miércoles, mayo 26, 2010

'Kick-Ass', un extraño despropósito

Que el cómic ya se ha instalado como una de las principales referencias de los blockbusters veraniegos de Hollywood es una realidad. Que lo hace de una forma un tanto extraña, también. Mientras, por un lado, triunfan las películas sobre superhéroes, por otro también consiguen buenos resultado de taquilla otros títulos basados en novelas gráficas o miniseries fuera del circuito de los personajes más conocidos. Estos títulos se mueven en una doble tendencia que concfluye en un aire de incorrección más o menos forzada, la de la violencia salvaje (aunque no es para tanto, luego matizo...) por un lado y la del humor más fácil por otro. Kick-Ass es una de esas películas. Procede de un cómic alabado pero para mí muy discutible. Y la película seguramente encontrará su público, pero el resultado final es un extraño despropósito que no acaba de mantener la fidelidad al cómic original (sí la visual; la temática es otro cantar) ni, tampoco, de encontrar una vía cinematográfica salvable.

Kick-Ass supone una especie de experimento multimedia y probablemente ésto sea lo único por lo que se recordará el título. La obra en cómic, de Mark Millar y John Romita Jr., ya tenía vendidos los derechos cinematográficos antes incluso de publicarse. La escritura del guión de la película se hizo de forma casi pararela al desarrollo de los ocho números de los que consta la serie en cómic, que terminó de llegar a las librerías apenas unas semanas antes del estreno del filme. No han sido desarrollos paralelos, sino colaborativos. Es decir, que las amplias diferencias que hay entre uno y otro producto no tienen nada que ver con diferencias creativas entre los responsables de ambos, no. Simplemente, los guionistas de cine han querido explorar otros caminos del mundo creado por Millar y Romita. En esencia, las dos son obras supuestamente irreverentes situadas en un mundo similar al nuestro pero en el que hay gente que se preguntan por qué no hay superhéroes y se lanzan a llenar ese hueco. Ni la novela gráfica ni la película me satisfacen, pero menos aún el filme de Matthew Vaughan.

Kick-Ass, la película, es una comedia adolescente que adquiere el disfraz de un cómic pretendidamente revolucionario. Lo que en las viñetas pretende ser una sátira sobre el cómic de superhéroes y, más concretamente, el perfil del aficionado adolescente y cómo influye en él la fantasía que consume, en la pantalla cae a un nivel de humor mucho más bajo, simplón y barato. Tiene momentos en los que es inevitable reírse, sí (cuando Kick-Ass y Bruma roja se suben al coche del segundo y suena la música de la radio es un momento impagable), pero el conjunto es absurdo. Pierde la noción de lo que quiere y de lo que podría ser. Si el original busca un anclaje en la realidad, la adaptación se pierde en eso, en el absurdo. ¿Violenta? Sí y no. Muertes, todas las que queráis. Sangre muy poca. Eso ya le pasó a Lobezno, que nos presentó a un sanguinario tipo con unas garras de un metal indestructible pero con el líquido rojo vetado en pantalla. Se nota tanto que las muertes son de mentirijilla, que en ningún momento cabe pensar en lo rompedor del invento.

El guión también se pierde en esas absurdeces que lastran la película en todo momento. Cambia ciertos elementos del cómic sin pies ni cabeza, con la única intención de que aparezcan calcos de viñetas (eso lo hizo mucho mejor 300 o incluso Sin City) y sin necesidad de que tengan ninguna justificación argumental, buscando quizá atrapar a quien disfrutara con la lectura. No creo que lo consiga. A mí, desde luego, los cambios me han confundido. No veo sentido a que sea Bruma Roja y no Kick-Ass quien se lance como un poseso al interior de un edificio en llamas, y lamento que se haya perdido el patetismo del motivo por el que entran. No entiendo el artificial dramatismo del que se quiere dotar a la historia de Big Daddy y Hit-Girl, que no sólo no encaja en el tono de la película sino que desvirtúa la idea original. No comprendo por qué hay que meter como sea a una chica joven y guapa en cualquier película, aunque el personaje sea un despropósito y los guionistas ni siquiera sepan qué hacer con ella al final. No entiendo nada. Es lo malo de ver un absurdo.

¿Los actores? Pues hacen lo que pueden, tampoco se les puede culpar de este desaguisado. La mayoría son desconocidos, muchos por su juventud. Quizá va siendo hora de que Nicolas Cage se aleje definitivamente del cine basados en cómics, porque nunca parece el actor indicado. Mark Strong, que había dejado dos grandes muestras de villanos en Sherlock Holmes y Robin Hood, bordea el ridículo en un papel sin pies ni cabeza. Vaughan venía de sorprender con su anterior película como director, la preciosa Stardust, pero ahora da un paso atrás, justo con una película de cómic y cuando está a punto de encargarse de la nueva entrega de X-Men. Kick-Ass no es algo demasiado alentador antes de acometer esa tarea. Ha habido polémica por la violencia, porque uno de los protagonistas sea una cría asesina y malhablada. Ni caso. No hay ni polémica. Simplemente es un extraño despropósito que igual sirve para echar unas risas viéndola en grupo, pero nada más.

viernes, mayo 14, 2010

'Robin Hood', la aventura sigue viva

Un viejo amigo y un nuevo conocido. Ese es el Robin Hood de Ridley Scott, una película que expande la leyenda del arquero más famoso del cine, ofreciendo la parte de la historia que nunca habíamos visto y, sobre todo, devolviendo al cine moderno uno de sus grandes mitos, uno que no veía una adaptación destacable desde hace casi veinte años. Lo que Scott nos da es, de hecho, la mejor versión que se ha hecho de las andanzas del bandolero de Sherwood desde que Errol Flyn vistiera las mallas allá por 1938, en Robin de los bosques. Ahí es nada. Robin Hood es una película clásica, pero al estilo de Ridley Scott, un entretenimiento magnífico de acción (rodado con una claridad y con una elegancia que ya quisieran directores del género más reputados) con un trasfondo político que eleva el potencial de la película. Con algún pequeño altibajo en su ritmo, sí, pero demostrando que la aventura sigue viva para un público mayor de quince años, que es el único que parece importar al Hollywood de hoy.

Son varios los grandes méritos de Robin Hood. Por un lado, se trata de un personaje sobradamente conocido, que tiene unas características que lo hacen reconocible. Sin embargo, Scott consigue introducir una visión fresca y a la vez adecuada a lo que sabemos de él. No es fácil, es un reto similar al que se enfrentó hace poco Guy Ritchie para hacer la brillante Sherlock Holmes. Lo que Ridley Scott incorpora no es una nueva visión de Robin Hood, sino un pasado, un origen, una historia previa a lo que ya hemos visto en decenas de adaptaciones. De hecho, la película concluye anunciando que justo ahí empieza la leyenda, justo ahí queda el testigo para enlazar con Robin de los bosques, con Robin Hood. Príncipe de los ladrones o con cualquier otra versión de sus aventuras. El guión cumple con esa función a las mil maravillas. No hay traiciones a la esencia, hay aportaciones. Y algunas muy valiosas, como saber de dónde viene su habilidad con el arco.

El segundo gran mérito, éste fácilmente personificable en Ridley Scott, es sumergirnos como lo hace en una época pasada, sea la que sea. Se le acusa de tomarse libertades históricas en sus películas (más acusado era, por ejemplo, en El reino de los cielos), pero lo cierto es que todo lo que enseña encaja. En Robin Hood se ve la Edad Media, se siente, se palpa y se disfruta. Sea o no sea históricamente precisa, porque eso queda en segundo plano. Como parte de este mérito, es obligado destacar que Ridley Scott parece hoy el único director capaz de recrear la guerra más clásica, la de espadas, arcos, caballos y lanzas. Lo hizo en Gladiator, lo repitió en El reino de los cielos y ahora corona esa bella trilogía bélica en Robin Hood con una portentosa escena de batalla final (también digna de mención es, en este sentido, la apertura del filme). Sólo Ridley Scott, excepción hecha de Peter Jackson en El Señor de los Anillos, es capaz de introducir al espectador en un combate así. Y su logro es doble, porque la guerra moderna tampoco se le escapa, como demostró en Black Hawk derribado.

Ridley Scott es un maestro rodando, montando e iluminando sus películas. Por acción propia o por la de sus colaboradores, a los que elige y exige una minuciosidad siempre brillante y siempre diferente. Se ha trazado un paralelismo entre este filme y Gladiator. Y lo hay, claro que lo hay, pero el tercer mérito que presenta Robin Hood es el de mostrarse como un título único, auténtico y diferente con respecto a otras películas de su director. Proeza, además, en la que hay que dar un alto porcentaje de valor al protagonista Russell Crowe. Qué fácil hubiera sido recrear al Máximo de Gladiator. Qué maravilla verle incorporar a otro gran personaje a su filmografía. Crowe es, probablemente, el mejor actor vivo. Es capaz de dar vida a un hombre asustado y a uno valiente, a un padre de familia y a un galán, a otro hombre sedentario y a un héroe de acción. No hay personaje que se le resista. Dicen que es el actor de más edad en dar vida al famoso arquero. Quién lo diría. No me atrevería a proclamar que el suyo es el mejor Robin que se ha hecho, porque convive con Erroyl Flynn, Douglas Fairbanks o Sean Connery, pero es brillante.

Crowe es sólo la piedra angular de otro de los grandes méritos de la película: el reparto. Cate Blanchett, Mark Strong, William Hurt, Max von Sydow, Danny Huston y Oscar Isaac encabezan un elenco no sólo estelar, sino perfecto. Blanchett solventa las dudas que tenía sobre su capacidad de hacer una buena Lady Marian y aporta química con Crowe (es más achacable al guión que a ella la discutible forma en que su papel cumple con la necesidad de contar con una heroína en toda película moderna; al guión también le falta una explicación convincente de esa especia de niños perdidos, más propios de un Peter Pan sombrío que de esta película). Strong, tras maravillar en Sherlock Holmes (antes había colaborado con Ridley Scott en Red de mentiras), demuestra que hay pocos actores que sepan dar presencia tridimensional y real a un villano (atención al maravilloso cara a cara con Hurt en una breve pero poderosísima escena). Huston y Von Sydow dan una elegancia a sus personajes (Ricardo Corazón de León y Sir Walter Loxley) que contrasta con la fuerza y la juventud de Isaac como el príncipe Juan.

La historia comienza en Francia, con el tramo final de la cruzada de Ricardo Corazón de León, y despliega con maestría las aventuras de Robin Hood, pero también todas las intrigas políticas y palaciegas por la corona de Inglaterra. En algún momento, incluso aprece que el héroe es sólo una excusa para hablarnos del antagonismo entre Ricardo y Juan, pero eso, aparte de los mencionados altibajos de ritmo en el tramo central de la película, enriquece el cuadro. El espléndido final, tan abierto a una secuela como a los sueños y la imaginación del espectador, elimina todas las dudas que pueda generar la película: se trata de un Robin Hood adulto, maduro, entretenido y profundo, una muestra más de la maestría de Ridley Scott como cineasta, una delicia que hace renacer las esperanzas de ver un cine de aventuras clásico, alejado de la artificiosidad y jovialidad de títulos como Piratas del Caribe. La aventura, decía, sigue viva. Y Ridley Scott, un director al que se critica con demasiada facilidad, es su principal exponente en el cine moderno.

viernes, mayo 07, 2010

'Más allá del tiempo', romanticismo eterno

No son buenos tiempos para el romanticismo, ni siquiera en el cine. Será que el mal momento de la comedia romántica (un subgénero dedicado ya por completo a la fotocopia pura y dura, más centrado en lo políticamente correcto que en lo verdaderamente emotivo), ha afectado demasiado, pero es cierto que ya no se ven grandes historias románticas en el cine. No muchas, al menos. Por eso, cuando uno encuentra una película de este corte, cuando se siente profundamente conmovido por la historia a la que asiste como espectador, cuando se descubre una lágrima furtiva en su emocionante final, la satisfacción es plena. No importa que Más allá del tiempo no sea perfecta, ni que sea un trabajo en muchos momentos bastante impersonal que, quizá, podría haber rodado cualquier director. Lo que sí importa es que la historia engancha, que la original mezcla entre la fantasía y el amor convence, que el disfrute está garantizado. Y las lágrimas prácticamente también.

Henry DeTamble tiene un don. Puede viajar en el tiempo. No necesita un complejo artefacto como el de películas de viajes en el tiempo como Regreso al futuro o La máquina del tiempo. Simplemente puede hacerlo, digamos como el Hiro Nakamura de la serie Héroes. Más allá del tiempo se centra en los efectos que ese don tiene en la vida personal y, concretamente en conocer y convivir con la mujer de su vida. El planteamiento por sí sólo ya es fascinante, y no sólo para los amantes de la fantasía o la ciencia ficción, sino para aquellos que disfrutan de ver a personas ordinarias en situaciones extraordinarias. ¿Cómo se puede vivir con alguien que sin control desaparece sin dejar rastro y sin qué sepas dónde (en realidad cuándo) ha ido ni cuándo va a volver? ¿Cómo afecta eso a las relaciones personales, a la convivencia diaria, al trabajo de uno y otro? ¿Y en qué medida puede un hombre mantener la cordura sabiendo cosas que le sucederán en el futuro o reviviendo sucesos dramáticos del pasado? Con eso juega esta película.

No obstante, el acercamiento al filme puede provocar cierto recelo. Primero por el título escogido, que elimina todo el sentido del original, The time traveler's wife (La mujer del viajero del tiempo). El título español y el cartel hablan de una comedia romántica más y esconden todo el cariz fantástico que encierra la historia. Una pena, porque creo que así se perderán espectadores. Después, porque su director, el alemán Robert Schewentke (Plan de vuelo: desaparecida) no es de los que arrastran masas al cine, y lo demuestra con una dirección algo rutinaria (por mucho que intente lucirse, incluso innovar, con algunos planos en movimiento) pero también eficaz. Vamos, que él no enamora, para eso ya está la historia. No pocos se han preguntado qué habría hecho otro director con este material (y no pocos han recordado cierto paralelismo entre esta historia y El curioso caso de Benjamin Button, de un gran director como es David Fincher).

Esa historia procede de una novela adaptada por el siempre lacrimógeno Bruce Joel Rubin (escribió su única película como director, Mi vida, y es guionista, entre otras, de Ghost). El guión, aunque cuenta con una resolución al único trazo de intriga planteado que, como poco, causa sorpresa (en sentido negativo) es inteligente y correcto, se mueve muy bien entre las elipsis y los saltos temporales y cuenta lo que tiene que contar de forma notable. Y sobre todo la película triunfa en lo que busca, llegar al corazón del espectador, por una carismática pareja protagonista. Eric Bana lleva años moviéndose en papeles muy diferentes y encontrando casi siempre elementos de interés. Rachel McAdams se ha hecho un hueco en algunas películas bastantes interesantes (La sombra del poder, Sherlock Holmes) y se ha ganado el derecho a que se le preste atención en el futuro.

Más allá del tiempo presenta otras cualidades. Por ejemplo, la actuación de los niños que dan vida a la infancia de los protagonistas. En este mundo dominado por agentes y estudios de mercado, cada vez parece más difícil encontrar menores que actúen con la naturalidad que se espera de ellos. Aquí hay varios. Bravo por el trabajo de cásting. También es de agradecer que la película se esfuerce en conseguir que no haya problema en reconocer la época en la que estamos viviendo ni a qué momento cronológico pertenecen los protagonistas (un trabajo de maquillaje tan espléndido como sutil, a pesar de el guión remarca innecesariamente ese aspecto en una de esas escenas, la de la boda), o que la película no se pierda en subtramas innecesarias. Quizá sea también una oportunidad perdida o una falta de ambición, pero quizá incluir más elementos o personajes secundarios hubiera desembocado en una película mucho más difícil de controlar.

No es un filme perfecto, no. No le hace falta para ser una de las propuestas más originales, e interesantes y emotivas que da el romanticismo cinematográfico de Hollywood desde hace mucho tiempo, y seguramente lo consigue porque lo que busca es, nada menos, enseñarnos un romanticismo y un amor eternos. Si durante la película alguien tiene alguna duda de si merece la pena verla, esa incógnita queda despejada con la magnífica escena final. Especialmente indicada para románticos, de incógnito o no.

martes, mayo 04, 2010

'Iron Man 2', espectáculo del bueno

El primer Iron Man se convirtió hace dos años, por derecho propio, en una de las mejores adaptaciones de cómics Marvel que jamás se han hecho, a pesar de que se produjo con mucho menos bombo que otras películas del género. Al mismo tiempo, aquella cinta fue la génesis del Universo Marvel cinematográfico que estamos viendo y que seguiremos viendo en los próximos años. De la secuela de Iron Man lo primero que hay que decir es que es tan espléndida como la primera entrega, tan entretenida como aquella, con un sentido del espectáculo tan refinado como la original. ¿Diferencias? Las hay. A simple vista para bien, porque crece aquello que en parte faltaba en la primera: la espectacularidad. Rascando algo más, hay otra diferencia más negativa, y es que el guión, siendo muy interesante, no termina de sacar partido a algunos de los elementos y personajes que pone en pantalla. Pero es una gozada. Como la primera. ¿Mejor? Qué difícil decidir cuál de las dos es mejor.

Si en la primera entrega ya quedó claro, la segunda confirma aún más que esta saga no tendría ningún sentido sin Robert Downey Jr. La mayoría de los actores consiguen, a lo largo de sus carreras, encontrar un personaje que les define. Tony Stark/Iron Man es el de Robert Downey Jr. Vista su interpretación parece sencillamente imposible encontrar a alguien que hubiera podido aunar con semejante brillantez la socarronería y excentricidad del multimillonario inventor con la seriedad de su trabajo, su carácter de mujeriego empedernido con la lucha por la vida es que está inmerso, la comicidad de algunas secuencias con la mayor profundidad de otras. No sé por qué hay tanto miedo, sobre todo en las nominaciones anuales, a destacar a un actor que interpreta a un personaje de cómic. Ojalá los premios a Heath Ledger por su sobrecogedora actuación en El Caballero Oscuro vayan teniendo reflejo en trabajos como el de Robert Downey Jr.

Iron Man nos hablaba del efecto que podía tener sobre el mundo la aparición de una máquina bélica tan contundente como la armadura del héroe. Iron Man 2 nos habla de la reacción del mundo a esa irrupción, y ahí juego un papel importante un empresario rival, Justin Hammer (un divertido Sam Rockwell). El concepto, analizado millones de veces en el cómic (y no sólo en los de este personaje, desde luego), es apasionante. Sin embargo, este planteamiento queda algo lastrado por la obsesión del cine de superhéroes de centrarse en historias de origen, que era precisamente lo que relantizaba la primera entrega. Y como aquí el de Iron Man ya está establecido, son muchos los minutos de su metraje los que se dedican a contarnos la historia del villano, Látigo (un Mickey Rourke adecuado en un personaje que no queda del todo bien dibujado), minutos que lastran bastante, sobre todo en la primera mitad de la película. Habrá quien también vea lentitud en muchos tramos de la película, pero a mí más me parecen elementos de cohesión entre las dos entregas de Iron Man y, sobre todo, con el resto de ese ya mencionado Universo Marvel cinematográfico.

Y es que muchas de las novedades (y elementos ya vistos, aunque fuera de pasada en la primera, como el escudo que usará el Capitán América; todo un toque de irreverencia el uso que se le da en ésta) que aporta Iron Man 2 parecen pensadas para expandir ese universo. El Nick Furia de Samuel L. Jackson tiene aquí más metraje que en la primera película por eso, porque se está gestando la película de los Vengadores. La introducción de la Viuda Negra de Scarlett Johansson tiene también esa razón de ser, además de introducir el nombre de otra estrella en el reparto. La actriz, por cierto, confirma que, hoy por hoy, es más una imagen de marca que una intérprete. No es que falle su personaje (mucho más breve de lo que sugiere que uno de los elementos más publicitados haya sido su traje ajustado de cuero negro), es que ella parece conformarse con exhibir una incuestionable imagen sexy y bordar la escena de acción que se le presenta (una escena, por cierto, rodada de forma magnífica por Jon Favreau, quien ya en la primera parte demostró un gran estilo como realizador de acción eludiendo la confusión en pantalla que suele dominar este género).

La mejora de la secuela con respecto al original se nota en su espectacularidad. Lo más decepcionante de Iron Man, seguro que por falta de medios para aumentar su escala, era su clímax. Aquí el avance es considerable, porque se trata de un magnífico enfrentamiento final dividido en tres segmentos (el peor de ellos, por desgracia para el personaje de Rourke, el último), intercalado con una segunda acción paralela muy bien montada. Es aquí donde destaca la novedad de este filme que parece propia de esta saga y que no tendrá protagonismo en los Vengadores (aunque todo es posible): Máquina de Guerra. Don Cheadle sustituye (y mejora) a Terrence Howard como James Rhodes. La presencia de dos armaduras en la parte final del filme aumenta el espectáculo, un tanto digital a veces pero lleno de diversión en todo momento (y muy bien planteado por su director, intercalando planos de los rostros dentro de la armadura con la acción). Gwyneth Paltrow repite papel y sensaciones con respecto a la primera entrega, bien pero quizá algo desaprovechada.

Una parte importante de esta saga es el humor, muy presente de nuevo en la secuela (incluyendo, una vez más, el impagable cameo del creador del personaje, Stan Lee; buscadle después de la presentación de Iron Man en la Expo Stark), pero no por ello se desprecian elementos más dramáticos o trascedentes (quizá lo más endeble sea la conexión de Tony Stark con su padre), lo que hace de Iron Man 2 un magnífico ejemplo de cine espectáculo, un modelo para futuras películas que busquen objetivos similares, un cine de cómic espléndido y un título muy recomendable para introducir al público en ese género, una cinta de acción con un ritmo y una elegancia que ya quisieran títulos con mucha mayor reputación, dos horas de puro entretenimiento. Y que sean algo más de dos horas, porque quien se vaya antes del final de los títulos de crédito, como ya sucedió en la primera entrega, se perderá la última escena del filme... que invita directamente a seguir inmerso en el Universo Marvel. Y larga vida a ese universo mientras produzca películas como ésta.