "una princesa para el pueblo", y tras lo visto es más fácil pensar en una figura como Belén Esteban que en otra como Grace Kelly), la fachada de una estrella de cine, ese rostro feliz y atento con el que contentar a los fans y esconder las miserias de la vida privada, esa idea se queda en el tintero. O, quizá, sólo aparece al final, cuando se dice de forma explícita. Si la idea, en cambio, era retratar el camino al estrellato de una mujer joven, el resultado es de lo más irregular. A veces parece que cuenta esa historia, a veces parece que a Bigas Luna le molesta contarla y le interesan más otros detalles. Y si la idea era relatar las extravaganzas del Hollywood más oscuro, pues ahí quizá sí encuentre algo de verdad la película. Pero lo cierto es que tampoco hay mucha diferencia con respecto a otros ambientes sórdidos que figuran en las filmografías de muchos realizadores, probablemente en la misma de Bigas Luna.

Al final, el recuerdo de la película no será la historia que cuenta, sino la presencia, los desnudos y las escenas de sexo de Elsa Pataky. Ya lo dice Bigas Luna cuando nos despide de la sala mostrándonos el trasero y las piernas de su protagonista, a través de un ceñido acabado y una falda transparente, alejándose de la cámara. Pobre cargamento para una película que podría haber dado mucho más de sí.