martes, mayo 27, 2008

Sydney Pollack: director de actores, productor comprometido, secundario de lujo

Otro gran nombre del Hollywood de los años 70 y 80 nos deja. Sydney Pollack ha muerto a los 73 años de edad, víctima de un cáncer. Fue actor, productor y director. Fue un cineasta. Fue un auténtico hombre de cine Sus películas de hace dos décadas forman parte del imaginario cinematográfico de varias generaciones. Sus últimos recuerdos son como actor secundario. Ganó dos Oscar, ambos por Memorias de África, como director y productor. Fue nominado por otras dos de sus películas como director, Danzad, danzad, malditos y Tootsie, y una vez más como productor, por Michael Clayton.

La última imagen que tengo de él es, precisamente, como actor secundario en Michael Clayton, la notable película de Tony Gilroy, donde daba toda una lección de interpretación en sus pocos minutos en pantalla frente a George Clooney. Casualidades de la vida, este viernes se estrena en España la última película en la que trabajo delante de las cámaras, La boda de mi novia. Prefiero recordarle, sin duda, por Michael Clayton, por Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick, o El juego de Hollywood, de Robert Altman.

Detrás de la cámara, Pollack era, por encima de todo, un director de actores. Hasta doce consiguieron una nominación al Oscar trabajando en sus películas, y dos de ellos ganaron el premio (Gig Young por Danzad, danzad, malditos y Jessica Lange por Tootsie). Le gustaba trabajar con estrellas, sabía hacerlo y consiguió entablar una amistad duradera con alguno, como Robert Redford Y, a pesar de todo, la fase que más le gustaba de rodar una película era el montaje. "Porque estoy solo y no tengo la necesidad de organizar a tanta gente. El montaje es casi como dar forma o continuar el proceso de escritura", explicaba este cineasta hace años.

Resulta curioso comprobar que en televisión, en su juventud, dirigió episodios de series tan recordadas hoy como La hora de Alfred Hitchcock o El fugitivo. De esa faceta, recuerdo con especial cariño la película Ausencia de malicia, quizá porque tiene el periodismo como telón de fono. Su último trabajo como realizador fue La intérprete, la primera película que se pudo rodar dentro del edificio de Naciones Unidas en Nueva York. Como productor, abanderó proyecto comprometidos e importantes, desde su debut con Yakuza a Michael Clayton, pasando por Cold Mountain, El talento de Mister Ripley, Sentido y sensibilidad, Presunto inocente o Los fabulosos Baker Boys.

Descanse en paz.

miércoles, mayo 21, 2008

Indiana Jones vuelve a lo grande

Es él. Es el de siempre. Ha pasado el tiempo pero sigue siendo el mismo que nos encandiló allá por el lejano año de 1981. Es el mismo con el que hemos crecido ya un par de generaciones. Es el mismo héroe socarrón, imperfecto, inteligente e intrépido de siempre. Tiene el mismo miedo a las serpientes que le conocimos cuando buscaba el Arca. Tiene el mismo sentido de la amistad y de la familia que mostró en sus aventuras en el templo perdido o cuando, con su padre, intentaba hallar el Santo Grial. Su sentido del humor sigue tan fresco como hace veinte años, pero sabe que ya no es el joven arqueólogo que viajaba por el mundo buscando las más extrañas reliquias. Ahora tiene un poso de amargura, de decepción por los tiempos que le han tocado vivir. Pero es él. Es Indiana Jones. Todo un placer volver a verle.

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal cumple todas las expectativas y se convierte en un entretenimiento espectacular, a la altura de las tres películas anteriores de esta saga. Abunda en el tono divertido e irónica de La última cruzada, pero al mismo tiempo tiene un punto oscuro como El templo maldito. Y abundan los homenajes a En busca del arca perdida. Es el mismo Indiana Jones de siempre, sí, pero el gran acierto de esta cuarta entrega es no presentar al mismo personaje. Han pasado los años e Indiana lo sabe, como lo saben George Lucas y Steven Spielberg. Es imposible no sonreír cuando Indy habla del paso del tiempo y mira las fotos que hay en su escritorio.

Harrison Ford lo borda, como siempre. Si hay un personaje para el que ha nacido, ese es Indiana Jones. Y eso es mucho decir para un actor que ha hecho papeles tan carismáticos como los de Blade Runner o Star Wars. Pero es que esa sonrisa cínica de Indy y su sentido del humor siguen encantando como el primer día. Shia Labeouf es una interesante adquisición de la saga. Como actor viene de la horrible Transformers, pero aquí, en un personaje en apariencia similar, consigue darle un tono fresco y nuevo, que encaja perfectamente (sobre todo con su segunda escena, la del bar) en este salto de la mitología de Indy a los años 50, a las disquisiciones de la guerra fría.

Dado que la promoción de la película ha sido ejemplar, ha evitado el bombardeo (sólo dos trailers que, además, no desvelan casi nada de la trama) y ha ocultado a los fans multitud de detalles de esta nueva aventura de Indy (incluso se han dado pistas falsas sobre los personajes que interpretan algunos actores), prefiero no revelar casi nada de la misma. Vedla como George Lucas y Steven Spielberg han querido que la veáis, descubriéndola poco a poco, escena a escena, diálogo a diálogo, personaje a personaje, escenario a escenario y misterio a misterio. Y disfrutadla, porque estamos ante una oportunidad única.

Sólo con ver la sombra del personaje, su sombrero y su látigo, ya se siente algo especial. Sólo con escuchar la maravillosa melodía que John Williams creó para el personaje (a pesar de que la partitura es la de menor personalidad propia de la saga), ya se ponen los pelos de punta. El cierre musical de la película, al final de los títulos de crédito, es una reinvención preciosa de ese tema. Sólo con recordar la cantidad de veces que uno ha visto sus tres aventuras anteriores tiene multitud de instantes en este Reino de la calavera de cristal en los que volver a sentirse niño por un par de horas.

No me cabe la menor duda de que muchos despreciarán esta película por ser un título de aventuras fantásticas. Habrá quien no entienda su mensaje nostálgico (obvio por el paso del tiempo, y eso va tanto por el desarrollo de los personajes como por el de la industria cinematográfica) o el leve cambio de género que tiene esta aventura con respecto a las anteriores (que si se piensa es de lo más lógico). También quien se limite a desdeñarla por ser una película de Steven Spielberg, un director de masas incomprendido por supuestos elitistas desde el comienzo de su carrera y hoy, incluso, por parte de esa misma masa que antes le adoraba. O de George Lucas, que parece que es una diana incluso más apetecible para algunos sobre todo tras su nueva trilogía de Star Wars. Pero quien no vaya a verla al cine se pierde algo irrepetible.

Yo sólo soy capaz de ponerle un pero. Su clímax deja una sensación de deja vu, tomando como referente la propia saga de Indiana Jones y otras películas de sobra conocidas (pero que no voy a nombrar para no arruinar el final, claro). Pero eso es todo. Lo demás es formidable. Desde las interpretaciones al cuidado guión (que es lo que más costó hacer para que esta película sea hoy una realidad; se descartaron varios libretos, incluso uno que había entusiasmado a Spielberg pero no a Lucas), desde la coreografía de las secuencias de acción (las peleas con espada o la persecución de un coche a una motocicleta ya tienen un nuevo referente) hasta el formidabloe aspecto visual de la película. Todo es formidable.

Ya lo dejas claro en la última escena de la película. El sombrero sigue siendo tuyo, Indy. La película del año sin duda por lo que es y por lo que supone. Chapeau.

sábado, mayo 17, 2008

La sabiduría de Spielberg

Leer las explicaciones de Steven Spielberg siempre es una delicia. Por mucho que algunos disfruten machacando todo lo que hace y todo lo que dice (ya hay quien se ha empeñado en censurar Indiana Jones y el Reino de la calavera de cristal, incluso sin haberla visto, por supuesto...), es un hombre de cine, que sabe de cine y que vive el cine. Y sus palabras son grandes enseñanzas para aquel que las quiera aprovechar. Leo la entrevista que publica hoy El País con motivo del estreno ya la próxima semana (¡qué ganas!) de la cuarta entrega de Indiana Jones y saco muchas conclusiones. Pero sobre todo una.
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Le pregunta Rocío Ayuso por ese crítica tan recurrente a Spielberg y otros directores de su generación de haber destruído el cine de autor y abierto la puerta al cine de palomitas, algo profundamente negativo para los detractores de esta generación que recoluvionó Hollywood a finales de los años 70. Spielberg se ríe y después responde. "No despreciaría a estas películas. Mientras haya sitio para todo tipo de cine, no veo ningún problema. Hay que acostumbrarse a hablar de un género, el de superhéroes, que en ocasiones hace malas películas y en otras muy buenas", contesta el director norteamericano.
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Llevo tiempo dándole vueltas a esta cuestión. Cuando se estrena una película con un héroe o superhéroe de fantasía, la crítica seria se lanza al cuello de sus autores. Desprecian géneros enteros por la forma que adoptan. Pero no se paran a ver el fondo. Como en cualquier otro mundo, todo género da obras muy buenas, obras decentes y obras muy malas. Pero no se encontrará un crítico serio (perdón por la insistencia en ese término) que confiese haber disfrutado con Indiana Jones, que no dejará de ser para ellos un título menor en la filmografía de Spielberg, con Spider-Man o, por citar una película en cartel, con Iron Man. Que no reconocerá Regreso al futuro como un pequeño clásico de los años 80. Que no verá el carácter visionario de una película como Inteligencia Artificial porque no la firma Kubrick y no se rodó en los años 70.
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Ese desprecio es hoy muy acusado en las adaptaciones de cómic o dibujos animados, pero, en realidad, afecta a casi todo el cine fantástico, de aventuras y de ciencia ficción. Parece que algunos sólo saben encontrar cine que merezca la pena en el drama. Un superhéroe nunca les dará para mucho, pero un policía sí. Un arqueólogo aventurero jamás se podrá comparar en su mente a un magnate y su biografía. Una epopeya futurística nunca merecerá la misma categoría que una histórica. Y el caso es que me parece una concepción un poco triste del cine. Delimitar tanto el terreno en el que uno puede encontrar películas apreciables supone perderse mucho cine. A mí me entusiasma el Spielberg de La lista de Schindler o Munich tanto como el Spielberg de E.T. o Minority report. Porque cuando hay un genio detrás de la cámara, no hay película que no pueda convertir en una dignísima obra de arte. Y Spielberg, digan lo que digan, es un genio.

domingo, mayo 11, 2008

'Speed Racer', la exaltación de lo imposible

Speed Racer es, por encima de todo, una exaltación de lo imposible. Todo en ella es absolutamente imposible. Desde los efectos especiales hasta los movimientos de cámara, pasando por los personajes o incluso la inagotable paleta de colores que adorna la pantalla. Es una película imposible. De hecho, es incluso difícil ver a Speed Racer como una película. Es, en realidad, una montaña rusa de más de dos horas de la que uno se baja mareado. Alguno habrá disfrutado del viaje, siempre hay alguien que lo hace, pero la mayoría se quedará con esa sensación de mareo que, eso sí, olvidará en poco tiempo. Yo soy de los mareados que asisten atónitos a lo que pasa delante de sus ojos sin llegar a entender cómo se ha gestado lo que ve.

Partimos de la base de que los autores de este producto son los hermanos Wachowski, los mismos que se camelaron al mundo con Matrix, una película mucho menos revolucionaria de lo que se dijo en su día (y que hoy parece algo olvidada), y que abiertamente tomaron el pelo de más de medio mundo con sus dos secuelas. Este proyecto es la adaptación de una serie de animación japonesa de los años 60, una de las primeras que tuvieron éxito en Estados Unidos. No tengo ningún recuerdo de la serie, así que poco o nada puedo decir sobre la fidelidad de los Wachowski a los mitos de Speed Racer. Eso sí, parece que han utilizado la serie como excusa para dar rienda suelta a un universo colorista y exagerado en todos los sentidos.

Como película, Speed Racer cae en numerosos errores. El principal, la duración. Esta película, hecha en los años 80, no habríaasado nunca de los 100 minutos. Hoy, con tanto fuego de artificio por desplegar, nos colocamos en los 135 sin que en realidad sea necesario. Le sobra metraje en muchos sitios y por ello traspasa la delgada línea que separa el cine infantil del cine adulto. Por eso y por su contenido. ¿Para niños? Pues si tenemos en cuenta el desmesurado protagonismo de un irritante niño y un chimpancé (dueño y señor de los títulos de crédito finales, un delirante cierre a una película igualmente delirante, que antecede a unos títulos... de colorines), casi habría que decir que sí, pero en realidad es un envoltorio algo tramposo. Tan tramposo como el trasfondo moral que acaba otorgando el tremendamente previsible final.

Los hermanos Wachowski han creado un universo pretendidamente irreal. Cuando los efectos visuales tienden a crear un mundo virtual lo más real posible, Speed Racer se afana en mostrar imágenes abiertamente irreales a imposibles, manifiestamente imperfectas. Quizá sea su forma de parecer revolucionarios otra vez. Y están tan ocupados en la creación de ese universo mucho más cercano al de la animación que al de la imagen real, que se olvidan de que para hacer una película hace falta crear unos personajes de carne y hueso y un guión. Sí, el guión, ese gran desconocido de este cine moderno, pretencioso y supuestamente novedoso que inunda la ciencia ficción actual. Algunos, muchos, de los diálogos de este Speed Racer no podrían ser más tópicos y vacíos ni aunque lo intentaran.

Speed Racer, eso sí, no engaña. Uno entra a ver colores y ve muchos colores (abstenerse defensores de los colores primarios), uno entra a ver carreras de coches imposibles y ve carreras de coches imposibles, uno entra a ver una historia intrascedente y es exactamente lo que ve. Por el reparto pasan nombres bastante conocidos, incluso reputados, como los de Susan Sarandon, John Goodman, Christina Ricci o Matthew Fox, pero, abducidos por la paleta de colores, no tienen margen para construir personajes. Tampoco hace falta, la verdad, porque todos sabemos por dónde va y dónde va a acabar la película (creo que tiene más emoción incluso la carrera de la Nascar de Días de trueno).

Sólo hay un aspecto de Speed Racer que merece verdaderamente la pena: la banda sonora de Michael Giacchino, un compositor curtido entre la televisión (entre otras, la serie Perdidos) y los videojuegos y que es ya uno de los nombres más interesantes del cine norteamericano gracias a un sello muy personal y a una comprensión absoluta del tono de la película que tiene siempre entre manos. Me entusiasmó en Los Increíbles, me enamoró en Ratatouille (recibió una merecidísima nominación al Oscar, aunque la estatuilla fue para la brillante Expiación de Dario Marianelli) y ha conseguido que esté pendiente ya para siempre de sus futuros trabajos. Lo próximo, el Star Trek de J. J. Abrams. Giacchino es un genio al que seguir la pista. Lo demás de Speed Racer, tremendamente olvidable.

martes, mayo 06, 2008

Coincidencias mortales

La muerte es uno de los elementos más cinematográficos que existen. Es difícil encontrar una película que no aborde el tema, aunque sea indirectamente. Lo que es más inusual es toparse en una misma semana, como me ha sucedido, con dos coincidencias cinematográficas relacionadas con la muerte. Pero no con la muerte en la pantalla grande, sino con la muerte en la vida real.


Atrapa a un ladrón es una película, según algunos expertos, considerada menor dentro de la filmografía de Alfred Hitchcock. ¡Benditas sean las películas menores si proporcionan un entretenimiento como éste! Cary Grant da vida a un ladrón de joyas retirado hace algunos años que se ve obligado a perseguir a un nuevo delincuente que copia sus métodos, y así demostrar que no tiene nada que ver con los robos. En su aventura por la costa francesa conoce a una joven millonaria, interpretada por Grace Kelly, la rubia hitchcockiana por excelencia y una de las mujeres más hermosas que jamás se haya podido ver en una pantalla de cine. La cinta es una magnífica mezcla de thirller y comedia romántica, con grandiosos diálogos y espléndidas interpretaciones.

Hitchcock, que nunca pudo soportar que Grace Kelly dejara el cine, fue, irónicamente, quien le enseñó el camino para hacerlo con esta película. Durante su rodaje conoció al Príncipe Rainiero de Mónaco, con el que acabó casándose. Pero Atrapa a un ladrón contiene una coincidencia mucho más macabra. Hay una escena en la que Grace Kelly conduce un coche a gran velocidad, con una confianza aplastante, para huir de la Policía que persigue al ladrón que interpreta Cary Grant, sentado a su lado. En esa misma carretera donde se rodó la escena, Grace Kelly encontró la muerte en un accidente de tráfico el 14 de septiembre de 1982. No están del todo claras las circunstancias en que sucedieron los hechos, pero parece que le dio un ataque al corazón y perdió el control de su coche.

La sorpresa es inmensa en el comienzo del cuarto capítulo de la segunda temporada de Luz de Luna, aquella serie con la que tantos crecimos en la que Bruce Willis y Cybill Shepherd daban vida a dos detectives que pasaban del amor al odio con una facilidad inmensa. ¡Orson Welles en Luz de Luna! ¿Qué hace un director tan atípico como él en una serie de televisión comercial como ésta? El caso es que encaja perfectamente en este episodio. Y la serie no es mala, no me malinterpretéis. Hoy las tramas se antojan algo simples y es bastante fácil averigurar la conclusión de cada episodio mucho antes de que se produzca, pero sigue teniendo un encanto irresistible ver a David Addison y Maddie Hayes resolviendo misterios más de 20 años después de haberlo visto por primera vez.

"Buenas noches. Soy Orson Welles" es lo primero que oímos en ese episodio. El genial y mítico director aparece en pantalla, con un inmenso puro en la mano, para presentar un episodio que se rodó en gran parte en blanco y negro, reivindicando el encanto de otros tiempos en los que el color sólo pertenecía a la vida real. ¿Qué tiene que ver eso con la muerte? Nada en realidad. Pero esas imágenes de Orson Welles son las últimas que se rodaron de Welles en vida. Welles murió el 10 de octubre de 1985, el mismo día en que falleció otro actor, Yul Bryner. El episodio se emitió apenas cinco días más tarde y, lógicamente, estaba dedicado a él. Pocas veces se graba a alguien sabiendo que serán sus últimas imágenes.

jueves, mayo 01, 2008

'Iron Man', un cómic espléndido y muy convincente

Cualquier aficionado al cómic siente reacciones encontradas cuando se anuncia que un personaje va a tener adaptación cinematográfica. Por un lado, sabe que puede ser un sueño hecho realidad, ver a personajes que ha visto cientos de veces en la viñeta trasladados a la gran pantalla. Pero, por otro lado, sabe que si se hace mal puede ser una auténtica pesadilla. Entre las películas que gustaron se cuentan Spider-Man, Batman Begins o X-Men. Entre las sencillamente olvidables para el común de los espectadores e incluso para muchos de los fans, por mucho cariño que se le pueda tener a los personajes, figuran Elektra, Catwoman o Los 4 Fantásticos. Iron Man es el primer superhéroe que llega a los cines este año (los próximos, Hulk y Batman, ambas secuelas). Y el resultado es sencillamente espléndido.
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No deja de ser curioso que Iron Man lleve años gestándose como una película de cómic light, sin demasiadas pretensiones que superen el entretenimiento durante dos horas, y muy por debajo de las expectativas generadas por otras sagas superheróicas. Poco a poco, y según se iban viendo imágenes fijas y en movimiento de la película, fue llamando más la atención. Y si no fuera porque las expectativas en The Dark Knight (me niego por el momento a llamarla El Caballero Oscuro, como ya han adelantado los trailers que se traducirá en España), me atrevería a decir que es la mejor adaptación de un cómic de superhéroes que se ha hecho en bastante tiempo, muy por encima de otros productos surgidos de Marvel Comics como Daredevil, Hulk (ojalá la secuela supere al aburrido original) o Ghost Rider, y probablemente al mismo nivel de las películas iniciales de sagas como Spider-Man o X-Men.
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Con lo que conozco de la mitología de Iron Man (que, tengo que reconocerlo, no es demasiado), la película se presenta como una adaptación tremendamente fiel (quizá demasiado similar a la primera mitad de la película de animación que se hizo del héroe hace sólo un año, The invincible Iron Man). Se cambia la guerra de Vietnam por Afganistán (siempre he considerado importante que un cómic tenga los pies en una realidad histórica; no hay motivo para tener como única referencia cinematográfica de Vietnam joyas del cine como El cazador, o de Afganistán títulos como Leones por corderos), pero pocos cambios más hay. Y las dos horas de la película que dirige Jon Favreau (el abogado amigo del alter ego de Daredevil en la película homónima) se convierten así en una modélica historia iniciática del personaje.
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Ese puede ser el punto más débil de la película, que, como todo título del género de superhéroes, se centra en el nacimiento del héroe. Para quien conozca la historia puede ser algo largo el devenir de los acontecimientos (como suele ser habitual en este subgénero, Iron Man como todos lo conocemos no aparece hasta la segunda hora de metraje) pero está claro que el objetivo es que toda la audiencia se familiarice con todo el universo del personaje para fidelizarla de cara a próximas películas. Porque seguro que habrá secuela, algo que queda convenientemente preparado a lo largo de la película(impagable el comentario que hace junto a uno de los prototipos de la armadura Jim Rhodes, interpretado por Terrence Howard... o el final tras los títulos de crédito, del que luego digo algo más).
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El gran acierto de esta película es el cásting. De largo. ¿Por qué? Porque continúa, con el mayor acierto posible, la línea abierta por Tim Burton cuando escogió a un actor como Michael Keaton para dar vida a Batman. El superhéroe cinematográfico no tiene por qué ser un actor hipermusculoso de 23 años. No todos los superhéroes son iguales y Iron Man es de los más diferentes en ese sentido. Tony Stark, el hombre que se enfunda la armadura, es antes de ser superhéroe un playboy millonario, amante de la bebida, de las mujeres y de la buena vida, empresario del sector armamentístico y un hombre sin más principios que disfrutar del momento. ¿Encaja ahí una estrella hollywoodiense pletórica de juventud? Desde luego que no. ¿Encaja Robert Downey Jr.? Como un guante. Brillante trabajo del actor que descubrí dando vida a Chaplin en el cine hace ya 16 años, muy bien secundado por Jeff Bridges (Gwyneth Paltrow parece más perdida en este universo de cómic).
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Los efectos especiales son formidables, hasta el punto de que ya empieza a ser una tarea para auténticos expertos diferenciar los planos reales de los que se han realizado por ordenador. La dirección de Favreau, elegante y sin estridencias, ayuda a que el mundo real y el digital se integran de maravilla. Las escenas de acción están perfectamente calculadas y planificadas. No son muchas (y eso se debe, insisto, al enfoque iniciático; la secuela seguro que tendrá bastante más movimiento) pero sí muy eficaces, como casi todo lo que se ve en la pantalla. Quizá lo más convencial sea el climax final, pero hay que reconocer que a todo aficionado al personaje se le va a caer la baba, literalmente, la primera vez que vea en movimiento la armadura roja y dorada del protagonista.
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El humor está muy presente, inteligentemente insertado, y eso permite que sea una película espléndida para los aficionados más jóvenes (tiene la calificación de no recomendada para menores de siete años, y estoy de acuerdo, los niños mayores la disfrutarán muchísimo). El momento más divertido, no podía ser otro, es el cameo del gran Stan Lee, creador del personaje en las viñetas. Lee nos sigue deleitando con sus apariciones en las películas basadas en héroes de Marvel Cómics. El cameo en Iron Man es uno de los mejores que ha protagonizado, quizá el mejor junto con su memorable aparición en Los 4 Fantásticos y Silver Surfer. Otro guiño al cómic que no todo el mundo entederá es el nombre del ordenador con el que interactúa Tony Stark (que no es otro que Jarvis, en los cómics originales el nombre del mayordomo de la mansión de los Vengadores).
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Y otro cameo más de especial importancia es el que cierra la película, después de los títulos de crédito, del que no doy más detalles para no reventar la sorpresa (eso sí, si queréis saber de qué personaje y actor se trata, podéis verlo aquí). La insensatez generalizada de no esperar hasta el final me ha convertido en el único espectador en mi sesión que ha visto el formidable cierre de Iron Man. Avisados quedáis, no salgáis de la sala hasta el final, porque si no habréis dilapidado algún que otro centimo del carísimo precio de la entrada. Jamás un final de una película había abierto tanto la puerta a todo un mundo de posibilidades para el aficionado al mundo del cómic...
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En resumen, Iron Man es una de las mejores adaptaciones de cómic Marvel que se han hecho hasta la fecha. Y hay unas cuantas bastante buenas ya. Un poco más de dos horas de sincero y honesto entretenimiento que divertirá a jóvenes y mayores, a aficionados a este universo y debutantes en la materia.