miércoles, julio 22, 2009

'El último show', un canto a la vida

El último show es una de esas películas de las que es muy fácil hablar. Que sea la última obra de Robert Altman facilita mucho las cosas. Que tenga un reparto impresionante ayuda aún más. Pero que además sea una película tan sincera, tan hermosa, tan llena de vida, es lo que hace necesario hablar de ella. Porque uno se pone a verla esperando quizá un trabajo más o menos eficaz de Altman. Esperando una peliculita entretenida, con buena música, para pasar el rato y poco más. Pero cuando acaba, uno se da cuenta de que tiene en su rostro una sonrisa de oreja a oreja, que ha visto un filme precioso, entretenido, muy bien hecho y, sobre todo, un auténtico canto a la radio, al espectáculo y a la vida. A la vida de estos hombres y mujeres que hacen posible un show en directo cada semana. A la vida de esta gente de la radio y de más allá de las ondas. A la de los propios espectadores y sus experiencias.

La película nace en la figura de Garrison Keillor, un tipo que lleva treinta años haciendo radio y nada menos que 25 (aunque con algún intervalo dedicado a otros proyectos) con A Praire Home Companion, un espectáculo de variedades emitido en directo desde un teatro. Eso, exactamente eso, es lo que se ve en la película: una de esas retransmisiones. En concreto, la última, lo que le da una emotividad completa y compleja al filme. Hay quien no se hace a la idea de que ese día el telón se cerrará por última vez, hay quien piensa que todos los espectáculos son el último, hay quien piensa en cómo evitar el cierre definitivo. Pero todos saben que es el último día que estarán todos juntos. La presencia, tanto en el patio de butacas como entre bambalinas, de una misteriosa mujer acentúa esa sensación.

El propio Keillor escribió la película para que Robert Altman la dirigiera. Éste leyó todos los borradores del guión y lo único que le decía es que se iba acercando a lo ideal. Lo cierto es que el guión nunca dejó de escribirse y durante el rodaje fueron surgiendo nuevas ideas y nuevas escenas. Altman le devolvió la broma colocando a Keillor como protagonista de la película, haciendo de sí mismo. Su presencia es un motivo más que suficiente para ver la película en versión original y escuchar su auténtica voz, puro sonido radiofónico. Como el hecho, que mencionaba antes, de que sea la última película de Altman. El director tenía 80 años cuando emprendió el rodaje (murió ocho meses después del estreno, con 81), por lo que se contrató a un segundo director en caso de que tuviera que hacerse cargo del proyecto. El elegido fue Paul Thomas Anderson (Magnolia, Pozos de ambición). Aunque el título original es el nombre del show en que se basa, A Praire Home Companion, esta vez los dobladores españoles no andan muy desencaminados, pues el filme estuvo cerca de titularse The last broadcast.

El último show es, en última instancia, una película musical, canciones country seleccionadas e interpretadas por los artistas regulares del show y por los actores, tan pegadizas que algunas se quedarán en la cabeza del espectador durante días. Pero es también, y aunque parezca mentira por su naturaleza, una película de actores. Ver cómo se mueven en sus camerinos, tras el escenario y compararlo con lo que hacen después en directo es maravilloso. Es increíble ver a Meryl Streep y compararla, por ejemplo, con la actriz que aparece en La duda. Es muy interesante ver a Lindsay Lohan interpretar a su hija o a Lily Tomlin dar vida a la hermana de Streep. Es divertidísimo el dúo que forman Woody Harrelson y John C. Reilly. Es una gozada ver a uno de los mejores actores cómicos que existen (Kevin Kline; el papel lo iba a interpretar George Clooney. Sobra decir que se ganó una barbaridad con el cambio...). Y así hasta completar todo el reparto.

La misteriosa mujer de la que hablaba antes (su personaje está acreditado como Dangerous woman, mujer peligrosa) corre a cargo de Virginia Madsen (Entre copas), una intérprete interesante y algo desaprovechada durante largos años. La primera actriz elegida para el papel fue Michelle Pfeiffer y aquí se me ponen los dientes largos al pensar que habría hecho la protagonista de Los fabulosos Baker Boys, Batman vuelve o la más reciente Stardust. Sin embargo, Madsen lo borda. De hecho, el personaje no le gustaba nada a Robert Altman y trató de recortar su presencia en el guión hasta el mínimo y fue Madsen quien le convenció con su trabajo de que podía dar mucho juego. Y lo dio, gracias sobre todo a la etérea y mágica presencia de la actriz, que protagoniza brillantes escenas con Kline, Keillor y Tommy Lee Jones, que tiene una breve aparición en la película.

Altman rodó la película sobre un escenario real, grabó la música en directo, captó la esencia de lo que es hacer radio sin red, en el constante salto al vacío en el que viven quienes se ponen cada semana delante de un micrófono. Y el resultado es hermoso, inspirador y una de las películas de los últimos tiempos más indicadas para levantar el estado de ánimo de un espectador de edad comprendida entre los 0 y los 152 años. ¿Que sólo es una película? Pues sí, sólo es eso. Nada más que eso. Pero se puede mirar desde el otro lado y pensar que es un prodigio mágico. También es eso. Nada más que eso.

martes, julio 14, 2009

10 PELÍCULAS... 10 coches inolvidables

Los coches son para muchos casi una forma de vida, y es que hay quien quiere más a su coche que a cualquier otra cosa o persona en su vida. En el cine hemos visto muchos de esos. Vehículos de cuatro ruedas que quitan el hipo, que en manos de los actores se convierten en objetos de auténtico culto o motores imprescindibles de algunas películas. El cine ha sabido usar los coches de mil y una formas, y muchos han pasado a la Historia. Se quedan muchos en el camino a esta selección final, pero estos son diez de los imprescindibles, de los que permanecerán siempre en nuestra memoria como parte inseparable de las películas.

· BULLIT (1968)
En manos del gran Steve McQueen, este Ford Mustang del 68 es una joya impagable. Con él, Bullit protagonizó la escena de persecución más extensa rodada hasta el momento, casi diez minutos, y aún hoy una de las más impresionantes y emocionantes que se han visto nunca. Quizá sea porque el director de la película pidió a los especialistas velocidades de hasta 130 kilómetros por hora y éstos llegaron hasta los 175. Quizá sea porque es la mejor postal que se ha visto nunca en el cine de la ciudad de San Francisco (aunque las autoridades locales prohibieron que se rodara esta secuencia en el Golden Gate). Se usaron dos Mustangs distintos y uno fue destruído al finalizar el rodaje. ¿La película? Uno de los mejores policiacos de los 60. Y sale Steve McQueen. ¿Qué más se puede pedir?

· AMERICAN GRAFFITI (1973)
Una de las pasiones de George Lucas en su juventud fueron los coches. Y las carreras. Pasión peligrosa, ya que tuvo incluso un accidente muy severo. Pero eso no le impidió realizar su propio canto de amor a los coches, a las carreras y a los años 60 con American Graffiti. Muchos son los coches que aparecen en la película, pero este Ford Coupe del 32 modificado y pintado de un amarillo chillón tiene un encanto especial. Sobre todo en la matrícula, THX 1138, un auto-homenaje de Lucas a su primer largometraje, del mismo título, guiño que aparece en todas sus películas de distintas maneras. Se publicaron anuncios para pedir a los dueños de coches anteriores a 1962, fecha en la que se desarrolla la acción de la cinta, que cedieran sus joyas de cuatro ruedas para el proyecto. Respondieron más de mil personas y en el filme se utilizaron más de 300 coches.

· GRANUJAS A TODO RITMO (1980)
Jake y Elwood, los Blues Brothers, no pueden moverse en cualquier coche. Necesitan su Bluesmóvil, un vehículo capaz en sus manos de las más prodigiosas acrobacias, imprescindible para huir de los agentes de la Ley que no cesan en su persecución y el medio indispensable para cumplir la misión divina que tienen que cumplir. ¿Y qué mejor que un coche de policía para hacer ese papel? La (en el mejor de los sentidos) delirante película de John Landis, a medio camino entre el musical (portentosa banda sonora de la película), la comedia y el cine de culto (es una cinta muy de su época, no todo el mundo sabrá apreciarla en su justa medida hoy en día), es inolvidable en muchos aspectos. Uno de ellos son sus persecuciones. Hasta doce Dodge Monaco del 74, todos ellos modificados con equipo policial auténtico, fueron usados para la película. El Bluesmóvil original todavía existe, lo tiene el cuñado de Dan Aykroyd.

· CHRISTINE (1983)
Los accidentes de coche pueden matar, pero este coche puede hacerlo sin necesidad de accidente alguno. De la mano de Stephen King (que vendió los derechos del libro incluso antes de ser publicado), hasta un coche tiene la capacidad de convertirse en un psicópata asesino. El vehículo en cuestión es un Plymouth Fury (llamándose Furia, ¿qué se podía esperar...?) de 1968 que tiene la curiosa capacidad de repararse a sí mismo de forma instantánea. Para mostrar en pantalla esas fantásticas cualidades, hubo que destrozar en el rodaje al menos una docena de las 25 unidades que se usaron. Los fanáticos del Fury pusieron el grito en el cielo porque sólo se construyeron 5.300 y son un auténtico objeto de coleccionista. Stephen King tenía pensando que el coche tuviera cuatro puertas, pero tuvieron que dejarlo en dos cuando investigaron y descubrieron que ningún Plymouth Fury del 58 tenía cuatro. No es de lo mejor de John Carpenter, pero se deja ver, sobre todo para los fanáticos del terror.

· CAZAFANTASMAS (1984)
Si encuentas un espíritu en el barrio, ¿a quién vas a llamar? A los Cazafantasmas, obviamente. Y estos se presentarán en tu casa con su Ecto-1, un Cadillac Miller-Meteor de 1959, una vieja ambulancia modificada para su nuevo trabajo, previo pago de 4.800 dólares de 1985. Toda una ganga que sólo alguien tan alegre, optimista y despreocupado como Ray (Dan Aykroyd) estaría disupuesto a adquirir. En el guión original estaba previsto que el coche mantuviera el color negro con que aparece por primera vez en pantalla, pero se cambió de planes debido a que la mayoría de las escenas en las que iba a aparecer el vehículo (que, por desgracia, tampoco fueron demasiadas) eran nocturnas. Así destaca más, sin duda alguna. Sobre todo en cuanto se escucha su única, inimitable e inconfundible sirena, que se deja oír en esta película, una de las mejores comedias fantásticas de la historia, y su secuela.

· REGRESO AL FUTURO (1985)
Uno tiembla sólo de pensar que la máquina del tiempo de Doc Brown iba a estar en un principio... en un frigoríco. Regreso al futuro no sería el icono que es hoy sin su DeLorean, porque ese es el coche, de entre todos los que han aparecido jamás en una película, que todos los treinta y veinteañeros de hoy en día hemos querido conducir. La elección de este DeLorean DMC-12 de 1981 no fue casual, sino que fue el afortunado por tener las puertas abatibles que le daban, para las escenas de los años 50, un aspecto futurista. Hubo que añadirle un reactor nuclear en la parte trasera, porque, como todos sabemos, la máquina del tiempo no funciona sin plutonio. Ni el propio DeLorean sin gasolina, como descubrimos en la tercera entrega gracias a la flecha de un indio que alcanza el depósito de combustible. El condensador de fluzo, esa invención que Doc Brown vio como una revelación al golpearse la cabeza, es ya una leyenda imborrable del cine fantástico de los años 80.

· BATMAN (1989)
Este es el coche que todo friki ansía con locura. El Batmóvil del Batman de Tim Burton. Sin duda alguna. Fue en su día un sueño hecho realidad ver al Batmóvil moverse por las calles de Gotham. No es un ningún coche conocido, sino un diseño de Anton Furst que construyó General Motors para la ocasión. Se fabricaron dos modelos totalmente funcionales, de seis metros de largo, una distancia de 2,4 metros entre ejes y un peso de una tonelada y media. Todo un monstruo cuya velocidad máxima no llegó a comprobarse en el rodaje y que incluye elementos tan fantásticos como dos ametralladoras laterales y un blindaje protector (éste sí producto de los efectos visuales). La llama del tubo de escape, quizá homenaje al también inolvidable Batmóvil de los años 60, completa un diseño sencillamente perfecto, parte esencial de la asombrosa imaginería visual que tiene la particular visión de Tim Burton del Señor de la Noche. Tan bueno era el diseño, que no se tocó para la segunda entrega.

· DÍAS DE TRUENO (1990)
El coche de carreras por excelencia del cine moderno es este Chevrolet Lumina Nascar que condujo Tom Cruise en Días de Trueno, una película que casi se fue escribiendo según se rodaba y a pesar de todo (o quizá por eso) entretiene lo suyo (y que sirvió para que Cruise conociera a Nicole Kidman, la que durante algunos años fue su esposa). Parte del metraje de esta cinta se rodó en la auténtica Daytona 500 de 1990, en la que se incluyeron dos coches más en la cola del pelotón para que fueran las estrellas del climax de la película. Sobra decir que no compitieron realmente y, de hecho, salieron de la pista tras las primeras 40 vueltas, las primeras 100 millas. No deja de ser curioso que a Tom Cruise le pusieran una multa por exceso de velocidad durante la producción de esta película (iba a 135 kilómetros por hora en una carretera en la que el límite era de 90).

· THELMA Y LOUISE (1991)
Si hablamos de coches, es indispensable incluír en esta selección una road movie. Y una de las grandes de los últimos tiempos es Thelma y Louise, de Ridley Scott. ¿Y qué clase de road movie por las inacabables y polvorientas carreteras americanas se puede realizar sin echar mano de un coche antiguo? El Ford Thunderbird descapotable de 1966 es sencillamente perfecto para la ocasión. El coche se convierte por derecho propio en el medio en el que dos mujeres emprenden el viaje de sus vidas. Lo que iba a ser un fin de semana de descanso se acaba convirtiendo en la expresión de su libertad y su perdición. En su asiento trasero, Brad Pitt hace la mejor interpretación de su vida. Delante, Susan Sarandom y Geena Davis lograron sendas nominaciones al Oscar por bordar sus personajes. Se utilizaron cinco modelos idénticos de T-Bird para el rodaje de la película.

· CASINO ROYALE (2006)
Hay dos elementos imprescindibles y casi igualmente icónicos en una película de 007: la chica y el coche. Y el coche de James Bond siempre debería ser un Aston Martin, aunque durante algunas películas coqueteó con los BMW. ¿Por qué elegir Casino Royale de entre todas las películas de Bond? Porque es aquí donde vemos el origen de la pasión de Bond por los Aston Martin, aquí el modelo DBS, que la propia marca calificó como el eslabón perdido entre el DB9 de carretera y el DRB9 de carreras (el primer Aston Martín, el D5, lo usó Sean Connery en Goldfinger). No está el mítico Q para modificarlo, pero sólo ver al agente secreto más famoso del mundo sentado en uno de estos ya compensa el trabajo de hacer otra película más (y ésta, además, es buena). El accidente que sufre entró en el Libro Guinness de los Récords por ser el choque de cine en el que más vueltas de campana daba un vehículo. Nada menos que siete. Los amantes de los Aston Martin seguro que derramaron una lágrima al ver el amasijo de hierros en que quedó convertido el coche.

miércoles, julio 08, 2009

Otra larga transición hacia el final de Harry Potter

Pasan los años, pasan las películas. Llegamos a la sexta entrega, Harry Potter y el misterio del príncipe, y sigo teniendo las mismas sensaciones que tuve allá por 2001, cuando se estrenó Harry Potter y la piedra filosofal y que se han ido confirmando según se sucedían las entregas. No ha cambiado mucho desde entonces, sin importar que los personajes hayan crecido, los directores cambiado y los diferentes actores entrado y salido de la escena. Harry Potter sigue ofreciendo lo mismo que en 2001, con leves matices entre película y película y un público objetivo que se centra especialmente y de forma clara en los lectores de la saga literaria. El misterio del príncipe es otra larga entrega más, que supera las dos horas y media, y que vuelve a ser un capítulo de transición hacia el final de la historia. Y es que esas parecen ser las dos características esenciales de la saga, la sensación de transición (primero hasta la aparición de Voldemort, ahora ya hasta el desenlace definitivo) y un metraje muy, muy largo. Harry Potter cuenta con legiones de fans. Yo no soy uno de ellos. Seis películas después, y sin haberme adentrado en el mundo literario del joven mago, sigo sin encontrar nada extraordinario en esta aventura.

Por lo que sé, los libros y las películas son tremendamente similares, no hay demasiado trabajo de adaptación y los filmes son en realidad una puesta en imágenes reales del universo imaginado por J. K. Rowling, además de un trabajo de selección de las escenas y personajes más relevantes de las novelas para su traslación a la pantalla. La media hora inicial de El misterio del príncipe obliga a tener muy fresco lo acontecido en el anterior capítulo, La Orden del Fénix (si se me apura, incluso en las cinco películas precedentes), lo que provoca el evidente riesgo de perder al espectador no iniciado, incluso aunque haya visto todas las entregas cinematográficas en su momento. Ese comienzo lastra muchísimo el ritmo de una película que es más plana en este sentido que sus predecesoras y no termina de despegar nunca (antes del clímax, apenas una escena con cierto movimiento y se trata de un partido de Quidditch, algo que ya vimos nada menos que en la primera película).

El avance en términos cinematográficos de El misterio del príncipe se puede entender en el tono de la película. Hace tiempo que Harry Potter abandonó el tono infantil y ha ido oscureciéndose progresivamente. Sí es cierto que el final de esta película presenta un drama algo más conseguido que el de la anterior (sorprendentemente frío, y el culpable debe ser David Yates, el mismo director de esta entrega y de las dos que quedan por venir), pero la atmósfera opresiva y aterradora que busca está lejísimos del mejor fragmento que hasta ahora ha dado la saga: el final de El cáliz de fuego. Aquel fue el momento en el que el espectador pudo ver por fin a Voldemort (un impresionante Ralph Fiennes), culminando una larga espera de tres películas y tres cuartos (que en ese momento se podían entender como una prolongadísima introducción), pero poco hemos sabido de él desde entonces. Ni La Orden del Fénix ni El misterio del príncipe nos muestran al gran villano de la saga, que está reservado para el capítulo final, con lo que, por muy relevante que pueda parecer lo que se nos cuenta en ellas, se quedan como meros episodios de transición para calibrar el papel que jugará (o no jugará) cada personaje en el desenlace. Han sido casi cinco horas que podrían haberse resumido en bastante menos.

Y quizá lo más discutible de todo ese tiempo se concentre en la primera hora de El misterio del príncipe. Puede que haya sido el afán de trasladar el mayor contenido posible del libro a la pantalla, y compensar así una de las críticas que se le hizo a La Orden del Fénix, que es la novela más larga y a su vez la película más corta. Pero el precio se paga en el ritmo de la película, que se resiente demasiado. No hacía falta toda esa hora para el posterior seguimiento de la historia o el desarrollo de los personajes. Sí, quizás, para satisfacer al fan que desea ver la escena descrita entre las páginas 34 y 39 del libro, pero no para quien se sienta en una sala de cine buscando un entretenimiento independiente. No pretendo tampoco decir que la película esté mal hecha, no lo está, pero parece más pensada como guía visual del libro, que incluso convendría tener en la mano durante su visionado para ver qué se ha incluído y qué falta, que como cine en sí mismo. En realidad, como decía al principio, es la misma sensación que me dejaron las cinco películas anteriores, que no me han conseguido acercar a los libros de Rowling.

La gran novedad del reparto de esta entrega es Jim Broadbent (Moulin Rouge, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal), que da vida a un viejo profesor que regresa a la escuela para ofrecer al espectador claves sobre la juventud de Voldemort. Y ausente el gran señor del mal de este universo de ficción, sólo queda recrearse en la breve presencia de una magníficamente desatada Helena Bonham-Carter, en el habitual estoicismo de Alan Rickman o en comprobar cómo los actores que mantienen sus personajes desde las primeras películas han pasado de ser unos niños que debían aparentar más edad de la que tenían a unos jóvenes que ahora tienen que meterse en la piel de adolescentes más jóvenes de lo que ellos son. Daniel Radcliffe y compañía se mantienen en el mismo nivel de entregas precedentes, son ya sus personajes y tienen una línea muy claramente delimitada de lo que pueden hacer y de lo que no.

Hay que reconocer que Harry Potter lleva toda una década llenando los bolsillos de sus creadores, pues cada libro y cada película han sido grandes éxitos. Esta lo será (para eso ha movido Warner la fecha del estreno, que estaba previsto para noviembre del año pasado y se pensé que en verano daría más dinero), y seguro que las dos entregas cinematográficas finales en las que se va a dividir el último libro (que se estrenarán en 2010 y 2011) romperán las taquillas. No es tarea fácil satisfacer las ansias de los fans de una saga literaria juvenil (algo de esto podrían decir los de La brújula dorada...), con lo que algo estarán haciendo bien sus responsables. Pero veo estas películas y con cierta rapidez sus escenas pasan a confundirse entre sí, en muchas ocasiones no me veo capaz de ubicar un acontecimiento en la película correcta y no encuentro diferencias entre una y otra porque el director no las marca, se limita a cubrir el expediente con cierta corrección de rodar lo que escribió Rowling y adaptó el guionista de turno. Y así Harry Potter no me llega al corazón. Aunque asumo que estoy en minoría.

lunes, julio 06, 2009

'Nueva York para principiantes'... y para quien se quiera distraer un rato

La comedia tiene un futuro difícil de predecir. No vive precisamente momentos en los que salgan obras geniales y que perduren en el tiempo, vive muy lejos de los grandes maestros de la talla de Chaplin, Capra, Lubitsch o Wilder, pero normalmente la gente sale del cine al menos satisfecha cuando ve una, quizá incluso porque las expectativas no están ya demasiado altas cuando uno se acerca a ver una película así. Nueva York para principiantes encaja en esas premisas. No es una película que perdurará en la memoria, pero hace pasar un buen rato. Incluso tiene momentos en los que promete más de lo que finalmente acaba dando, y ese es el pesar final que queda, porque plantea asuntos interesantes, pero éstos acaban diluidos en el habitual cocktail de la comedia romántica más tradicional. Distrae, que no es poco, y permite trazar una radiografía, algo superficial, del cine contemporáneo, ya que es el mundo del cine (y de la prensa que se dedica al séptimo arte) el foco de atención del filme.

El título español, como suele suceder con demasiada frecuencia, distrae bastante de las pretensiones aparentes del film. Nueva York para principiantes sustituye al original Cómo perder amigos y alejar a la gente (How to lose friends & alienate people) y despista porque no es ésta una película en la que el escenario cuente de forma especial. Podría ser Chicago, Washington, Los Ángeles o Detroit, pero es Nueva York. Sólo una escena coloca a la ciudad en el centro de atención. Además, el título original se centra en lo que pretende contar la película, que no es otra cosas que las peripecias de un redactor británico con ínfulas de subversivo en una revista de variedades norteamericana perfectamente acoplada al star system y al trabajo de los publicistas. La película está basada en el libro autobiográfico de Toby Young que narra los dos años que pasó trabajando en Vanity Fair, libro al que se añadió para la gran pantalla la inevitable y previsible historia de amor.

Los momentos en los que mejor funciona Nueva York para principiantes son aquellos en los que se acuerda de sus pretensiones rompedoras, de relato del viciado mundo del espectáculo y del cine, su crítica no profunda pero sí ciertamente ácida de clichés como la edad de la actrices, la poca memoria de los integrantes de este mundillo o los méritos para avanzar en la profesión de actor o director. También funciona cuando se mueve por el amor al cine, y entremezcla chistes (El gran Lebowski, de los hermanos Coen, es el referente principal, aunque lo que es impagable es el cameo fotográfico de Clint Eastwood y la conversación en la que nuestro protagonista defiende que la mejor película que se ha hecho jamás es... no, no lo voy a desvelar, porque el shock es inmenso..) con sinceros homenajes (La dolce vita se convierte en parte integral de la historia en diversas escenas). Pero deja de funcionar cuando pasa al terreno más trillado de la comedia romántica. El final, tras una delirante escena de entrega de premios, es de lo más tópico, previsible y blando.

Dirige Robert B. Weide, un realizador que hasta ahora se había movido en el mundo de la ficción televisiva y del documental (fue nominado al Oscar en esta categoría en 1998) y que da con esta película su salto al mundo del largometraje. El protagonista de la función es Simon Pegg (Scotty en la nueva Star Trek de J. J. Abrams; por si alguien no la ha visto, su personaje es el que menos justicia hace al original, porque convierten al viejo ingeniero socarrón del Enterprise en un secundario cómico tópico y desmadrado del siglo XXI) y buena parte del éxito que tenga la película en cada espectador dependerá del grado de empatía que pueda trazar con él. Para mí no es cargante, pero tampoco es rotundamente brillante, cumple con su cometido y en sus mejores momentos de la película es capaz de provocar la esperada risa. Lo que se espera de él, en definitiva.

Cumplen igualmente Kirsten Dunst (Mary Jane en la saga de Spider-Man), Gillian Anderson (la agente Scully de Expediente X) y la gran mayoría del reparto, de donde se pueden destacar otros dos nombres. En primer lugar, Jeff Bridges. Aparece en pantalla más de lo que indica que sea el último actor en aparecer en los créditos y, sin embargo, da la sensación de que el suyo es un personaje desaprovechado. La comedia más típica se come los elementos de interés que podría haber dado el editor acomodado en el éxito pero con ganas de recuperar sus raíces arriesgadas (el motivo, en definitiva, por el que contrata al inglés protagonista: le recuerda a sí mismo de joven).

En segundo lugar, Megan Fox. Cuenta Weide que él descubrió a Megan Fox, que hizo el casting para su película antes de que Transformers se estrenara, pero que el adelanto en el asalto a los cines de la película de Michael Bay le dejó sin el mérito de ser su descubridor oficial. Lo cierto es que Megan Fox jamás va a encontrar un papel más a su medida que éste: interpreta a una joven actriz, físicamente espectacular (por si alguien tenía dudas, sí, sale en ropa interior), promesa de portadas de revista, con el cerebro más bien vacío y con interés por parecer una intérprete seria (ojo al trailer de la película que interpreta dentro de la película...). Ella misma y Paris Hilton parecen ser las inspiraciones de Megan Fox para este papel. Y con eso queda todo dicho.

Nueva York para principiantes, que se estrena el próximo día 24 de julio, distrae un rato, funciona a ratos como comedia (aunque no dejo de preguntarme si existiría la comedia moderna sin chistes relacionados con el sexo) y a ratos como crítica del mundo del espectáculo. Nada del otro mundo, pero con risas aseguradas. Quizá algo larga (cerca de las dos horas), pero con suficientes elementos de interés como para mantener la atención.

viernes, julio 03, 2009

ORIGINAL & REMAKE. 'El cabo del terror' y 'El cabo del miedo

Nueva sección. Como está tan de moda vilipendiar los remakes, y aunque es verdad que la mayoría parece no justificar a posteriori la decisión de rodar de nuevo una historia ya conocida, el objetivo será recordar las excepciones, las buenas revisiones de viejas películas, las nuevas aproximaciones a libros ya utilizados, las distintas visiones de los personajes que han hecho historia en el séptimo arte. También aparecerá algún mal remake, claro, aunque sólo sea para poder ensalzar las virtudes de un original más desconocido. Pero siempre habrá una película original y un remake.

En 1962, J. Lee Thompson (autor de varias entregas de la saga El planeta de los simios, de Taras Bulba o de Los cañones de Navarone) estrenó El cabo del terror. A pesar de contar en el reparto con dos estrellas consagradas de Hollywood, la película fue un fracaso. De hecho, fue ésta la película que acabó con la andadura de Melville Productions, la productora de uno de esos actores, Gregory Peck. Uno de los motivos con los que el director explicó el fiasco económico de la película fueron los cortes que se hicieron en la sala de montaje, que pretendían rebajar el nivel de violencia explícita que tenía la película (algunas de esas escenas, afortunadamente, sobrevivieron y fueron incluídas en montajes posteriores que se comercializaron). La historia era más o menos simple, pero aún así la película fue una notable serie B de los años 60 que fue ganando en prestigio con los años.

Peck da vida a Sam Bowden, un abogado ejemplar que, ocho años atrás, evitó que un hombre violara a una mujer y testificó contra él en el juicio. Ese hombre es Max Cady, interpretado por Robert Mitchum. Al salir de la cárcel, Cady vuelve para vengarse de quien, bajo su tergiversado y psicopático punto de vista, le condenó a estar encerrado durante tanto tiempo. Gracias a los conocimientos de Derecho que adquirió en prisión, evita cualquier posibilidad de que la Ley actúe contra él mientras mete el miedo en el cuerpo del abogado y de su familia. Todo con el objetivo final de acercarse a la mujer (Polly Bergen, una actriz televisiva vista en series como Alfred Hitchcock Presenta o en la más actual Mujeres desesperadas) y a la hija de quince años de Bowden (Lori Martin, que abandonó pronto su carrera de actriz).

Lo mejor de esta película está en el personaje de Mitchum, tan terrorífico como estuvo años atrás en La noche del cazador, y en una ambitentación muy lograda gracias a la inquietante música del maestro Bernard Herrman, aquí tan sobresaliente como en sus mejores trabajos para Hitchcock (Vertigo, Psicosis). La historia, sin ser demasiado original (al menos desde un punto de vista contemporáneo, hartos como estamos ya de ver psicópatas en la pantalla), sí plantea interesantes interrogantes éticos y legales, puesto que el tema central es la capacidad que tiene un criminal de amenazar y aterrorizar a una familia sin que la ley pueda hacer nada para evitarlo. Es más, la justicia acaba poniéndose de su lado y forzando a un abogado prestigioso a emprender caminos éticamente turbios. Ese es el gran legado de El cabo del terror. Eso y Max Cady, que protagoniza gracias a Mitchum momentos aterradores, como el relato que le hace a Bowden de lo que le pasó a su ex mujer o su forma de desvelar los planes que tiene para la esposa del abogado y la hija en el climax final.

Por eso, esos dos son los ejes sobre los que se hizo un remake que es superior al original: El cabo del miedo. Lo primero que sorprende es que Martin Scorsese se lance a dirigir un remake. Inicialmente el proyecto estuvo en manos de Spielberg, que fue quien aconsejó a Scorsese, pero éste tardó todo un año en decidirse. ¿Qué echaba para atrás al genial realizador de Taxi Driver o Toro salvaje? La familia Bowden que describía el guión, idéntica a la que se veía en El cabo del terror. Scorsese no quería retratar a una familia feliz, y por eso convirtió el conflicto simple y directo entre el héroe y el villano que narraba la película original en algo mucho más complejo. Los Bowden pasan a ser una familia con problemas, él ha sido infiel a su mujer, el matrimonio pasa por serios apuros, la hija tiene roces con los padres y el abogado no evitó que Cady violara a una mujer, sino que fue su abogado que le defendió de esa acusación y escondió datos que le hubieran podido evitar la cárcel al psicópata. Todo mucho más oscuro y turbio.

Scorsese hace que el terror no esté sólo en lo que Max Cady (Robert De Niro) pueda hacerle a la mujer (Jessica Lange) del abogado (Nick Nolte) o a su hija (Juliette Lewis), sino en que aprovecha los temores, sensaciones, sentimientos y fricciones de la propia familia para que Bowden aprenda lo que es perder lo que más quiere. Las armas del Max Cady de De Niro no son las mismas que las del Max Cady de Mitchum, ya que se introduce un factor nuevo. Aquí el psicóptata intenta aproximarse a las dos mujeres de la familia. Son un medio y no sólo el fin de su plan. Consigue que la esposa fantasee con él, pero rápidamente se da cuenta de que su sitio está junto a su familia. Donde Cady sí consigue hacer brecha es con la hija quinceañera. La escena en el auditorio es esencial para entender esta innovación en el remake. De Niro y Lewis improvisaron buena parte de la misma, tanto diálogos como lenguaje corporal y lograron una tensión sensual y sexual increíble, sobre todo teniendo en cuenta que la primera toma de esa escena fue la que se utilizó en la película.
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Fue clave para que funcionaran, tanto la escena como la relación entre los personajes, el impresionante debut cinematográfico de Juliette Lewis. Ella fue la primera actriz que apareció en los cástings y ella fue la elegida. Pero De Niro y Scorsese no se creían su suerte de haber dado con ella a la primera. Jennifer Connelly, Sarah Jessica Parker, Tiffani Thiessen oAlyssa Milano rechazaron el papel. Otras como Nicole Kidman, Meg Ryan, Helen Hunt, Diane Lane, Jodie Foster o Shannen Doherty llegaron a participar en el cásting. Nunca sabremos qué habría sucedido con cualquiera de ellas, pero lo que es innegable es que Juliette Lewis aguanta la presión de tener delante a un monstruo como De Niro sin pestañear y eleva la categoría de la película. El elegido por Scorsese para interpretar al abogado, por cierto, no era Nick Nolte, sino Harrison Ford, pero no consiguió convencerle.
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La película de Scorsese dura 25 minutos más que la original (128 por 101 minutos), y la mayor parte de ese metraje se va precisamente en explicar la tormentosa vida de la familia Bowden. El climax final también encuentra una mejor justificación en la historia (aunque hay que dar mucho margen de realismo para asumir el impagable guiño de Scorsese a Psicosis). También dota a Max Cady de mayor profundidad, gracias al estudio que De Niro (impresionante labor de voz la suya en la película, y también de musculación) hizo de psicópatas sexuales en prisión. De ahí salió la idea de que tuviera el cuerpo totalmente tatuado.
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El cabo del miedo presenta un tono adulto y violento, más incluso que su predecesora, pero no se olvida de sus orígenes. En primer lugar, porque ofreció un cameo a la pareja protagonista del original, aunque cambiando bandos. Peck estaba aquí del lado del psicópata y Mitchum es uno de los que ayudan al abogado. Además, El cabo del miedo es la última aparición en la gran pantalla de Gregory Peck. Scorsese quiso utilizar para su película la misma música que en la original, por lo que Elmer Berstein se encargó de adaptarla (como en El cabo del terror no había suficiente música, incluyó también algunos cortes de Cortina rasgada, cinta de Hitchcock a la que puso música el propio Herrmann), empleando los cortes en escenas diferentes de las que había aparecido en el original.
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Quizá entre Mitchum y De Niro haya que hablar de empate, es tan evidente que Peck le gana a Nolte como que Lewis y Lange son mejores que sus predecesoras, pero El cabo del miedo es superior en casi todo a El cabo del terror. Y es que Scorsese es mucho Scorsese. Lástima que El cabo del miedo sea del mismo año que El silencio de los corderos. Eso le restó algo de trascendencia y reconocimiento.