martes, marzo 30, 2010

'Furia de titanes' y la lucha contra la nostalgia

No es fácil luchar contra la nostalgia. Furia de titanes representa una de esas películas de los años 80 que despertaron la imaginación de quien hoy es ya un treintañero. Es un título clave del cine fantástico de aquellos años, mucho más por ser la última gran contribución al cine del gran mago de los efectos especiales Ray Harryhausen que por la calidad que tuviera la película. Y, casi treinta años después, es difícil realizar una película con el mismo argumento que cautive de la misma forma a quien viera la original con ojos de niño. El remake dirigido por Louis Leterrier lucha contra ese poderoso enemigo, la nostalgia. Hay momentos en que sale ganando y hay otros en los que sale perdiendo. Y al final, deja una sensación contradictoria: es una entrenida oportunidad perdida. El grado de nostalgia que sienta cada espectador determinará si se queda con lo bueno o con lo malo.

¿Qué ofrece entonces esta revisión de Furia de titanes? Para empezar, eso, una revisión. Mucho ha cambiado la tecnología del cine en treinta años y es ahí donde está la principal novedad. El stop-motion que Harryhausen convirtió en sueños es ahora una reliquia del pasado. Hoy se impone para todo la tecnología digital y ahí el espectáculo cumple desde el principio. Podríamos discutir si nos gusta más la medusa o el kraken de Harryhausen o si preferimos estas obras por ordenador, pero al final la discusión sería en vano. La moderna Furia de titanes es lo que es, la antigua también. Ambas son igual de válidas y producto de sus respectivos tiempos (aunque la primera también fuera ya un canto a la nostalgia por los efectos especiales a los que recurrió). Hemos tenido tres décadas para disfrutar de la antigua y, sin duda, todos los que conozcamos ambas le vamos a dar más mérito y encanto a aquella. Pero sin el prisma de la comparación, siempre injusta, de esta Furia de titanes se puede disfrutar del mismo modo que de áquella.

Porque, seamos justos al menos en eso, Furia de titanes no era una película irreprochable. Tenía sus momentos buenos y otros no tan buenos, pero la nostalgia y los ojos de un niño contribuyen a embellecer las cosas. Hoy veremos este espectáculo mitológico que nos brinda Leterrier con una mirada mucho más crítica, y quizá eso nos haga olvidar que éste es un producto juvenil. Es un vehículo de acción pura y dura. No es que falle al intentar introducir más elementos que den profundidad a la historia o a los personajes, ni que trate de plasmar parábolas sociales o religiosas del mundo actual. No es eso. Es que Furia de titanes no aspira a eso, es un simple entretenimiento. Y entiéndase lo de simple sin ánimo de devaluarlo. Podríamos entrar a discutir si éste es el mejor cine posible, si el espíritu de serie B que desprende la historia se puede aplicar a una millonaria superproducción. Pero tampoco dejemos que eso nos amargue un buen rato en el cine, que es lo que ofrece.

Ese planteamiento para evaluar Furia de Titanes es válido siempre y cuando estemos hablando de un público familiarizado con el original, algo que no será muy frecuente entre la audiencia que busca este filme, producto ideal para un espectadores juveniles que seguramente desconocerán la cinta en que está basado. Ellos sí tendrán la posibilidad de vivir emociones parecidas a las que sentimos quienes en su día vimos el original y se sentirán muy cómodos en el entorno digital, con efectos especiales espectaculares y con las gafas de 3D (yo sigo sin ver este formato como algo revolucionario; aquí quizá se nota demasiado que la película no comenzó a rodarse en 3D, no es una apuesta de la propia película sino que se intenta aprovechar el tirón del éxito de Avatar). Para los nostálgicos, siempre nos quedará Zeus diciendo "libera al Kraken" o el guiño, inevitable y bonito, de darle un cameo a la lechuza de la película de los años 80.

La historia es la misma que en el original, aunque cambien pequeños detalles. Perseo, un semidios, ansía venganza contra Hades y para ello se embarca en una misión imposible que le lleve a averiguar cómo derrotar al kraken antes de que éste destruya Argos, una ciudad que ha decidido rebelarse ante los dioses y dejar de rendirles pleitesía. Sam Worthington, tras Terminator Salvation y Avatar, se consolida como el gran héroe de acción del Hollywood moderno, pero no gracias a sus limitadas cualidades interpretativas. Los platos fuertes del casting aparecen, como en el original, dando vida a los dioses. Liam Neeson recoge de Laurence Olivier el papel de Zeus. La película da la impresión de desaprovechar el Olimpo, y por eso quizás Neeson está mejor en sus escenas terrenales que cuando aparece disfrazado de Dios. Nadie ha sabido todavía capturar un aura poderosa mejor que lo que hizo Peter Jackson con Gandalf en la primera entraga de El Señor de los Anillos.

Ralph Fiennes ejerce de villano en esta función, dando vida a Hades. Muy rodeado de efectos digitales, lo cierto es que su interpretación se queda algo por debajo de su último gran villano, el Voldemort que apareció por primera vez en Harry Potter y el caliz de fuego y al que todavía se espera en todo su esplendor y la última y doble entrega de las aventuras del joven mago. Pero Fiennes siempre convence. Como muchos de los actores secundarios de la película, que pasan con facilidad del aprobado (más que interesante resulta el contraste entre el héroe al que da vida aquí Madds Mikelsen y el malvado Le Chiffre en Casino Royale). Gemma Arterton (que también forma parte de los mitos del último Bond, en Quantum of solace) pone la ya inevitable presencia femenina entre los héroes, y en algunos momentos se nota demasiado que es un añadido basado en encuestas de marketing.

Furia de Titanes tiene buenas escenas (la lucha contra los escorpiones, el vuelo de pegaso entre los tentáculos del kraken y las calles de Argos), otras no tan buenas (la escena entre Perseo e Io tras la segunda lucha contra un Calibos decepcionante), algunos añadidos positivos al original (la irrupción de Hades en Argos) y momentos en los que la clásica supera con creces al remake (la batalla contra Medusa). Pesa en su contra que el magnífico trailer, que a muchos nos disparó la ilusión por este filme, enseña en realidad demasiado. Pero es un producto atractivo para jóvenes y que a los algo más mayores, sea cual sea nuestra edad, nos traerá recuerdos de épocas pasadas. Un buen producto de entretenimiento, que podría haber sido mejor, sí, pero también peor. Leterrier baja en interés desde su interesante aproximación El increíble Hulk, pero seguro que encuentra un público al que atraerá su Furia de Titantes. Y eso es porque su producto es entretenido.

domingo, marzo 28, 2010

'Daybreakers' y la película que podría haber sido

Es raro que una película de vampiros de serie B no consiga entretener, porque es un tipo de filme que no engaña. Daybreakers es una de esas películas, es una clara serie B con nombres conocidos, bien rodada y bien ejecutada. Pero cuando termina, uno se queda con cierto regusto amargo, porque el planteamiento de los hermanos Michael y Peter Spierig es interesante, sí, pero algo convencional. Dibujan un mundo dominado por los vampiros y en el que los humanos tienen que estar escondiéndose permanentemente de los dominadores ávidos de sangre. Y uno no deja de preguntarse si no hubiera sido mucho más estimulante rodar la película sobre cómo los vampiros dominaron poco a poco el mundo. Podría haber sido una gran película de serie B con trasfondo histórico y social, como tenían las grandes cintas de ciencia ficción de los años 50 y 60. Lo que nos queda es una película muy entretenida. Pero qué pena que no sea algo más.

Y es que todo lo que ofrece Daybreakers se puede entender como virtud o como oportunidad perdida. Es una delicia para el aficionado al cine fantástico ver un mundo oscuro y violento poblado por criaturas vampíricas, pero al mismo tiempo es evidente que no está ahí la principal fuerza de este mundo imaginario. Es divertido ver un bar en el que sirven café con sangre, pero uno se pregunta qué habría pasado en una escena en la que habiera clientes para ese producto y clientes para un café solo. Impresiona ver unas granjas tecnológicas de extracción de sangre de cuerpos humanos vivos, pero ¿cómo habría sido contemplar la protesta en la calles ante el incipiente orden vampírico? El vaso medio lleno o medio vacío. En cualquier caso, lo hecho está bien hecho.

Buena parte de la fuerza del relato, y más cuando cae en las convenciones habituales del género, reposa en su dirección artística, en su contraste de colores en la fotografía y en su reparto, plagado de caras conocidas. Ethan Hawke, a pesar de no ser un actor de demasiados registros, siempre ha tenido buen gusto para meterse en el cine fantástico. Quizá busca un nuevo Gattaca. Daybreakers no lo es, pero es un buen título en su filmografía. Sam Neill disfruta, y se nota, haciendo de malo. Ambiguo primero, villano auténtico al final. Su disfrute es a ratos algo previsible, pero funciona. Y Willem Dafoe abandona temporalmente sus habituales papeles de antogonista malévolo para dar vida a un cazador de vampiros que debe muchísimo al de James Wood en Vampiros, de John Carpenter.

De hecho, ésta es su principal referencia. Daybreakers tiene partes que parecen sacadas directamente del filme de Carpenter. Las dos, a falta de platos de mejor gusto desde que Coppola reinventara la leyenda del más famoso vampiro en su Dracula, están entre las mejores películas del subgénero vampírico de los últimos tiempos. Al menos, entre las más entretenidas, ya que ambas derivan hacia aspectos de lo más comercial. El mayor pero que se le puede poner a Daybreakers, además de que no es el momento temporal más interesante de este universo que podrían haber escogido sus autores, está, como suele suceder en el fantástico, en un desenlace que no aprovecha las posibilidades de sus propuestas. El desmadre se apodera de la pantalla, la casquería toma el protagonismo que no había tenido en todo el metraje y la acción se sobrepone a todos los debates morales y sociales que pudiera haber sugerido el planteamiento de la cinta.

A pesar de contar con una atractiva campaña de publicidad, en la que se juega con mensajes dirigidos a los vampiros de la película, no ha sido un gran éxito de taquilla (20 millones de presupuesto, 45 recaudados en todo el mundo). Tampoco es que haya tenido una distribución sencilla, puesto que el filme se rodó en 2007 y no llegó a los cines hasta el pasado mes de enero. Quizá es que no han sabido venderlo, porque productos de menor calidad encuentran mejor acomodo (y recaudación) en las carteleras de todo el mundo. Y es una pena. Porque la ficción televisiva y cinematográfica está viviendo un auge de los vampiros y Daybreakers, seguramente una de las mejores muestras, no ha sido todo lo que podía esperarse de ella.

martes, marzo 23, 2010

Al fin gran cine sobre fútbol... y para todos los públicos

El deporte cinematográfico por excelencia es el boxeo. El deporte rey en buena parte del mundo, el fútbol, no ha tenido nunca una buena relación con el séptimo arte. Salvo contadas excepciones de cierta calidad (como Evasión o victoria, de John Huston) o ciertamente simpáticas (Quiero ser como Beckham), no hay películas que traten sobre fútbol y que hayan permanecido en la memoria de los espectadores, ya sean cinéfilos o futboleros. Hasta ahora. Casi al mismo tiempo hemos podido ver dos títulos que, por fin, han entendido cómo llevar a la gran pantalla las peculiaridades de este deporte. Y lo han hecho con un mérito aún más destacable. Son una delicia para los amantes del fútbol, sí, pero también pueden serlo para quienes no sepan absolutamente nada de lo que significan veintidos tipos en pantalón corto pegándole patadas a un balón. Y, qué extraño, ambas películas son inglesas. Como el fútbol.


No es descabellado decir que The damned United es ya, y al menos para muchos años, la película definitiva sobre fútbol. Su protagonista es una figura real, Brian Clough, un entrenador que se hizo famoso por elevar al olimpo balompédico a dos equipos que se arrastraban por las profundidades del fútbol británico, el Derby County y el Nottingham Forest. Al primero lo hizo campeón de Liga, después de subirlo a la máxima categoría del fútbol inglés, y al segundo nada menos que campeón de Europa. Clough también se hizo famoso por su relación antagónica con Don Revie, el entrenador que llevó a la gloria durante muchos años al Leeds United. El maldito United del título. El que Clough accedió a entrenar, aún traicionando así a su ayudante y mejor amigo, sólo por el deseo de superar a Revie en todo lo que pudiera. Y todo porque Revie, en un partido de Copa cuando el Derby County andaba por la segunda división inglesa, no le dio la mano a Clough. Ahí nació la obsesión.

The damned United tiene un guión prodigioso, basado en la novela del mismo título escrita por David Peace. Y uno se da cuenta de que el guión es prodigioso porque es la película definitiva sobre fútbol, sí, pero fútbol se ve poco en realidad (jugada maestra para no aburrir al no amante de este deporte), y eso hace crecer aún todavía más las palabras escritas que luego fueron rodadas. Hay algunas imágenes reales de archivo que componen unas magníficas y breves secuencias que enseñan a la perfección la progresión de los equipos de Clough en la clasificación. Éstas suponen un maravilloso ejemplo de síntesis narrativa (la película dura apenas 97 minutos; los justos, ni le sobra ni le falta nada). Sólo se ven partidos simulados en breves ocasiones y siempre centrando la atención en el protagonista. Un protagonista de lujo. Michael Sheen no deja de sorprender, y lo hace además dando vida a personajes reales (como en La Reina o El desafío. Frost contra Nixon), lo que aumenta aún más el nivel del reto al que se enfrenta en cada película.

Sheen se está convirtiendo en uno de los actores británicos más interesantes del momento, pero es que en The damned United (¿su mejor papel hasta la fecha? Difícil de decir después de El desafío, pero...) no podría estar mejor rodeado. Junto a él, destacan Timothy Spall (Sweeney Todd) y Jim Bradobent (Moulin Rouge). Pero en realidad todos están formidables. También el director, Tom Hooper, que tras la interesante Tierra de sangre (sobre el Sudáfrica posterior al apartheid) se ha convertido en un nombre a tener en cuenta. The damned United es la mejor película que se ha hecho nunca sobre fútbol, pero es mucho más que eso. Es una historia de amistades y obsesiones, de amores y de odios. Es una de esas películas de personajes que te llegan al alma. Aunque no sepas qué demonios es el Leeds United o el Derby County ni entiendas de qué va ese deporte que vuelve loco a tanto aficionado suelto por todo el mundo, porque de sentimientos entiende todo el mundo. Una delicia.

Buscando a Eric es la última película de Ken Loach. ¿Y desde cuando Ken Loach hace películas sobre deportes? Pues muy sencillo, desde que tienen un trasfondo social, que de eso sí sabe. El filme se centra en un hombre que padece una seria crisis vital. Vive con los dos hijos de su segunda ex mujer, y ninguno de los dos le hace demasiado caso. Uno de ellos, además, se ve involucrado con la mafia local de Manchester. No mantiene contacto con su primera ex mujer, el amor de su vida, a la que abandonó por cobardía y ya embarazada. Su trabajo es aburrido y sólo tiene amigos allí. ¿Y no era ésta una película de deportes? ¿Dónde está el fútbol? Pues en que es la única afición real que tiene este hombre. Es seguidor del Manchester United. Su ídolo es Eric Cantona. Y de repente se ve hablando con él de los problemas que tiene en la vida. Y mantiene al espectador preguntándose si el ex jugador está realmente allí o es producto de la locura en la que ha caído un hombre deprimido.

Otro guión memorable que, mientras va relatando la vida de este hombre, también llamado Eric, va dejando perlas para el aficionado al fútbol (incluyendo detalles sobre los orígenes y la realidad social del United, un tema ahora más de moda que nunca). Es la primera vez que se plasma en la gran pantalla con tanta emoción lo que significa el fútbol para un aficionado. Y la relación que tiene con la vida, porque, al final, el deporte es eso: una metáfora de nuestra propia existencia. Ves a Cantona en todo su esplendor, pero también ves un elenco de personajes maravillosos, un reparto como siempre alejado de los grandes nombres pero con una efectividad impresionante. Hasta el propio Eric Cantona adopta poses de un actor profesional. Quizá el fútbol tenga también algo de arte escénica. Quizá es que era inevitable ver algún día en una película ese gesto de subirse el cuello de la camiseta que tan característico le era al mejor 7 que el Manchester United ha tenido en las últimas décadas.

Loach no necesita ni un sólo plano ficticio de fútbol para expresar lo que significa este deporte. Y apenas necesita de algunos planos de archivo. Pero esas imágenes son un refuerzo al auténtico prodigio de la película: los diálogos. Sinceros, valientes, hermosos y realistas diálogos. Diálogos que refuerzan el verdadero mensaje de la película, que poco a poco se va convirtiendo en un hermoso canto a la vida, una defensa de las segundas oportunidades en la vida. Con el fútbol de por medio, sí. Pero no es Eric Cantona el protagonista de esta hermosa historia. Es Eric Bishop, interpretado inmejorablemente por Steve Evest. Toda la película es una delicia. Le gustará a mucho gente que no entienda de fútbol. Le encantará a quien le guste este deporte. Y le entusiasmará a quien idolatre, como yo, a Cantano. Y el final es sencillamente antológico.

jueves, marzo 18, 2010

Hermosa 'An education'

An education es una película sencilla y modesta, pero a la vez sincera y hermosa, que atrapa al mismo tiempo a la mente y al corazón. Es una historia que no hace falta haber vivido en primera persona para meterse de lleno en ella. Porque ese es el gran mérito del filme, que te lleva a soñar los sueños de Jenny, la joven protagonista. Que vives con ella sus ilusiones y sus decepciones, sus pensamientos y sus sentimientos. Ves París con sus ojos, ves la excitación de una subasta de arte a través de ella, sonríes con su ilusión y lloras el dolor de su corazón como si fuera el tuyo. Y, como decía, no hace falta ser una joven británica de 17 años, hija de una familia conservadora y estricta, para vivir esta película como algo propio. Esa es la magia del cine, la magia que tiene esta hermosa An education.

Y es una magia que seguramente no sería la misma sin Carey Mulligan. Quizá el encanto provenga de que es una actriz prácticamente desconocida. O quizá no, quizá sea cosa del talento. Yo me inclino más por la segunda opción y por las ganas de volver a verla en la pantalla. Lo cierto es que su interpretación es magnífica, realista y perfecta, llena de matices, llena de vida. Cada sonrisa, cada mirada, cada lágrima encaja a la perfección en lo que demanda el personaje y el tono de la película. Es fascinante. Y es una pena que Sandra Bullock le haya quitado el Oscar. Una auténtica pena. Carey Mulligan tiene otra virtud, y es que su mirada, su cuerpo y sus gestos encajan perfectamente en el personaje a pesar de que Jenny tiene 17 años y la actriz está a punto de cumplir 25. Pese a la diferencia de edad, la verosimilitud de su personaje está fuera de toda discusión. Ella es la película.

Fuera de ella es donde se puede encontrar algún pero al filme. Está basada en la historia autobiográfica de la periodista británica Lynn Barber (concretamente, en el tránsito de joven a adulta, en el amor que siente por un hombre mayor que ella que le descubre el mundo de placer y diversión que su padre le tiene vetado para que se centre en sus estudios), pero el guión está escrito por Nick Hornby, autor entre otras de Alta fidelidad. Siempre que un hombre escribe un guión desde los ojos de una mujer se suscita cierto debate sobre su capacidad para llevar a cabo esa empresa. Aquí no hay discusión en que ha conseguido un gran realismo con la joven protagonista (contribuye sin duda a ello la labor de la directora, la danesa Lone Scherfig, que fue parte del movimiento Dogma por el que tan poco aprecio sentí en su momento), pero curiosamente donde no alcanza el máximo de las posibilidades de la historia es al dar voz a alguno de los personajes masculinos.

En ese sentido, y sin pretender que haya fallos generalizados en la caracterización de los hombres de la película, hay algún momento hacia el final que parece confuso, sobre todo en el caso del protagonista, David, muy bien interpretado por Peter Sarsgaard (como parte de un muy sólido reparto, en el que aparece brevemente Emma Thompson y en el que destacan Alfred Molina, el Doctor Octopus de Spider-Man 2, y Rosamund Pike, némisis de 007 en El mundo nunca es suficiente) pero del que quedan algo perdidas en la oscuridad sus verdaderas pretensiones. Quizá le falten a la película cinco minutos que ofrecieran alguna explicación más. Esos cinco minutos no hubieran supuesto, ni mucho menos, un lastre, ya que An education cuenta con otra gran virtud, la capacidad de síntesis. En poco más de hora y media, queda condensada con maestría, como en los clásicos, una historia que abarca un gran espacio de tiempo y, sobre todo, un amplio y hermoso abanico de sensaciones y personajes.

No es frecuente encontrar una película que controle tan bien las emociones del espectador. Que sepa cuándo hacerte reír y cuándo llorar, cuándo provocarte ilusión y cuándo decepción. Que juegue con acierto todas sus cartas interpretativas y técnicas. Que te llegue al corazón. An education lo consigue. Sus pequeños fallos son, por ello, perfectamente disculpables. Es una hermosa delicia que tuvo su minuto de gloria en los Oscars (tres nominaciones: película, guión adaptado y actriz; ningún premio) y que tendrá su recuerdo en los espectadores, tanto en los que hayan vivido algo parecido como en los que lo hayan soñado. Y ese premio vale mucho más.

lunes, marzo 15, 2010

Fallida 'Nine'

Nine es una película fallida y queda claro desde la primera escena, en el número musical que tendría que servir para presentarnos al protagonista, un director de cine con problemas, y a todas las mujeres que le rodean (su esposa, su amante, su musa, su recuerdo sexual de la infancia y una periodista, además de su diseñadora de vestuario y su madre). En ese número musical, las estrellas femeninas aparecen diluídas, perdidas en el cuadro de bailarinas. No destacan, no consiguen personalidad propia, no despuntan, no adquieren alma, y eso que casi todas ellas han ganado algún Oscar. La música, brillante, sí. Pero un musical va más de la música y eso es algo que no se acaba de entender en el cine en algunas ocasiones, en esta constante moda de pensar que cada película músical va a revitalizar el género.

La película está basada en un musical de Broadway que a su vez se declara deudor del autobiográfico 8 1/2 de Fellini. Sin haber visto ninguno de los dos referentes, es difícil decir cuánto tiene de culpa el director de este Nine, Rob Marshall (al que también se atribuyó una de las anteriores revitalizaciones del musical, Chicago, y que ahora va a dar un extraño giro a su carrera con la cuarta entrega de Piratas del Caribe), en el fallido experimento que supone. O a su reparto. No deja de ser curioso que en Hollywood se hable continuamente de la falta de papeles para mujeres y que en la película en que más estrellas femeninas se reúnen en muchísimo tiempo, y todas ellas además oscarizadas, el mejor intérprete sea precisamente el hombre. Daniel Day Lewis es uno de esos actores que nunca pueden estar mal. No es que aquí haga el papel de su vida, pero supera el examen con muy buena nota. El de la intrepretación y el de la canción.

Ninguna de las actrices, en realidad, consigue entusiasmar y la mayor decepción es la de Sophia Loren. Poco queda de aquella diva que enamoraba con la mirada hace algunas décadas y mucho de la actriz que tan poco aparece ya en el cine. Kate Hudson y Nicole Kidman apenas tienen papel que desarrollar, aunque la primera cuenta con uno de los dos mejores números musicales del filme (uno de los tres creados para la adaptación cinematográfica, Cinema italiano; de difícil explicación en la película, como la periodista a la que interpreta Hudson, pero inmensamente pegadizo). Judi Dench se ha acostumbrado demasiado a interpretarse a sí misma y no ofrece mucho. Penélope Cruz no destaca lo más mínimo y no deja de sorprenderme el furor por su actuación, para mí de lo más corriente. Quizá destaque algo más Marion Cotillard, quizá porque es la única de todas ellas que cuenta con dos números musicales. Pero, en realidad, la mejor de la película, la que realmente consigue lo que se propone y la que tiene el mejor número musical es Fergie. La que no tiene un Oscar.

No es, en todo caso, en la actuación donde se cimenta lo fallido de la película (hay mucha corrección, quizá demasiada), sino en un guión irrregular y una dirección floja. Nine no consigue en ningún momento implicar al espectador. No preocupa la relación que Guido, el director protagonista, tenga con su mujer o con su amante, ni tampoco los recuerdos de su madre, ni mucho menos los problemas que pueda tener para escribir el inexistente guión de su película, ni lo que tenga que decirle a su estrella para convencerla de que participe en el proyecto. Nada, en realidad. De hecho, la única parte de la película que suscita cierto interés es cuando el propio Guido canta sobre sí mismo. Pero eso, seguramente, se debe al talento de Daniel Day Lewis y nada más (el papel iba a ser para... Javier Bardem; no soy capaz de imaginarlo, no...). O a la buena música de Maury Yeston, porque las canciones sí enganchan fuera de la pantalla (y seguramente también sobre el escenario de un teatro).

Al final, el único espectador que disfrutará de verdad con Nine será aquel que tenga un gusto especial por los musicales. No sobresale esta película más que por algunas canciones, aunque muchos quisieron colocarla en la carrera por los grandes premios. Al final contó sólo con reconocimientos puntuales y secundarios, y desembocó en un gran fracaso en taquilla (no llegó a cuarenta millones de dólares en todo el mundo, cuando su presupuesto fue de ochenta). Una de esas películas que demuestra que no basta con tener nombres de prestigio para convencer a público y crítica. Un caro pasatiempo que no satisface.

jueves, marzo 11, 2010

'Shutter Island': Scorsese en plena forma busca guión a la altura

Martin Scorsese lleva ya unos años en plena forma como cineasta. Siempre ha sido muy grande, con pequeñas excepciones como Kundun (a la que, francamente, no le encuentro más punto de interés que sus hermosas localizaciones), pero en este momento de su carrera maneja la cámara y todo lo que se mueve por delante del objetivo con una madurez espectacular. No tiene ya, obviamente, la capacidad de sorpresa de sus grandes obras, Taxi Driver y Toro salvaje en sus primeros años o Casino y Uno de los nuestros un tiempo más tarde. Pero a Scorsese se le ve en condiciones de mostrarnos algo así, una obra maestra que haga Historia. La lástima es que lleva tiempo sin encontrar una historia y un guión que le permita demostrar toda la genialidad que lleva dentro y toda la madurez como cineasta que es capaz de mostrar. Se intuye grandeza, pero no termina de llegar plenamente. No estuvo lejos en Infiltrados, pero Shutter Island, con todo lo bueno que encierra, es un pequeño paso atrás no en la carrera de Scorsese porque la película vale, pero sí en esa carrera por volver a ver al mejor Scorsese.

La culpa es del guión de su última película, que no está a la altura de su prodigioso arranque, de las expectactivas que genera y del genio tras la cámara. Lamentablemente, y a poco que el espectador sea algo observador, el único reto que ofrece el guión es cuánto se va a tardar en desentrañar el misterio que sirve de base a la película. Pistas hay desde la primera secuencia (insisto, brillante, tensa y magnífica secuencia, llena de detalles, información y sutilezas visuales y sonoras). El guión, por tanto, no sólo no es un reto sino que se convierte en todo lo contrario. Es una invitación a presenciar durante dos horas una historia que es fácil saber en qué desemboca. Y como la principal arma que utiliza es el suspense, la película queda algo desvirtuada. Pero ahí aparece Scorsese al rescate. Como decía, su dominio de la cámara y del montaje es impresionante. Suele serlo, pero aquí incluso por encima de la media que viene marcando en trayectoria que ya abarca cinco décadas.

Es esa maestría del director lo que hace que el mejor personaje de la película sea el escenario de la misma: una isla alejada del mundo real que esconde un peculiar hospital psiquiátrico. A él llegan dos agentes judiciales que tienen como misión encontrar a una reclusa que ha desaparecido sin que nadie sepa muy bien cómo. No conviene contar mucho más de la trama, porque a partir de ahí se corre el riesgo de revelar demasiado o de apuntar pistas que permitan resolver el misterio (fácil de resolver, insisto, e incluso con alguna que otra torpeza difícil de explicar una vez llegados al final de la historia). Pero sí es importante destacar la importancia de las localizaciones en el prodigioso ambiente de misterio que crea Shutter Island. Y no sólo la isla, sino también el resto de escenarios que se usan en la película a través de los sueños y recuerdos de protagonista, un Leonardo DiCaprio que, probablemente gracias a Scorsese, ha adquitido oficio como actor en los últimos años (pero que, también es cierto, se ha encasillado en un tipo de papel muy definido).

Y quizá esa sensación de que ya le hemos visto en papeles similares hace que su personaje pierda algo de fuerza y la mirada del espectador se vea obligada a buscar otros puntos de interés. Y los hay. El primero, como decía, es la isla, es el psiquiátrico, es el conjunto de los pabellones y pasillos, los acantilados y el faro. En su conjunto, un personaje más. Pero después uno mira a dos grandes actores con papeles algo irregulares, Max von Sydow y Ben Kingsley (no acaban de funcionar los cambios de orientación en sus acciones y motivaciones, pero ambos tienen muy buenas escenas). Incluso a Mark Ruffalo, que aporta más de lo que parece en un buen papel, alejado de registros como el que mostró en Zodiac (una referencia más que oportuna, pues Shutter Island estuvo a punto de ser una película del director de aquella, David Fincher). Incluso Michelle Williams (que interpreta a la mujer del personaje interpretado por Leonardo DiCaprio) aporta buenas dosis de misterio y tensión desde los recuerdos del agente protagonista. Y la música, que engancha desde el principio y encaja a la perfección en las imágenes a pesar de no tratarse de composiciones no escritas para la película.

La valoración que se pueda hacer del resto de elementos de la película y de la película en sí misma, en realidad, dependerá mucho de lo que uno sienta en su interior tras descubrir lo que, teóricamente, tendría que dar sentido al desarrollo de la película. Cabe la posibilidad de que, conocida la resolución, el espectador piense que no ha merecido la pena estar dos horas delante de la pantalla. Incluso puede sentirse engañado. Yo no soy de esos. Yo vi una película fascinante realizada por un espléndido director. Con sus peros, desde luego, pero interesante de principio a fin. Hipnótica por momentos y demasiado transparente en otros. Pero Scorsese siempre merece la pena. A ver si encuentra el guión que le devuelva al Olimpo del cine, porque él ya lo está poniendo todo de su parte.

lunes, marzo 08, 2010

...y ganó la guerra independiente

En tierra hostil 6 - Avatar 3. Goleada, sí, pero mucho mayor en el fondo que en los números. No sé, y lo digo honestamente, qué tiene la película de Kathryn Bigelow para convertirse en la mejor del año, pero sí tengo claro que ha ganado por dos motivos. En primer lugar, porque la Academia americana quería un dato histórico, una foto de portada, para ocultar lo previsible y aburrido que resultó todo el tinglado que montó. Y el dato histórico no es otro que colocar a Bigelow como la primera mujer en ganar el Oscar al mejor director. Es de esos Oscars que uno considera cantados en cuanto ve a la persona que lo va a entregar. Salió Barbra Streisand, dijo que podía ser la primera directora en llevarse la estatuilla (aunque luego también lo maquilló diciendo que Lee Daniels también habría sido el primer director negro en ganar; nadie dio importancia a este detalle antes de la gala, igual porque todos sabíamos que la reivindicación racial vendría en la actriz secundaria), y confirmó el secreto a voces.

El segundo motivo es que Hollywood ha querido girar su mirada al cine independiente, pequeño, de bajo presupuesto e intimista. Lo había hecho ya con las nominaciones, pero completó la jugada con los premios. Con los de En tierra hostil, Precious o Corazón rebelde. Con la clara derrota de Avatar incluso en las categorías técnicas. Con el, por otra parte merecido, ninguneo absoluto a Up in the air (seis nominaciones, ningún premio) o Malditos bastardos (ocho candidaturas, una estatuilla), o el que ya se había hecho previamente al Invictus de Clint Eastwood (que repite ostracismo por segundo año consecutivo a pesar de la categoría de su cine). Y dentro de la apuesta por el cine más modesto, otra apuesta menos: por dos de los géneros oscarizables más clásicos: la guerra y el drama. Vamos, que District 9 no era una apuesta real de la Academia, sino una concesión a una película que ya debía de sentirse premiada sólo con la nominación.

En cualquier caso, esta mirada que Hollywood quiso vendernos con la concesión de sus premios, quedó totalmente oscurecida (aunque nadie haya hecho ese análisis) con la ceremonia que planteó. Sí, le dio los premios al cine más independiente, pero su reconocimiento real se fue al cine más comercial. No hay otra forma de entender la presencia de tantos actores jóvenes de productos comerciales (o que tantos nominados sin premio al final actuaran como presentadores en la gala) o los dos grandes vídeos que se emitieron. El primero fue un homenaje desmesurado y exagerado a la figura de John Hugues, director de cine adolescente de los años 80 que falleció el año pasado (sacándole, además, de un in memorian que resultó de lo más soso) y el segundo una recopilación de los clásicos de un género comercial por excelencia, el de terror, que sólo ha recibido reconocimiento en forma de premios una vez, con El silencio de los corderos. La Academia dio un mensaje algo surrealista y esquizofrénico. Sabe quién le da de comer, pero quiere estar a buenas con todos. Y así quedan unos premios raros y deslucidos. Quizá Hollywood sabe que En tierra hostil no va a ser un clásico.

Lo cierto es que para mí no hay gran diferencia entre la victoria de En tierra hostil y la que podría haber sido de Avatar, más allá de estos dos pequeños detalles. Las dos películas, y otras muchas de las nominadas, me parecieron en el mejor de los casos decepcionantes. Por eso, la noche de los Oscars me pareció sosa y aburrida, poco emocionante y algo surrealista. La única alegría de la noche me la dio el triunfo de la prodigiosa banda sonora del genial Michael Giacchino para Up y su dedicatoria. "Si queréis ser creativos, sedlo, porque no es una pérdida de tiempo", dijo (o al menos eso vino a decir el traductor que tapó sus palabras en la retransmisión). Eso es el cine, eso es su trabajo, eso es Up y eso es Pixar, por encima de muchos de los que ganaron. La Academia quiso la foto histórica de una mujer. ¿Querrá algún día la de una película de animación? ¿Reconocerá algún día que esta forma de hacer cine es tanto o más auténtica que la imagen real? Probablemente, y por desgracia, tardará mucho en hacerlo.

Los actores ganadores fueron los previstos. Ni el más mínimo atisbo de sorpresa. Ni de emoción en mí, salvo en el caso de Jeff Bridges. Bien es cierto que me hubiera gustado que Morgan Freeman saliera con la estatuilla para reivindicar a Invictus, pero el entusiasmo y la felicidad sincera con la que Bridges celebró el premio, y a la espera de ver su película bien valía esa concesión. Mo'nique no me conmovió tanto en Precious (y menos mal que no hubo doblete con su protagonista, Gabourey Sidibe), si acaso en su escena final, y Sandra Bullock nunca me ha parecido una gran intérprete. Lo de Christoph Waltz me parece algo sobrevalorado, como todo en Malditos bastardos y como todo el cine de Tarantino (¿cuánto había de broma de guión y de guiño a la realidad en la intervención de Almodovar, que le dijo a Tarantino que le encanta su cine pero que no lo entiende?). Pero como todo esto estaba cantado, poco hay que decir.

Y, en realidad, como la ceremonia estaba planteada como un cara a cara entre En tierra hostil y Avatar, no hay mucho más que decir sobre los premiados, más allá de anotar que la victoria de la primera llegó incluso en los terrenos en los que casi todos esperábamos el triunfo de la segunda. La película de Bigelow le quitó a la de Cameron tres premios menores, técnicos, de esos en los que se podía haber cimentado el triunfo de Avatar (ambos títulos competían en cuatro de esas categorías y Cameron sólo ganó en una, la fotografía). Curioso mensaje el de la Academia en este sentido. O, quizá, una forma de engrosar el número de premios de la película vencedora para que realmente haya una sensación de película vencedora. En cualquier caso, dejó un poso extraño, por mucho que la ceremonia estuviera pensada para que sólo importasen los grandes detalles, los premios importantes y, sobre todo, el mundo de los actores. Sólo ellos tuvieron protagonismo en casi todos los aspectos de una gala larga y bastante más aburrida que la de otros años.

La culpa no hay que echársela a los presentadores, Steve Martin y Alec Baldwin. Ellos estuvieron bien, brillantes en algún momento concreto (formidable la parodia a Paranormal activity), pero apenas tuvieron minutos en la ceremonia. Y tanto fue así que el mejor gag de la noche no lo protagonizaron ellos, sino Ben Stiller (y eso que no me cae especialmente bien). Salió a presentar el Oscar al mejor maquillaje disfrazado de na'vi, una de las criaturas azules de Avatar. Y él mismo se reía de su broma recordando que Avatar ni siquiera estaba nominada en esa categoría. El caso es que no se asume que una ceremonia de este estilo tiene que ser larga por naturaleza y duró tres horas y media. Más o menos como siempre, y eso que hubo muchos, muy sonados y muy desafortunados recortes y cambios. Para empezar, el inicio. Si tienes dos presentadores, ¿porque el número musical con el que se abre la ceremonia está a cargo de otro (Neil Patrick Harris)?

La obsesión por la duración desembocó en un final desprovisto de todo glamour y profesionalidad. Debe ser que las tres horas y media era el tope máximo de duración, porque a Tom Hanks le hicieron leer deprisa y corriendo el nombre de la ganadora de la noche. No citó a las nominadas y pilló por sorpresa a casi todo el mundo, incluyendo a Bigelow, que volvió del backstage dando la sensación de que ni había oído que su película era la ganadora. Qué frialdad más inesperada. Tampoco se interpretaron las canciones nominadas (sí hubo un número musical con las bandas sonoras... y fue de lo mejor y más aplaudido de la noche). Y nos robaron la ovación que todos hubiéramos deseado darle a Lauren Bacall por su Oscar honorífico. Le dieron la estatuilla en una ceremonia previa, junto a otros premios honoríficos, pero llevaron a estos insignes premiados a la gala para mencionarles de pasada, y esa circunstancia la aprovecharon muchos para ponerse en pie y forzar un aplauso más largo de lo normal para la actriz.

España se vino de vacío. Bueno, casi. El Oscar a la mejor película de habla no inglesa es uno de los que menos interesa por allí, pero recayó en El secreto de tus ojos. No es española, es argentina, pero algo español hay. Esa fue la gran sorpresa de la noche, y tuvo que llegar, como decía, en una categoría menor para los estadounidenses. Eso dice mucho de lo previsible de toda la ceremonia. Penélope Cruz no consiguió su segundo Oscar, y tengo que decir que me alegro. No entiendo qué han visto en ella, ni tampoco en su trabajo en Nine. Mucha más pena me dio que no ganara el corto de Javier Recio, La dama y la muerte, aunque consiguió que se hablara de él en una categoría en la que sonaban mucho al menos otros dos de los candidatos. Ojalá que dentro de poco veamos a Recio en nuevos y más ambiciosos proyectos.

¿La alfombra roja? Parece cada vez más rutinaria y aburrida, cada vez más desconectada de lo que sucede dentro del Kodak Theatre y cada vez más propia de una pasarela que de una fiesta del cine. En cualquier caso, no hubo grandes vestidos que desentonaran (¿soy el único al que no le gustó nada, nada, nada, el de Sarah Jessica Parker...?). Charlize Theron me parece siempre encantadora, Meryl Streep estaba estupenda con un vestido original (al menos, rompió la estética del 99,9 por ciento restante de las actrices), me encantó el look que lució Kate Winslet (hizo de ella una mujer intemporal, sin edad, una auténtica estrella de celuloide) y sólo puedo añadir que, aunque no la viera en la alfombra roja sino en el anuncio de las nominaciones al Oscar al mejor actor, sigo profunda y perdidamente enamorado de Michelle Pfeiffer.

Y tengo que añadir un detalle más. Qué poco me gustó la retransmisión de Canal +. Qué poco aportaron los encargados de conducir la gala, más allá del su propio entretenimiento personal. Me hubiera gustado más información, más detalle, más contenido. Me pareció una reunión en el salón de una casa como podría tener cualquiera para ver los Oscars. O un partido de fútbol. En especial, me pareció irritante la participación de Antonio Muñoz de Mesa y sus entrevistas en la fiesta organizada por el canal, entrevistas a personajes que no tenían nada que decir, que no habían visto las películas nominadas (sin juzgarle, me parece decepcionante que alguien como Daniel Monzón, que ha sido crítico y ahora es director, diga que no ha visto más que Up... ¡y porque la fue a ver con su hija!) y a los que, a veces, ni siquiera presentaba. Eche de menos a Jaume Figures, que sí daba un valor añadido a la retransmisión de años precedentes.

Para un análisis complementario a éste, más formal y periodístico y menos apasionado, de la ceremonia y los premiados, os remito a este otro artículo mío en Suite 101.

jueves, marzo 04, 2010

Criaturas azules o guerras independientes

Ya están aquí los Oscar. Y, la verdad, tampoco es que haya una excitación sin precedentes, al menos para mí. Aunque haya nada menos que diez cintas nominadas a la mejor película, lo cierto es que las favoritas no me emocionan y, además, llevamos meses viendo como se presenta una contenienda entre las criaturas azules y multimillonarias de James Cameron en Avatar y los artificieros en la guerra de Irak en el cine independiente que ofrece En tierra hostil. La referencia está en los nominados a mejor director, puesto que las cinco no han conseguido el reconocimiento a su realizador no parece que vayan a tener más exito que la nominación. ¿Querrá la Academia premiar a la película que ha ganado 2.500 millones o apostará por un filme pequeño, que se pasó año y medio sin distribución y que no ha sido precisamente un éxito de taquilla? ¿O quizá ambas cosas, premiando así por primera vez a una mujer como mejor directora? Soy de los que piensa que la mejor película debe tener al mejor director, así que no comulgo con esa opción.

Hay quien piensa que la sorpresa puede venir de Malditos bastardos. A mí es que ninguna de las tres me motiva demasiado como para recibir el cartel de mejor película del año. Avatar pasará a la historia por muchas cosas, pero no por ser una gran película. En tierra hostil seguramente no pasará a la historia, salvo que consiga arrasar en estos premios. Y Malditos bastardos tiene ya su hueco gracias a los muchos seguidores de Tarantino. ¿Pero la mejor película de 2009? No creo que esté en esa terna, ni siquiera en el quinteto sumando Up in the air o Precious. Para mí, no hay discusión, aunque sé que es una apuesta perdedora para el próximo domingo. La mejor de las diez nominadas es Up. Pero ya es un triunfo que esté entre las mejores, aunque sea gracias a esa decisión de incluir diez títulos que tanto devalúa un mérito cuyo único referente es de hace casi dos décadas, cuando La Bella y la Bestia se convirtió en la primera cinta de animación nominada en la categoría principal.

Con las diez nominadas, lo que la Academia ha querido hacer es premiar a un cine que no suele tener cabida (hasta hace algunos años) en los Oscars. Pero, de paso, le ha quitado nivel a las elegidas y ha dejado muy claro que, salvo sorpresón mayúsculo, la mayoría de las nominadas no tiene nada que hacer. Lo normal es que arrase Avatar (y más después de que uno de los productores de En tierra hostil infringiera las normas de la Academia y pidiera el voto para su película en lugar de para "la que ha costado 500 millones"). No hay duda en las categorías técnicas, lo que seguro que le da alguna estatuilla que en realidad no merezca, y esa corriente es probable que le dé premios hasta convertirse en la clara ganadora de la noche. Si no hay sorpresas, claro. Año tras año insisto en que no suelo acertar con los ganadores, a veces ni siquiera cuando parecen obvios, pero en cualquier caso hay va mi quiniela de las principales categorías.

PELÍCULA
Creo que va a ganar: Avatar
Quiero que gane: Up
En los quince primeros minutos de Up veo más cine que en las otras nominadas juntas (a falta de ver An education y The blind side, aunque no creo que eso cambie mi opinión). Pero sé que es imposible. Como que gane mi otra gran esperanza, District 9. Lástima que la ciencia ficción siga echando para atrás a tanta gente. Si gana el despropósito de los Coen, Un tipo serio, perderé toda mi fe en estos premios. Si es que se puede tener fe en ellos, claro.

DIRECTOR
Creo que va a ganar: James Cameron (Avatar)
Quiero que gane: -
Es así de sencillo, no quiero que gane ninguno. Decía que la mejor película debe tener al mejor director y en este caso no cuenta con nominación. La imagen de ver a James Cameron reviviendo su "soy el rey del mundo" de Titanic es muy golosa. No me gustaría que ganara Quentin Tarantino, su éxito me es incomprensible.

ACTOR
Creo que va a ganar: Jeff Bridges (Corazón rebelde)
Quiero que gane: Morgan Freeman (Invictus)
Llevamos meses oyendo hablar de Jeff Bridges como el favorito, aunque yo no descartaría a Colin Firth. No he visto los papeles de ninguno de los dos, así que ahí no me mojo. Pero que ganara Morgan Freeman sería un punto de reivindicación ante el ninguneo de la Academia a Clint Eastwood por segundo año consecutivo.

ACTRIZ
Creo que va a ganar: Sandra Bullock (The blind side)
Quiero que gane: Meryl Streep (Julie & Julia)
No sólo no hay muchos grandes papeles para actrices, sino que además no hay grandes intérpretes, lo que permiten que lleguen aquí actrices normalitas. Supongo que por eso la favorita viene siendo, desde hace meses, Sandra Bullock. Mi voto para Meryl Streep es por ella (y el estado de gracia en el que está en los últimos años) más que por su personaje, pues no he visto la película.

ACTOR SECUNDARIO
Creo que va a ganar: Christoph Waltz (Malditos bastardos)
Quiero que gane: Matt Damon (Invictus)
Éste parece el Oscar más cantado de la ceremonia. A mí es que Malditos bastardos no me dijo nada. Con mi deseo de que gane Damon se repite el deseo de la categoría de actor principal, aunque tampoco le haría ascos a que la estatuilla se le lleve Christopher Plummer. Stanley Tucci no me terminó de convencer en The lovely bones, aunque tiene momentos sublimes.

ACTRIZ SECUNDARIA
Creo que va a ganar: Mo'Nique (Precious)
Quiero que gane: Anna Kendrick (Up in the air)
También éste parece cantado, aunque reconozco que Precious no me ha llegado al alma. El problema es el mismo que con las actrices protagonistas. Ninguno de estos trabajos me emociona de verdad. Apostemos por savia nueva y por un papel mal rematado (culpa del guión) pero al menos original. ¿Penélope Cruz? No doy crédito, no sé qué le ven. Y menos en Nine, una película pensada para recordar a las actrices y en la que todas sucumben a la categoría de Daniel Day Lewis.

GUIÓN ORIGINAL
Creo que va a ganar: En tierra hostil
Quiero que gane: Up
Una de las mayores satisfacciones de las candidaturas fue escuchar Up en esta lista. No va a ganar, claro. Si la triunfadora de la noche es Avatar (menos mal que no recibió nominación para su simplista guión...), lo normal es la compensación aquí con En tierra hostil. Nada descartable que Tarantino sí se lleve este premio para sus malditos bastardos. ¿Los Coen? Por favor, no.

GUIÓN ADAPTADO
Creo que va a ganar: Up in the air
Quiero que gane: District 9
Aquí la contienda parece entre Up in the air y Precious, entre las risas que la primera haya podido provocar la primera entre los académicos y las lágrimas derramadas en la segunda. Tampoco es descartable An education, pero parece menos probable. El toque de originalidad sería para In the loop o District 9. Yo no apostaría por ello.

PELÍCULA DE HABLA NO INGLESA
Creo que va a ganar: La cinta blanca
Quiero que gane: La cinta blanca
La verdad es que no he tenido opción de ver más que la película alemana, con lo que no hay mucha más discusión. Por lo que dicen, es un mano a mano entre la más que interesante La cinta blanca y la francesa Un profeta. El castellano, presente por partida doble con El secreto de tus ojos y La teta asustada, parece que se irá de vacío.

PELÍCULA DE ANIMACIÓN
Creo que va a ganar: Up
Quiero que gane: Up
No contemplo otra opción. Pixar reina por encima de todo y si la película se ha colado en la categoría principal, ¿cómo no va a ser la mejor de animación? Y eso que Los mundos de Coraline es muy interesante.

MÚSICA ORIGINAL
Creo que va a ganar: Avatar (James Horner)
Quiero que gane: Up (Michael Giacchino)
Si hay un huracán de Avatar, éste se lo llevará por inercia pero no por méritos. Horner vuelve por sus fueros de autoplagios y sonidos idénticos a los de películas anteriores. Giacchino, en cambio, es innovador en cada música que compone. Que ganara el Sherlock Holmes de Hans Zimmer tampoco me disgustaría nada, pero la Academia ya ha dejado pasar obras maestras de este genio sin nominarle siquiera.