lunes, septiembre 29, 2008

La última escena de Paul Newman

(NOTA: Si no habéis visto Camino a la perdición, recomiendo no ver el vídeo y no leer esta entrada; pido disculpas de antemano si alguien ha descubierto más de lo que quisiera, sabéis que no me gusta destripar películas, pero NECESITABA hablar de esta escena tras la muerte de Paul Newman)



Ya nunca más podré ver esta escena de Camino a la perdición sin lágrimas en los ojos. Cuando la vi por primera vez, allá por septiembre de 2002, me pareció hermosa, como toda la película de Sam Mendes, cuyo único defecto era ser algo predecible. Hoy sé que fue la última vez que se vio en pantalla grande a Paul Newman. Su última escena de muerte. Simplemente su última escena. Su última muestra del talento que hizo de él una leyenda. Y eso tiene hoy un valor incalculable que nadie cuando la vio entonces sabía que podía tener. Lloro porque nunca volveré a verle. Y lloro porque sé que lo que estoy viendo es mucho más que una película. Paul Newman hacía que fuera mucho más que eso.

Sam Mendes, sin saberlo, le brindó una despedida muy digna de alguien tan grande. Le regaló una escena preciosa, mágica, emotiva e inolvidable. Sin duda LA escena de Camino a la perdición. Michael Sullivan (un brillante Tom Hanks, y sin embargo eclipsado por la leyenda) toma la decisión más difícil de su vida. Para matar el hombre que ha asesinado a su mujer y a uno de sus hijos, tiene que acabar antes con quien ha sido un padre para él. Lo hace bajo la lluvia. De noche. En una escena planteada en torno a la figura de John Rooney (Paul Newman). La cámara gira a su alrededor mientras sus guardaespaldas van cayendo uno a uno por los disparos de Sullivan. No oímos los disparos. Sólo la prodigidosa música de Thomas Newman.

Rooney no se mueve. No hace falta. Sabe que va a morir, pero no así. No desde lejos. No por la espalda. Sullivan, después de haber acabado con los hombres de Rooney, se le acerca lentamente. Sólo cuando está junto a él, Rooney se da la vuelta para ver la cara del hombre que quiso como a un hijo y que será quien acabe con su vida. No parpadea, no gesticula, no habla, pero transmite nobleza, categoría y honor. Y sobre todo culpa. Porque sabe que son sus acciones las que le han conducido a este momento. Y sólo entonces habla: "Me alegro de que seas tú". El reconocimiento del padre al hijo. Sullivan dispara. Y para entonces ya tengo los ojos llenos de lágrimas. Paul Newman se ha ido para siempre.

sábado, septiembre 27, 2008

Las leyendas nunca mueren

Se me ha escapado una lágrima al enterarme. Sabía que iba a pasar, que este día estaba cerca, pero es igualmente duro. Paul Newman ha muerto. Y digo ha muerto. No digo que se nos ha ido. No digo que nos ha dejado. Y no lo digo porque no es verdad. Paul Newman siempre va a estar con nosotros. Es una leyenda inmortal, es un tipo que ha hecho un puñado de películas inolvidables. Es un maestro, un actor de los que ya salen muy pocos, uno de los escasos del Hollywood más clásico que todvía seguían entre nosotros. Nos anunció hace año y medio que dejaba el cine para siempre. Y muchos no le quisieron creer, pensaron que algún día volvería a enseñar sus ojos azules en la gran pantalla. Hace unos meses nos dijeron que tenía un cáncer y que le quedaba poco tiempo de vida. Y no lo creímos. ¿Puede morir alguien como Paul Newman? Sí, puede morir. Y por eso estoy tan triste hoy. Pero su leyenda no. Eso nunca morirá.

Todo el mundo recuerda hoy que se van los ojos azules más famosos del cine. Pero Paul Newman era mucho más que eso. No todo el mundo le tomó en serio en sus primeros años, algunos pensaban que era un guaperas y poco más, una estrella, en el sentido más amplio del término, pero no un actor. Pero poco a poco les fue demostrando que se equivocaban, hasta convertirse, en sus últimos años, en un nombre de referencia. Poco a poco fue encandenando papeles inolvidables, películas espléndidas, imágenes eternas. Paul Newman. Uno de los grandes. Nos hemos quedado con las ganas de ver esa tercera colaboración con Robert Redford, pero siempre nos quedarán Dos hombres y un destino y El golpe. ¡Nos hemos quedado sin tantas películas que podría haber hecho Paul Newman! Pero nos quedan las que hizo. Muchas. Magníficas.

Hoy sólo me he permitido un segundo para soltar una lágrima, porque rápidamente me han venido a la memoria las películas que perdurarán para siempre. Me acuerdo de su sonrisa cínica al final de El gran salto. De su descarada insolencia en El buscavidas. De su atormentada personalidad en La gata sobre el tejado de zinc. De su alegría de vivir en Dos hombres y un destino (cuyo hermoso final es quizá el recuerdo más bonito que podamos tener de él). De su heroísmo en El coloso en llamas. De su seguridad en El golpe. Le veo riéndo, jugando al billar, robando bancos, jugando al hockey, como detective. En el papel que quisiera, porque era capaz de hacer creíble a todos tipo de personajes.
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Interpretó más de sesenta películas, produjo casi una decena, dirigió cinco y escribió una. Era un hombre de cine, alguien que puede definir los últimos cincuenta años de este maravilloso séptimo arte. Un puente entre el Hollywood más clásico y el cine más moderno (¿fue El color del dinero una hermosa forma de unir ambos mundos, con un personaje ya conocido, un director que revolucionó la industria en los 70 y uno de los actores llamados a tomar su relevo en el estrellato?). Hace diez años hizo una película que todo el mundo calificó de crepuscular, Al caer el sol. Hace ya diez años. Y nos reíamos entonces de que pensaran en él como un actor que se podía estar despidiendo. Pero no pasó mucho tiempo más hasta que decidió dejar el cine y dedicarse a vivir. Pero es que los hombres, a diferencia de las leyendas, mueren.

Sólo tres actores han recibido una nominación al Oscar por sus interpretaciones en cinco décadas diferentes. Paul Newman es uno de ellos. Lo consiguió a la séptima ocasión, con El color del dinero. Como secundario. Nunca lo ganó como actor principal. Su último trabajo en el cine, Camino a la perdición, también mereció una nominación. Cuando oí el nombre de Chris Cooper (por Adaptation. El ladrón de orquídeas) en aquella ceremonia, y no el de Newman, me quedé muy triste. No tanto como lo estoy hoy, desde luego, pero quería que ganara aquel Oscar. Y para asumir que el hombre se ha ido y que la leyenda siga viva, ¿qué mejor forma de hacerlo que viendo otra vez Camino a la Perdición? Su magnífica última secuencia será siempre el recuerdo que tenga de Paul Newman. Uno de los muchos que tendré.
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La lágrima cayó. Queda el recuerdo. Cuando vea Camino a la perdición, caerá otra lágrima seguro. ¿Hay mejor homenaje? No, no lo creo. Hasta siempre, maestro.

jueves, septiembre 25, 2008

'Wanted' y el difícil arte de la adaptación

Hollywood no deja de mirar al mundo del cómic para sus blockbusters veraniegos y ya ha extendido sus redes. Ya no sólo busca superhéroes tradicionales, sino que ha ampliado sus miras a otros géneros. De ahí nace la idea de adaptar Wanted, la miniserie escrita por Mark Millar (apuntad el nombre; parece que Millar ha propuesto a la Warner una nueva revisión cinematográfica de Superman, por medio de una trilogía que dejaría de lado los planes que tenga Brian Singer para el Hombre de Acero tras Superman returns) en 2003. La clave para hacer una buena película de un cómic está en la adaptación. Puedes cambiar lo que quieras, pero no el espíritu de la obra original. Si lo haces, la película es algo totalmente diferente. Mejor o peor, pero sin duda diferente y una falta de consideración hacia la obra que te ha inspirado para hacer un filme.

Wanted, la película, pega un brusco salto con respecto al cómic. El salto de un mundo abiertamente ficticio a uno pretendidamente realista. Un salto que devora el espíritu de la obra original. La película no tiene apenas nada que ver con el cómic, y eso lleva a preguntarse por qué no se ha hecho una historia con otro título y otros personajes. Misterios de Hollywood. El cómic sitúa la acción en un universo en el que todos los supervillanos del mundo han acabado con los superhéroes, han borrado en las personas toda memoria de que éstos vivieron alguna vez y ahora se dedican a andar por el mundo sin que nada de lo que hagan tenga consecuencias. Pueden asesinar a quien quieran, que la Policía nunca les detendrá. Pueden insultar a cualquier por la calle, que éste nunca iniciará una pelea para que se retracte. Pueden robar donde quieran, que no habrá represalia. Es un mundo absolutamente inmoral sin consecuencias. Pero sólo para unos pocos elegidos: los supervillanos.

Y Wanted, la película, fracasa por completo al cargarse esta noción. Al filme no le interesa en ningún momento profundizar en la vertiente más transgresora y deprevada del interesante (pero no eterno; he leído que hay quien hable de Wanted como el Watchmen de los supervillanos y qué más quisiera...) trabajo de Millar. Nada de esas nociones aparece en el metraje y las únicas secuencias que intentan insinuar algo cercano (las del protagonista con su ex novia infiel) naufragan porque el espectador ajeno al cómic no puede trazar esa relación con la escasa información que se da en pantalla. Toda la transgrensión que se ve en el filme es la expresión "fuck you" formada con las teclas de un teclado que han salido volando al reventarlo en la cabeza del amigo que se ha líado con la novia del protagonista. Si eso es ser rompedor... Wanted, la película, no habla de la ausencia de consecuencias del comportamiento inmoral, que es lo que centra el cómic. El filme sustituye todos los elementos más polémicos y extremistas por vacía violencia.

Wanted, el cómic, era la historia de un don nadie machacado por la vida que un buen día descubre que, gracias a su padre, tiene las habilidades necesarias para convertirse en el más grande de los supervillanos. La película no consigue reflejar la miseria del tipo que protagoniza el cómic y, de hecho, desvía bastante el protagonismo de la película hacia un secundario de la novela gráfica. Pero, claro, son los síntomas de la modernidad. Hoy el cine de acción necesita una mujer. Y como Angelina Jolie aceptó el papel e incluso un desnudo (trasero), pues miel sobre hojuelas para los productores. Jolie domina los posters (apareciendo en un primer plano y dejando atrás a un James McAvoy simplemente correcto, pero con tan poco carisma como tenía en Expiación) y la película. Por cierto, su personaje se llama Fox porque en el cómic lleva un disfraz basado en ese animal, el zorro. Aquí da igual y mantener ese nombre queda como un leve recordatorio del origen profanado de la película.

Angelina Jolie me sigue pareciendo una actriz bastante limitada que cada vez parece que se interpreta más a sí misma (o un reflejo fantasioso de sí misma), por lo que el interés en lo que se nos cuenta es igualmente limitado. Si Clint Eatswood no consigue sacar algo serio de Jolie (estrena película en Estados Unidos a finales de octubre), creo que nadie podrá hacerlo. Ni siquiera Morgan Freeman consigue captar demasiado mi atención en esta película olvidable y desperdiciada. La presencia de Terence Stamp es más testimonial que otra cosa. Pero aunque quieran formar un reparto con nombres conocidos, a nadie le preocupa que los personajes o los diálogos sean convincentes, sólo que las piruetas sean lo más extravagante posible. Que la acción sea lo más grande posible. Y eso lleva a que la credibilidad sea nula.

Toda la imaginación que despliega Millar en su mundo de ficción se ve reducida a la convencionalidad en la película de Timur Berkmambetov (debutante en Estados Unidos, realizador de las rusas Guardianes de la noche y Guardianes del día). Y una vez traicionado el original del cómic (lo que obliga a reinventar cerca del 90 por ciento de la historia del cómic, sólo quedan algunas leves referencias argumentales pero nada más), lo único que queda es hacer una película de acción digna. Pero Wanted no alcanza ni siquiera eso. Quizá guste a los espectadores más jóvenes, a quienes llegaron al género con las sobrevaloradas coordenadas que marcó Matrix. Quizá la disfruten quienes piensen que ésta es una nueva revolución del género (que no lo es aunque quiera vender esa imagen) con sus cámaras lentas a mansalva y su montaje desquiciado. Pero a mí tomarme en serio piruetas acrobáticas de las que me reí en Loca academia de Policía y Agárralo como puedas no me parece digno de atención en el año 2008 y una película pretendidamente rompedora.

El estreno estaba previsto para la primavera, pero en Estados Unidos se retrasó hasta el verano para competir con producciones más grandes. Parece que la crítica la ha recibido bien, pero para mí es un fiasco. Y dicen que puede haber secuela. Conmigo que no cuenten.

lunes, septiembre 22, 2008

Cuando las palabras no son necesarias

Decía Alfred Hitchcock que en una película es importante enseñar las cosas y que sólo había que utilizar la palabra cuando no hubiera otro modo de explicar lo que él quería que se viera en la escena. En el cine moderno pocos entienden esa lección y los guiones se pierden en explicaciones habladas y dialogadas. En palabras innecesarias, supérfluas, forzadas e inútiles. Que sobran, en definitiva, pero que se incluyen para dárselo todo masticado a un espectador que con demasiada frecuencia no reflexiona sobre lo que ve. No obstante, de vez en cuando hay luz en el túnel del séptimo arte. Hacía mucho tiempo que no tenía la sensación de ver una perfecta explicación visual en una película, un resumen visual y sonoro pero sin palabras de las emociones que sienten los personajes. Y Billy Elliot, película que no vi en su día y que rescato ahora gracias al maravilloso invento que es el DVD, me ha reconciliado con esa hermosa forma de ver el cine.

La forma simple de resumir Billy Elliot es como la historia de un chaval de once años al que su familia no le deja bailar. La forma compleja nos lleva al clásico escenario del cine británico de trasfondo más social. Un pueblo minero. Los obreros están en huelga y protagonizando duras protestas contra aquellos que han decidido trabajar. Entre los huelguistas están un padre y uno de sus hijos. El otro hijo, de once años, va a clase y práctica boxeo con muy pocas cualidades innatas para ese deporte de lucha. La madre de ambos murió hace no demasiado tiempo. Y en ese ambiente frracturado, Billy, que así se llama el chaval, descubre algo que le ayuda a olvidar la miseria de su vida: el baile. Pero el padre lo considera afeminado y le prohibe que siga bailando. El chaval le hace caso, pero la prohibición le reconcome por dentro. Hasta que explota.

Y explota en una secuencia que explica a las mil maravillas la lección de Hitchcock. Billy está enseñando a su amigo algunos pasos de ballet en el gimnasio. Aparece su padre en el gimnasio y le mira con una mezcla de ira y reprobación. En ese escenario, no hacen falta palabras para realizar una de las mejores secuencias de discusión que se han rodado en el cine moderno. El chico quiere gritarle a su padre con todas sus fuerzas que lo que quiere en la vida es bailar, que es lo único que sabe y desea hacer. Y el padre, que quiere prohibírselo porque tiene claro que el ballet no es adecuado para un chico, de repente se da cuenta de que ese chico tiene una oportunidad de hacer algo en la vida. Algo que él nunca ha sido capaz de hacer. Un sueño que la difunta madre de Billy le habría animado a hacer realidad. Todo eso se lo dicen a la cara. Sin palabra. En una secuencia inolvidable.

Billy Elliot es una película tremendamente simpática, una de esas modestas producciones que se abren hueco en la mastodóntica industria del cine sin hacer mucho ruido gracias a un buen trabajo. Muy bien interpretada (reparto liderado por el joven Jamie Bell y por Julie Walters, nominada al Oscar a la actriz de reparto), con alguna que otra pequeña laguna en el guión, algún que otro personaje que aparece y desaparece sin ninguna explicación y algún salto en el tiempo no demasiado bien explicado, pero muy entretenida. Un cine necesario que en el Reino Unido siempre se ha sabido con categoría y sin perder un ápice de entretenimiento.

martes, septiembre 16, 2008

Las miserías de la vida

Hubo unos años, imposibles de delimitar en el tiempo, en los que el cine no estaba tan pendiente como el contemporáneo de mostrar lo que es políticamente correcto. Unos años en los que las miserias de la vida se convertían en protagonistas de las historias que veíamos en la pantalla. Unos años en los que los personajes se volvieron moralmente ambiguos. Unos años en los que la denuncia social era más importante que un final feliz o una estampa edulcorada del problema de actualidad. Unos años en los que el cine era denuncia pero también, y sobre todo, cine.

En 1962 se estrenó Días de vino y rosas, película que saca su título del poema de Ernest Dowson. Pocas, muy pocas veces el alcoholismo ha sido el tema central de un filme. Aún menos veces se ha podido ver cómo el alcoholismo es una destructiva enfermedad, más bien gustaba el papel secundario de borrachín alegre y cómico. Probablemente nunca se haya visto la faceta más oscura con tanta maestría como la que ofrece esta película. Y eso que ver quién la dirige es toda una sorpresa. Nada menos que Blake Edwards, un tipo recordado por sus comedias de todo tipo, desde Desayuno con diamantes hasta La pantera rosa, pasando por El guateque. Edwards nunca antes se había puesto tan serio. Nunca después volvió a hacerlo. Nunca fue tan brillante como en Días de vino y rosas.

Si sorprendente puede ser el nombre del director, en su época no lo fue menos la elección del protagonista, un Jack Lemmon que también se había distinguido hasta entonces por ser un maestro de la comedia, sobre todo a las órdenes de Billy Wilder (Con faldas y a lo loco, Primera plana). Ellos dos y una espléndida Lee Remick (probablemente, la mejor interpretación de su vida) consiguieron hacer creíble esta historia, que comienza siendo la típica comedia romántica, con la ominosa pero aparentemente inofensiva presencia del alcohol en casi todas las escenas, y que, poco a poco, se convierte en una tragedia dura, terrible y devastadora sobre los efectos que pueden tener la adicción al alcohol en la vida de una pareja que lo tiene todo al alcance de su mano.

Blake Edwards contó en una ocasión que recurrió a la hipnosis para la sobrecogedora secuencia en el motel, esa en la que el personaje de Jack Lemmon encuentra a su mujer, que se había marchado de casa días antes, totalmente borracha y suplicándole que beba con ella porque se ha vuelto una persona aburrida desde que está sobrio. Y él acaba bebiendo con ella. Esa es una de las escenas más dramáticas de la película y en la que radica el verdadero mensaje que intenta transmitir. El alcoholismo es una enfermedad de la que se puede salir con el tratamiento adecuado, pero en la que se debe prestar especial atención al entorno más cercano al afectado. Días de vino y rosas, uno de los primeros filmes donde aparece mencionado Alcohólicos anónimos, transita por esos caminos. Primero es ella quien deja la bebida para poder tener y criar a su hija. Y él sigue bebiendo y creyendo que su mujer no quiere seguirle. Después es él quien se rehabilita, pero ella ya ha vuelto a caer en la adicción.

Días de vino y rosas es una película que deja al espectador como si le dieran un puñetazo en el estómago, a lo que contribuye su triste y durísimo final. Un final que la Warner no quería tan oscuro, tan dramático, tan pesimista. Pero la suerte, como tantas otras veces en la historia del cine, intervino y nos dejó el final que conocemos. El ejecutivo Jack Warner era quien apostaba por un final más feliz, en contra del parecer de todo el equipo. Pero acudió a un pase con el final que quería Blake Edwards con una atractiva mujer, y ésta le reprochó que quisiera cambiarlo. Y no lo cambió. Por si acaso, Jack Lemmon se marchó a París para evitar que le llamaran para rodar tomas adicionales que permitieran ese final edulcorado. No hubiera sido creíble. No hubiera sido real. Y si algo tiene Días de vino y rosas es que es terroríficamente real.

Danzad, danzad, malditos, llegó a los cines en 1969 y es una de las películas que mejor ha abordado la miseria que provocó el crack de 1929 sin hacer una sola referencia a la situación económica global o a las causas de aquel episodio de la Historia. Lo que muestra es cómo afecta a personas normales. Con vidas degradadas y con ilusiones imposibles, gentes que imploran por un trabajo mal pagado y de apenas unos pocos días, pero que le sirvan para salir adelante siquiera para ver el siguiente amanecer. El título original de la película, junto con el hermoso prólogo de la misma, sirven para generar el terrible ambiente en el que se va a desarrollar la historia: They shoot horses, don't they? (A los caballos les disparan, ¿no?). Tan dura es la situación que algunas personas verían una bala en la cabeza como una salvación.
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Es difícil de creer que se pueda sostener durante casi dos horas una película que cuenta un maratón de baile, de esos que se popularizaron en Estados Unidos durante los años 30. Pero Sydney Pollack lo consigue con maestría y mantiene la atención del espectador en todo momento. Las normas de aquellos concursos eran sencillas. Los participantes, por parejas, tenían que bailar sin más descanso que diez minutos cada dos horas. Si caían rendidos de sueño sobre la pista, estaban eliminados. La pareja que consiguiera quedarse en la pista al final, ganaba. Podían marcharse cuando quisieran, pero ¿quién estaba dispuesto entonces a prescindir de siete comidas al día, aunque tuvieran que hacerlas en constante movimiento para poder permanecer en el concurso y durante apenas diez minutos? El premio de 1.500 dólares también era sumamente goloso para personas que no tenían ya nada que perder.
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Danzad, danzad, malditos es una de esas películas de denuncia social que tanto le gustaban a su director, el recientemente fallecido Sydney Pollack, esas que dirigió y produjo durante toda su vida. Es un retrato desagarrador de lo que es capaz de hacer el ser humano por intentar salir de su miseria, pero también de lo que están dispuestos a hacer algunos por explotar la desgracia de quienes le rodean y de la fuerza que tiene el a menudo ingrato mundo del espectáculo para reírse de la dignidad de las personas. Esta película, todavía hoy, ostenta el récord de nominaciones al Oscar sin que ninguna de ellas sea al mejor filme. De las nueve nominaciones, sólo ganó la estatuilla al mejor actor secundario, Gig Young.

Jane fonda, una actriz bastante desaprovechada a lo largo de su carrera (y que volvió recientemente al cine tras quince años de retiro voluntario con La madre del novio), es el alma de la película, interpretando a una mujer dura pero desesperada, independiente pero desvalida, fuerte pero al final sin esperanza. Ella y las otras dos mujeres de la película se llevan mucha atención del espectador. Por un lado, Susannah York, que da vida a una mujer que sueña con ser actriz de Hollywood, un juguete roto que acaba desquiciada por la dureza de lo que le rodea. Por otro lado, Bonnie Bedelia, que interpreta a una mujer embarazada pero que llega hasta el límite de sus fuerzas para intentar ganar el concurso. ¿La mejor película de Pollack? Es posible.

jueves, septiembre 11, 2008

Un placer haber cogido 'El tren de las 3:10'


El tren de las 3:10, una espléndida película que casi nadie verá en España, que muy pocos han visto incluso en Estados Unidos, y que no se quedará en la memoria más que de los pocos que decidimos pasar dos horas de nuestra vida con ella. Y es que es una muy buena película. Con una duración adecuada, dos actores con gancho en taquilla, un muy buen guión... ¿Qué falla? Pues, por lo visto, sólo una cosa. Es un western. Lo que hace décadas era una virtud, ahora es un problema, salvo que la Academia decida apostar por un título de este género, como sucedió con Bailando con lobos o Sin perdón (y de eso ya ha llovido la friolera de 16 años). Sobre eso vuelvo luego para analizar el contexto de esta película. Porque lo importante ahora es dejar claro que es un placer ver filmes así hoy en día.

Por encima de todo, El tren de las 3:10 es un bellísimo duelo interpretativo, de esos que tanto gustan en Hollywood y de esos que a veces tanto cuesta apreciar por aquí. Russell Crowe es uno de los mejores actores del momento, hay veces que incluso me atrevería a decir que el mejor. Es capaz de meterse en la piel de todo tipo de personajes sin repetirse. Aquí borda a su ladrón cínico y realiza algunas de las mejores escenas de su carrera. Mucho decir, sin duda. Pero es que Crowe, aunque algunos prefieran no verlo y quieran quedarse con su imagen de tipo problemático, es un genio. Aquí da vida a un ladrón de diligencias, capturado por un descuido (un descuido con forma de mujer, claro...). Pero no le importa porque sabe que pronto volverá a ser libre.

Christian Bale ofrece una contrapartida magnífica con un personaje poderoso en matices y en ambigüedades, que es capaz de sorprender hasta el final. Interpreta a un ranchero que pasa por un mal momento. Tiene una pierna inútil por una herida de guerra, las deudas le acosan y decide sumarse a la caravana que llevará al ladrón a prisión (más concretamente al tren que le llevará a prisión) por 200 dólares. El primer cara a cara entre Bale y Crowe, en el salón, es prodigioso (cómo le gustan a Crowe estas escenas, todavía en la memoria el que mantiene con Denzel Washington en American Gangster). Los actores inicialmente pensados para sus papeles eran Tom Cruise y Eric Bana. Aunque ambos me gustan, aplaudo los quiebros del destino que acabaron por ofrecernos a Crowe y Bale.

Ellos dos encabezan un reparto muy solvente y muy adecuado (que también incluye a Peter Fonda), dirigido por un sorprendente James Mangold. No he visto Copland, que para muchos es su mejor película, pero sí le he visto en su faceta más dramática, en la aburrida y televisiva Inocencia interrumpida (la película por la que Angelina Jolie ganó un más que discutible Oscar a la mejor actriz secundaria) y la correcta pero algo fría En la cuerda floja (curioso que también sacara una estatuilla para una de sus intérpretes femeninas, Reese Witherspoon, éste merecidísimo). A priori, no hubiera pensando en él como un buen director de género en general o de western en particular. Pero filma de forma espléndida, clásica pero adecuada a los tiempos, prestando atención a los pequeños detalles que hacen de El tren de las 3:10 una hermosa experiencia.

Y en esos detalles, además de las cuidadas interpretaciones, hay que destacar todo el entorno en el que se desarrolla la acción. La ambientación es sencillamente perfecta; la fotografía es la única posible para hacer creíble la historia; y la música sencillamente una obra maestra (Marco Belltrami, su autor, estuvo nominado al Oscar; quizá fue la gran sorpresa del quinteto nominado, porque es un compositor muy acostumbrado a la acción y el terror, géneros musicalmente opuestos al western). Además, regula muy bien el ritmo de toda la película, hasta el punto de convertir el climax en todo un homenaje a Solo ante el peligro por el uso del tiempo real (diez minutos transcurren entre el momento en que las campanas tocan las tres de la tarde y la llegada del tren).

Insisto: ¿qué falla? Es triste decir que falla un género que la gente ya no es capaz de entender. Ahí están todas sus claves: cowboys, ladrones, sheriffs, caballos e incluso indios (espléndida secuencia la del combate entre el personaje de Russell Crowe y tres apaches). A veces da rabia que un género que en los últimos años ha dejado tantas buenas películas, en relación a los pocos títulos que se producen, no logre la difusión que merece. Antaño era un valor añadido. Hoy una rémora. ¿Por qué un espectador se sienta ante una película con una mentalidad diferente por el mero hecho de tratarse de un título de género? Difícil respuesta tiene esa pregunta, pero parece obvio que el espectador serio (o el crítico snob) no tiene en la misma consideración un western o una película de fantasía que un drama.

Toda esta reflexión podría ser algo forazada si no fuera por el momento en el que llega la película. Nada menos que con un año de retraso con respecto a su estreno en Estados Unidos, donde se pudo ver el 21 de agosto de 2007. Un año. Incomprensible. Es sencillamente inaudito este maltrato a una buena película y es difícil de creer que la única razón sea que se trata de un western. Los estudios han dado ya por sentado que ese género no interes a las nuevas generaciones. Por eso, en el fondo, me ha hecho ilusión ver en la sala a tres chavales de entre doce y catorce años. A pesar de la era tecnológica en la que vivimos, a pesar del bombardeo del cine de acción y efectos especiales, supongo que todavía quedan críos a los que les gustaba jugar a indios y vaqueros. Ojalá hayan disfrutado de la película y ojalá eso les lleve a bucear dentro de algún tiempo en los clásicos del género. Lo veo complicado, pero ojalá sea así.

El tren de las 3:10 es un remake de una película que protagonizó Glenn Ford allá por el año 1958. Aunque tiene fama (admito que no la he visto), no es uno de los iconos clásicos del género. Dicen que la diferencia está, sobre todo, en el segundo acto, mucho más largo en la película actual, que se detiene en el proceso de llevar al ladrón interpretado por Crowe al famoso tren que le llevará a prisión. Al margen del original, lo que sí está claro es que El tren de las 3:10 es una película magnífica, de una factura técnica inmejorable, con dos (más en realidad) actores en un estado de gracia prodigioso y que muchos no tomarán en serio por ser un western. Allá ellos. Se pierden una muy estimable película.

miércoles, septiembre 10, 2008

Recuerdos de la Tierra Media (y 3)

Esta vez sí. Esta vez sí vi el pase de prensa. Esta vez sí pude deleitarme antes que los demás. Esta vez sí pude descubrir las maravillas de la Tierra Media antes que el resto. Y por eso fue tan especial el escalofrío que recorrió mi espalda cuando vi a miles de jinetes de Rohan cargar contra un ejército aún más numeroso de orcos, en los campos de Pelennor, a las puertas de Minas Tirith. En ese momento sabía que estaba viendo una escena única, porque nadie la había realizado antes con tanta maestría. Inimitable, porque después nadie la ha podido siquiera igualar, demostrando que es falso que una escena así sólo depende del dinero que gastes en efectos visuales. Inolvidable, y para esto no hay más motivos que los que dicta el corazón. Una de esas escenas que se te meten en la cabeza para nunca más salir.

Un espléndido discurso del Rey Theoden y me vi gritando "¡Muerte!" con él y con los Rohirrim. Una música inolvidable de Howard Shore, que empieza con los suaves toques celtas que ya había escuchado en Las dos torres y que termina como una fanfarria hermosa e inspiradora. Magia, pura magia. Alrededor, Peter Jackson monta un glorioso espectáculo de dos horas y media, pero lo demás ya no importaba tanto. La magia ya me había alcanzado para siempre con esos escasos minutos. Sobre decir que la carga de los jinetes de Rohan es, para mí, la mejor escena de toda la trilogía de El Señor de los Anillos. Es emotiva. Es espectacular. Es hermosa. Es una lección de dirección y montaje. Es puro cine.

Y, lo que es mejor, es puro cine dentro de una película maravillosa. No hizo falta mucho para darme cuenta de que mi percepción al salir de Las dos torres era un error. No iba a ser esa la película que todos íbamos a recordar de esta saga, no. Tenía que ser El retorno del Rey.Si había motivos para adorar la primera parte, motivos que se vieron superados en la segunda, la tercera película los había de multiplicar. Cada escena, cada instante, cada diálogo, cada imagen, es digna de recordar por algo. La Academia lo entendió y recompensó la película con 11 Oscar, tantos como Ben-Hur y Titanic. Hubo quien no entendió la parte final, esa que muchos vieron innecesariamente alargada (se me ocurren hasta cinco puntos donde podría haber acabado y, de hecho, recuerdo que en uno de ellos hubo mucha gente que se levantó en el cine), pero mirad bien la película. Nada podía darse por acabado sin que Sam lo dijera.

Hasta llegar ahí, El retorno del Rey ofrece un recital de cine espectáculo moderno, capaz de llegar a todas las audiencias. Habrá quien se deleite con el mejor efecto digital jamás creado (Ella-Laraña). Habrá quien capté la poesía de la magia blanca de Gandalf para salvar a los jinetes de Gondor que comanda Faramir del ataque de los Nazgul en sus criaturas aladas. Habrá quien llore con la historia de amor a medio camino entre la maldición y la salvación entre Aragorn y Arwen. Habrá quien entienda la hermosura que esconde la prodigiosa secuencia en la que Faramir intenta recuperar Osgiliath para su padre (con un espectacular preludio en el que el hijo del senescal le pide que, si regresa, piense mejor de él, y éste le responde con un demoledor "eso dependerá de la forma en la que regreses"). Hay quien se deleitará con la belleza visual y musical del encendido de las almenaras. Hay escenas para todos los gustos.

No, no me olvido de la esencia de la historia, del Anillo único. Gollum sigue siendo tan impresionante como en la segunda película de la saga (todavía se me ponen los pelos de punta cuando se le oye cantar fuera de cámara con Frodo perdido en las cuevas de Ella-Laraña), aunque ya no tenga el protagonismo inusitado que le dio en la anterior película su escena de conversación consigo mismo; Sam cobra mucha más fuerza (no en vano se ve obligado a cargar con el anillo durante una parte de la historia) y Frodo llega al final de su duro camino. Y todavía me sigue sorprendiendo que haya tanta gente que prefiera quedarse con unos supuestos elementos homosexuales en la relación entre los dos hobbits, en lugar de entender lo que están viendo: una hermosa historia de amistad incondicional.

A pesar de todo el cariño que profeso a El retorno del Rey, y que se acrecienta a cada visionado de la película que hago, reconozco que todavía no he sido capaz de perdonar a Peter Jackson por eliminar tres escenas de la película, tres escenas que después se vieron en la edición extendida en DVD y que considero imprescindibles: la presencia de Saruman al principio (dicen que no le sentó nada bien a Christopher Lee), el enfrentamiento entre Saruman y el Rey Brujo (que incluso nos había adelantado en uno de los trailers de la película) y la aparición de la Boca de Sauron en las Puertas Negras de Mordor, antes de la batalla final. La revelación que hace a los héroes de esta historia, cambia por completo el espíritu con el que Aragorn (ahora sí y para sempre el Aragorn soñado) se lanza contra los orcos de Sauron y se pierde una belleza épica indescriptible.

Hubo otro momento que me generó muchísimas dudas al ver la película, que es el combate final del Rey Brujo frente a Eowyn (un magnífico personaje que se ganó mis simpatías por encima del otro gran nombre femenino de la historia, el de Arwen). La leyenda dice que ningún hombre puede matarle y Eowyn se alza poderosa gritando "¡Yo no soy ningún hombre. Soy una mujer!". Y ahí pensé que era la típica y molesta concesión feminista que a Hollywood tanto le encanta. Pero no. Tolkien ya lo escribió así en su día, cerrando una más de las hermosas leyendas que creó y que tanto han alimentado la imaginación durante tantas décadas y generaciones. Pero todo lo demás no genera dudas. Genera, en cambio, ilusión, diversión, entusiasmo y deleite.

Y a pesar de lo que le pueda reprochar a Peter Jackson, a pesar del recuerdo en la memoria de las dudas que me generaba su elección (sí, Tu madre se ha comido a mi perro), al final no pude más que levantarme y aplaudir por la magna obra que realizó. Y por darme la posibilidad de verla junto a la persona que conozco que más cariño le tiene a esta Tierra Media que tantos recuerdos deja.

lunes, septiembre 08, 2008

'Hellboy 2', más de lo mismo

No soy un fan de Guillermo del Toro. No me ha cautivado esa lucidez visual que le atribuyen algunos. La única película de este director que me ha gustado hasta hoy es El laberinto del fauno, una sorpresa visual, narrativa y temática. Ese oasis cinematográfico está enmarcado en la filmografía del realizador mexicano justo entre las dos películas que ha realizado de Hellboy. La primera de ellas, que vi sin conocer el original del cómic, no me dijo gran cosa. Tenía algunos detalles interesantes, pero poco más. La segunda, que ya he visto después de leer las viñetas creadas por Mike Mignola, directamente me parece prescindible. No hay practicamente nada en sus dos horas de metraje que me recuerde de verdad a la temática del cómic. Visualmente lo bordan, sí, pero no sirve de mucho si no hay una gran historia detrás.

Sorprende ese abismo entre el cómic y la película teniendo en cuenta que como autores de la historia están acreditados el propio Del Toro y Mignola. Uno debiera pensar que si el creador del cómic se involucra en para conseguir algo mucho más cercano a la esencia de su creación. Pero no es así. Hellboy 2. El ejército dorado tiene un claro tono paródico, de comedia, que no veo en el original de las viñetas de forma tan acusada. Sí, el protagonista es un demonio que llegó al mundo de los humanos siendo apenas un crío para servir a la causa nazi, que fuma puros y es malhablado. Muy realista que digamos no es el universo que plantea Mignola. Pero el trasfondo aventurero y épico es distinto al del universo creado por Del Toro. Más que creado, recreado en esta secuela que tantas cosas cambia del original en cuanto al tono.

Visualmente, decía antes, es una película muy atractiva. Muchas criaturas (que se atropellan un poco durante el metraje de esta secuela, hasta el punto de preguntarse si eran necesarias algunas secuencias que parecen pensadas sólo para exhibir monstruos), muchos entornos fantásticos. Pero todo suena a ya visto, desde el villano albino (qué pobre retrato del malo de la función, por cierto) hasta el ejército dorado del subtítulo de la película. Y de donde más se nota la influencia visual es precisamente de El laberinto del fauno, algo que ha reconocido el propio director, quien confesó que una película no existiría sin la otra. Lo malo es que sus logros visuales se ven ahora empañadas por Hellboy 2, porque hay criaturas de ésta que podrían pertenecer fácilmente a la fábula ambientada en la guerra civil española.

La película empieza con un prólogo forzado (que tiene como única excusa recuperar al personaje interpretado por John Hurt, el padre adoptivo de Hellboy) y sigue con una sucesión de lugares comunes, sin que se atisbe nada nuevo en los personajes o en la historia. Y desemboca en un final típico y tópico, mil veces visto en el cine moderno de fantasía. ¿Qué queda del Hellboy de Mignola en este Hellboy de Del Toro? Sólo una secuencia, la única en la que se capta la esencia del cómic: cuando el personaje de Liz (desaprovechado en la primera parte, ninguneado en el tono de comedia de esta segunda) implora a una especie de ángel negro por la vida de Hellboy, aún sabiendo que su destino es acabar con el mundo. Sólo ahí se siente la misma emoción que leyendo las historias en cómic.

Del Toro le ha puesto mucho más interés a la comedia que a la fantasía y, de hecho, es difícil encontrar alguna escena (salvo la anteriormente mencionada) que no contenga elementos cómicos. Y comedia de verdad uno sólo encuentra en otra escena, cuando Hellboy y Abe Sapien calman sus males de amores a base de cervezas y escuchando canciones románticas. Y la fantasía se diluye tanto que, al menos a título personal, veo acrecentadas las dudas que me despierta la elección de Del Toro para dirigir dos películas basadas en El Hobitt de Tolkien. En Hellboy 2 hay incluso cierta torpeza a la hora de rodar la acción, con evidentes manipulaciones de la velocidad para dar la impresión de que el villano, el príncipe Nuada, actúa más rápido que los humanos normales o prescindiendo de otros personajes en la acción por motivos difíciles de entender (¿dónde se meten Liz, Abe y Johann Krauss en muchos momentos la lucha final contra el ejército dorado?).

Tampoco es que se pueda catalogar Hellboy 2 como mala. En el fondo, hace pasar un rato más o menos entretenido (con el ya clásico problema de la duración; sin ser algo excesivo en general, dos horas son muchas para una historia tan pasajera como ésta). Pero falla en sus pretensiones, se queda muy lejos del material original, de la capacidad que se le supone al director (yo no demasiada a lo largo de su carrera, pero El laberinto del fauno apuntaba más alto) y de lo que ofrecen otras muchas películas del género. Una oportunidad perdida, un título más de simple escapismo, sin nada más que ofrecer y que se olvida tan rápido como se sale del cine.

sábado, septiembre 06, 2008

La muerte de Superman

Admitámoslo. Disfrutamos poniendo a los héroes más grandes en las situaciones más difíciles. Cuanto mayor es el héroe y mayor es el reto al que se tiene que enfrentar, y mayores son las consecuencias que tiene que afrontar, mayor es nuestro deleite. Por eso, la muerte de Superman es una de esas picas que pocos se atreven a alcanzar, una situación que sólo unos escasos elegidos tienen el valor de retratar con éxito. ¿Cómo se puede matar a una leyenda? ¿Cómo se puede retratar el sufrimiento del mundo ante la muerte de su mayor héroe? Los últimos años nos han dejado tres de esos retratos en la pantalla.


El último de estos intentos ha sido una película de animación (dirigida directamente al mercado de DVD) que lleva precisamente ese título en España: La muerte de Superman. Quizá, y sin que sirva de precedente ante las calamitosas traducciones que solemos ver por estos lares, sea mucho más adecuado que el Superman: Doomsday del original. La película es una adaptación de la saga de cómic que reventó todos los cánones editoriales (hechos que están espléndidamente narrados en un documental que aparece como extra en el DVD). DC Comics decidió matar a Superman, una decisión sin precedentes y sin aparente vuelta atrás. Tanto es así que se llegó a suspender durante algún mes la publicación de los títulos del Hombre de Acero. Pero todo el mundo sabe que Superman no puede morir. Al menos no para siempre.

La muerte de Superman triunfa sobre todo en dos aspectos. En primer lugar, en la batalla que provoca la muerte del héroe. Doosmday aparece reflejado como lo que es, como una bestia de origen alienígena pero realmente desconocido que sólo sabe hacer una cosa: asesinar toda forma de vida que se le pone por delante. No está edulcorado, no está rebajado, ES Doomsday. La espectacular batalla que libran Doomsday y Superman es vibrante y brillante, toda una lección para el actual cine americano de acción que se pierde en absurdos movimientos de cámara y situaciones que el espectador tiene muy difícil comprender visualmente según las está viendo. Claridad y clasicismo, sin necesidad de recrearse en una violencia gratuita que tampoco conduce a nada. Una gran escena.

El otro aspecto hermoso en esta película es cómo ve Lois Lane la muerte de Superman. El filme se inicia con héroe y periodista en medio ya de un relación sentimental. Para Lois no sólo muere el héroe, el icono, el símbolo. Muere también el hombre de su vida. La escena en la que Lois acude a casa de los Kent para buscar consuelo en Martha, la madre de Clark Kent, y se derrumba emocionalmente, es formidable. El resto de la película, la parte que narra el rergeso de Superman, es algo más convencional, pero aún así La muerte de Superman es una notable muestra de cine de animación adulto, con una buena historia trágica y sin necesidad de secundarios cómicos que arruinen la función.

Una de las cosas que más se ha criticado de La muerte de Superman es que le falta una gran escena de funeral, de despedida del mayor héroe de la Tierra. Pero, en realidad, no podía aparecer, porque la división de animación de Warner ya había tratado en profundidad ese aspecto en la magnífica serie de La Liga de la Justicia, en el episodio doble titulado Hereafter. En un ataque de varios villanos unidos, el Juguetero acaba teniendo suerte y con una poderosa arma experimental, borra a Superman de la Tierra. Los demás héroes de la Liga se reponen del shock y ganan el combate. Wonder Woman captura al Juguetero y está a punto de asestarle un golpe mortal. Flash agarra el brazo de la amazona y le dice: "No hacemos eso con nuestros enemigos". "Habla por ti", le responde. "Intentaba hablar como Superman", sentencia Flash. Wonder Woman, los ojos llenos de lágrimas, suelta al Juguetero con rabia.

Y así se inicia la mayor escena de duelo que se haya podido ver en una serie de animación, en la serie que demostró que se podían llevar historias salvajes, crudas y adultas a una serie de este tipo (sensación que acrecentó con su insuperable continuación, Justice League Unlimited, que no se ha podido ver todavía en España a pesar de que la serie se emitió en Estados Unidos entre 2004 y 2006). Se ve a los héroes portar el féretro (Batman no está porque se niega a creer que Superman ha muerto de verdad; ¿puede equivocarse el mejor detective del mundo?). Incluso Lex Luthor acude al funeral. Lois le recibe con gritos y lágrimas. "¡Te odio!", le dice. "Aunque no lo creas, yo también le voy a echar de menos", replica el archienemigo de Superman, que sabe que ha perdido su mayor sueño, lo que le convierte día tras día en un oponente formidable: la posiblidad de ser él quien acabe con la leyenda. Una escena formidable para un episodio magnífico y una serie sencillamente perfecta.

Superman returns también hacía frente a la posibilidad de la muerte del Hombre de Acero. En la infravalorada película de Bryan Singer, no se llega a ver al héroe morir, pero sí se plantea la posibilidad de que el mundo pierda a esa leyenda. Perry White contempla con dolor dos portadas de su Daily Planet. En una sea anuncia el adiós a Superman, en la otra aparece la noticia de su supervivencia. Los médicos no pueden hacer nada por salvarle la vida, sólo esperar. La práctica invulnerabilidad de Superman impide que le puedan sacar sangre, operar o cualquier otra práctica que pueda ayudarle a seguir entre los vivos. Lois tiene que abrirse paso entre la multitud que se congrega a las puertas del hospital y que espera transmitir toda su fuerza a Superman para que regrese.
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Ese retrato, aunque breve, supone uno de los mayores aciertos y novedades de la película de Singer, cuya continuidad en la saga parece estar en el aire. Warner ha decidido dar luz verde a una secuela, pero quiere el mismo tono dramático que ha dado Christopher Nolan a la saga de Batman. Singer ha dicho en muchas ocasiones que ya tiene en mente cómo sería su secuela, una pieza de acción salvaje y continuada, pero Warner no quedó satisfecha del punto en que quedó el héroe tras su regreso a las pantallas. Mark Millar, el autor del cómic Wanted (cuya adaptación cinematográfica, con Angelina Jolie y Morgan Freeman, se estrenará en breve), ha propuesto nada menos que una trilogía. Si lo que buscan es un relato oscuro, ¿qué mejor argumento van a encontrar que la muerte de Superman?

lunes, septiembre 01, 2008

Recuerdos de la Tierra Media (2)

Convencido de sobra por la excelencia de La comunidad del Anillo, el momento de sentarse a ver Las dos torres es de mucha mayor tranquilidad. Había confianza en lo que iba a ver y certeza de que el espectáculo no me iba a defraudar. Pero cuando salí del cine, lo hice gratamente sorprendido. Lo primero que me vino a la cabeza fue la seguridad de que Las dos torres estaba llamada a ser para esta trilogía lo que en su día fue El Imperio contraataca para Star Wars: la mejor película de la saga, la que todos recordaríamos años después, la que se quedaría en la memoria colectiva. Por Gollum. Por Rohan. Por los Ents. Por la batalla del Abismo de Helm. Por prácticamente todo lo que me apabulló durante dos horas y media en la pantalla.

Una de las cosas que no me conenció de La comunidad del Anillo fue Viggo Mortensen. Pero aquí la cosa cambió a partir de una escena. Aragorn cree que los hobbits Pippin y Merry han muerto, golpea con el pie un casco de orco y lanza un grito desgarrador. Ahí vi por primera a Aragorn. Al de verdad. Al que esperaba. Y ya no se fue. Cuando en los documentales de los DVD explicaron cómo se rodó ese escena, no me podía creer el motivo que provocó que esa escena se quedara con tanta fuerza en mi memoria. La que se vio en la película fue la tercera toma. Las dos primeras no fueron muy buenas. La tercera, en cambio, fue perfecta. ¿Por qué? Al pegar el puntapié, Mortensen se rompió un dedo del pie. Su grito de dolor fue auténtico. Esa es la magia del cine.

Solventado ese problema arrastrado del original, Las dos torres comenzó a abrumar con todas sus novedades. Y una destaca por encima de todas: Gollum. El personaje se convierte en un clásico casi desde que aparece por primera vez en la pantalla reclamando su tesoro, pero sobre todo desde esa prodigiosa conversación que mantienen Gollum y Smeagol (sí, ambos son el mismo personaje), en un perfecto plano-contraplano, mientras Sam y Frodo duermen, ajenos a la esquizofrenia que aqueja a la criatura que debe llevarles hasta Mordor. Sobrecogedor. Un trabajo sublime tanto de efectos visuales como del actor Andy Serkis, que prestó su movimiento y la voz a la criatura. Peter Jackson impulsó con todas sus fuerzas una nominación al Oscar al mejor secundario para Serkis, pero la Academia no permite tal distinción si el actor no aparece físicamente en pantalla. De todos modos, su expresividad supera a la de la mayoría de actores vivos.

Mi adoración por Gondor encontró reflejo en Faramir. Mi amigo apasionado de El Señor de los Anillos (que también me dijo que Sam era para él el verdadero protagonista; sensación que Jackson sólo logra a medias) me lo advirtió: "Si te gustó Boromir, Faramir te va a encantar". Hubo que esperar a la edición extendida en DVD y al estreno de El retorno del Rey para que el otro hijo del senescal de Gondor causara la misma impresión en mí, pero lo cierto es que la causó (volveré sobre esto al hablar del cierre de la saga...). Pero, claro, en esa pasión por Gondor se coló Rohan. Y el rey Theoden, y Eomer, y Eowin... y el Abismo de Helm. La mayor secuencia de batalla rodada hasta ese momento en un universo fantástico no sólo no defraudó sin que encandiló a la mayoría.

Y digo a la mayoría porque recuerdo el día que fui a ver la película, el día del estreno. Una de las personas que vino con nosotros a verla, comenzó a revolverse en el asiento minutos antes de que empezara la secuencia. Estaba cuatro butacas a su derecha y noté los furiosos rebotes contra el asiento. No podía entender el porqué, pero la revisión de la obra de Tolkien me dio la respuesta: los elfos no debían participar en esa batalla. A los puristas no les gustaría, pero yo disfruté de su presencia como un enano. Encajaba con el espíritu de la película y era un signo más de que Peter Jackson quiso hacer lo que tenía que hacer, es decir, una adaptación de la novela, y no una traslación del texto a la pantalla.

Es lo mismo que hizo con la exclusión de Tom Bombadil. O convirtiendo el Abismo de Helm, un sólo capítulo en el libro, es una espectacular secuencia de 40 minutos. O con un precioso final con Frodo y un Nazgul que tampoco aparecía en la novela. Quizá la libertad que se tomó Jackson que menos interés tiene es la presunción de que Aragorn muere tras el ataque de los wargos. El espectador sabe que no ha muerto, así que no hay suspense. Pero alarga la secuencia. Quizá fue para dar aún más realce a la cultura del caballo con la presencia de Brego (bien pensado, la música que acompaña la llegada de Aragorn al Abismo es de lo mejor de la película), pero eso quedaba compensado con creces con todo lo visto de Rohan y, sobre todo, con la presencia de Sombragris, el viejo amigo de Gandalf. También puede ser excesiva la presencia de Arwen, que no aparecía en la novela (aunque sí en los apéndices, que es lo que se refleja en la película), pero, claro, es el reflejo de los tiempos: tiene que haber una heroína en el reparto.

Si la música de Howard Shore para La comunidad del Anillo me fascinó, su trabajo para Las dos torres me conmovió aún más (los tonos gaélicos para Rohan, la tenebrosa música para Gollum...). Si el comienzo de la primera película me impresionó, el de la segunda me pareció sencillamente brillante (no sólo recuperaba una de las mejores imágenes del primer acto, Gandalf enfrentándose al Balrog, sino que encima nos preparaba para el regreso del mago). Si los personajes un año antes me parecieron bien definidos, cada escena de la nueva entrega los hacía más grandes. Si Legolas me había fascinado con su portentosa agilidad para disparar media docena de flechas seguidas contra orcos, su anonadante forma de subirse al caballo o de descender sobre un escudo desde el puesto alto del Abismo de Helm me quitaron el aliento. Todo parecía tener una velocidad más que en la película anterior.

Y no sólo la acción. Theoden, con su monólogo anterior a la batalla del Abismo, lograba una profundidad y una épica que tantas y tantas películas del género no han sabido captar, la misma que tenía la espectacularidad del ataque de los Ents a Isengar ante la atónita mirada de un como siempre magnífico Christopher Lee o la poética sencillez de la bandera de Rohan arrastrada por el viento cuando Aragorn entra en Edoras. Una épica similar a la que encumbró para siempre El Imperio contraataca. Las dos torres estaba llamada a ser LA Película de esta trilogía. Pero no fue así. Lo mejor estaba por llegar...