viernes, febrero 26, 2010

'The lovely bones': muy bonita, algo irregular

Peter Jackson se ha enfrentado siempre a un curioso análisis por parte de la crítica. Ésta alabó que un director de productos de terror de serie B y casquería varia se lanzara a dirigir una película seria, Criaturas celestiales. Aquellos que le alabaron entonces, lamentaron su salto al cine espectáculo de gran presupuesto con la trilogía de El Señor de los Anillos, aunque el resto del mundo disfrutó con las aventuras en la Tierra Media. Cuando hizo su King Kong, muchos críticos vieron la decadencia de un hombre entregado a los efectos especiales que debía volver al cine más serio. Y cuando lo hace con The lovely bones surgen dos tendencias: la de quienes infravaloran todo el cine de Peter Jackson y la de quienes creen que sólo sabe rodar superespectáculos, a pesar de haberlos criticado en su día. "No la han entendido", lamentaba Peter Jackson tras las feroces críticas que ha cosechado su último trabajo. Y no le falta razón, no. No han debido de entenderla, porque es una buena película, muy bonita, aunque algo irregular.

No se desvela prácticamente nada de la trama si se cuenta que la protagonista de The lovely bones es una joven de 14 años que ha sido asesinada. Es siempre atrayente que el narrador de la historia sea un personaje muerto, es algo que funciona muy bien en películas de diferente tono (cabe recordar, por ejemplo, American Beauty, un título muy distinto a éste en todo). Con ese punto de partida, lo que ofrece la película de Peter Jackson es un doble enfoque. Por un lado, el tránsito de la tierra al cielo de la joven muchacha y, por otro, lo que sucede en esta tierra que ha abandonado con su familia y su asesino. Ese doble enfoque es, cinematográficamente, lo mejor de la película. Son poderosos, a veces audaces (casi onírico cuando mezcla por primera vez el espacio entre dos mundos y la vida real), siempre efectivos, los montajes paralelos que plantea el director.

También es notable la ambientación. Con una imaginación desbordante, es obvio que la balanza visual entre la sociedad de los años 70 y esa especie de limbo se decanta por el segundo espacio, cargado de bellísimas imágenes y de referencias a diversas mitologías (qué pena me da leer a algunos críticos que se han despachado a gusto buscando referencias incluso a los Teletubbies, cuando uno, quizá más inocente, llegó a ver alguna a El Principito), muy por encima del intento de Más allá de los sueños de plasmar el infierno (con la clara influencia de La divina comedia de Dante) y con un claro (y no intencionado, por desconcimiento) paralelismo con la española Camino, aunque sin su simbología cristiana. Pero antes incluso de conocer ese mundo, Jackson ofrece una de las más bellas escenas de muerte sin que se llegue a ver muerte alguna. Una niña corriendo, alguien que ve más allá de la realidad, un entorno familiar, mucha niebla y una soledad apabullante. Es turbadora y apela directamente a los sentidos. Es brillante y es, probablemente, lo mejor de la película.

En la realidad es, en cambio, donde se aprecian los puntos débiles del filme, más allá de un final ligeramente decepcionante y que no está a la gran altura de todo lo anterior. Hay algunas lagunas narrativas, que hacen algo inverosímil la ejecución del crimen y que no se descubra a su autor o siquiera se dude de él, salvo por parte de un personaje (que no procede desvelar, aunque saberlo tampoco rompe el visionado de la película), hasta casi el tramo final. Quizá también podría discutirse el alivio cómico que Peter Jackson encuentra mediada la película gracias al personaje de Susan Sarandon (algo desaprovechada pero tan elegante y eficaz como siempre). Ahí da la sensación de que el tono dramático se le puede ir de las manos al director, pero nada más lejos de la realidad. Hay quien no ha entendido ni la luminosidad del mundo imaginario ni la parte más fantástica del desenlace. Quizá es que no corren buenos tiempos para las películas bonitas. Como ésta.

Sarandon es el nombre de más nivel de un reparto más que eficaz. Se ha destacado a Stanley Tucci (que tiene la unica nominación al Oscar para la película, al mejor actor secundario), pero radica el mismo problema de siempre, el que puso de manifiesto hace poco la alabadísima y para mí sobrevaloradísima actuación de Javier Bardem en No es país para viejos. ¿Es meritorio dar vida a un asesino con gestos y ademanes de psicópata asesino? Quizá no, y, de hecho, lo mejor del trabajo de Tucci está cuando trata de ser una persona normal, un vecino más de la familia de la víctima. Mark Wahlberg, tras esa excepción que supuso Infiltrados, vuelve a un registro más plano y Rachel Weisz cumple pero sigue sin llegar a emocionarme, como casi siempre. La joven Saoirse Ronan (vista en Expiación) está francamente bien, creíble en todas las facetas de la película, las más divertidas y las más trágicas.

La realidad le da un toque de irregularidad a esta hermosa fantasía de Peter Jackson. Pero no le resta mérito en absoluto al conjunto, una muy buena película, emocionante a ratos, tensa en otros y llena de matices y detalles a ver (incluyendo el cameo del propio Jackson y la inevitable referencia a Tolkien en una de las primeras escenas, en el centro comercial). Muy recomendable aunque, probablemente y sin ánimo de inducir a que nadie piense que se trata de una película pedante o inaccesible, Peter Jackson tenga razón y mucha gente no la comprenda.

miércoles, febrero 24, 2010

'Al límite', correcta pero sabe a poco

El regreso de Mel Gibson a la interpretción después de seis años (en los que ha dejado dos grandes películas como director, La Pasión y Apocalypto) es casi como el reencuentro con un viejo amigo. Es el Mel Gibson de siempre, el deudor para toda la vida del Martin Riggs de Arma letal, pero en una historia un tanto más oscura y truculenta que aquellas que marcaron la cúspide de las buddy movies policiacas de los 80. En realidad, un producto de su tiempo, tanto Arma letal como esta Al límite, un título tan correcto como entretenido pero que no termina de aprovechar todo el material que tenía entre manos. Quizá es que queda poco de aquella época en la que se rodó esta historia en forma de miniserie británica; quizá es que la temática de trasfondo nuclear, pese a parecer profunda (y sin duda quiere serlo), no termina de ser tan impactante como lo podía ser entonces; quizá el salto de escenario a los Estados Unidos de hoy en día no termina de funcionar.

Al límite entretiene, función primordial de este género a medio camino entre el thriller policiaco y la intriga política, pero sabe a poco. Y esto es así porque en el guión quedan bastantes agujeros y personajes no del todo conseguidos, ni en su trazo psicológico ni en sus decisiones a lo largo de la historia (¿cómo es posible que un policía intachable y lleno de ansias de revancha ponga en peligro de forma contínua a tanta gente, incluyendo a la que le puede ayudar?). Se nota el esfuerzo de meter la trama en una película de dos horas, pero se aventuran muchas líneas argumentales (sobre todo por la parte del senador involucrado) que podrían haber dado mucho más juego. ¿Es así en la vieja serie de televisión de 1985? Probablemente sí. No la he visto, pero cuenta con una gran reputación y con algunos premios en su haber. En este sentido, le pasa lo mismo que a la reciente La sombra del poder, una película con el mismo origen (tanto televisivo en forma de miniserie como británico en su realización) y con el mismo esfuerzo de condensación argumental, aunque aquella consigue sacar mucho más jugo que ésta.

Lo que parece garantizado es la fidelidad, pues tanto la serie como la película cuentan con la misma firma, la del director Martin Campbell, un tipo experto en estas lides (y que sobresalió con La marca del Zorro y, sobre todo, Casino Royale) y que ofrece muy buenos momentos. Sobre todo, mantiene intacta la capacidad de sorprender al espectador (lo consigue, sobre todo, con un muy perturbador arranque de la película, con la introducción a la historia y en otro momento más avanzado el metraje) por medio de las imágenes. No así con el guión. A los veinte minutos de la película (los mejores del filme, cuando se intuye algo trascendente pero está perfectamente equilibrado con la historia familiar intimista) ya se adivina todo lo que va a suceder, ya se sabe qué cuenta exactamente la historia y sólo queda contar los minutos para que suceda lo previsto.

Pese a todo, no aburre por un magnífico recurso, que es ir introduciendo algunas pinceladas intimistas en forma de visiones del protagonista. Quizá podría haber acompañado mucho más al desarrollo de la historia, sobre todo viendo el hermoso final que nos depara el filme, que encaja con esa forma de narrarlo que aparece con menos frecuencia de lo deseado. Es ahí donde más destaca Al límite, en esa parte más intimista. Además, y a pesar de contar con Mel Gibson y un director de acción, lo cierto es que no hay grandes secuencias. Es todo muy recogido, muy concentrado, nada espectacular. Y es por eso que sorprende (y, al mismo tiempo, hipnotiza) la sobresaliente banda sonora de Howard Shore. El tipo que permitió el salto más hermoso a la Tierra Media de El Señor de los Anillos sorprende de nuevo. Si entonces, cuando era un músico más atmosférico que otra cosa, nadie le esperaba componiendo fanfarrias, ahora se convierte en el mejor embajador de la película con su trabajo, de una contundencia y ritmo que engrandece las imágenes de forma notable.

En el reparto uno encuentra más de esa corrección de la que hablaba. No hay nadie que destaque especialmente, pero todos funcionan bien. Desde el propio Mel Gibson (siempre limitado como actor pero con un carisma que llena la pantalla, por muchas veces que le hayamos visto en personajes similares; éste se parece muchísimo al de Rescate) a la joven y casi desconocida actriz serbia Bojana Novakovic (que tuvo un breve papel en Arrástrame al infierno), pasando por los siempre eficientes Ray Winstone (Beowulf o Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal) o Danny Huston (visto hace poco como el malo de Lobezno). Todos ellos forman un reparto compacto y serio, al nivel de la película, pero sin enamorar, por seguir con el ejemplo anterior, como el Russell Crowe de La sombra del poder.

Al límite es un thriller correcto y entretenido, con fallos pero rodado con oficio. Lo curioso es, precisamente, su título. El original es Edge of darkness (El filo de la oscuridad), pero en España se ha optado por otro camino que, curiosamente, lo que hace coger un título que ya se ha utilizado en dos ocasiones en este país. Al límite es un filme que rodó en 1997 Eduardo Campoy, con Lydia Bosch y Juanjo Puigcorbé. Dos años después, es el título que se utilizó para estrenar en España Bringing out the dead, un notable pero muy desconocido trabajo de Martin Scorsese. Ahora se usa para esta Edge of darkness. Basta con vender esta película como la del regreso a la actuación de Mel Gibson, pero igual un pequeño esfuerzo en la búsqueda de un mejor título (tampoco es que Al límite haga muchas alusiones a la historia) no hubiera estado de más.

jueves, febrero 11, 2010

'En tierra hostil', realismo, decepción y exageración

En tierra hostil es una película realista. Desde hace mucho tiempo, la única forma de tratar la guerra en la pantalla grande es así, con grandes dosis de realidad o de realismo, que a veces se confunden sin que se sepa encontrar diferencia entre una y otra. En tierra hostil es, desde mi punto de vista, una película decepcionante. Hay quien ha querido ver en ella un símbolo y está lejos de serlo, aunque se deje ver. En tierra hostil es una exageración. O, mejor dicho, el objeto de una exageración. Quizá Hollywood necesitaba de una película diametralmente opuesta a Avatar que le hiciera la competencia en los Oscar y por eso se ha magnificado la categoría de una película que no creo que dé para tanto. En esos tres términos están las claves de lo que es la última película de Kathryn Bigelow, una directora que no estrenaba desde 2002 (K-19) y cuya mejor película data de 1995 (Días extraños).

Quizá la clave para entender lo que significa En tierra hostil esté en una frase pronunciada por el director de Avatar y ex marido de Bigelow, James Cameron. "Creo que puede ser el Platoon de la guerra de Irak", dijo. Para asumir como cierta la frase de Cameron, primero habría que aceptar que el magnífico filme de Oliver Stone es la película más emblemática de la guerra de Vietnam, lo cual es difícil de hacer teniendo en cuenta la existencia de otros títulos como El cazador o Apocalypse now. Pero, más importante, habría que sacar de la película de Bigelow mucho más de lo que en realidad ofrece, temática y cinematográficamente. Lo temático se diluye porque lo que ofrece es una historia muy concreta de la realidad en Irak, el trabajo del grupo militar de artificieros. El resto del conflicto no aparece demasiado, perdiendo así esa capacidad icónica.

Cinematográficamente porque, mirando todos los aspectos individualmente, no hay ninguno que destaque especialmente. Ni la dirección, ni las actuaciones (bastan tres minutos de Ralph Fiennes para superar al resto de un reparto que no pasará a la historia pero, eso sí, cumple a la perfección), ni la fotografía, ni la banda sonora (casi inexistente, pero sorprendentemente nominada al Oscar), ni nada. Todo muy correcto, todo muy profesional. Pero todo algo frío. Y además la película peca de una más que curiosa falta de definición en cuanto a su mensaje. El primero que uno ve en la pantalla es que la guerra es una droga. Pero durante las dos horas siguientes el filme expresa lo contrario: la guerra es un escenario del que hay que huir como sea (los rótulos en pantalla van contando los días para que acabe la misión del grupo protagonista). Y, sin embargo, los últimos cinco minutos retoman el mensaje original, de una forma simplista y poco desarrollada.

Es realista. Eso es evidente. Si bien las películas más conocidas sobre la guerra de Vietnam también lo eran, lo cierto es que gustaban de introducir elementos cinematográficos que enriquecieran el producto final. Desde que Steven Spielberg hiciera el prodigioso prólogo de Salvar al soldado Ryan y desde que Ridley Scott rodara la Guerra (con mayúsculas) en Black Hawk derribado, acabaron con esas licencias (aunque el propio Spielberg demostró, con el resto de su película, que conjugar ambas cosas no sólo era factible sino una opción tremendamente válida). A partir de éstas, toda película bélica debía rodarse con crudeza, verosimilitud y cámara en mano. No hay opción posible. En tierra hostil lo demuestra. Una vez más. Si bien es cierto que ofrece algunas secuencias de gran tensión narrativa, también es verdad que el conjunto se resiente. Todo es muy episódico y algo deslabazado, no se vislumbra un conjunto claro y homogéneo.

Y, claro, viendo todo esto uno se pregunta si no estaremos exagerando con cierta facilidad. En tierra hostil se deja ver, pero no es una pica inolvidable en el cine bélico. Hay quien la ha intentado vender como el primer gran éxito cinematográfico basado en la guerra de Irak. Y por muchas nominaciones que tenga, hay dos datos que contradicen esta forma de vender la película. El primera, que a día de hoy, la película apenas ha cubierto costes. Su presupuesto fue de 15 millones de dólares y en Estados Unidos apenas recaudó doce y medio. A los yanquis les sigue pareciendo poco interesante una película sobre este tema. Pero es que en el resto del mundo apenas lleva recaudados cuatro millones más. El segundo dato es que la película se pudo ver por primera vez en el Festival de Venecia... ¡de 2008! Y hasta hoy no ha suscitado interés ni ha encontrado estreno en países como el nuestro. Como poco, peculiar. Y digno de estudio.

La exageración que mencionaba parece una tendencia habitual en el mundo del cine. En España hay críticos que quieren ver donde no las hay cuatro o cinco obras maestras absolutas cada año. Y en el cine americano más reciente, me he topado con un buen puñado de películas elevadas a los altares (críticos, de premios y a veces incluso de público) que no me dicen gran cosa. Me paso con los Malditos bastardos de Tarantino, con Si la cosa funciona de Woody Allen y, por supuesto, con el Avatar de Cameron. Pero al menos estos tres son directores que cuentan con un estilo y un grupo de más o menos de seguidores. Bigelow no es una realizadora a la que se pueda identificar con claridad ni que cuente con un puñado de éxitos a sus espaldas. Por eso me sorprende tanto bombo. Por eso, y por lo que he visto en la película, claro. Un correcto filme sobre la guerra de Irak, incluso necesario para conocer los entresijos de un conflicto del que creemos saberlo todo (cuando no es así), pero poco más en realidad.

viernes, febrero 05, 2010

'Tiana y el sapo', un buen Disney

Mucha gente suele renegar de los dibujos animados. Los ven como una excusa para meter a los críos en el cine pero casi nunca como una oportunidad de pasar un rato entretenido. Pixar vino a cambiar esto (todavía no he aplaudido lo suficiente la merecidísima nominación al Oscar a la mejor película para Up, a pesar del claro menoscabo del prestigio del premio que supone que haya diez finalistas), pero Disney sigue teniendo para muchos la etiqueta de "familiar" cuando no directamente de "inferior". Allá aquellos que no entiendan todavía la animación como una forma igualmente válida de hacer una buena película y no como un género en esencia menor. La reflexión quizá no encaja demasiado con Tiana y el sapo, que no deja de ser un producto bastante correcto, un buen ejemplo de cine para todos los públicos y de la tradición Disney, pero que está lejos de las joyas de esta casa. No obstante, siempre es un buen momento para recordarlo.

Quizá el gran problema al que va a tener que hacer frente Tiana y el sapo es que se va a hablar más de ella por sus aspectos extracinematográficos que por lo que de verdad ofrece en su hora y media de duración. Es lo que pasa por ser el regreso a la animación tradicional de Disney desde que decidiera poner lo que entonces parecía un punto final en 2004 con Zafarrancho en el rancho. En un cine ya absolutamente dominado por la animación en 3D, ésta película adquiere un poco más de valor, porque devuelve la animación tradiicional a la pantalla grande, abandonando por un momento su reclusión televisiva de los últimos años. Y, además, su protagonista es la primera protagonista negra en un filme Disney. John Lasseter, jefazo en su día de Pixar y hoy también de Disney se ha apresurado a decir que nada tiene que ver con la llegada de Obama, pues el proyecto lleva cuatro años gestándose.

Y otro gran problema al que tendrá que hacer frente Tiana y el sapo es la permanente comparación que sufre la animación con productos anteriores. ¿Es mejor que las de Pixar? No, la verdad es que no. ¿Es mejor que las últimas de animación tradicional? Pues depende. Por fijarnos es las películas de sus directores, Ron Clements y John Musker, es mejor que El planeta del tesoro, es peor que La Sirenita o Aladdín, y probablemente tenga el nivel de Hercules. ¿Es de lo mejor de Disney? Pues viendo la anterior respuesta es fácil deducir que no, pero esto último es un arma de doble filo y un argumento tan válido para defensores como para detractores, porque una película no tan buena de Disney suele ser bastante mejor que otras muchas muestras de animación que hemos visto en los últimos años. Hablando claro, eso quiere decir que en Tiana y el sapo hay muchas cosas que merecen ser destacadas.

Obviamente, la fundamental es la música. El alma de jazz y de blues que desprende por los cuatro costados. Ahí la referencia más clara es Hercules, una película mitológica que apostó por el gospel, otro género musical poco tradicional en la animación. Quizá el problema es que, a pesar de que dos de ellas están nominadas al Oscar, ninguna de las canciones cobra una personalidad clara, diferenciada y memorable. Predomina el ambiente, no la pieza separada. Y eso, con la clara aspiración que se intuye de ser una especie de El libro de la selva, sabe a poco si se mira cada canción de forma individual. No hay en Tiana y el sapo un Quiero ser como tú. La película, por cierto, se desarrolla en Nueva Orleans, cuna de este estilo musical además de una excusa perfecta para que la protagonista sea negra, y eso enriquece muchísimo al conjunto. Y, claro está, lo coloca en la más pura tradición del musical de Disney.

Si la música ofrece esa referencia, también es importante recordar que no hay Disney que se precie sin un buen villano. Y los villanos de Disney, por mucho que se muevan en películas aptas para todos los públicos, suelen ser muy oscuros. Facilier, el de este título, eleva un poco más el listón gracias a que se trata de un mago vudú. Muy tétrico, muy tenebroso, muy oscuro. Y brillante, porque encaja a la perfección en el estilo de la película. Facilier (a pesar de que la voz de Javier Gurruchaga en la versión doblada lleva a veces a pensar demasiado en el actor y poco en el personaje) protagoniza los mejores momentos de la película y abre las puertas a territorios difícilmente transitables (como el desenlace de uno de los personajes; decir más destripa la historia) en una película de animación que llevará a muchos niños a la sala. Pero todo con una exquisitez envidiable. Disney sigue siendo Disney y marcando diferencias de calidad notables con respecto a los demás estudios.

Teniendo en cuenta que sus directores son los responsables de Aladdin, a nadie le sorprenderá que Tiana y el sapo encuentre una de sus mejores cualidades en el constante recurso del gag. Es un musical, sí, también una moderna adaptación de un cuento clásico, pero sobre todo es una comedia. Y tremendamente divertida, habría que añadir. Disney ofrece todo lo que se espera de esta marca, a nivel técnico y a nivel temático, y nunca defrauda. Ni siquiera cuando es sabedora de que, quizá, no está en estos momentos en disposición de darnos obras maestras como La Bella y la Bestia, El Rey León o El jorobado de Notre Dame. O quizá sí. No hay que olvidar que la última edad de oro del estudio comenzó con La Sirenita, pero comenzó a esbozarse con Los rescatadores en Cangurolandia. Que Disney viva por muchos años. Y que la animación tradicional no se muera nunca.

miércoles, febrero 03, 2010

'Up in the air', ni tan independiente ni tan interesante

La peliculita de 2009 no me ha hecho gracia. Pequeña Miss Sunshine estuvo bien, Juno tuvo su gracia. Up in the air me ha dejado frío y descolocado. Diría que hasta me ha cabreado por momentos. No me ha convencido su historia difícilmente clasificable ni sus bandazos temáticos y cinematográficos. Sus actuaciones sólo en parte. Pero en conjunto no sé qué clase de película quiere ser. Parece que se ha puesto de moda esto de rodar películas como si fueran independientes (no produce Paramount Vantage, filial independiente, sino Paramount) pero con al menos una gran estrella de Hollywood. Ese es George Clooney, una estrella más que un actor, un profesional mucho más interesante cuando se vuelca en proyectos temáticamente comprometidos que cuando exprime sus gestos de comedia amable vistos hasta la saciedad. Up in the air no es tan independiente (u original) como se quiere vender y no es tan interesante como pretende ser.

Decir lo poco que me ha gustado esta película se encuentra con un escollo fundamental: no revelar su trama y sus giros argumentales. Sí se puede decir, porque eso ya se anuncia en el trailer, que su protagonista, Ryan Bingham, es un tipo al que contratan empresarios cobardes que no se atreven a despedir en persona a sus trabajadores, y para ello está constantemente viajando por Estados Unidos en avión. En estos tiempos que corren, semejante empleo ya dificulta y mucho que el espectador sienta empatía por el protagonista. Lo cierto es que el enfoque que da la película a este asunto es todavía más descorazonador y desconcertante. Bajo el envoltorio de una comedia, la única conclusión que saca Up in the air es que es mucho más humano (y por lo visto divertido) despedir a una persona cara a cara que mediante una videoconferencia. El mensaje descoloca, y mucho, para este tipo de película.

George Clooney despliega todos los gestos, ademanes y sonrisas que ya hemos visto de él en decenas de películas de corte aparentemente similar. ¿Algo nuevo en el horizonte? En absoluto. Pues nominación al Oscar al canto. Hay estrellas que tienen estrella y Clooney la tiene, no hay duda. Pero el caso es que sus dos compañeras de reparto, Vera Farmiga (me gustó bastante, y más que aquí, en Infiltrados) y Anna Kendrick (aparece en la saga Crepúsculo... lo que quiere decir que no la conocía), están bastante mejor que Clooney. Ambas también están nominadas al Oscar como secundarias. Y ambas sujetan las partes de la película que mejor funcionan (sobre todo cuando coinciden en pantalla). Y a pesar de las apariencias, quizá Kendrick tenga más peso en la película que Farmiga, a pesar del decepcionante, apresurado y frío desenlace que el guión guarda para su personaje.

Llegamos al guión. También nominado al Oscar, como su director y como la película. Y aquí, como ya se puede intuir en el anterior párrafo, es donde realmente me pierde Up in the air. El guión, adaptado de una novela de Walter Kim, no me convence en absoluto. El motivo esencial es que no sabe desplegar la información. La larguísima introducción de la película (de unos veinte minutos) es algo que cualquier director y guionista de comedia clásico habría resuelto en una sola escena de tres minutos. No hace falta más para lo que se propone y emplea demasiado metraje para tan poca información, que no es otra que presentarnos el trabajo y el modo de vida de nuestro protagonista. Eso da pie a que la película parezca (y digo parezca) una historia sobre la soledad. Tampoco eso me convence. Aquí no sólo se queda a medio camino con situaciones muy difíciles de explicar en un plano y forzado (ojo a la escena previa a la boda... totalmente inverosímil) desarrollo de personajes, sino que además las conclusiones son todavía más descorazonadora que en el temática laboral.

Quizá es eso lo que pretendía Up in the air y sencillamente a mí no me ha llegado el mensaje. O quizá sí me ha llegado y justo eso es lo que ha provocado que no me haya gustado la película. Creo que me quedo con la segunda opción. Y soy consciente de que la mayoría encontrará en este filme una simpatía, una diversión e incluso una reflexión que yo no veo. Pero si no lo veo, no puedo deciros otra cosa. Ni me he reído demasiado, ni me ha emocionado, ni me ha llegado. Qué le vamos a hacer.