lunes, abril 14, 2008

La última gran aventura clásica

John Huston siempre rodó películas de aventuras. Desde La Reina de África hasta El halcón maltés, pasando por Moby Dick o El tesoro de Sierra Madre. De distintos géneros, pero siempre aventuras. Él mismo era un aventurero y su cine lo reflejaba perfectamente. Sin saberlo quizá en aquel momento, en 1975 estrenó la última gran aventura cinematográfica del cine clásico hollywoodiense. Porque exactamente eso, y no otra cosa, es El hombre que pudo reinar. Michael Caine siempre ha dicho que si hay una película por la que la gente le recordará será ésta, porque, después de verla, todos decimos aquello de "ya no se hace cine como éste". Y es verdad, ya no se hace.

Pero costó mucho hacerla. Muchísimo. John Huston, apasionado lector de Kipling (se basa en un relato suyo), quiso emprender el proyecto en los años 40. Entonces su pareja protagonista habría sido Humphrey Bogart y Spencer Tracy (dos genios que sólo coincidieron en Río arriba, en 1930). Lo quiso hacer en los años 50, y entonces el dúo ideal de Huston lo componían Bogart y Clark Gable. En los 60 también lo intentó, y la pareja habría sido la formada por Burt Lancaster y Kirk Douglas. A comienzos de los 70 hubo un intento más, y se contactó con Paul Newman. Él declinó hacer la película porque entendía que los protagonistas debían ser británicos, como los personajes. Y sugirió dos nombres: Sean Connery y Michael Caine. El resto es historia.

Caine y Connery son dos actores brillantes, majestuosos. Dos auténticos genios de la ironía, de la mordacidad, de la tragedia y también de la comedia. Ellos sustentan el peso de una película brillante, divertida, emocionante, colosal en una palabra. El guión es una auténtica maravilla, pero cuesta imaginar lo que hubiera sido El hombre que pudo reinar en manos de otros actores. Claro que para eso ya estaba John Huston, para elegir a los mejores, como siempre había hecho a lo largo de una carrera en la que trabajó siempre con los más grandes. "Muchas de las escenas eran sólo entre ellos dos, y las ensayaban por la noche. Juntos elaboraban el trabajo de antemano de tal modo que lo único que yo tenía que hacer era decidir cómo colocar la cámara", dijo una vez Huston.

Ellos consiguen hacer creíble la rocambolesca historia de dos truhanes británicos, ex soldados del imperio, que parten desde la India, atravesando Afganistán, con el único objetivo de ser coronados como reyes de Kafiristán, una tierra que ningún occidental ha pisado desde Aljandro Magno ("¿Alejandro qué?", pregunta el personaje de Caine a Kipling, quien le responde explicándole quien és y les alerta de que nadie más consiguió llegar allí. "Si un griego pudo, nosotros también", es la inmensa réplica de Caine). Es imposible no ir cogiendo cariño a estos dos viejos tramposos según se van sucediendo los pasajes de su aventura, es imposible no sonreír ante cada golpe del destino que sufren, ante cada nuevo escenario que contemplan, ante cada diálogo brillante que dicen con una naturalidad propia sólo de los genios.

Visualmente, la película es una auténtica maravilla. Que Huston sabía colocar la cámara es algo que cualquier apasionado del cine puede decir. Pero dos nombres más hicieron posible que la película brille como lo hace, incluso más de 30 después de haberse estrenado, porque ésta es una película que nunca envejecerá. Se trata de Ben Bart, responsable de la dirección artística (incluyendo no sólo los escenarios sino también las joyas y demás ornamentos), y Edith Head, encargada del vestuario (un nombre mítico por sus 35 nominaciones al Oscar y ocho estatuillas que tiene en haber, por películas como Eva al desnudo, Sabrina o El golpe).

La película, por cierto, se rodó en Marruecos, en el pueblo de Ouarzazate, conocido como el Hollywood marroquí por la cantidad de producciones que se han realizado allí, algunas de las más recientes Gladiator o El reino de los cielos. Allí encontró Huston al hombre que daría vida al sumo sacerdote de Sikandergul, un tipo que tenía nada menos que 103 años. Cuando Huston terminó la película, hizo un pase para él y otros ancianos que aparecen junto a él en la película, y le pidió al intérprete que les preguntara que les había parecido. "Después de esto, nosotros nunca moriremos", fue lo que le dijeron a Huston los ancianos. Y es verdad. Ese es el mágico poder que tiene el cine. Y más si es una película de John Huston.

Una curiosidad patria para acabar. El hombre que pudo reinar no es el título original exacto de la película. The man who would be king debiera haberse traducido como El hombre que sería rey. Pero, claro, la película se estrenó en España apenas unos meses después de que Franco muriera, y la mención del "rey" podía no gustar en los sectores más franquistas de la sociedad de la época.

1 comentario:

Unknown dijo...

Pufff... odio las pelis de aventuras. Lo siento. Me gustan los tostones y las comedias románticas. Aunque tus críticas siempre animan a intentarlo, que lo sepas.